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Julieta Campos y la Forza del Destino

Arnulfo Herrera*
arnulfoh@servidor.unam.mx

Varias veces escuché a Julieta Campos ponderar las virtudes épicas de la novela y subrayar la imposibilidad de las sociedades modernas para expresar en verso sus grandes epopeyas. Los exá­metros homéricos, los virgilianos y aun los metros heroicos irregulares del Poema de mío Cid pertenecen a lenguas desaparecidas. El lenguaje de las octavas reales en castellano –estrofa mucho menos arcaica que se configuró con los endecasílabos de Ariosto a partir del Renacimiento y dio vida a las épicas profana y sagrada–, sonaría muy artificial y rebuscado para los oídos de cualquier receptor actual. El poeta moderno está desprovisto de una herramienta tan contundente como la que emplearon en sus momentos Homero, Ariosto, Camoes o Ercilla; sólo le queda el recurso de emplear el verso libre o la novela, ese género híbrido de versatilidad y alcances infinitos. Por eso Julieta Campos utilizó la novela que, además de ser el género favorito de su ejercicio literario, era el único medio que tenía las posibilidades de permitirle recrear todo el universo de sus antepasados y la historia de su pueblo en un proyecto tan ambicioso como La forza del destino (México, 2003).

Ya sabemos que Julieta había elegido la nacionalidad mexicana desde los años cincuenta y que su literatura era ajena a los localismos y otras limitaciones tradicionales, pero no desoyó nunca sus voces interiores ni intentó evadir su pasado ni olvidó sus orígenes ancestrales. De acuerdo con las creencias de los grandes autores latinoamericanos (Borges, Cortázar, Rulfo, García Márquez), intentó más bien dar a sus recuerdos y obsesiones una proyección universal y, sin quitarles el matiz de su individualidad, encontrar en ellos los arquetipos comunes a todos los hombres. Pero aquí, en ésta que sería su última novela, no trató de abstraer sus historias para construir la historia de las historias como en El temor de perder a Eurídice (1979), tampoco de experimentar con la ubicuidad del narrador para ofrecer varias perspectivas simultáneas de una misma escena (como en Tiene los cabellos rojizos y se llama Sabina, 1964). En La forza del destino se comprometió plenamente con la patria que la vio nacer y le dio las bases de sus sentimientos y emociones y el acento que moldeaba su voz y que nunca pudo ni quiso abandonar del todo. Sólo que la patria es mucho más que aquella entidad forjada por los políticos, es el presente, el pasado y el futuro de la nación que sentimos conformar, de la que somos parte; es la que contiene a la gente que nos rodea, la que alimenta a nuestra familia y nos acerca a los amigos, también a los enemigos y nos deja conocer a los semejantes que sólo van de paso, pero nos dejan una huella en la memoria. La patria se recrea cada día, se inventa y se reinventa en las conversaciones, se investiga, se descubre, de ahí que La forza del destino represente uno de los esfuerzos más grandes que haya emprendido un novelista en las últimas décadas para reconstruir la imagen de su patria. Julieta Campos se puso a cifrar el pasado, el presente y el porvenir, replanteó la historia de Cuba, de una patria íntima que se formó con los antepasados de la narradora principal y de una patria que está a la vista de todos y se debate en una de las encrucijadas más intensas del devenir histórico mundial. Como diría alguno de los múltiples narradores: “La Isla no espera una primavera. Espera un milagro.” Por lo pronto, “Lo único que queda es la pesadilla cotidiana. El cierre de caminos. Atrapada en sus contradicciones, en una utopía sin límites, la Isla. Delirante y descabellada, la Isla. Descalza, hambrienta y en harapos, la Isla” (pág. 39).


           Como nos tiene acostumbrados, tanto en sus ensayos como en sus novelas anteriores, Julieta Campos despliega un enorme conocimiento de la literatura universal. La forza del destino está construida con el patrón de la ópera de Verdi que le dio el nombre a la novela. Comienza con una enorme obertura de setenta y cinco páginas titulada “El día en que se instaló la neblina.” Es una pieza autónoma, vertiginosa en su despliegue de personajes y situaciones, de voces cubanas que claman y exclaman, que modulan la historia y la política. Como ocurre en las oberturas musicales, en esta pieza se enuncian todos los narradores y todos los temas que después habrán de desenvolverse en tres tiempos. Cada tiempo o cada parte de la novela están compuestos de muchos episodios que ostentan diversos ritmos, así como tonos e intensidades diferentes. No hay un solo punto de vista, sino las múltiples perspectivas de los protagonistas que aún construyen la dilatada epopeya de Cuba. A la manera en que Edgar Lee Masters (1869-1950) dispusiera los epitafios que configuraron su Spoon River Anthology (1915), las voces de José Martí, Lezama Lima, Fidel y Raúl Castro, Delsa Puebla, Camilo Cienfuegos, Raúl Rivero, Leonardo Padura, Carlos Lage, Osvaldo Payá, Cabrera Infante, Severo Sarduy, María Zambrano y la propia Julieta Campos o la prototípica abuela María de la Torre, en medio de un centenar de voces más, importantes todas, sean del bando que sean, resuenan para tejer, analizar y discutir la historia de un país y su futuro, a la vez que nos revelan fragmentariamente su propia vida. Del mismo modo en que Juan José Arreola construyó la vida de Zapotlán en La Feria (1963), a través de los diferentes retazos de vida cotidiana que los protagonistas van mostrando al lector, los lectores de La forza del destino vamos armando la obra como si se tratase de un rompecabezas donde al final embonan perfectamente hasta las frases que en principio creímos insignificantes.


           La historia de Cuba es importante para Julieta Campos porque representa sus orígenes, pero es importante para todo el mundo porque la Isla se volvió recipiendaria del mayor experimento social que se haya practicado en el siglo XX: el socialismo. El estruendoso fracaso del sistema en lo que fue la Unión Soviética y los países de la Europa del Este, nos han hecho mirar a la Isla con los ojos críticos que no le habíamos dispensado antes. Gracias a ello entendimos a los tempranos disidentes y comprendimos que el despiadado bloqueo económico de los gobiernos estadunidenses no ha sido el único culpable de la cerrazón cubana, del hambre y la escasez, de la corrupción. Acaso el eje de toda la historia y de toda la exploración que emprende la autora para cifrar y descifrar la trama de una compleja tela que no es como las telas que envuelven a los demás países latinoamericanos. Cuba es una isla en todo sentido, más antigua en su hispanismo que las demás naciones de la región, ha sido desde entonces promesa de utopía y está bendecida o condenada a un destino que la ahoga.

Entre la languidez de la brisa y el furor del huracán. Entre la oferta del paraíso y la amenaza del infierno. No sabíamos que utopía y naufragio eran una y la misma palabra. Juro que no lo sabíamos. ¿Qué día empezó la pesadilla? El día en que el tiempo se quedó en suspenso. El día que Fidel dijo que reencarnaba a Martí y que podíamos abrazarnos al fin de la Historia.

           Creímos que el socialismo era un puente hacia la eliminación de la lucha de clases, hacia el comunismo, donde no habría más contradicciones entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, esto marcaba el fin de la Historia como la conocemos hasta ahora. El hombre dejaría de ser el lobo de sí mismo y alcanzaríamos el reino de la libertad. En aquel momento –principios de los años sesenta– envidiamos a los cubanos porque habían alcanzado el sueño que todos los intelectuales de izquierda buscaban. Cuba había conseguido algo que ni los grupos más prestigiados de luchadores sociales habían logrado en los países mejor preparados para el cambio cualitativo de la historia. Por eso los cubanos se plantearon los privilegios de ser isla y de ser heredera de una posición ventajosa en el imaginario de los hombres:

Muchos han pretendido atribuirnos una condición excepcional, una especie de “destino manifiesto”, como si ser Isla fuera, más que un inconveniente, un privilegio. Algo que nos señalaría alguna misión excelsa, como la de volvernos algún día reino de Utopía, una palabra que después de todo es bastante ambigua… a la vez un sitio de maravillas y un territorio que no se encuentra en ninguna parte (págs. 615-616).



           Fracasada la invasión de Bahía de Cochinos en abril de 1961, Cuba fue quedando aislada del continente y con el mundo pendiente de sus pasos; con el tío Sam vigilante de que la revolución se extendiese a otros países de la región; después los gringos supusieron que Cuba no representaba un peligro serio en lo que se refiere a la propagación de su sistema y, tomadas las medidas pertinentes de confinamiento, la dejaron recrearse en su destino:

Esta Isla siempre anduvo enamorada de la belleza de la Muerte. De la belleza de la Medusa. Cultivamos la tendencia a la inmolación. A mirar de cerca el precipicio. Nos ha gustado asomarnos al abismo. Aquí todo era con mayúsculas. Siempre nos gustaron los héroes que morían jóvenes. El único del que la Isla va a abjurar, te lo prometo, es el que no supo morirse a tiempo. Perdón. Me equivoco. El que se empeñó en no reconocer que ya se había muerto. Tú sabes a quién me refiero. Tú sabes. La Isla es un galeón de maravillas. La Isla es un barquito de papel. Hemos vivido en una ópera, tú tienes razón: La forza del destino. Lo hemos cambiado todo. Pero no hemos cambiado nada (págs. 15-16).

           En un principio fue habitada por la esperanza y se ufanó de la abundancia y el progreso, pero la pesadilla sobrevendría después.

Fue revolucionario. Lo acusaron de homosexual. Empezaron a acosarlo. Un día lo arrastraron por la calle. Lo mandaron a una UMAP. Era muy joven. Muy frágil. A un campo de trabajos forzados. Para marginales. Para parásitos. Iban a reeducarlo. A hacerlo un hombre nuevo. Es todo lo que tengo que decir. Lo peor es que nos hemos acostumbrado a esto. Como si fuera natural e inevitable. Nadie tiene voluntad. Castro nos ha castrado. Eso no tiene remedio. Nos acostumbramos a trabajar poco y mal. A simular. A que nos dieran todo (pág. 32).

Julieta Campos no hace una obra de denuncia como podría desprenderse de lo que llevamos apuntado. Por el contrario, su novela es un bellísimo experimento hiperartístico, como fueron sus novelas anteriores, sólo que en éste puso de sí misma la totalidad de su existencia. Exploró con el lenguaje de una narradora consumada los resquicios de un tiempo que da cuenta de sus antepasados, indagó los rincones de una historia que se desarrolla diacrónicamente, pero se gesta en la sincronía de los hechos cotidianos que, sin sospecharlo, acaban resultando significativos para el individuo y para la patria que lo envuelve. Con el lenguaje del arte y no con la retórica de la crítica política, dio cuenta de un pasado, un presente y un porvenir que pone de manifiesto la existencia del destino como una fuerza ineludible del universo a la que heroicamente se enfrenta el hombre con su humilde libertad. En conclusión, la novela de Julieta Campos es un canto de amor para la tierra que le dio la vida. Un canto de amor entendido como la obligación de reunir todos los puntos de vista, de indagar en las raíces más profundas de la historia, de buscar los orígenes, de narrar las vicisitudes que llevaron a los emigrantes españoles a poblar la Isla. De narrar las emociones, las ideas y las transformaciones que colonizaron el país. De entender la lucha entre el destino y la libertad (“Moira” y “Até”) que pusieron las cosas en el estado en que se encuentran. La novela es un canto a la fuerza del destino, un destino que no puede condenar a un pueblo a la oscuridad eterna y que, después de castigarlo medio siglo con una esperanza que no floreció, debe permitirle recuperar otra vez la luz, debe disiparle aquella niebla que un día se estacionó y se fue haciendo densa. La forza del destino es, sin duda, una de las más grandes novelas que se hayan escrito en los últimos años.

* Arnulfo Herrera es investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Es autor del libro Tiempo y muerte en la poesía de Luis de Sandoval Zapata. (La tradición literaria española).


Inserción en Imágenes: 01.09.09
Foto de portal: Julieta Campos y La forza del destino.
 



   
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