Discurso pronunciado durante la firma del convenio de donación y presentación del Acervo de Alberto Dallal con el Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación, UNAM

Alberto Dallal

Investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas

 

 

En la UNAM lo sabemos mejor que nada y que nadie en México, la investigación profesional es una actividad, una acción de seres obsesivos, pero profesionales. Volverse fanático de una ciencia o de un arte, en suma, del conocimiento en torno a ellos resulta una acción quijotesca que impone serenidad constante y búsqueda  ininterrumpida de equilibrio para seguir viviendo.

 

Al ingresar a la Escuela Nacional Preparatoria de San Ildefonso me convertí en un fanático y apasionado de la historia de mi país. Los murales, el ambiente del edificio colonial y probablemente el propio y amplio sentido histórico de las acciones y actividades de la UNAM  me convirtieron a una religión de la que ya no pude sustraerme: el ejercicio del periodismo. Describir, notificar a los mexicanos lo que ocurre en este vasto, impresionante, intenso país y contarlo al día siguiente si es preciso, resulta una tarea fascinante.

 

Desde la Prepa comencé a dar los tumbos propios de la investigación especializada (que a veces los periodistas manejan sin saberlo) y surgieron en mí muchas preguntas que aún ahora no puedo contestar por completo, incluso siguiendo tercamente en el intento, por ejemplo, ¿por qué en México es tan importante bailar?, ¿por qué somos un país de danzantes?, ¿por qué bailar, danzar en nuestro país se convierte en un aura social, en un acompañamiento definitorio y en una expresión inequívoca de nuestra historia y de nuestra manera de ser?, ¿por qué en las acciones de la danza el mexicano establece con su cuerpo un pacto, un pecado original, a veces, incluso, una acción pecaminosa y extraordinaria que se percibe, si uno pone atención, en los contoneos de un danzón, en los cuerpos sugerentes de las vedettes, en los cuerpos en movimiento, y también en el cuerpo de Tongolele?

 

Muchos me hicieron creer que esa especie de pacto con el Diablo sólo se daba en esos lares, pero yo volví a hallar esas faenas de los cuerpos mexicanos (y de sus técnicas, porque de eso se trata: procedimientos para perfeccionar los cuerpos), en los danzantes indígenas que  bailan en las calles y en los atrios; y lo volví a ver en el teatro Blanquita y en los tés danzantes de la colonia Narvarte y en las fiestas fresas de la clase media. Pero la copa se derramó cuando tras mis observaciones de los espectáculos del Ballet Folklórico y de la Compañía Nacional de Danza (ambos, a su modo, clásicos por excelencia), me topé con los espectáculos de danza moderna en el Palacio de Bellas Artes con coreógrafas como Elena Noriega, Guillermina Bravo y Ana Mérida haciendo desbordar las dimensiones del escenario, a veces con 60 bailarines moviendo el cuerpo de una manera que sólo los bailarines mexicanos podían y pueden hacerlo y metiendo música original mexicana y contando nuevas fábulas del campo mexicano y contándonos de nueva cuenta la historia del país. Deslumbramiento que me convirtió el cuerpo y la mente en ocupación racional, en pesquisa histórica, en política organizacional, en búsqueda alrededor de un proyecto artístico, cultural y revolucionario que venía de muy atrás.De allí “pa’l real”: ver ensayos, realizar entrevistas, pensar/reflexionar en voz alta.

 

De las crónicas y reseñas pasé de lleno a historiar y a describir partes curiosas o peliagudas de la danza mexicana. Como periodista descubrí que todo esto hacía falta y me puse a trabajar, pero no estaríamos hoy aquí, en este recinto universitario si mi amigo Jorge Alberto Manrique, a la sazón director del Instituto de Investigaciones Estéticas, no me impone la tarea de lidiar con la academia, de historiar la danza mediante razonamientos, es decir, mediante la aplicación de reglas de investigación especializadas e históricas, medios para establecer, aplicar y defender una teoría. Esta actividad académica también se convirtió en obsesión: como la danza para los bailarines y coreógrafos.

 

Recuerdo que un día me topé inesperadamente, por el rumbo del Poliforum Siqueiros, con la coreógrafa y maestra Adriana Castaños, me dijo muy campante: “Me apropié de esta frase de uno de tus libros, México es un país de danzantes, para contestarle a los periodistas acerca de mis danzas.” Y debo confesar que por primera vez me percaté de la importancia, en la crítica y en la investigación, de decir las cosas con pleno conocimiento de causa, es decir, mediante indagaciones y análisis especializados. Me despedí de la coreógrafa y me fui caminando y pensando y me pregunté a mí mismo: “¿pues no todo el mundo ya lo sabía?: México es un país de danzantes”. Sí, los mexicanos practicamos, desde hace siglos, todos los géneros de danza conocidos.

 

Quiero agradecer nuevamente a la UNAM esta oportunidad de seguir alimentando en todos sentidos a seres obsesivos, como yo, para estudiar todos los mundos abiertos y los secretos de la danza mexicana, vale la pena, se los aseguro.

 

Asimismo agradezco profundamente a los que se hacen cargo de mis desaliñados y acumulados materiales. Todavía quedan algunos por añadir pues, ni modo, soy un ser obsesivo. Y habrá muchos personajes de la danza mexicana que querrán también añadir sus documentos y colecciones a este importante Archivo de Danza.

 

Por último, quiero aprovechar esta ceremonia para prevenir a los organizadores de las presentaciones de los espectáculos de danza en México, recientemente a los grupos y compañías de danza mexicanos se les ha ocurrido la peregrina idea de prescindir de los programas de mano impresos, grave error, en términos generales la memoria de los asistentes y de los críticos especializados puede guardar por un tiempo los nombres de los coreógrafos, escenógrafos, productores y técnicos, sin embargo, los nombres de los bailarines y de las protagonistas de la danza, por ser numerosos, no llegan a ubicarse como es debido en los registros y críticas, reseñas y descripciones, por lo que las carreras de bailarines y bailarinas, y sus proezas, tardan más tiempo en llamar y atraer la atención de los asistentes, de los historiadores y de los críticos. La nómina de los bailarines participantes debe ser publicada en un programa de mano para garantizar las llamadas de atención indispensables para el desarrollo de una carrera profesional. Recuérdese que no hay danza y tampoco una historia de la danza sin bailarines, ellos son los principales protagonistas de este arte sublime y trascendente.

 

Mayo de 2019