The Hershey man se
lleva las palmas en San Luis Potosí
Alberto Dallal*
dallal@servidor.unam.mx
Dirección coreográfica e interpretación
de Gabriela Medina; dirección de arte de Mario Villa;
dirección de ensayos y entrenamiento dancístico
de Guillermo Maldonado; música original de Carlo Nicolau;
texto de Maxine Green. Fue presentada durante el XXVI Festival
Internacional de Danza Contemporánea Lila López (1
al 14 de octubre de 2006) en San Luis Potosí. La obra
lleva un epígrafe de la propia Gabriela Medina: “Mientras
compro una papaya, de pronto me convierto en testigo de la
violencia; un vagabundo con un par de latas de chocolate
Hershey y un tarro de mantequilla de cacahuate escondidos
en sus bolsillos es descubierto por un mexicano que trabaja
en la tienda. El dueño, un chino, golpea furioso al
Hershey man. Yo observo...”, Nueva York, 2003. Las
explicaciones del texto del programa de mano indican el sentido
de la obra: “Retomando la estructura de una pelea de
box y vinculando estos hechos con una base ecléctica
de datos, El Hershey man es una declaración
estética interdisciplinaria en torno a dos extremos
de la condición humana: violencia y belleza...” La
obra, cuya duración es de 55 minutos, había
recibido ya en mayo de 2006 el Award Show de la
ciudad de Nueva York. Y La manga, compañía
de Medina, había obtenido el primer lugar en el Premio
INBA-UAM 1995, en el Segundo Concurso Intercontinental con
la obra Fábula de Hilario. Además,
Gabriela Medina recibió el premio a la mejor bailarina
del Festival de San Luis 2006.
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The Hershey man es, antes que nada, una estructura
coreográfica impecablemente construida: el escenario
resulta un cuadrilátero de boxeo, sin cuerdas, cuyos
límites, marcados en el piso, establecen los senderos
y el espacio interno en el que se desarrollan los “acontecimientos”. Éstos
no son, ni con mucho, la descripción literal de los
enunciados del epígrafe; tampoco resultan la narración
de las indicaciones del texto del programa, no obstante que
en esta ocasión se justifican las letras del enunciado
por su corta extensión y su concisión puesto
que se alejan a esa tendencia de ciertos coreógrafos
de danza contemporánea a “literaturizar” y
explicar sus realizaciones coreográficas, las cuales
deben ser percibidas por el público sólo mediante
los movimientos coreográficos y las imágenes
que se desenvuelven en el escenario.
La obra se lleva a cabo
con una impecable economía de
medios y mediante el uso sintético de imágenes.
Medina, excelente bailarina, rompe los cánones forzados
de considerar sólo a los cuerpos altos, bellos, espigados,
de tipo anglosajón, como paradigmas del ejecutante de
la danza. Con una experiencia de muchos años, Medina
lleva al escenario su madurez interpretativa de papeles realmente
difíciles, realmente contemporáneos, realmente
de “vanguardia”, papeles que le han dado en la
danza mexicana actual un papel preponderante e indiscutible.
Cavilaciones iniciales, desplazamientos, remedos de movimientos
frustrados o inacabados, sensaciones de agobio o de angustia
mediante evoluciones y recorridos frustrados o también
limitados e inacabados, caídas súbitas y vertiginosas
incorporaciones, sincopados movimientos de brazos y etapas
prolongadas de asunción de cierta actitud natural e
introspectiva y hasta serena, el cuerpo de Medina va haciendo
uso, invadiendo, apoderándose del espacio del ring que
es, al mismo tiempo, un remedo del universo de esa “belleza” que
sobrevive o existe plena dentro de cualquier situación
o historia terrible. Mario Villa ha “acondicionado” el ring de
manera original, exponiendo sobre el piso el interjuego de
las imágenes
y luces electrónicas que nos hablan de un “universo
otro” a la manera de las metáforas icónicas
de un cuadro cambiante, bello, abstracto y sintético:
la pantalla donde se exhibe esta belleza es el mismo piso
del ring y en ocasiones los movimientos a ras de
suelo de Gabriela se entrecruzan con las secuencias lumínicas
de Villa: por momentos el cuerpo de la bailarina es una mancha
dentro de la mancha; por momentos persigue la bailarina movimientos “indicados” por
la regularidad del diseño icónico (como si
el ser humano fuera tras del orden perdido o jamás
percibido); estas bellas y sorprendentes combinaciones plástico-dancísticas
no sólo van “des-incorporando” el escenario
real de su propia realidad sino trastrocando las dimensiones,
las relaciones, las proporciones que guarda la “memoria
visual” del espectador con el cuerpo en movimiento
de Gabriela. Nos hallamos ante una armonía total en
el escenario: el cuerpo, los movimientos, las luces, los
conceptos, los estados de ánimo, los claroscuros,
las rayas y áreas de color o lumínicas se suman
a sí mismas, danzan en conjunto, consagran el estado
de ánimo y la destreza increíble de los movimientos
de Medina. Se le antoja a uno, de pronto, convertirse en
un observador desde las alturas internas del escenario.
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Y, sin embargo, este magistral ejercicio coreográfico
(la “música”, las reducidas palabras
convertidas en acompañamiento musical se unen a
y en la obra) nos lleva de la mano, de la mano
interna de la mente y la conciencia, hacia momentos o episodios
de terror, de atroz tristeza, de, sí, mundo
actual.
No nos explicamos cómo los organizadores de las temporadas de danza oficiales
no concibieron y llevaron a cabo una temporada completa de esta completísima,
profunda obra de Gabriela Medina y su compañía. Ya es hora de que
en México se discierna, con pleno conocimiento de causa, cuáles
son los únicos medios y los requisitos para establecer o, mejor, restablecer
las temporadas de una sola obra en los escenarios de la danza contemporánea
mexicana: profesionalidad, aval de crítica e información consistente,
producción impecable, actualidad y originalidad. Todo esto a prueba de
funcionarios pacatos e ignorantes.
Para ver el video completo pulse aquí.
Inserción en Imágenes: 27.11.06.
Foto de portal: Gabriela Medina
en The Hershey man.
Foto: Toshihiro Shimizu.
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