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posisciones

Aportación al conocimiento especializado sobre El Tajín

Laura C. Pescador Cantón*
pescadorlaura@yahoo.com

 

Arturo Pascual Soto: El Tajín. Arte y poder, México, Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM/Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2009.

El Tajín. Arte y poder es la continuación de una saga científica, si se me permite, de los estudios que ha realizado el autor sobre esta antigua ciudad y sobre los asentamientos que se encuentran alrededor de ella, como Morgadal Grande y Cerro Grande; y quizá, para entender un poco más de este libro, convenga leer y releer obras previas del doctor Arturo Pascual Soto en las cuales se fueron cimentando los antecedentes de este volumen.
           En términos generales, esta obra parece resumir la historia cultural de Tajín a través del arte. Sin embargo, este enfoque cambia cuando se inicia una lectura más profunda porque se puede advertir, casi de inmediato, que el arte no es únicamente el medio para interpretar la complejidad política de la mayor ciudad en la Costa del Golfo, hacia el Epiclásico y el Posclásico temprano.
           Arte y poder son considerados como una simbiosis inequívoca de la civilización de cualquier punto de la geografía terrestre. Así, el arte es visto como una expresión social, política y económica que se traduce en un discurso que otorga legitimidad a los grupos o elites que dominan a cualquier grupo humano en desarrollo.
           Ésta es la idea fundamental de Arturo Pascual Soto, quien a través de la interpretación del discurso artístico de los antiguos habitantes de El Tajín, nos lleva de la mano para discernir el discurso político y la intención de socializarlo por parte de los gobernantes de una región vasta del territorio mexicano que no había sido analizada previamente desde esta perspectiva. Pero también el examen va acompañado de la integración de la información regional en términos históricos y espacio-temporales; al mismo tiempo que se contrasta, o se reafirma, con información antropológica, histórica y biológica, a fin de explicar detalladamente el proceso de construcción de un sistema social complejo del que solamente perduran los objetos arqueológicos, a partir de los cuales se hacen las primeras interpretaciones que, en ocasiones, son bastante provocadoras para repensar la historia cultural no sólo de El Tajín, sino de toda el área cultural conocida como Costa del Golfo.
           Este análisis discurre a través de la historia misma de la antigua ciudad y de las regiones que dominó o que tuvieron interacción con ella desde el periodo Protoclásico, cuando se inician los primeros asentamientos de importancia en las cuencas de los ríos del centro norte de Veracruz; después, transita por el periodo Clásico –tanto temprano como tardío–, lapso en que se consolida la hegemonía de El Tajín sobre la región, después de la caída de Teotihuacan, hasta llegar a la decadencia del centro urbano en el Posclásico temprano.
           Así, el doctor Pascual Soto realiza un recorrido que parte de los primeros tiempos del Protoclásico por el sector centro–norte de la Costa del Golfo, espacio que, hasta hace poco, había sido visto como un área dominada por un solo asentamiento conocido como Tajín desde el siglo XVIII.
           Punto equivocado, según lo muestra el autor, ya que existieron otros centros primarios que dominaron la región en tiempos más tempranos y que, debido a conflictos por el principal recurso de la época, la obsidiana, fueron modificando las relaciones económicas, tanto con otros asentamientos dentro de la región como con el resto del México antiguo.
           Antes de este trabajo sabíamos muy poco de estos temas, pues a pesar de que en El Tajín se suman décadas de investigación arqueológica, misma que se inició a comienzos del siglo XX, no se han producido interpretaciones profundas sobre la complejidad de la ciudad. Paradójicamente, esas mismas pesquisas son las que han permitido realizar lecturas novedosas de la antigua urbe porque han arrojado un corpus impresionante de escultura, pintura mural y objetos, como cerámica, lítica y hueso, entre otros, que puede ser analizado y reinterpretado, una y otra vez, como lo hace el autor de este impresionante volumen.
           Ahora sabemos más y podemos profundizar nuestro conocimiento acerca de la región porque el autor plantea una interesante propuesta sobre la rotación de los asentamientos que funcionaron como capitales regionales en la región del centro–norte de Veracruz, y que adquirieron ese estatus gracias al dominio, alternado en el tiempo, de las cuencas de los ríos, mismas que se aprovechaban como rutas de intercambio comercial y del flujo de bienes, como la obsidiana y otros más, importantes para la economía y el trabajo.
           De esta manera, el asentamiento de El Pital se convirtió en el asentamiento de mayor rango durante el periodo Protoclásico y el Clásico temprano, tiempos en los que tuvo un mayor control de las fuentes de obsidiana de Altotonga y un mayor intercambio comercial con la metrópoli por excelencia de la época: Teotihuacan, a través de la ruta del río Nautla.
           Con el ocaso de la gran ciudad del Altiplano central, y quizá por factores medioambientales e incluso políticos, El Pital deja su lugar predominante a El Tajín, urbe que, hacia el Clásico tardío o Epiclásico, asume el lugar de asentamiento primado al dominar las cuencas de los ríos Tecolutla y Cazones, corredor de comercio y circulación que aún hoy en día constituye una de las rutas más rápidas de comunicación entre el centro de México y la Costa del Golfo.

           El intercambio de papeles de centros primarios, siguiendo con las ideas del autor, también debió ser parte de un reacomodo demográfico que, en palabras de Pascual Soto, posiblemente se debió a una migración de asentamientos rurales a los grandes centros urbanos de la región.
           A partir de estos planteamientos, el investigador, junto con el análisis de la arquitectura y el patrón de asentamiento de la urbe de Tajín, plantea un crecimiento urbano y espacial contrario al que habían sugerido varios especialistas en trabajos previos. Así, y a partir de sus propios trabajos de exploración arqueológica en uno de los lugares más importantes en términos de volumen constructivo y de simbolismo, la Plaza y el Edificio de las Columnas, plantea que las primera casas estuvieron en esta área y que la parte más temprana de la antigua ciudad se desarrolló desde el centro nodal que, en ese momento, era el asentamiento del Cerro Oeste de El Tajín.
           Los primeros constructores en el sitio aprovecharon las partes altas del relieve natural del terreno que domina el valle del arroyo Tlahuanapa y dejaron las áreas de aluvión como superficies dedicadas al cultivo; solamente hasta épocas tardías, esta frontera agrícola fue invadida por las construcciones de los grandes gobernantes que dominaron la ciudad entre el 600 y el 900 de nuestra era.
           Este planteamiento del autor se basa en la idea de que los primeros pobladores del sitio no deseaban invadir el área baja del asentamiento debido a que, seguramente, eran las tierras más productivas. Sin embargo, la hipótesis tendría que ser discutida mediante una investigación sistemática en el sitio y sus alrededores, ya que el simple hecho de la presencia de asentamientos habitacionales en el área de la Plaza de las Columnas, con materiales relacionados con el Clásico temprano, no es por sí sola una evidencia de que la ciudad comenzara a expandirse desde allí.
           Una idea al respecto, y sólo como provocación, sería pensar en que mientras la Plaza del Arroyo funcionaba como centro ceremonial en el Protoclásico y en el Clásico temprano, las unidades habitacionales se distribuían en las laderas cercanas, y sólo cuando fue necesario utilizar el relieve para marcar las diferencias sociales y el poder, éstas fueron reacondicionadas para convertirse en palacios y acrópolis a semejanza de las que se conocen en sitios del área maya como Yaxchilán, Toniná, Palenque y Calakmul, entre otras ciudades contemporáneas a El Tajín e inmersas en ecosistemas tropicales y emplazadas en colinas y valles que dominaban cuencas de ríos muy importantes.
           De hecho, el análisis estilístico de la escultura procedente de la Plaza del Arroyo, tanto de Pascual Soto como de Piña Chán y Castillo Peña (1993), (1) señala orígenes anteriores a los del centro ceremonial de la antigua ciudad.
           El siguiente momento importante en el desarrollo de El Tajín es el periodo Clásico, y para este lapso el autor sostiene que el crecimiento del centro urbano se debió tanto al comercio como a la guerra. Esta última, concebida como una actividad dirigida por las elites de El Tajín “como mecanismo eficaz para resolver las diferencias políticas entre las elites” y para hacer uso de los privilegios que les brindaba su posición social; asimismo, como “un catalizador de las diferencias y hasta de los enconos políticos y una incansable promotora de riquezas” (p. 134).
           De este modo, el autor sugiere que la guerra es un mecanismo económico que permite ampliar la frontera de los recursos, con el respectivo flujo de bienes y servicios de las periferias regionales hacia el centro urbano primado, que es El Tajín; aunque, para mi gusto, sería necesario establecer realmente cuáles son las fronteras regionales del señorío dominadas mediante el arte de la guerra, así como cuáles serían las fronteras funcionales en términos del tráfico comercial.
           Creo que estas interrogantes únicamente podrían ser contestadas por medio de un estudio realmente sistemático de la región a fin de determinar el patrón de asentamiento y sus variaciones en el tiempo, por una parte. Y, por la otra, mediante el análisis exhaustivo de los materiales arqueológicos en términos de la procedencia de materias primas como la piedra, la cerámica y la obsidiana. Tarea que a la fecha ha quedado pendiente para todos los investigadores interesados en la región, en general, y en el sitio, en particular.
           Mención especial merece el afán del autor por realizar nuevas interpretaciones de los estilos escultóricos y de la pintura mural en el sitio, y de cómo éstos se reflejan en los diferentes episodios históricos de la ciudad. Vamos por partes porque el tema es bastante complejo para alguien que, como yo, no está familiarizado con el análisis estético y tiende a ver los objetos con una visión arqueológica y no de historiadora del arte.
           El doctor Pascual Soto realiza el análisis espacio-temporal de la ciudad por medio de la revisión de los elementos escultóricos e iconográficos presentes en el registro de la antigua ciudad de El Tajín; parte del estilo, de los símbolos y de los signos, mismos que clasifica como más tempranos o más tardíos en la escultura y en la pintura del sitio arqueológico.
           En este punto, sugiere un estilo temprano –hacia el Protoclásico y Clásico temprano– que es compartido por las elites de la región inmediata a El Tajín, en lugares como Morgadal y Cerro Grande, así como en las regiones adyacentes, como El Pital. Asimismo, este estilo tiene marcadas influencias del teotihuacano y muchos elementos de su simbología incluso trascendieron a épocas posteriores.
           Por otra parte, aunque no está explícitamente planteado en el texto, los gobernantes de El Tajín fueron desarrollando un plan urbano, y de construcción arquitectónica, cuyos estilos se pueden diferenciar claramente a través del discurso iconográfico del sitio. Los signos y símbolos presentan, así, variaciones en las representaciones de la serpiente y de la muerte, asociadas a los gobernantes como muestra de poder y linaje en el momento de mayor apogeo de la ciudad.
           En este análisis resalta la propuesta novedosa del uso de topónimos en la iconografía de El Tajín, ya que es frecuente en la escultura la presencia de representaciones de arquitectura, como las pirámides escalonadas. A manera de hipótesis, Pascual Soto sostiene que estas imágenes pueden también ser leídas como signos que representan locaciones específicas, de modo parecido al uso de la montaña entre los nahuas del centro de México para hacer referencia a lugares geográficos o como trono.


           Me parece que esta última aseveración es mucho más atinada, porque, tomando de nuevo como referencia a los mayas del Clásico tardío, las representaciones de gobernantes en tronos son muy frecuentes. De hecho, en los mismos relieves del Gran Juego de Pelota Sur de El Tajín, se dibujan claramente los perfiles de las canchas, y sentados sobre ellos se encuentran personajes divinos o terrestres. En el mismo sentido, coincido con la idea de que los asientos hacen referencia al territorio que dominan y al linaje del que provienen; igual sucede en el Juego de Pelota Norte, donde los personajes están situados en tronos representados como mobiliario o como tortugas, lo cual nos remiten al área maya.
           Al tratar de dilucidar el significado de ciertos signos y símbolos asociados al arte en El Tajín, el autor discurre, a lo largo de todo el texto, sobre la filiación étnica de los constructores y habitantes del lugar, desde sus primeros tiempos. Muy temprano, llega a la conclusión de que los totonacos que reportaron los cronistas, y cuyos herederos aún habitan en la región, no fueron quienes edificaron y poblaron la antigua ciudad. De hecho, recurre en múltiples ocasiones a fuentes históricas y a la lingüística para sostener esta idea. Paradójicamente, utiliza la analogía etnográfica con los totonacos de la sierra para demostrar que el discurso de los gobernantes de El Tajín permanece en la cosmovisión de estos grupos sociales, lo cual puede ser un punto de discusión entre los estudiosos de la región.
           En sentido estricto, puedo estar de acuerdo con esta afirmación y creo que puede sostenerse, pero surge una pregunta: ¿quiénes eran los pobladores originales?
           Responder esta interrogante es mucho más difícil aún. De hecho, desde el punto de vista arqueológico no es posible contestarla, sobre todo porque sin datos que provengan de los objetos arqueológicos encontrados, y sin documentos directamente elaborados por la gente que habitó El Tajín, no se puede hablar de la filiación étnica de cualquiera que haya sido el grupo constructor; aunque, por otro lado, los estudios genéticos realizados sobre los restos mortuorios de mujeres y hombres sacrificados en el sitio de Morgadal Grande, señalan que por lo menos los prisioneros pudieron haber sido totonacos de la sierra y huastecos, pero esto es evidencia válida solamente para el Clásico tardío y principios del Posclásico. Sin embargo, siguen las dudas sobre quiénes construyeron El Tajín.
           Por otro lado, como se puede apreciar en cualquier urbe, moderna o antigua, y utilizando un argumento propio del autor, solamente se alcanza un tamaño demográfico a través de la migración; y el flujo de población, ya sea rural-ciudad o ciudad-ciudad, no necesariamente es de grupos emparentados lingüística y culturalmente, porque como se observa actualmente en la migración, la existencia de redes de parentesco o de amistad incide en la elección del destino del migrante.
           Es decir, los puntos desde donde provienen los inmigrantes pueden ser diversos, aun cuando los destinos sean únicos, con lo que, al final de cuentas, las ciudades se convierten en centros de población multiétnica y multicultural. Para finalizar con este argumento, hay que señalar que la población que llega a un determinado destino no sólo viaja con los objetos que considera valiosos y de utilidad en su nueva localización; también trae consigo su forma de ver e interpretar el mundo y el gusto por uno o varios estilos.
           Lo que tendría entonces que analizarse con mayor amplitud no es el origen étnico, sino los distintos puntos de los que provinieron los habitantes, lo cual nos llevaría a buscar semejanzas con el estilo del arte en El Tajín en puntos mucho más allá de las fronteras de la región del centro–norte de Veracruz, de la sierra de Puebla y del Altiplano central, y nos podríamos extender, como lo hace el autor, hasta regiones como el occidente de México, de donde provenía el cobre; el área maya, con la que El Tajín compartió elementos simbólicos e iconográficos, y con la Huasteca.
           Otra de las revelaciones que aporta esta obra es la importancia de la pintura mural como forma de reproducir el discurso ideológico y político en El Tajín. El descubrimiento de murales de gran formato en el conjunto de las Columnas resulta una noticia excepcional, ya que se pensaba que la decoración de los edificios mediante esta técnica se limitaba solamente a algunas muestras en edificios como el I de Tajín Chico.
           Otros trabajos han analizado esta forma de manifestación artística en El Tajín, pero solamente desde el punto de vista iconográfico. El aporte de esta investigación es que analiza los pigmentos y las técnicas pictóricas y las compara directamente con la escultura en El Tajín y con otros sitios arqueológicos de la región, así como con los recursos y materia primas para su factura disponibles en el entorno.
           El tercer apartado del libro está dedicado a la última fase de la expansión de El Tajín, precisamente en el periodo de transición entre el Clásico tardío y el Posclásico temprano, tiempos en que, según el autor, las contradicciones económicas derivadas del dominio y aprovechamiento de las fuentes de obsidiana ocasionaron de manera paradójica la desestabilización del sistema regional consolidado previamente, al mismo tiempo que en El Tajín se construían dos de los edificio más grandes e importantes de la antigua ciudad: el Palacio de las Columnas y el Gran Juego de Pelota Sur, cuyo arte escultórico y pictográfico muestra, por primera vez, escenas de guerra y de procesiones con cautivos, con mujeres importantes y con los señores del linaje de 13 Conejo como grandes guerreros y jugadores de pelota. Es muy importante notar que en estas imágenes aparece, por primera vez, la representación del maguey, planta ajena al ecosistema de la costa del Golfo y de la región de El Tajín.



           La interpretación de estas escenas y de la presencia del maguey lleva al autor a proponer un conflicto con el gran asentamiento de Cantona. La base para tal afirmación es que los relieves de las Columnas revelan la victoria de El Tajín sobre su competidor más grande hacia el suroeste. Este conflicto derivó de la crisis por el control de la obsidiana del yacimiento de Oyameles, el cual, según Ángel García Cook, controlaba precisamente Cantona.
           En un trabajo presentado por mí en el Seminario de Urbanismo del Instituto Nacional de Antropología e Historia, la Universidad de Pensilvania y la Universidad de la Sorbona discutí sobre las relaciones regionales de El Tajín y propuse como hipótesis que los límites del señorío debieron extenderse hasta la frontera con los límites del territorio controlado por Cantona. La conclusión de Pascual Soto sobre este conflicto me permite confirmar mi planteamiento.
           Pero, por otro lado, hay que verificar las fechas correspondientes tanto a Cantona como a El Tajín, porque para la primera se establece contemporaneidad con Teotihuacan, lo cual sugeriría que este conflicto no pudo haberse dado en el Epiclásico, como lo señala el autor del libro reseñado. Es necesario entonces revisar a profundidad la cronología de los dos sitios. Por mi parte, la cantidad de canchas de juego de pelota, tanto en El Tajín como en Cantona, hacen pensar que ambos sitios debieron competir precisamente durante el periodo de 700 a 900 de nuestra era.
           La obra termina, como todo análisis histórico, tratando de explicar la decadencia de la región y de El Tajín. Es importante señalar que ésta no se analiza como una etapa de abandono total, sino que se propone que el área presentó una menor intensidad demográfica. Precisamente, los territorios cercanos al área nuclear de la antigua ciudad mantuvieron unidades habitacionales, y parte de esta población siguió utilizando el centro de El Tajín como lugar de procesión y de inhumación. De hecho, en el momento del descubrimiento de la Pirámide de los Nichos, los habitantes cercanos a ella continuaban colocando ofrendas en este tipo de elementos arquitectónicos y decorativos.
           Para finalizar, quiero resaltar algunos puntos interesantes de El Tajín. Arte y poder.
           Primero. Es una obra compleja para su lectura, pues, aunque está perfectamente escrita, el autor nos lleva frecuentemente del remoto pasado a la actualidad con el fin de fundamentar sus argumentos. Por ello debemos ser muy cuidadosos en el momento de leerla para no perder el hilo general de la argumentación.
           Segundo. La cantidad de datos que maneja Arturo Pascual Soto es impresionante, lo que también puede hacer que nos extraviemos en las conclusiones que derivan de éstos y en los periodos históricos que describe.
           Tercero. Algunas afirmaciones necesitarían una confirmación más amplia. De hecho, las interpretaciones de los datos de Morgadal Grande, El Pital y otros sitios cercanos no pueden ser trasladadas directamente a El Tajín. En este sentido, considero que hace falta una revisión de los datos relativos a este último para definir su estatus en el Clásico temprano.



           Cuarto. Felicito al autor porque su complejísima obra seguramente hará reflexionar a los estudiosos de El Tajín, en particular, y del México antiguo, en general, sobre las nuevas interpretaciones que se han hecho del sitio y de las relaciones con su hinterland y los centros urbanos de su tiempo en el territorio nacional.

* Arqueóloga adscrita al Instituto Nacional de Antropología e Historia.

1. R. Piña Chán y P. Castillo Peña, Tajín. La ciudad del dios Huracán, México, Fondo de Cultura Económica.

Inserción en Imágenes: 15.12.11

Ilustraciones: Tomadas del libro El Tajín. Arte y poder de Arturo Pascual Soto.

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