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posisciones

El simbolismo en la arquitectura novohispana

José Alejandro Vega Torres*
catedra77@yahoo.com.mx

 

Martha Fernández: Estudios sobre el simbolismo en la arquitectura novohispana, Instituto de Investigaciones Estéticas-UNAM/Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 2011.

La mirada de los habitantes de las urbes actuales se halla bajo el imperio de la velocidad; además esta mirada le presta menor atención al ambiente que la rodea. El paso vertiginoso de quienes transitan por las calles de nuestras ciudades, por nuestros centros históricos, no permite registrar la belleza y riqueza de los vetustos edificios que se erigen como libros de piedra, como sobrevivientes del tiempo y de la indiferencia. Sin embargo, la mirada más astuta y curiosa podrá admirar, a pesar de los puestos con sus toldos multicolores y la gritería de los vendedores callejeros, aquellos edificios engalanados con representaciones de santos, elementos arquitectónicos magníficos, columnas salomónicas, estípites, medallones y retablos; en fin, una vasta riqueza simbólica concentrada en los edificios religiosos correspondientes a nuestro periodo colonial.
           En efecto, como lo expresa Martha Fernández en su libro Estudios sobre el simbolismo en la arquitectura novohispana, la cultura y el arte de la Colonia eran eminentemente simbólicos. Nos dice la autora al respecto: “La cultura simbólica de la Nueva España desempeño un papel de capital importancia en el uso de las soluciones formales […] El simbolismo no fue un tema aislado o de escasa importancia en aquella época; todo lo contrario, formaba parte de la vida religiosa y civil.”  De este modo, cada edificio religioso y lo que éste contenía proyectaban un mensaje exacto que hoy resulta difícil desentrañar. Precisamente, este libro permite al lector conectarse de nueva cuenta con la mirada simbólica que dominó el diseño de dichos edificios, retablos e incluso ciudades enteras como Puebla o la Ciudad de México.
           Esta obra es el producto de muchos años de investigación en archivos y bibliotecas, al igual que de visitas a diversos edificios religiosos del país. Los análisis y observaciones de la doctora Fernández en torno al simbolismo de las formas arquitectónicas novohispanas han sido vertidos en múltiples ponencias nacionales e internacionales, así como en distintas obras anteriormente publicadas por la autora. De esta forma, Estudios sobre el simbolismo… es la reunión de los más importantes textos de Fernández relativos al tema antes mencionado.

            La obra se divide en cuatro grandes apartados:
            I. Elementos arquitectónicos.
            II. Edificios.
            III. Retablos.
            IV. La ciudad.
            Estos grandes temas podrían parecer, en primera instancia, separados uno del otro. Todo lo contrario, en la obra hay un hilo conductor que los une. A lo largo de los diversos artículos, la doctora Fernández demuestra que tanto la traza misma de las ciudades como la producción de un templo y todo lo que contenía, como retablos, pintura o escultura, obedecen a un diseño preciso y, por consiguiente, dan lugar a una lectura compartida. El arquitecto Pablo Chico Ponce de León, de la Universidad de Yucatán, en escritos como Apuntes de iconografía colonial (1985),ha puntualizado que la arquitectura constituye una sola unidad de lectura, desde el mismo edificio, su traza, hasta los componentes que la “adornan” (pintura, escultura, retablos, etcétera). En conjunto permiten una lectura única que desde el academicismo del neoclásico comenzó a romperse; a partir de ese periodo las artes se dividieron, se separaron. Esto dio paso, como es ya muy sabido, a la crítica y el desprecio del arte barroco.
            Cabe resaltar que Martha Fernández plantea que la arquitectura de los templos cristianos y su inherente simbolismo son producto del desarrollo de algún arquetipo. El más importante corresponde a la recreación del templo de Salomón. Pero no únicamente eso, los templos cristianos no sólo siguen lo dicho e interpretado en las Santas Escrituras; también, sostiene la autora, son el producto de las diversas leyendas que sobre el mismo templo se formularon desde la Edad Media con la famosa Mezquita de la Roca, construcción de planta ochavada que se consideró era el modelo de dicho templo; si no era así, al menos se había edificado como el verdadero recinto que Salomón erigió. De esta forma, un aspecto muy importante, a mi modo de ver, resaltado en este libro es precisamente el papel central que juegan las leyendas y la tradición oral en la recreación de una imagología, en este caso correspondiente al famoso templo de Salomón. Esta clase de expresiones también se reflejaron siglos después en los diversos templos del cristianismo.
            La visión integral que presenta el libro le permite exponer de manera acertada el tema de los símbolos sagrados universales que han sido manejados por prácticamente todas las civilizaciones. Para su creación, los pueblos se han inspirado en el primer templo que es la naturaleza y que constituye la casa de la divinidad. La doctora Fernández enumera algunos elementos simbólicos básicos que durante siglos han sido recreados en la traza de edificios, en retablos y sus respectivas plantas y también en fachadas. Al respecto, dice la autora: “También examino la imagen del paraíso cristiano y la manera en que se representó en retablos y edificios de la arquitectura virreinal, así como los símbolos sagrados más antiguos de la historia de la humanidad: la piedra, la montaña, la cueva, el árbol y el manantial, o sea, los sitios sagrados de la naturaleza, el primer templo sagrado que reconoció el hombre, su paso por el cristianismo y su representación plástica en México.”


Una imagología de la columna salomónica

Por imagología entiendo el análisis histórico y plástico de una representación en diversos momentos de la historia; sus concepciones y transformaciones, así como sus usos y adaptaciones. Esto es precisamente lo que deseo destacar de la obra de Martha Fernández; ella hace una verdadera y exhaustiva imagología de la columna salomónica. Sobre el particular, resalta el hecho de que este tipo de soportes fue utilizado por los constructores del emperador Constantino hacia el siglo IV d. C. La columna salomónica provenía del Imperio Romano de Oriente y formó parte del tabernáculo de la Basílica de San Pedro mucho antes de que Bernini la incorporara en el siglo XVII a su famoso baldaquino que cubre la tumba del apóstol Pedro. De este modo, como lo sostiene la estudiosa, se creía que la columna originada en Oriente se hallaba originalmente en el famoso templo de Salomón, claro está, sin bases históricas o arqueológicas que sustentaran esta idea. De nuevo fueron la leyenda y la tradición oral lo que marcó la carta de origen de esta clase de soportes.


            En relación con lo anterior, Fernández revisa los diversos tratados de arquitectura en los que se discute y intenta dar, dentro de la clasificación arquitectónica, un orden clásico a dichas columnas: se trata de darles una carta de naturalización occidental. Así, analiza los tratados: Diseño de arquitectura civil y eclesiástica (1686) y Arquitectura civil (1737) de Guarino Guarini; Pintura sabia (1655) y Breve tratado de arquitectura acerca del orden salomónico entero (1663) de fray Juan Ricci, y Arquitectura recta y oblicua considerada y dibujada en el templo de Jerusalén (1678) de Juan Caramuel. Incluso destaca uno de los tratados más tempranos que toma en cuenta la columna salomónica, el tratado de Pablo Céspedes de 1604 titulado Discurso sobre el templo de Salomón. Como se puede observar, todos estos tratados fueron impresos en el siglo XVII. No obstante, en la Nueva España la columna salomónica, o más bien dicho, su interpretación, ya había sido utilizada en los conventos del siglo XVI, como es el caso de las columnas de fuste "entorchado" que aparecen en portadas de templos como el de San Andrés Epazoyucan, en la puerta porciúncula de San Gabriel Cholula, en la capilla abierta de San Francisco Tlahuelilpa y en el edificio civil llamado la "Tercena" del poblado de Meztitlán de la Sierra. Ejemplo claro también son las columnas de la fachada del templo de Santa María de los Reyes Magos, en Huatlatlahuca, encontradas por el autor de este texto y que podemos agregar a la lista de evidencias que se pueden sumar a la obra de la investigadora.
           En este sentido, considero que si bien los tratados de arquitectura constituyeron una base importante para la ejecución de diversos programas arquitectónicos, no fueron las únicas fuentes que jugaron un papel sobresaliente; también destacaron, en el caso de las columnas salomónicas, las leyendas y la tradición oral que de Oriente se transmitieron vía Europa a la Nueva España. La doctora Fernández dice sobre el particular: "Por tales razones, la explicación de las formas arquitectónicas novohispanas no la encontraremos –creo– al trazar una ruta estilística de Europa a América, sino una senda simbólica de Medio Oriente-Europa-Nueva España." De suerte que los constructores de la Nueva España no sólo consideraron a la columna entorchada como salomónica; también tomaron como tal a las columnas de fuste ochavado, clara referencia a la planta de la Mezquita de la Roca. Asimismo, a otro tipo de columnas de fuste mixto: en una parte entorchado o con líneas diagonales y en otra compuesto de una especie de maya o red, pues así se les describió en la tradición veterotestamentaria y que también Sebastián Serlio interpretó gráficamente en el Libro sexto o Libro extraordinario de su famoso tratado de arquitectura publicado en 1552.

La sacralidad de los edificios

Aspecto importante de la obra que nos ocupa es el análisis de algunos edificios religiosos como ejemplo de la materialización de conceptos de lo sagrado; en específico, referentes al modelo que representan el templo de Salomón, el Paraíso y la Jerusalén celeste. En este caso Martha Fernández parte nuevamente del manejo de ciertos símbolos primordiales que se encuentran en toda arquitectura sagrada.
            Así, la autora explica determinados elementos simbólicos básicos en tres grupos de edificaciones. Uno de ellos es el de las capillas posas, como las de Calpan y Huejotzingo, en Puebla, así como las que se encuentran en la Catedral de la Ciudad de México y en la de Puebla. Hay que destacar que, para la estudiosa, en las capillas posas se hallan dos elementos simbólicos básicos; el primero de ellos es el cuadrado, que presentado tridimensionalmente forma un cubo, símbolo de lo revelado acerca de la Jerusalén celeste y el debir del templo salomónico. Asimismo aparece la referencia simbólica a la montaña sagrada, presente en los chapiteles de tales capillas. Vale la pena subrayar que en el análisis sobre las bóvedas de las capillas posas, la autora expone un simbolismo novedoso. Algunas capillas posas presentan nervaduras acordes con el estilo gótico, pero que pueden representar los ángulos y dobleces que forman las telas de una tienda de campaña, esto en referencia a la tienda que en un encuentro Dios dictó a Moisés que se le construyera. Asimismo, la representación de la tienda alude a una de las imágenes de la morada de Dios: en ciertos pasajes de las Santas Escrituras es mencionada como una tienda celeste. Sin embargo, desde mi punto de vista, habrá que agregar que el conjunto de las capillas posas de una iglesia, que por lo general se compone de cuatro, referidas a la cruz atrial, puede representar a su vez las cuatro escuadras en las que se dividió a las tribus de Israel alrededor de la tienda del encuentro, referencia que ya había sido esbozada por Elena Estrada de Gerlero y la propia Martha Fernández en otro libro suyo titulado: La imagen del templo de Jerusalén en la Nueva España.



           Las capillas posas eran una especie de estación para las procesiones de los fieles; en su citada construcción se posaba la sagrada forma. Este hecho nos recuerda el viejo ritual de la circunvalación. Para autores como Mircea Eliade, en su Tratado de historia de las religiones (1975), representa el movimiento de los astros en un plano cosmizado o universo ordenado, marcado en este caso por el atrio que representa en sí mismo ese cosmos ordenado. Por tanto, considerar que estas bóvedas, como en el caso de otras techumbres de iglesias y catedrales que usan las nervaduras, puedan emular una tienda, la tienda cósmica de Dios, no parece nada exagerado. Sabemos que en otras culturas las edificaciones sagradas han retomado también elementos de la arquitectura, por decirlo así, profana o doméstica; basta recordar que en lo alto de las pirámides mayas, como en la antigua Sayil, de la región Puuc, se ha encontrado en los muros de los templos la representación de varas o tronquillos, sólo que esculpidos en piedra, que forman el otoch o choza sagrada de los dioses.
           Relevante análisis realiza también la autora sobre las catedrales de México y Puebla. Con gran detalle cuenta la historia de la construcción de estos templos y de los maestros arquitectos que intervinieron a lo largo de los siglos coloniales en su diseño. El edificio de un templo es considerado la recreación no sólo del diseño de la casa de la divinidad; es, en sí mismo, la reactualización de un mito de origen, del mito de la creación. El constructor recrea, mediante el uso de ciertas formas geométricas sagradas, un cosmos ordenado. Este hecho ocurre en el diseño de las catedrales mencionadas.
           De esta forma, en la Catedral de México se intenta recrear un cosmos ordenado. Principalmente se encuentra en ella un diseño que desde 1573 buscaba respetar el arquetipo del templo de Salomón con su disposición rectangular y división tripartita. Esta última compuesta de: el ulam (vestíbulo), el hekal (sala de oración) y el debir (santo de los santos, lugar de la presencia divina). La estudiosa comenta al respecto:

La forma rectangular de la planta de la Catedral de México parece deberse a la tradición bíblica e incluso tiene marcadas sus tres secciones o grados de santidad: el ulam se encuentra en el trascoro y está limitado por el Altar del Perdón; el hekal está constituido por el cuerpo de la nave, incluyendo el coro de canónigos […], y el debir, obviamente en el presbiterio […]. También cabe agregar que la planta en cruz representa el cuerpo de Cristo tal y como lo refieren varios tratadistas de arquitectura; entre ellos san Carlos Borromeo en sus Instrucciones de la fábrica y el ajuar eclesiásticos (1577).

            La numerología sagrada también sobresale en el diseño de la Catedral. Martha Fernández explica la relación de ciertos números con la traza del edificio. Se sabe que el proyecto de la Catedral hacia 1559, propuesto por el arquitecto Claudio de Arciniega, constaba de un plano de cinco naves con un ábside en semihexágono. Asimismo, se tenía contemplado la construcción de cuatro torres y cuatro patios o claustros. De esta forma, el número cuatro se refiere a los cuatro evangelistas, a los cuatro ríos del Paraíso; en el caso de las torres, éstas también representan pilares axiales, conectores entre la tierra y el cielo. En cuanto al número seis encontrado en el presbiterio semihexagonal, se trata de una referencia al nombre de Cristo en la forma del crismón o símbolo solar usado por el emperador Constantino durante la batalla del puente Milvio. Si se unen los lados del semihexágono se formará el nombre de Cristo en griego. De igual modo, destaca el simbolismo del número tres. Éste alude a la Trinidad, la cual está representada en la fachada principal de la Catedral, misma que cuenta con tres accesos.
            La autora analiza en el mismo sentido la Catedral de Puebla. En este caso, se destaca el papel principal que tuvo el obispo de Puebla, Juan de Palafox, quien por mandato de Felipe IV da instrucciones para que se concluya la iglesia que se había quedado inconclusa hacia 1626. Fue Juan Gómez de Transomonte quien se encargó de la nueva traza de la Catedral; el diseño por cierto era muy similar al de la Catedral de la capital mexicana. La doctora Fernández hace hincapié, como en el caso anterior, en la disposición de la planta y su similitud con la distribución del templo de Salomón. Alude también a la división tripartita. Además, menciona la implementación de la primera cúpula octogonal que diseñara el arquitecto citado. Como ya hemos dicho, el octágono se refiere en este caso al número de la resurrección, según san Ambrosio, y también a la planta de la Mezquita de la Roca, modelo, conforme a las leyendas medievales, del templo salomónico. La Catedral poblana también contaba en su proyecto original con cuatro torres. De nueva cuenta, la estudiosa destaca la importancia de la numerología.

El lenguaje de los retablos

Hemos mencionado que cada parte constitutiva de un templo se suma en su conjunto a un significado unitario. Los retablos, en particular, son ejemplo de esa riqueza simbólica. Habrá que resaltar que la doctora Fernández aclara que los retablos de la Nueva España fueron construidos según su propia tradición. En general, estos retablos mantuvieron la forman ortogonal. Es decir, respetaron cuerpos y calles bien delimitados. Además, son reticulares, sus columnas, por lo general, ya sean estípites o salomónicas, se adaptan a cada cuerpo. En cambio, la retablística española gusta de las columnas monumentales, de un solo cuerpo con un remate. Aunque el Retablo de los Reyes de la Catedral metropolitana es de este estilo, fue más el estilo regional, el novohispano, el que imperó. Señala la autora: "Por lo tanto, podemos decir, a pesar del Retablo de los Reyes de la Catedral de México, el retablo de la Nueva España se mantuvo sujeto a características heredadas de una tradición local, y por lo tanto, su desarrollo tipológico mantuvo una independencia real al observado en el retablo europeo."
            El diseño de los retablos novohispanos presenta una asociación simbólica muy particular. La autora ha creado una tipología atendiendo a la forma de la planta y el alzado de estas obras. El primero es el retablo semihexagonal, que como hemos tenido oportunidad de mencionar corresponde al nombre de Cristo en griego, expresado en el famoso crismón. Ejemplo de este retablo es el del convento franciscano de San Miguel Arcángel, en Huejotzingo, Puebla. Otro tipo de retablo es el exento, mismo que no está adosada a ninguna pared. Por lo general también se les llama cipreses. Fernández menciona como ejemplo el diseñado para la Catedral de Puebla por Pedro García Ferrer, y construido por Diego de Cárcamo alrededor de 1646. Ya desaparecido, era una construcción a manera de edificio de planta ochavada con una riqueza iconográfica magnífica. Asimismo, tenía una serie de columnas de jaspe, también conocido como mármol mexicano, traído de Tecali, Puebla. A mi modo de ver, resulta muy novedoso el análisis de la autora acerca de este retablo, ya que asigna un significado específico a los materiales constructivos: si bien la obra representa la Jerusalén celeste, esto se reafirma precisamente por el uso del jaspe, ya que san Juan menciona en su Evangelio apocalíptico que los muros de la Jerusalén celeste son precisamente de jaspe.
            El último tipo de retablo que la autora consigna es el llamado hornacina. Como ejemplo claro está el famoso Retablo de los Reyes de la Catedral metropolitana, construido por Jerónimo de Balbás hacia 1718. La cueva o la caverna es uno de los símbolos sagrados más antiguos que las civilizaciones han venerado. Símbolo del origen, el nacimiento y la muerte, este elemento simbólico ha sido utilizado por civilizaciones como la teotihuacana, en cuya Pirámide del Sol se encuentra una cueva, probablemente simbolizando, como lo ha investigado el arqueólogo Rubén Cabrera, el chicomoztoc o cueva de los orígenes de las naciones. Esto también está representado en la Historia tolteca chichimeca. De la cueva y sus profundidades, de los mismos dominios de la muerte, héroes civilizadores como Quetzalcóatl han obtenido las semillas para la vida. Martha Fernández considera que el retablo arriba mencionado adopta precisamente la forma de la cueva y, atendiendo a los significados expuestos, significa la cueva en donde nació Cristo. Es muy acertada la referencia que hace de las cuevas en ciudades cercanas a Jerusalén, ya que la arqueología bíblica ha descubierto que los graneros o pesebres en donde se guardaban a los animales estaban en cuevas. A su vez, en el retablo que nos ocupa tenemos la representación de la adoración de los Reyes Magos a Jesús niño; asimismo, la oposición del nacimiento de Cristo, es decir, la cueva en donde fue depositado el cuerpo de Cristo después de su sacrificio en la cruz.

La ciudad, espejo del cielo

Las ciudades de la antigüedad no eran trazadas a capricho sino que correspondían a la recreación de algún arquetipo sagrado. Así lo explican autores como Mircea Eliade, quien en El mito del eterno retorno (2008) dice de manera más concreta que muchas ciudades estaban en consonancia con lo dispuesto en los cielos in illo tempore; son, por decirlo así, espejos del cielo. Los nomos egipcios, esto es, las provincias en las que se dividieron las regiones del antiguo Egipto, tomaron el nombre y la traza de ciertas estrellas. En una ciudad mesoamericana como Teotihuacan se trazó su principal arteria, la Calzada de los Muertos, siguiendo con probabilidad la Vía Láctea. Hay que decir de paso que la gran Pirámide del Sol imita al cerro de Patlachique. En sí mismas las pirámides son cerros sagrados que también existen en la geografía celeste. Lo mismo ocurre con una ciudad como Uxmal cuyos muros perimetrales imitan la alineación de las estrellas del cinturón de Orión, estrellas tenidas por los mayas como el lugar de origen de su pueblo.
            Esta actividad de crear las ciudades según un modelo sagrado no era ajena a quienes hicieron la traza de ciudades importantes del Virreinato como la Ciudad de México y Puebla. El templo de Jerusalén y la Jerusalén celeste fueron modelo a seguir para el diseño de templos y ciudades. Estas en particular se ajustaron por lo general a la traza ortogonal, esto es a la planta rectangular. La doctora Fernández ofrece como ejemplo el diseño de algunas poblaciones novohispanas que buscaron imitar el modelo de la ciudad diseñada por Dios y revelada a san Juan o a Ezequiel. En el mapa de Tetela del Volcán (1618) es posible observar la división de los doce barrios indígenas agrupados alrededor de la iglesia principal. De acuerdo con la estudiosa esto recuerda “las diversas imágenes elaboradas respecto al campamento que Moisés levantó alrededor del Tabernáculo”.
            Por otra parte, no resulta extraño que la Ciudad de México halla sido diseñada conforme a los modelos referidos. La autora alude al cronista Miguel Sánchez, quien en 1648 comparó a la Ciudad de México con Jerusalén. Un dato muy interesante que revela es que esta urbe también se encontraba custodiada por cuatro advocaciones de María en distintos templos. Éstas eran: la Virgen de Guadalupe, la Virgen de la Bala, Nuestra Señora de los Remedios y Nuestra Señora de la Piedad. Como expresa en varias ocasiones la autora, recuerdan los cuatro ángeles que custodian el mundo, amén de significar también los cuatro evangelistas o los cuatro ríos del Paraíso. La doctora Fernández plantea por último que la Ciudad de México imitó la disposición de una Jerusalén mariana: “Así, de esta manera, la centralidad de Dios se trasladó a la Virgen y la Ciudad de México se convirtió toda ella en una ciudad-templo.”
            El libro concluye con el análisis minucioso del mito de fundación y del escudo de la ciudad de Puebla, dado por Carlos V en 1538. El mito dice que Puebla fue trazada por los mismos ángeles; sin embargo, el origen de esta historia es muy tardío, en específico del siglo XVIII. Antes de esa centuria ningún cronista lo menciona. La traza de la ciudad, fechada en 1531, es obra principalmente de los frailes franciscanos y del primer obispo fray Julián Garcés. La autora menciona que la traza ortogonal de la angelópolis se apoyó en la formación erudita y profunda de los frailes y su conocimiento de las Santas Escrituras. En cuanto al escudo de armas, aclara que si bien aparecen en él dos ángeles sosteniendo una edificación con varias torres y las siglas de Carlos V, esto no representa el mito fundacional. “Ciertamente, la imagen parece representar una ciudad, pero también un templo o, quizás, una ciudad-templo, que evocaría [ …] la urbe sagrada del Monte Sión.” En mi opinión, el mito fundacional se fue reelaborando. Las sociedades, al paso de los siglos, deben reinterpretar su historia y su origen. Esto es lo que sucedió, en mi parecer, con el mito fundacional que enriqueció el sentido de la existencia de la angelópolis. De esta forma, el mito relatado por Diego Antonio Bermúdez de Castro en 1746, según lo fecha la autora, menciona que fray Julián Garcés vio providencialmente el sitio en donde se fundaría Puebla y que además vio a unos ángeles trazar sus calles y planta a cordel. Esta imagen se basa en la visión apocalíptica de san Juan: él observó a un ángel medir los espacios de la ciudad celestial con una vara. Debo señalar que el citado cronista debió también tener en mente la visión del profeta Ezequiel, quien vio a un hombre “como de bronce” medir los espacios y la disposición del templo de Jerusalén dictada al profeta mencionado.

* Arqueólogo y docente de la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Maestro en Historia del Arte por la UNAM.

Inserción en Imágenes: 05.09.11.

Imagen de portal: Interior de la cúpula de la Catedral de México, Centro Histórico, Ciudad de México. Foto: Elisa Vargaslugo, AF IIE-UNAM.

Ilustraciones: Páginas del libro Estudios sobre el simbolismo en la arquitectura novohispana de Martha Fernández. .

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