La danza como estado de ánimo
Alberto Dallal*
dallal@servidor.unam.mx
Gabriela Medina y Mario Villa han realizado el montaje de una pieza coreográfica
que nos introduce de lleno en la expresividad singular de la danza contemporánea: En
vida hermana, en vida… La modalidad, a la que estos creadores
denominan “Video instalación coreográfica para concierto
de dos bajos y un zopilote”, ciertamente interdisciplinaria como
lo son, en general, todas las “puestas en danza” o producciones
coreográficas actuales, persigue y logra la integración
de los temas contemporáneos a la enorme variedad de propuestas
y entremezclas escénicas de los espectáculos de rock,
las interactivas producciones electrónicas, las vicisitudes climáticas
y de improvisación del moderno Entertainment. Como en
otras de las producciones de La Manga, en ésta surgen boyantes
algunas de las características que han llevado a la rigurosidad
técnica y a la plena creatividad a estos dos, ahora ya maduros,
protagonistas de la nueva época de la danza contemporánea
mexicana: búsqueda de nuevas vetas “narrativas” en
la plena libertad de la experimentación y en ausencia de las cortapisas
de las producciones escénicas y coreográficas magnas, obvias
y tradicionales.
En efecto, en el Foro
de las Artes, un liso, limpio espacio “escénico”, proclive
a los juegos y malabares técnicos (ubicado en el Centro Nacional de las
Artes), Medina y Villa han montado una obra llena de sorpresas y agradables combinaciones
dancístico-visuales, que apelan a la apertura de los espectadores hacia
el juego de los nexos entre técnica e imagen, realidad-efecto, sincronía-desconecte.
La responsabilidad “narrativa” se halla en los cuerpos de dos experimentadas
bailarinas, Mariana Granados y la misma Gabriela Medina, quienes, partiendo de
la realidad depositada en los ojos y las expectativas de los asistentes, van
realizando concentrados ejercicios que no van más allá de las maquinaciones
inmediatas: observar el espacio, mirarse entre sí, mascullar frases, cambiarse
de vestimentas, echarse en el piso y levantarse, ejercicios que “ponen
en órbita” a un público al que se le ha dicho con anterioridad
que hay “elementos técnicos que no funcionan” para esa función
y que por ende se halla a la expectativa de la inmediatez que ofrece un espacio
que simula en todo momento un estudio de televisión o un foro-concierto
de rock, o incluso un talk-show. En este espacio subyacen las
claves de toda la narración, trágica, por cierto, de la “trama”:
el argumento consiste en retomar “la cualidad festiva e irónica
que nuestra cultura da a la muerte creando un espectáculo tipo concierto
rockanrolero…”
Se trata de dos rubias
conductoras de un programa, un direct show planificado para hablar y
para cantar. Vestidas a la pin up girl, con magníficos y sugerentes
(y por tanto funcionales) diseños de Miguel Mancillas (coreógrafo
fundamental de la compañía Antares, sita en Hermosillo),
van estableciendo una serie de ejercicios simultáneos de voz, respiración,
avivamiento y casi de inmediato decaimiento de sus estados de ánimo, situaciones
que van sumiendo a los espectadores en un mundo triste, trágico que va
rompiéndose, trastrocándose, en dirección de la realidad
con la “irrupción” de los propios técnicos del “programa” que
arreglan enseres, concentran luces, etcétera. Las bailarinas-cantantes
de rock se acicalan, dialogan, señalan inconvenientes, se transmiten
sensaciones, yacen en el piso mirando el futuro o la vida seca, y mediante sincronías
y des-sincronías narran una cierta historia, una biografía encubierta
que introduce al público en la triste historia de dos chavas, dos güeras
que nos hacen sentir nostalgia, por instantes misterio, la tragedia de una de
ellas, de ambas, de nosotros, los transeúntes, afuera, sentados, viendo
cómo se realizan ejercicios de instantánea y ¿lúcida? “modernidad”;
vemos cómo se cambian de vestimentas, cómo se acercan al micrófono
e intentan cantar, revelar; nos envuelven en un juego de irrealidad ¿electrónica?,
acompañándose, enfrentándose, sumidas en la música,
sí, electrónica y acertadamente espacial de Alonso Arreola.
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Pero sobre todo nos sumen
en un sorpresivo estado de tristeza. Algo que no dicen, que no hacen y sí expresan
ambas (¿hermanas?, ¿amantes?) queda depositado en el “estudio”,
en los remedos de frases y canciones ante los micrófonos, en sus pequeñas
y evidentes agresiones entre ellas, algo que se expuso poco a poco, se desenvolvió durante
la colocación de cuerpos inertes y durante las caricias a ciertos buitres
de conformación fálica, una sucesión de situaciones que,
aun lenta y paulatinamente, conduce al desenlace que puede ser el fin del programa,
la terminación de las sensaciones, el punto final de una coreografía
que acabó, vía el talento y buen manejo del espacio, en una especie
de exhausta muerte en vida mediante la manipulación del símbolo-buitre.
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Atractiva la plena sincronización
de cuerpos y estados de ánimo de ambas bailarinas-coreógrafas.
Estupendos los diseños visuales de Mario Villa, que cubren el espacio
sin molestar, sin “robar cámara”, sin protagonismos plásticos.
La narración escénica del relato perfectamente sumergida: los episodios
encubiertos y los cuerpos cubiertos por impermeables de color, por blusas y faldas
cortas, blancas-doradas, que finalmente nos hacen apartar de la mente el “concierto
de rock” o el concurso de baile, o la narración de una
muerte y que nos van seduciendo para aterrizar en las enormes, socavadas tragedias
de nuestro tiempo electrónico. Nos reponemos al final para aplaudir muy
animosamente este ejercicio libre y soberano, bien construido, de danza contemporánea.
* Investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la
UNAM y coordinador de esta revista electrónica.
Inserción en Imágenes: 19.10.10
Foto de portal: En vida hermana, en vida…, espectáculo
de La Manga Video y Danza, 2010. Foto: Edgar Blancas.
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