Cabeza Bolet’n Informativo IMçGENES IIE boton-dearchivo
boton-dearchivo
boton-dearchivo
boton-dearchivo
boton-dearchivo
boton-dearchivo
boton-dearchivo
boton-dearchivo
boton-inicio boton-directorio menu-boletin boton-archivo boton-regresar boton-instituto boton-unam boton-contacto
 
posisciones

La construcción de un discurso histórico en torno al simbolismo salomónico en la Nueva España

Oscar Flores Flores*
oscarhff@hotmail.com

 

Martha Fernández:Estudios sobre el simbolismo en la arquitectura novohispana, México, Instituto de Investigaciones Estéticas-UNAM/Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2011.


En los anales de la historia del arte de nuestro país, la arquitectura siempre ha tenido un lugar privilegiado; las manifestaciones artísticas del virreinato, hasta hace unos pocos años, estaban consideradas como la expresión más importante. Por supuesto, fueron muchas las razones por la que los estudiosos le concedieron esa supremacía. Así, desde que se iniciaron los estudios del arte novohispano de manera sistemática, la monumentalidad de los conventos construidos por las órdenes mendicantes y la forma en que los modelos formales y las tipologías de la Edad Media y del Renacimiento fueron adoptadas en la Nueva España, captaron la atención de especialistas estadounidenses como Sylvester Baxter y George Kubler. Por su parte, los españoles Diego Angulo, Enrique Marco Dorta y José Moreno Villa contribuyeron también a difundir la enorme riqueza decorativa y compositiva de las iglesias barrocas. De este modo, poco a poco se fue gestando la idea de considerar a México como un país profunda y eminentemente barroco.
            De acuerdo con el razonamiento anterior, prominentes intelectuales mexicanos como Jesús T. Acevedo, Francisco Díez Barroso, José Juan Tablada y desde luego Manuel Toussaint abonaron de igual manera el terreno para que esa idea trascendiera en el ámbito de la historia del arte. Tal fue su éxito que durante la primera mitad del siglo XX la arquitectura virreinal, particularmente la barroca, fue vista como la arquitectura nacional por excelencia y se convirtió en un referente histórico obligado en la ampliación y edificación de nuevos edificios públicos, así como en la construcción de los pabellones de México en diversas ferias internacionales.
            Claro está que fueron muchos los factores que contribuyeron a conformar esta idea: lo mismo la mano de obra indígena anónima que el recuerdo de destacados arquitectos criollos como Francisco Guerrero y Torres; la exuberancia ornamental del Sagrario Metropolitano lo mismo que la monumentalidad neoclásica del Palacio de Minería; los referentes cultos como el convento de Actopan, inspirado en el Tratado de Serlio, lo mismo que la imaginería popular, plasmada en argamasa, de las pequeñas iglesias poblanas de San Francisco Acatepec y Santa María Tonantzintla.
            Por todo ello, a diferencia de otras manifestaciones artísticas virreinales, la arquitectura ha tenido desde hace mucho tiempo un sitio en la historia del arte occidental. Tanto es así que todavía en muchos manuales europeos y norteamericanos se ilustra el arte mexicano con una imagen de la Catedral de Zacatecas.


           En esta misma línea trazada por notables historiadores del arte y arquitectos como Francisco de la Maza, Carlos Chanfón Olmos, Manuel González Galván, Jorge Alberto Manrique y Elena Isabel Estrada de Gerlero puede ubicarse la obra de la doctora Martha Fernández, historiadora que se ha caracterizado siempre por su rigor académico y la originalidad de sus temas de estudio. Gracias a sus investigaciones conocemos la importancia que tuvieron los maestros mayores de la Catedral de México durante los siglos XVI y XVII; de igual forma, la doctora Fernández fue la primera en llamar la atención sobre la trascendencia que tuvieron Puebla y su Catedral en la difusión de la columna salomónica.
           En su libro más reciente, Estudios sobre el simbolismo en la arquitectura novohispana, la erudición de la doctora Fernández se halla presente en todos los artículos que lo integran. Su profundo conocimiento de los autores clásicos, de las Sagradas Escrituras y de la patrística; su manejo de las fuentes documentales y de los tratados de arquitectura que tanto influyeron en los maestros novohispanos, constituyen el sustrato intelectual que le ha permitido brindarnos una obra que sin duda está destinada a convertirse en un clásico de la historia del arte virreinal.
           Estudios sobre el simbolismo en la arquitectura novohispana es un libro profusamente ilustrado con fotografías, planos y alzados, en donde las reproducciones de pinturas, templos y retablos establecen un diálogo visual con un discurso histórico plenamente sustentado. El diseño es de Iván Salcido y la edición estuvo a cargo de Jaime Salcido y Romo.


           La obra está presidida por dos presentaciones: una de Arturo Pascual Soto y otra de Alfonso de Maria y Campos. Cuenta además con un interesante prólogo en el que José Pascual Buxó vincula el simbolismo de los edificios novohispanos con la tradición de la retórica clásica, tanto de los autores grecolatinos como los del Renacimiento y el Barroco. Con ello resalta "la disponibilidad de los modelos o paradigmas antiguos para convertirse en signos significantes de nuevos contenidos religiosos y culturales". De esta manera queda claro que la habilidad de los poetas y artistas del virreinato consiste en interpretar los complejos programas iconográficos presentes en los arcos triunfales y en las eruditas estructuras simbólicas de los templos.
           Precursora como siempre, la doctora Fernández se ha interesado desde hace varios años en diversos temas de investigación. Entre ellos se encuentra el simbolismo de la arquitectura del virreinato, sobre el cual tratan los catorce artículos que conforman el volumen reseñado, mismo que está estructurado en cuatro grandes apartados que dan idea del desarrollo temático y argumentativo de la obra:

I. Elementos arquitectónicos.
     Los tratados del orden salomónico.
     Guarino Guarini en la Nueva España.
     El soporte salomónico en la arquitectura novohispana.
     La imagen del cielo en la arquitectura novohispana.      Mantos, doseles y cortinajes.
     La luz en la arquitectura barroca novohispana.
II. Edificios.
     La imagen del Paraíso en la arquitectura novohispana.      Las capillas.
     El sentido simbólico de la Catedral de México.
     La Catedral de Puebla en el siglo XVII: una imagen del      Templo de Salomón en la Nueva España. El proyecto      del obispo Juan de Palafox y Mendoza.
III. Retablos.
     Tipologías formales del retablo novohispano (una      aproximación).
     El significado simbólico del retablo novohispano. Tres      tipologías.
     El retablo barroco. Sus tipologías y su mensaje      simbólico.
IV. La ciudad.
     La Jerusalén Celeste. Imagen barroca de la ciudad      novohispana.
     Puebla. La ciudad trazada por ángeles.

           Acerca del simbolismo y su utilización en la arquitectura virreinal, Martha Fernández analiza, por ejemplo, los repertorios formales que emplearon los maestros locales en la construcción de sus edificios y el papel que tuvieron los tratados de arquitectura, como el de Guarino Guarini, en la práctica edilicia, sin descartar la influencia de los modelos de fray Juan Rizi y los de Juan Caramuel en la conformación de un ordine ondegiante, orden mosaico u orden salomónico que alcanzó una gran difusión en tierras americanas. En cuanto a este orden, como señala la autora, cabe apuntar que no puede restringirse a la utilización de la columna helicoidal, pues la riqueza de su simbolismo se evidencia también en el empleo de otras soluciones formales, como las estrías móviles y la estructuración de un espacio arquitectónico, así como el proceso de sacralización en las plantas octogonales de algunos templos.


           Martha Fernández afirma que "la cultura simbólica de la Nueva España desempeñó un papel de capital importancia en el uso de las soluciones formales que se adoptaron en la arquitectura de México a lo largo de todo el periodo virreinal"; por ello, en su libro se abordan otros aspectos del simbolismo en la Nueva España, como la imagen del Paraíso y la Ciudad de Dios y el deseo de la sociedad virreinal de recrear este ideal por medio de la utilización de específicos elementos formales para así "hacer de sus ciudades y pueblos la imagen terrena de la Jerusalén Celestial". Partiendo de este supuesto, la morfología de las ciudades novohispanas podría explicarse no sólo por su filiación clasicista, basada en los tratados de Vitruvio y de Alberti, sino también por una perspectiva simbólica vinculada con la tradición judeocristiana.
           En este sentido, junto a la obra del arquitecto romano Marco Vitruvio Polión, considerada el texto canónico por excelencia para humanistas, arquitectos y filólogos interesados en la práctica edilicia de Occidente –que con toda razón remontan los orígenes de nuestra cultura al mundo clásico–, el Templo de Salomón es sin lugar a dudas "el otro" referente arquitectónico que ha pervivido en el imaginario occidental.


           Acorde con ello, el libro de Martha Fernández no se limita a estudiar un repertorio de elementos formales, ni a darnos una nómina con los nombres de los arquitectos y comitentes involucrados en las obras que se analizan. La obra es más ambiciosa (aquí me permito parafrasear algunas ideas de William J. Hambling y David Ralph Seely, procedentes de la introducción de su espléndido libro dedicado al Templo de Salomón [Madrid, Akal, 2008]): no narra la historia de un artista, de un mecenas o de un monumento, sino la historia de una idea que tiene su origen en la más lejana antigüedad y cuyas repercusiones han trascendido a lo largo del tiempo. Indaga acerca de una idea de profundas connotaciones culturales y religiosas, que sugiere que Dios vive entre los hombres y que su presencia en el mundo se ve materializada por medio de su templo. Esta idea data incluso del Neolítico, por lo que es anterior a las grandes construcciones de Mesopotamia y del Egipto faraónico; sin embargo, aun cuando se verá plasmada en pirámides y zigurats, para la cultura occidental es el Templo de Salomón, en Jerusalén, la obra más acabada que dará forma a este anhelo de brindar a la divinidad un lugar santo en el cual pudiera habitar y ser adorada.
            El Templo de Salomón, construido originalmente en el tercer milenio antes de Cristo, es uno de los hitos culturales más importantes y significativos del mundo a lo largo de toda su historia, debido principalmente a la trascendencia que ha tenido su simbolismo entre las tres grandes religiones monoteístas, mismas que lo consideran como uno sus referentes arquitectónicos más sagrados. Aunque en sus primeros siglos de existencia se trataba sólo de una estructura arquitectónica muy sencilla, acorde con la reducida importancia que tenía el pueblo hebreo en el contexto cultural y político de aquel tiempo, a causa de la proyección que obtuvo la tradición judaica a través del Cristianismo y del Islam, el Templo de Salomón se convirtió en un paradigma cultural sin parangón en la historia. Su estructura compositiva y su sencillo programa decorativo no eran muy diferentes a los de otros conjuntos religiosos ubicados en la Media Luna Fértil; sin embargo, si se compara con las dimensiones monumentales de los conjuntos religiosos de Nínive o de Persépolis en Asiria y Persia, o con los fastuosos templos de Luxor y Karnak en Egipto, el Templo de Salomón era austero y sencillo, tanto en sus proporciones como en los materiales empleados en su construcción.
            A diferencia de estos grandes edificios de la antigüedad que han sobrevivido hasta nuestros días, del Templo de Salomón solamente se conservan unos pocos vestigios arqueológicos y algunas partes aisladas que han permanecido (como el Muro de las Lamentaciones, que de acuerdo con algunas tradiciones formaba parte del debir, es decir, la sección más sagrada del Templo, y por ende, la más importante, ya que en ella se ubicaba el Sancta Sanctorum). No obstante, aun cuando el templo salomónico fue destruido en el siglo I d. C., su recuerdo ha permanecido vivo entre los feligreses de "las tres religiones del Libro", a lo largo de los dos milenios transcurridos, ejerciendo una continua influencia en el arte y en la historia. Por ello, como bien afirma la autora, "en la historia de las reconstrucciones ideales del Templo de Salomón, la riqueza formal y representativa de sus diversos elementos radica en el ir y venir de mitos, leyendas de Oriente y Occidente que han ido conformando las muy diversas imágenes con que se ha interpretado el diseño del Sumo Arquitecto".


           Prueba de lo anterior, es el hecho de que más de 2 500 años después de su construcción, en el Nuevo Mundo se fundaron ciudades, villas y pueblos cuya traza ortogonal, si bien retomaba los ideales clásicos, también coincidía con la morfología de la Ciudad Santa descrita por San Juan en su visión en la Isla de Patmos. De igual forma, comenzaron a edificarse conventos, iglesias y catedrales que pretendían emular la grandeza del templo hierosolimitano, apropiándose de sus características formales y de todas sus connotaciones simbólicas. Al hacerlo, la sociedad novohispana no sólo evocaba la imagen del Templo de Salomón y recreaba el diseño de la Jerusalén Celestial en la tierra; también trataba de encontrar los valores de la arquitectura perfecta y llevarlos a la práctica; buscaba asimismo hacer tangible un concepto urbano y edilicio revelado por Dios, lo cual coincide con lo que Martha Fernández llama "el proceso de construcción del concepto novohispano de la arquitectura perfecta".
           La forma en que se gestó esta idea y la manera como se vio plasmada en las trazas urbanas y en las representaciones pictóricas, en las fachadas y los retablos, así como en las plantas y los alzados de los templos novohispanos, es otra historia. Una historia que ha sido narrada funcional y acertadamente en este volumen por Martha Fernández.


* Investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.

Inserción en Imágenes: 18.06.2012
Imagen del portal:Capilla del Rosario, convento de Santo Domingo de Puebla.
Foto: Martha Fernández.

Temas similares en Archivo de artículos



   
Instituto de Investigaciones Estéticas
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO