Los sonidos en la obra de Juan Rulfo
Julio Estrada
ejulio@prodigy.net.mx
La relectura de Pedro Páramo,
ahora en la edición basada en los manuscritos originales
del autor, a cargo de la editorial RM&Fundación
Rulfo, nos conduce al concentrado contacto con una de las
obras literarias más bellas, vigorosas y compactas
en lengua española.
No es un fenómeno casual que la novela, a partir de
su aparición en 1955, se haya abierto el camino del
reconocimiento total por sí misma, sin los vericuetos
de las promociones editoriales internacionales (tan en boga
hoy en día) y sí con la intervención
de la conciencia analítica de una crítica literaria
auténticamente profesional. No sólo cuentan
los complejos planos descriptivo-emocionales, ni sus voces
cambiantes y tránsfugas en un paisaje a la vez onírico,
real e histórico; la lectura en voz alta de sus páginas,
frases, palabras exactas y plenas, nos conduce al descubrimiento
de una síntesis poética y cultural, social,
psicológica y literaria que en muy selectas obras
y ocasiones ocurre en la literatura netamente universal.
Ofrecemos un análisis de la sonoridad y la musicalidad
contenidas en la obra de Juan Rulfo, realizado por el compositor
e investigador Julio Estrada. Ilustra el texto abstracciones
(sin título) de Fabiola Wong. AD
Mi primer contacto con Juan
Rulfo y su obra no vino de la lectura de
su novela y cuentos, sino de una audición
realizada por él, cuando hacia 1960
escuché a través de Radio
Universidad la grabación de “¡Diles
que no me maten!”–uno de sus
relatos–, y tuve el pensamiento casi
mágico de adivinar por el oído
que aquello sólo podía provenir
de él. Después supe que era
el propio Rulfo el de la voz.1
Mucho tiempo después, en el verano de 1985, durante
unos días
en Tapalpa, Jalisco, retomé la lectura de El Llano en llamas2 y
de Pedro Páramo3 de
Juan Rulfo. A través de paseos por una zona relativamente próxima
al Llano, pude observar paisajes, caminos que conducían a asentamientos
casi abandonados, como Atacco, además de tantos otros elementos del mundo
inventivo rulfiano. El Llano no es grande; nace al pie de los cerros de San Gabriel,
se extiende al sur hacia el Nevado de Colima y limita con la Sierra al Oeste,
donde están las mejores tierras, cerca de los arroyos; en contraste, entre
San Gabriel y la sierra, el sitio es en extremo árido.
A partir de la vivencia del lugar me sorprendía la presencia de rumores
incesantes de la realidad, al tiempo que las páginas de mi lectura de
Rulfo comunicaban de manera directa con los sitios y, en particular, a causa
de las numerosas alusiones de los textos, con todo el ambiente sonoro. De ahí que,
desde el inicio de mis lecturas, me propuse una captación distinta de
la obra, dirigiendo mi enfoque hacia la cuidadosa detección entre líneas,
primero de alusiones a rumores o a ruidos, y más tarde de concepciones
sonoras y musicales más extensas que pudiesen revelar las obras referidas.
Un examen global de materiales muy distintos entre sí me permitía
comprobar que la mayor parte de los cuentos y de la novela contienen narraciones
auditivas; el único entre los textos sin aludir directamente a lo sonoro, "¡Diles
que no me maten!", estaba elaborado, sin embargo, a partir de sonoridades
métricas. Todo ello me llevaría a suponer que la creatividad de
este autor no se circunscribía a lo literario, sino que también
implicaba, intensamente, una inventiva sonora cercana a la del músico.
Después de aquellos días había deseado dialogar
con Juan Rulfo sobre el tema de su obra y lo sonoro, además de hacerle
escuchar música que asociaba a su "Luvina", de El Llano
en llamas. A pesar de haberlo tratado brevemente en una ocasión,
muchos años atrás gracias a otro buen amigo jalisciense, Juan Francisco
González, opté por reservarme el propósito para un momento
en que mi proyecto de texto en torno al asunto estuviera más elaborado.
Cuando supe de la muerte de Rulfo, el 7 de enero de 1986, a los pocos meses intenté un
brevísimo artículo del cual nada conservaría; pero a los
tres días grabé un programa para Radio Universidad con un título
similar al de este libro y en el que establecería las primeras ideas del
trabajo por realizar.4
Mis lecturas analíticas me condujeron a resultados alentadores que se
irían consolidando inadvertidamente. Después de aquel contacto
renovado con la obra, a través de un interés creciente, logré extender
mis referencias a otros cuentos añadidos a El Llano en llamas aparecidos
en la posterior edición de las Obras5 de
Juan Rulfo, a los textos integrados en El gallo de oro6 y
al de una conferencia que dio en Colima —Dónde quedó nuestra
historia—7 además
de algunas entrevistas hechas al autor esparcidas en distintos libros.
A todo lo anterior se agregarían las experiencias que tuve posteriormente
al visitar, en 1988, Sayula y San Gabriel —hoy Ciudad Venustiano Carranza— sitios
de la infancia de Rulfo donde, en el ambiente ininteligible de un gimnasio, acudí a
leer una larga conferencia sobre el tema del sonido en su obra;8 y
cuando, al inicio de 1989, visité algunos lugares más de la región
del sur de Jalisco asociados al autor, como la antigua hacienda de Apulco de
las familias Vizcaíno y Pérez Rulfo, o a su obra, como el propio
Llano, la Telcampana de "El Llano en llamas" o poblaciones como Tuxcacuexco,
nombre inicial que el escritor dio a la hoy mítica Comala en la versión
de 1954 de Pedro Páramo,9 sitios
que me mostraban, además de sus relaciones biográfica y temática,
una perfecta correspondencia con la realidad sonora del Llano. Este último
contacto nutrió mi conocimiento por las alusiones de Rulfo a lo auditivo:
guiado por el oído de sus textos a través de lo que su invención
literaria convierte en sitios y ambientes legendarios, pude apreciar el hablar
de la gente, la sonoridad de los pueblos, de las cosas y el impactante silencio
de la llanura semidesértica, donde “la tierra, además de
estar reseca y achicada como cuero viejo, se ha llenado de rajaduras y de esa
cosa que allí llaman ‘pasojos de agua’, que no son sino terrones
endurecidos como piedras filosas, que se clavan en los pies de uno al caminar,
como si allí hasta a la tierra le hubieran crecido espinas.”10
El sonido, el silencio o el tiempo son elementos locales cuya presencia
en el Llano captamos hoy por la aguda capacidad perceptiva del autor; quizá resulten
parecidos a los de otros sitios en México, pero la obra literaria de Rulfo
los revela desde una dimensión inclinada a lo sensorial, de manera tal
que por sus textos podríamos igualmente ver, tocar, oler o gustar. Sus
descripciones serán, todas, de una sensibilidad poco común, hecha
para narrar la presencia del mundo a través de cada uno de los sentidos,
de maneras tan variadas que dan en conjunto la impresión de que a cada
momento nos encontraremos ante una alternativa nueva, como si el escritor intentara
dirigirse a cada recoveco sensible del lector. Encontraremos, es cierto, lectores
orientados por sus propias identificaciones sensoriales que captarán mejor,
por ejemplo, otras laderas de la obra, como la plasticidad, a diferencia de la
musicalidad que, por encima de los demás aspectos relacionados con lo
perceptual, propongo aquí entender como un elemento esencial de la creatividad
rulfiana. El tema es vasto e invita desde luego a estudios mayores, como los
de la presencia del tiempo en Rulfo, que abordaré brevemente en este libro
o, más en concreto, el de los sentidos.
"Luvina" es quizá el ejemplo de las alusiones a lo sensorial
que recoge las de mayor constancia y variación a lo largo del monólogo
del personaje principal: “—Por cualquier lado que se le mire, Luvina
es un lugar muy triste [...] Y usted, si quiere, puede ver esa tristeza a la
hora que quiera [...] hasta se puede probar y sentir, porque está siempre
encima de uno, apretada [...] como una gran cataplasma sobre la viva carne del
corazón.”11 Otra
frase, ahora de "El Llano en llamas", puntualiza el refinamiento perceptivo
en Rulfo: “Olía a eso: a sombra recalentada por el sol. A amoles
podridos.”12 La frase proviene
de una sensación tan individual que exige igual respuesta del lector,
aun cuando es posible que éste desconozca los olores del amole;13 no
obstante, la circunstancia en que se da el olor, la "sombra recalentada
por el sol", invita a indagar en la memoria experiencias similares. De no
existir o de no ser reconocida, la propuesta abre la incógnita para su
futura vivencia, laguna que tenderá a reemplazarse por una sensación
combinada: olor húmedo, caliente, putrefacto.
En el caso de lo sensorial, no son las valoraciones estéticas de Rulfo
las que van a guiar al lector; por el contrario, evitará emitir juicios
y se propondrá captar aquello que pueda ser compartido más allá de
lo subjetivo, intentando la comunicación en el nivel más general
sobre el fenómeno o el evento observado. Al evitar imponer categorías
en sus descripciones y al sugerir solamente cómo ocurren las sensaciones
internas —siempre en él—, Rulfo pide al lector poner en juego
experiencias propias y capacidades perceptivas. Véase el caso de "Talpa",
cuando de Tanilo dice su hermano: “sus llagas goteando un agua amarilla,
llena de aquel olor que se derramaba por todos lados y se sentía en la
boca, como si se estuviera saboreando una miel espesa y amarga que se derretía
en la sangre de uno a cada bocanada de aire”.14
El
texto sugiere sensaciones y deja a cada quien la posibilidad de asumir o de rechazar
su participación en ello, algo que sólo podría
ocurrir al echar a andar la imaginación de cada individuo. Algo semejante
parece suceder respecto a los diversos contenidos de los textos rulfianos; encontrar
su sentido es una labor que da cabida a la existencia plena del lector, para
entender a éste como parte de una acción más dinámica
que contemplativa. La idea parece implicar también algo característico
de la dualidad confesada de la personalidad del Rulfo escritor-lector, que entiende
la comunicación entrambos sujetos como parte de un proceso que implica
al afecto. Con singular refinamiento perceptivo el escritor tenderá a
conducir al lector a través de aquello que conoce, pero el entendimiento
será revelado en la medida en que se integre a una vivencia sensorial
intransferible. La sabiduría del escritor opera con juegos que, de forma
casi incesante, parecen pedir del otro la acción mnemónica, la
asociación libre o un estado de alerta respecto del gozo o desazón
de lo sensorial. A su vez, la sabiduría del lector residirá en
su capacidad de asimilar no sólo la historia concreta y los mensajes que
trascienden al relato, sino la de aventurarse a la búsqueda de vivencias
interiores.
Aun a pesar de las evidencias que había podido observar sobre la orientación
de Rulfo hacia lo sonoro, a lo largo del proceso de elaboración de este
libro me pareció importante distinguir las fronteras de mi propósito,
evitando caer en mi propia obsesión profesional. Si bien la puerta queda
abierta a observaciones críticas que puedan contribuir a una visión
más justa y más completa, el trabajo de búsqueda y de reflexión
en torno de estas ideas reafirmó a cada paso la intuición inicial,
mostrándome múltiples perspectivas que quizá lleguen a ser
novedosas para algunos lectores.
Lo relacionado con lo sensorial o con lo sonoro-musical en Rulfo va en paralelo
a la realidad o a la fantasía. La audición es sólo una entre
sus formas de representación del imaginario —a mi parecer, por encima
de algunos otros recursos literarios— de manera que desde ahí es
posible extraer huellas conducentes a sonoridades rulfianas, cuya prolijidad
y refinamiento matizan los textos de Rulfo.
En la primera edición de estos textos, proponía una serie
de ensayos constituidos por un conjunto de tres distintas sonoridades percibidas
en la obra de Juan Rulfo: sonoridades literarias, sonoridades ambientales y sonoridades
inventivas. En trabajos posteriores a la primera edición fui entendiendo
la necesidad de añadir la música como un elemento que no había
advertido suficientemente, como expondré un poco más adelante al
referirme en particular a dos personajes de la novela: Doloritas Páramo
y Abundio Martínez. El proceso mismo de ordenar el conjunto de materiales
que acumulé durante casi tres lustros me condujo en la última etapa
a agregar entre las sonoridades el manejo que Rulfo hace del tiempo. Si bien
lo temporal no es estrictamente una sonoridad, la singular concepción
que tiene el escritor de la novela permite entenderla propiamente como una forma
musical. Ambas extensiones de la versión inicial de este libro me llevaron,
de acuerdo con el énfasis y el grado de relevancia que tiene lo sonoro
en la creación rulfiana, a proponer cinco grandes capítulos:
sonoridades del habla, propias
del terreno del lenguaje, como las evocaciones
de carácter dramático y poético,
a las que añado las indicativas
de alguna presencia de la música,
entendiendo que la sola mención
no la implica;
sonoridades del ambiente, como
las descripciones puramente auditivas
de la realidad, que en Rulfo denotan
las calidades de un explorador de la
naturaleza;
sonoridades de la música, espacio
de múltiples evocaciones de instrumentos,
cantos, música, músicos
o, incluso, a formas de componer el texto
literario;
sonoridades del tiempo, ahí donde
la lectura de los textos de Rulfo llama
la atención por su manejo de la
forma y su concepción de ésta
con características cercanas a
las de la creatividad musical;
sonoridades de la pérdida,en
las que el juego entre la realidad y
la ficción conducen al escritor
a crear ambientes hechos de murmullos,
ecos, silencios o de fracturas en la
forma.
Las cinco distintas partes intentan tener
peso propio para acercar a los lectores
a un universo sonoro completo constituido,
primero, por formas del narrar, del oír
y del sonar en México. Y segundo,
por un imaginario sonoro que trasciende
la mera alusión a lo real y ofrece
un modo novedoso de creación musical
que procede de la fantasía literaria,
aquí entendida como alternativa
ante los lenguajes musicales. Buscando
contribuir así sea de forma breve
y modesta a otros estudios en torno de
las distintas temáticas que toca
la obra del autor, estos textos se han
propuesto no dejar fuera casi ninguna cita
alusiva a lo sonoro y lo musical, para
ensayar después una interpretación
de las ideas principales contenidas en
cada caso.
En una primera fase, suponiendo del lector
algún conocimiento previo de la
obra de Rulfo, mi análisis tiende
a evitar las referencias al sentido argumental
de las obras, concentrándose en
destacar las alusiones al oír, al
sonar, al nombrar o al imaginar sonoro
y musical. Al ofrecer la lectura de un
músico o la de un escucha de los
textos, a veces habré de saltar
por encima de las historias para descubrir
simplemente su oír. Toda vez que
el sonido es una materia que permea los
textos rulfianos, no dejaré de subrayar
relaciones significativas entre las vivencias
y el modo de expresarlas.
Por su creatividad y síntesis cultural,
la obra de Rulfo trasciende al conjunto
de factores aislados que puedan integrarla;
así, aquella lectura cuidadosa que
emprendí de los textos no dejó de
evidenciarme que cualquiera que se propusiera
otras, además de la estrictamente
literaria, encontraría sin duda ángulos
interesantes. Entre otros, los de orden
antropológico, histórico,
sociopolítico o psicológico.
Este último aspecto permitiría
abordar un tema central como el del dolor
en Rulfo, cuyos extensos matices son, a
todas luces, más importantes que
los que aquí trato. Es así que,
a través del último examen
que hago en estos textos, ensayo denotar
una esencia del autor que se refleja intensamente
entre las vertientes de su musical mundo
sonoro: la pérdida.
Justo al concluir en 1989 la primera
versión de este libro,15 El
sonido en Rulfo, sin premeditación
alguna de mi parte, el análisis
de los textos me fue conduciendo a un proyecto
personal: la composición de la ópera Murmullos
del páramo (1992-2006). Una
búsqueda incisiva en torno de algunos
de los personajes principales de la ópera
me hizo descubrir dos nuevas directrices
inadvertidas en mi investigación
inicial: la alusión a cantos y a
músicos en la novela. Respecto a
la segunda directriz, rectifico en esta
edición algunas imprecisiones contenidas
en un artículo que publiqué poco
después de aparecer la primera edición
de este libro, artículo del cual
retomo varios fragmentos aún válidos.16 Un
mayor acercamiento a la investigación
de la música citada en Pedro
Páramo me guió a su
vez al hallazgo de una vieja canción
escondida detrás del poema "Mi
novia me dio un pañuelo", citado
por Rulfo en un brevísimo fragmento
de la novela. También, a la idea
de que un breve texto de Justina aludiría
a una canción infantil: "El
dulce de menta es azul". Con la intención
de rescatar ambos textos hice, del primero,
una armonización para cuatro voces
mixtas; y del segundo, el diseño
de una breve y discreta melodía
que apoyase al texto infantil, para el
cual escribí otra versión
armonizada a cuatro voces. El conjunto
de todos los elementos aquí citados
fue reunido en un nuevo texto que presenté en
Canadá en un congreso internacional
que convocó la Universidad Nacional
Autónoma de México conjuntamente
con la Universidad de Ontario en torno
de la obra de Rulfo.17
Para servir de complemento a estas investigaciones,
el libro va acompañado de dos útiles
apoyos documentales:
- Fotográfico: varias imágenes
producidas por el propio Juan Rulfo dejarán
apreciar al lector y a los expertos una
faceta conocida, pero no menos importante
de este singular creador al relacionarlo
con lo sonoro. La búsqueda y selección
de dichos materiales partió de
la idea de sugerir, desde el ventajoso
paralelo que lo visual ofrece a la obra
literaria, las relaciones entre el ver y
el oír rulfianos. Sin
pretender ilustrar una literatura que
se basta a sí misma, empleo esas
imágenes fotográficas para
hacer ver aquellas que, a mi entender, "suenan",
tienen un cierto tiempo, denotan alguna
forma de movimiento o guardan relación
con el tema o con personajes rulfianos,
de manera que parecieran participar,
así sea lejanamente, de las ideas
aquí expuestas.
- Fonográfico: grabaciones de
diversa índole dan acceso a los
lectores a materiales relacionados con
la temática de lo sonoro; por
ejemplo, la creativa lectura que el propio
Rulfo –otra notable faceta artística– hace
de varios fragmentos de su obra; los
sonidos de los ambientes del Llano grabados
en trabajos de campo que realicé entre
1990 y 1992; obras musicales a las que
alude el escritor u otras que dejan establecer
la hipótesis del posible conocimiento
que el escritor pudiese tener de la cantante
michoacana Doloritas Páramo y
del compositor hidalguense Abundio Martínez;
diversas alusiones que la obra de Rulfo
hace a la sensación de tiempo
o, algo que caracteriza a sus escritos,
las diversas manifestaciones de la pérdida
a través de su constante evocación
de silencios, ecos o murmullos.
Estas páginas sintetizan una convicción
personal, producto del análisis
incisivo de varios enfoques sobre la obra
de Rulfo, no necesariamente inspirados
en el intento de mostrar su vocación
por lo sonoro y lo musical como simples
recursos de su escritura. Más allá de
una búsqueda en dirección
de la onomatopeya, el presente ensayo invita
a entender la voz de Juan Rulfo
como una nueva esencia. Véase la
del literato cuya honda vena musical hace
que su poética fluya a través
de una concepción profundamente
impregnada de creatividad auditiva, aspecto
que da identidad única a su obra.
Inserción en Imágenes: 15.02.06.
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