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rastros

El museo. Espacio de representación y la nueva
re-construccióndel significado de los objetos culturales

Jesús Nava Rivero*
jesu6@yahoo.com


El museo es un espacio de representación que nos acerca a obras tan dispares como una máscara africana y unos jarrones prehispánicos. Nos preguntamos cuál es el cimiento que las une, en qué consiste esta relación fundamental que convierte a una obra cultural en hermana de otra. Este espacio de representación crea una diferencia esencial, la transmutación de un valor cultural, es decir, una transfiguración que conduce a una confrontación de metamorfosis, o sea, de nueva significación. Antes del museo, el objeto se encontraba ligado a un acontecimiento espacio socio-cultural, por ejemplo, la estatua gótica a la catedral, el cuadro clásico al decorado de su época; pero no junto a otras obras de espíritu diferente. Se le aislaba de los demás objetos para poder apreciarla mejor. El museo irrumpe entonces para unir lo que estaba separado y disperso con la necesidad de ordenarlos y emplearlos para decir algo con ciertos fines, lo que equivale a agregar nuevos significados a los objetos culturales expuestos.
           En este sentido, la exposición en el museo funciona como un metalenguaje de los objetos pues despoja a éstos de sus referencias originales para reinsertarlos en un contexto distinto, transfigurado, conforme a otros valores culturales, a la óptica de los curadores de la sala, los museógrafos o la política cultural vigente.
           En su función de espacio de representación, el museo visualiza bajo la forma de exposición unos eventos ausentes en el espacio y el tiempo, ayudándose de unos objetos que han sido re-contextualizados y le funcionan como signos.
           Los hechos que se deben visualizar (y que por definición están ausentes) constituyen el mensaje. En efecto, en el espacio de representación las vitrinas significan algo más que un diseño museográfico adecuado porque expresan, sea intencional o implícitamente, una específica identidad cultural. En este sentido, Karp manifiesta que cuando la cultura de los “otros” está involucrada, el museo como espacio de representación no dice quiénes somos y, quizá lo más significativo, quiénes no somos. Los museos son espacios privilegiados para presentar imágenes de uno mismo y del “otro” (Karp, 1991: 15).


           Por tal motivo, presento una de-construcción de este fenómeno cultural, a través de un esquema que he llamado “un sistema de significación del objeto cultural hacia la construcción del significado del objeto museístico” (gráfica 1). El desglose del diagrama se divide en tres partes fundamentales que se relacionan entre sí. La columna principal se encuentra en la parte central y explica las cuatro categorías del objeto.

           a) Objeto cultural  b) cultural material  c) fragmento etnográfico o objeto semiótico  d) objeto museístico

           La columna de la izquierda explica los tres procesos que intervienen en la construcción del significado del objeto:
           1) La descontextualización  2) la nueva-recontextualización  3) la representación

           La columna de la derecha está conformada por las estructuras conceptuales que la sociedad le otorga al objeto para su significación.
           a) La colección  b) el museo  c) la memoria cultural

           Ahora voy a desglosar el esquema y darle definición a cada término para explicar el proceso del esquema y comprender el proceso hacia un objeto museístico. En primer lugar, los objetos culturales no son más que elementos naturales alterados por las prácticas del trabajo humano. Todo lo que ha sido modificado en su forma, en su tamaño, en su composición, en su textura, en su localización, es un objeto cultural (Hoder, 1987: 1-10).


           El objeto cultural está dentro de su tiempo y espacio originales. Es decir, todo objeto es fundamentalmente una adaptación histórico-cultural en espacio-tiempo y una integración social que supone la existencia de una ideología y un cierto número de módulos para el comportamiento; estas características están en el ethos de un pueblo. Geertz las nombra “las dimensiones simbólicas de la acción social” (Geertz, 1973: 30), equiparable a lo que G.H. Mead ha llamado “símbolos significativos”: el lenguaje, el arte, el mito y el ritual (citado por Geertz, 1973: 45). También nombrado por Thompson como las “formas simbólicas”; acciones, objetos y expresiones significativas de diversos tipos (Thompson, 1994: 138). Basándome en Geertz las he llamado “las dimensiones simbólicas de la acción social del objeto cultural” (gráfica 2).


           El análisis consiste, por tanto, en desentrañar las estructuras de significación del objeto y en determinar su ámbito social y su influencia cultural dentro de la misma cultura que lo creó. De esta manera, el trabajo de discernir debe comenzar al distinguir las diferentes estructuras de interpretación que intervienen en determinado grupo, individuo o cultura. Por ejemplo, en la ideología, la religión, el lenguaje, el mito, el ritual, es decir, las dimensiones simbólicas de la acción social. Estas son partes fundamentales en la contextualización de un objeto que estaría relacionado con dos niveles: la estructura cultural y la estructura social.
           La estructura cultural se considera como un sistema ordenado de significaciones y de símbolos en cuyos términos tiene lugar la integración social, y considerar el sistema social como la estructura de la interpretación social misma. En el primer plano está el marco de las creencias, de los símbolos expresivos y de los valores en virtud de los cuales los individuos definen su mundo, expresan sus sentimientos e ideas y emiten sus juicios. En el segundo plano se encuentra el proceso en marcha de la conducta interactiva, cuya forma persistente es lo que se llama estructura social. Por consiguiente, la estructura cultural es la urdimbre de significaciones según las cuales los seres humanos interpretan su experiencia y orientan su acción. La estructura social es la forma que toma esa acción, la red existente de relaciones humanas. De manera que estructura cultural y estructura social no son sino diferentes abstracciones de los mismos fenómenos. La una considera la acción social con referencia a la significación que tiene para quienes son sus ejecutores; la otra la considera con respecto a la contribución que hace al funcionamiento de algún sistema social (Geertz, 1973: 144-145).


           Es dentro de este marco teórico que el objeto cultural socialmente producido funciona como símbolo o indicador de una realidad social pero esta realidad está definida precisamente por la acción, es decir, la capacidad del grupo para producir y reproducirse. En el esquema, las dimensiones simbólicas, la estructura cultural (sistema cultural) y la estructura social (sistema social) son tres aspectos que interactúan entre sí y conforman la estructuración de un sistema completamente concreto de acción social del objeto cultural.

Descontextualización y cultura material

La siguiente fase es el objeto como cultura material. Aquí nos referimos a la cultura material cuando pasa por una colección (hablo de colección cuando el objeto es adquirido directamente en la cultura que lo crea) y/o una recolección (hablo de recolección cuando el objeto es rescatado de un lugar arqueológico o indirectamente adquirido) y sacarlo de su contexto original en el tiempo y en el espacio.
           En este marco se integran las columnas; primero la de la colección del objeto y posteriormente la des-contextualización. Susan Stewart (1996) en su obra On Longing, muestra el modo como las colecciones, y en forma más notable los museos, crean la ilusión de la representación adecuada de un mundo arrancando primero los objetos de sus contextos específicos (sean culturales, históricos o intersubjetivos) y haciendo que ellos representen totalidades abstractas, es decir, descontextualizadas. Por ejemplo, una “máscara bambara” cuando se transforma en una metonimia etnográfica de la cultura bambara o, en general, todos los objetos etnográficos. Éstos, mientras estuvieron en su lugar de origen, cumplieron funciones distintas a las que tienen hoy en el museo: unos estaban destinados a ser utensilios cotidianos o instrumentos de trabajo; otros a ser objetos de uso ceremonial. Posteriormente, a estos objetos se les elabora un esquema de clasificación para almacenar o exhibir el objeto de tal modo que la realidad misma de la colección, su orden coherente, oculte las historias específicas de la producción y apropiación del objeto (Stewart, 1996: 162-165).
           El objeto sufre entonces una metamorfosis hacia la cultura material que se define de la siguiente forma: “Todo objeto, ya sea de bien o de producción, bien de uso, de intercambio, simple resto o deshecho de producción y de consumo, es el resultado de un proceso dinámico natural-antrópico, una consecuencia de la acción humana (trabajo) sobre la realidad material condicionada por las mismas relaciones entre los agentes humanos” (Buchli, 2002: 1-18). Todo objeto cultural, por tanto, ha sido modificado de forma intencional para ser utilizado en la relación sociedad-medio y contribuye a la producción y reproducción de la vida de las comunidades humanas.
           Junto a esa cultura material “conscientemente”, y que denota y connota significados sociales, existe toda una serie de resultados materiales “inconscientes” de la misma acción colectiva humana. La diferencia entre unos y otros es obvia. Consideremos, por ejemplo, una lanza. Su forma, su proceso y los materiales de fabricación, su decoración, su uso “social”, etcétera, son atribuciones específicas que portan “significados” sociales y culturales explícitos: es la lanza de X, gran guerrero, capaz de matar a sus enemigos y amedrentar a sus vecinos. Por otro lado, durante el proceso de fabricación de esa lanza se han producido unos elementos de deshecho (fragmentos de molde, escorias de fundición, etcétera), a la vez que su uso la asocia a otros elementos (afiladores, cuerdas para sujetar el enmangue…), que aunque también porten significados sociales, éstos no son enunciados “conscientemente”, ni por el fabricante ni por el usuario de la lanza.


           Si se considera que el registro material directamente estudiado es el producto de múltiples procesos culturales de formación, la cultura material será conceptualizada como una disposición compleja de artefactos, no significativa en sí misma. Es decir, el registro observable de la cultura material sólo conserva vestigios de la realidad social a la que dio soporte porque se ha visto sometida a diferentes procesos que, de una manera o de otra, han alterado su significado.

Recontextualización y fragmento etnográfico-objeto semiótico

En este sentido, el objeto al ser desarticulado o extraído físicamente de su entorno original deja en su lugar de origen un cúmulo de aspectos integrantes del mismo objeto que no fácilmente pueden ser sustraídos de su contexto para ser coleccionables y expuestos en un museo. El objeto es realmente un “fragmento etnográfico” u “objeto semiótico porque al ser extraído de su lugar y función original sólo se trae una parte de él” (Kirshenblatt-Gimblett, 1991: 388).
           Magariños Morentin ha manifestado que al estar exhibido el objeto en el museo deja de ser lo que es “en sí mismo”, lo que, no obstante, ya lo incluye en otra cultura y, por tanto, le confiere el carácter básico de “objeto semiótico”. Objeto semiótico es lo que se sabe del objeto o fenómeno (http://www.magarinos.com.ar/).
           En la recontextualización del objeto entran en juego dos aspectos:
           a) sus propiedades materiales o su información intrínseca (madera tallada, hueso, fibra vegetal tejida, metal, etcétera)
           b) su cualidad extrínseca (la documentación e información contextual y simbólica).
           Estos dos aspectos son los que determinan su “valor” como objeto etnográfico y, por lo tanto, su posibilidad de conexión con otros objetos y elementos en el discurso museográfico (Kirshenblatt-Gimblett, 1991: 394).
           En el mismo sentido, Lidchi propone que existen dos características notables de los objetos de museo: su presencia física (physical presence) y su significado (meaning) (Lidchi, 1997: 163). Es decir, los objetos culturales están entre estos dos datos y proporcionan una línea de fondo inteligible para comenzar la tarea más difícil que es la interpretación de significados culturales.
           A continuación presento el siguiente esquema con base en los planteamientos anteriores.

Nueva re-construcción del significado del objeto

Un presente – presencia física – información intrínseca Interpretación histórica
Un pasado –  su significado – información extrínseca Representación futura
 
Intencionalidad (Gell) – Aura (Benjamin)  

           Para una aproximación a los significados del objeto, es necesario referirse a los planteamientos de Alfred Gell y Walter Benjamin.

Intencionalidad hacia Alfred Gell

Gell pone de manifiesto que lo que se ve en un objeto es toda una serie de intencionalidades que lo acompañaron en su fabricación y en su origen simbólico. Gell atribuye la intencionalidad cuando el objeto sirve hasta cierto punto de enlace material entre las personas (Gell, 1999: 177-78). En sociedades antiguas, el objeto se presenta particularmente en dos dominios:

          1) Es ritual, especialmente ritual político, cuando los objetos se producen para ser exhibidos en ciertas ocasiones, cuando la energía política se tiene que legitimar con las fuerzas supranaturales.
           2) En segundo lugar, los objetos se producen en el contexto de lo ceremonial o del intercambio comercial.
          Gell pone de ejemplo el rito del Kula; él dice que se pueden apreciar varias intencionalidades del objeto:

          - la intención del artista de conseguir causar miedo y estupefacción;
          - la del jefe que controla la realización y la exhibición;
          - la de la tripulación que al mismo tiempo aterroriza y seduce a los socios del intercambio;
          - y la intención finalmente del árbol al ser visto como una fuerza viva.

          Todos estos elementos acompañaron la fabricación del objeto de madera; se añade además la intencionalidad de los espíritus convocados en la realización. De alguna manera están siempre presentes luchando contra las intenciones fatales del mar y contra los que resisten al intercambio (Gell, 199: 172-173).

Aura hacia Walter Benjamin

Benjamin ha propuesto que la unidad del objeto cultural se identifica con su ensamblamiento en el contexto de la tradición. Esa tradición tiene que ver con el aura. Él la define como “la formulación del valor cultural de la obra en categorías de percepción espacial-temporal” (Benjamin, 1963: 16).  El modo aurático del objeto se vincula con su función ritual o cultural; es además característico de épocas y formas históricas en las cuales el objeto cultural es un objeto de culto que remite en su manifestación a las instancias sobrehumanas de la divinidad (Benjamin, 1963: 16-17).


          La recepción de los objetos culturales sucede bajo diversos acentos entre los cuales hay dos que destacan por su polaridad. Uno de esos acentos reside en el valor cultural, el otro en el valor “exhibitivo” del objeto. En las sociedades antiguas, la producción de objetos comienza con hechuras que están al servicio del culto. Se percibe que es más importante que dichas hechuras estén presentes y menos que sean vistas. Un ejemplo es el alce que el hombre de la Edad de Piedra dibujó en las paredes de su cueva, como un instrumento mágico. Claro que lo exhibe ante sus congéneres, pero está sobre todo destinado a los espíritus.
          A medida que las ejercitaciones artísticas se emancipan del regazo ritual, aumentan las ocasiones de exhibición de sus productos. La capacidad “exhibitiva” de un retrato de medio cuerpo, que puede enviarse de aquí para allá, es mayor que la de la estatua de un dios, cuya ubicación fija pertenece al interior de un templo.

La representación y objeto museístico

Los actos de representación que despliegan los museos son tecnologías de imposición de significado, que se expresan en sus búsquedas de levantar textos que comuniquen realismo. De hecho, no sin razón los museos y sus exposiciones no son sino textos que los visitantes leen o consumen, y que están estructurados según su propia retórica, la cual busca, como todas las retóricas, convencer al visitante de que lo que ve y lee es importante, bello y verdadero.

          A partir de todo lo anterior, se identifican tres aspectos del objeto en el museo para su representación.

          1) El objeto como signo icónico. Sus características formales; aquí interesa más la forma, el color o la textura de su apariencia.
          2) El objeto como signo indicial. La materia prima de que está fabricado o las características del trabajo que soporta (como fueron trazados sus caracteres).
          3) El objeto como signo simbólico. La información que el objeto transmite, es decir, su eficacia simbólica.

          Para ayudar a la representación o significación del objeto, se necesita lo que he llamado “co-texto”, es decir, los textos escritos, imágenes, fotografías, audiovisuales, etcétera. Kirshenblatt lo llama in context: enfatiza esta fase de la interpretación museográfica y relaciona las técnicas de exposición, disposición y explicación con la finalidad de transmitir ideas. Manifiesta que ningún objeto adquiere significado en forma aislada, sino que se tienen que contextualizar y, en ese momento, pasan a ser objetos textualizados (Kirshenblatt-Gimblett, 1998: 23).
          Como ya hemos visto, el objeto museístico no tiene un significado único ni sustancial ni en la sociedad que lo utiliza ni en la exposición en que se muestra, sino que en tal objeto confluyen aquellos significados que es posible establecer mediante las distintas relaciones que pueden identificarse con los diferentes elementos, ya sea del contexto social al que pertenecen, es decir, su “construcción en el discurso social, ya mediante la exposición en que se le muestra. En concreto, el diseño de una exposición puede permitir recuperar la pluralidad de interpretaciones asignables a determinado objeto en función de los diversos significados que emergen de su relación con unos u otros de los elementos presentes en su contexto.
          En este marco, Friedrich Waidacher encuentra dos características fundamentales del objeto museístico: la originalidad (Originalität) y la autenticidad (Authentizität). Estas características están relacionadas con la memoria cultural (das Kollektive Gedächtnis) de una sociedad que es resguardada por el museo. La autenticidad depende de la relación de los objetos con hechos o antecedentes, las cuales debe (el objeto) representar. La representación dependen del contexto en el cual ella se justifica, y del objetivo para el cual se hace presente. La autenticidadprocede no sólo como la originalidad del objeto, sino que ésta tiene que ser demostrada por un proceso de conocimiento científico propio. El resultado sólo puede ser la identificación del objeto como un objeto de museo posible (Musealie) (Waidacher, 2005: 27).


          Por eso, y para ensayar un sistema de interpretación, es importante realizar un análisis de la construcción del discurso o del significado tanto del propio objeto como de la representación del mismo objeto en el museo. Es decir, buscar las reglas propias de cada uno de los parámetros con los que se construyeron y actualizaron determinadas significaciones. Abarcando la totalidad de los agentes que intervienen en cada exposición, constituye el modo de explicar el proceso de proposición, interpretación y transformación del significado de lo exhibido, así como su resultado por el hecho de estar exhibido, según las características del diseño de la exposición y adecuándose a los sistemas de interpretación de los mismos visitantes.

Literatura citada

          Benjamin, Walter, Das Kunstwerk im Zeitalter seiner technischen Reproduzierbarkeit: drei Studien zur Kunstsoziologie, Frankfurt am Main, Suhrkamp (Edition Suhrkamp 28), 1963.
          Buchli, Victor, The Materiel Culture Reader, Published by Berg, Oxford, New York, 2002.
          Geertz, Clifford, The Interpretation of Cultures, Basic Books, A Division of Harper Collins Publisher, Printed in the United States of America, 1973.
          Gell, Alfred, Art and Agency an Anthropological Theory, Clarendon Press, Oxford, 1998.
          ----- The art of anthropology. Essays and Diagrams, London school of the economics monographs on social anthropology, vol. 67, 1999.
          Hodder, Ian (ed.), The Archaeology of contextual meanings, Printed in Great Britain at the University Press, Cambridge, 1987.
          Karp, Ivan (ed.), Exhibiting cultures. The poetics and of museum display, Wash (u.a), Smithsonian Institution Press, 1991.
          Kirshenblatt-Gimblett, Barbara, Objects of Ethnography, en Pearce, Susan M. (Hrsg.) Museum studies in material culture, Leicester (u.a), Leicester University Press (u.a.), 1991.
          ----- Destination culture: tourism, museums, and heritage, Berkeley, California (u.a.), University of California Press, 1998.
          Lidchi, Henrietta, The Poetic and the politics of exhibiting other cultures, In Hall, Stuart (Ed.) Representation: Cultural representation and signifying practices,           The Open University, Walton Hall, Milton Keynes MK7 6AA, The British Printing Company Ltd, 1997.
          Stewart, Susan, On Longing, narratives of the Miniature, the Gigantic, the           Souvenir, the Collection, Duke University Press, Printed in the United States of America, 1996.
          Waidacher, Friedrich, Museologie–Knapp gefasst, Böhlau Verlag Wien, Köln-Weimar, 2005.

Páginas de Internet consultadas
http://www.magarinos.com.ar: 26.08.2005.


* Jesús Nava Rivero es doctor en Filosofía en Antropología del Arte en la Universidad de Viena. Profesor en el Instituto de Historia del Arte de la Universidad Karl-Franzens-Universität Graz en Austria. Ha trabajado en el Museo de Etnografía de Viena y en el Museo de historia del arte en la misma ciudad.Sus principales líneas de investigación son estudios culturales, arte y cultura visual, interculturalidad y globalización, museos, antropología del arte, historia del arte, modernismo, Mesoamérica y América Latina.


Inserción en Imágenes: 08.12.09
Foto de portal: museo
 


   
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