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posisciones

La fotografía: una brizna de polvo cósmico

Rodrigo Moya**
rodrigomoy@cableonline.com.mx

Claudi Carreras, Conversaciones con fotógrafos mexicanos, Gustavo Gili, España, 2007, 320 pp.

 

Cuando Claudi Carreras me entrevistó hace dos años no dejó de sorprenderme que un investigador y fotógrafo español viajara hasta Cuernavaca para hablar con un hombre retirado de la práctica fotográfica hacía tiempo. Me pregunté qué podría preguntarme un periodista español –porque además de catedrático en la Universidad de Barcelona, Carreras desarrolla un intenso trabajo periodístico–, y qué podría yo contestarle, suponiendo que él conocería poco de mi trabajo, todavía en proceso de exhumación.




            A poco tiempo de iniciada la conversación descubrí que este joven catalán, de mirada siempre cordial y directa, no sólo se había aproximado a mi trabajo sino que conocía a profundidad sorprendente tanto de la fotografía mexicana como de una buena porción de la fotografía latinoamericana contemporánea, a través de incontables viajes a nuestro Continente, y del trato directo con fotógrafos, investigadores e instituciones. Como dato estadístico, vale la pena mencionar que antes de convertir su inquietud personal en una investigación y luego en un libro, Claudi Carreras recorrió 18 países de América Latina y entrevistó –micrófono y libreta en mano– a cerca de 500 especialistas y 280 fotógrafos de distintas nacionalidades, generaciones y tendencias. La razón de esta apasionante vivencia trashumante y el bagaje cultural obtenido en ella le hicieron escoger a México y a su fotografía como el arranque y el meollo de su investigación.
            Conversaciones con fotógrafos mexicanos posee muchos méritos, señalados por la investigadora Laura González en su prólogo, en cuyo texto al mismo tiempo ya se nos anticipan los dilemas y las tendencias conceptuales que a lo largo de 300 páginas, y mediante las preguntas del entrevistador y las voces de veinte fotógrafos, irán aflorando, a veces de manera tajante, a veces con fronteras difusas y conceptos que se afirman o niegan y luego se contradicen o equilibran, como en un esfuerzo de algunos de los entrevistados por no cerrar los caminos, ni caer en aquel lema de Siqueiros de que “no hay más ruta que la nuestra”, que sacado de su contexto se ha prestado en el medio de las artes plásticas, incluyendo a la fotografía, a rechazar toda propuesta que huela a realismo, a cuestiones sociales, a política, a colectivismo, a identidad nacional y también a plantar como contrapeso lo contrario: la individualidad, lo apolítico, lo subjetivo, la globalización cosmopolita.

            No es gratuito revivir aquella frase de David Alfaro Siqueiros más de medio siglo después, porque resulta que ese absurdo dilema de la ruta única, o la dicotomía entre arte y fotografía, realidad y fotografía, lo individual y lo colectivo, salta a lo largo de las veinte entrevistas conducidas por Carreras. A partir de tres preguntas claves, los entrevistados definen su propio trabajo. Nuevas preguntas, más algunas frases de apoyo, más la cordialidad innata en Claudi Carreras, tejen una sutil redecilla que conduce a los fotógrafos a develarnos los orígenes, motivaciones, finalidades y las sendas elegidas en el vasto territorio de la fotografía. Y dejan ver también, con distintos grados de claridad o contundencia, rasgos de su personalidad artística y humana.
            Como fotógrafo recuerdo las enconadas confrontaciones que en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado me tocó vivir de cerca, cuando la frase de Siqueiros prendió en llamas el ámbito artístico mexicano, en particular el de la pintura. En plena Guerra Fría, similar a la que hoy vivimos, generalmente sin darnos cuenta, el arte no era un Parnaso idílico poblado de creadores atendiendo a sus respectivas musas. El arte era también un campo más de batalla donde los vencedores de la Segunda Guerra se disputaban, con distintas banderas, la primacía artística mundial. Los encontronazos se dieron en varios frentes, y para no dispersarme en territorios que pertenecen más a la historia y a la evolución del arte, que a mi pobre memoria, sólo mencionaré cómo en la década de los cincuenta se opuso el tanque pesado y poderosamente artillado del expresionismo abstracto, contra al figurativismo y la pintura realista que campeaba en México y otros países. El demoledor aparato artístico, alimentado desde variopintas fundaciones e instituciones culturales con torrentes de dólares, adquisiciones, becas, exposiciones y viajes, cegó la ruta única de Siqueiros y obstruyó casi cualquier forma de pintura figurativa de contenido social. La tal maquinaria era, según sus inventores, el heraldo de un arte nuevo, eternamente vanguardista, rebosante de libertad creativa y liberación personal, el punto final a las formas de expresión artística agotadas que seguían rellenando viejos museos y adornando los muros de instituciones y colecciones.

La fotografía era un campo de batalla menor, protegido en la soledad de su nicho casi único de la reproducción mecánica para revistas o libros. Sin embargo, también tuvo su pequeña guerra. En su etapa más leve hubo un antagonismo entre la llamada fotografía pictorialista y la fotografía documental o directa. Antes aún, la fotografía documental se había enfrentado o doblegado con elegancia a las vanguardias, a las innovaciones geniales de algunos grandes fotógrafos y a la Nueva Objetividad llegada de Alemania. En México, apenas unos pocos fotógrafos ilustrados estaban enterados de estos vientos opuestos. Consciente o inconscientemente, cada uno era influido por autores o estilos siguiendo su intuición o simplemente tomaba de aquí y de allá lo que más le gustaba.
            A mediados de los cincuenta esa batalla incruenta se dio entre la fotografía documental y humanista ligada al periodismo, y el pictorialismo fotográfico, de carácter amateur y gozoso, que servía para ilustrar calendarios y rincones de casas suntuosas, más que para ilustrar acontecimientos o la condición humana. Pareció durante varias décadas que esa escaramuza por las primacías artísticas la hubiera ganado la fotografía realista, con toda la “amplia gama de grises” fotográficos que esta definición abarca, desde la fotografía de los Casasola y, aún antes, Manuel Álvarez Bravo pasando por contados fotoperiodistas que supieron romper las amarras impuestas en los medios.
            De la lectura del libro de Claudi Carreras, de las respuestas de sus veinte entrevistados se desprende que aquellas batallas de alguna manera siguen vivas; y palabras como realismo, realidad, realista, humanista, compromiso, comprometido, documental, verdad, verdadero, social, socialista requieren ser aclaradas para aproximarnos a una definición de la fotografía actual en México y, por lo tanto, al trabajo de los fotógrafos que la construyen. En la voz de los propios fotógrafos algunos de estos conceptos o palabras aparecen una y otra vez, pero con distintos significados. Algunas, hay que decirlo, han desaparecido del lenguaje fotográfico, que con los años se ha ido modificando –como la misma fotografía– e introducido términos nuevos.

           Aquél embate millonario contra el realismo desde la escuela de Nueva York sacó de la palestra fotográfica ideas y palabras que han entrado en desuso pero que siguen teniendo vigencia. El desprestigio actual, por ejemplo, de la palabra ideología, o comprometido, o humanista, o realista son evidentes. Entre los entrevistados hay quienes asumen estos calificativos y su idea con claridad; y el trabajo que realizan subraya sus afirmaciones. Otros emplean nuevas palabras y nuevos conceptos que definen también nuevas maneras de hacer fotografía. Otros muestran cautela porque tropiezan con la misma ambigüedad semántica al aplicar una vieja palabra al nuevo ámbito fotográfico, que ha inventado nuevos términos como, por ejemplo, apropiación, intervención, deconstrucción fotográfica, manipulación. El concepto de foto construida, por ejemplo, está de moda, como estuvo el concepto de foto directa o de puesta en escena o de acción provocada.
           Todo esto viene al caso porque dos de las preguntas esenciales que hizo Carreras a sus entrevistados se refieren, con ligeras variantes, a cómo el fotógrafo aprecia la relación entre fotografía y realidad, y entre fotografía y sociedad… Y es entonces cuando las respuestas pierden exactitud, no por confusión del fotógrafo o de la conciencia que tiene de su propio trabajo, sino precisamente porque palabras esenciales como las mencionadas han sido abolidas o escamoteadas hasta perder su verdadero significado y son entendidas de distintas maneras por cada persona. Otras palabras nuevas intentan definir el meollo fotográfico y a veces producen brumas densas en lugar de alguna claridad definitoria.

La palabra “representación”, por ejemplo, es otra forma de equiparar o definir la fotografía fuera de su contexto de realidad. Para muchos fotógrafos o críticos la fotografía es ya, definitivamente y sin remedio, algo así como una obra de teatro, una telenovela, un acto sacramental, una función de circo, de títeres, una ópera, una zarzuela, hechos visuales artificiales y transitorios que siempre hemos entendido genéricamente como “una representación”. Estas representaciones con personajes vivos, cambiantes, se ven una sola vez, o varias, pero cada uno en un tiempo y un espacio definidos, con elementos que transitan ante nuestros sentidos pero que no podemos retener en nuestras manos, y a veces ni en la memoria. Así, entre todo aquello que durante siglos el idioma español ha entendido como representación, se ha metido a la fotografía con calzador, gracias al ingenio de algún pensador cuya dudosa idea ha sido desde entonces repetida como una ley universal. La imagen fotográfica, entonces, ha quedado igualada con esas otras formas volátiles de representación, cuando esencialmente su calidad de imagen fija, objetual, conservable, derivada de un fragmento microvivencial de una realidad que dejó de ser, pero existió de alguna de infinitas maneras en un punto transitorio del tiempo y del espacio, está lejos de esas otras maravillosas maneras de representar actos visuales, inventados y repetidos en vivo y fugazmente gracias a la inventiva y la habilidad humanas.
           Entonces, el excelente trabajo de investigación “en vivo” de Claudi Carreras, con todas las ricas claves que nos proporciona, quedará a veces oscurecido porque la terminología utilizada por los entrevistados flota entre significados opacos. Yo mismo, al definirme como fotógrafo realista, documentalista, comprometido y humanista, me he mordido la lengua hasta hacérmela sangrar, y puedo asegurar que he padecido insomnios angustiantes al tratar de encontrar una autodefinición, no sólo de mi trabajo, sino de mí mismo en cuanto fotógrafo que produjo cierto tipo de imágenes que, para colmo de mi confusión, cruzan variadísimos ámbitos y situaciones. Por eso, en ninguno de esos cuatro tremendos términos me puedo asumir con absoluta certeza pero bien pude haber vagado entre uno y otro, o en algún momento haber caído simultáneamente en los cuatro, o tal vez en otro más, por ahora indefinible, que no supe, que no sé todavía, que a lo mejor alguien un día podrá definir, si es que la definición de un trabajo fotográfico personal tiene un límite.

En la entrevista que me realizó Claudi Carerras para este inquietante libro Conversaciones con fotógrafos mexicanos, me sentí a ratos como en el diván del psicoanalista, sacando del fondo de mí, gracias a su astucia como entrevistador, definiciones y conceptos que uno nunca tiene tiempo de afinar en la reflexión pero que toman forma cuando uno le responde a otro, y no a uno mismo. La maravilla del diálogo me siguiere a veces la maravilla de un retrato bien logrado.
           Una de las virtudes de la fotografía mexicana que se aspira en Conversaciones con fotógrafos mexicanos, aún entre las nubes difusas de las autodefiniciones, es precisamente esa oscilación entre una tendencia y otra, en la búsqueda de un camino propio entre la imaginación y la realidad; esa realidad que desfila ante nuestros ojos a la velocidad de la luz, y que por eso, cuando queremos alcanzarla, apenas le vemos el polvo. Aunque por decir la verdad, a veces los fotógrafos logramos atrapar una partícula, una brizna de la estela de polvo cósmico que deja la realidad a su paso irrepetible por eso que llamamos el Tiempo.

Cuernavaca, 22 de noviembre de 2007.

Contenido
Prefacio
Conversaciones en torno a la fotografía mexicana. Breves notas
Claudi Carreras

Prólogo
Instantáneas del fin de la fotografía mexicana
Laura González Flores

Lourdes Almeida
Yolanda Andrade
Ana Casas
Armando Cristito
Marco Antonio Cruz
Héctor García
Maya Goded
Lourdes Grobet
Javier Hinojosa
Graciela Iturbide
Carlos Jurado
Eniac Martínez
Francisco Mata
Elsa Medina
Pedro Meyer
Gerardo Montiel
Rodrigo Moya
Pablo Ortiz Monasterio
Daniela Rossell
Gerardo Suter
Pedro Valtierra
Vida Yovanovich

Notas biográficas de los fotógrafos
Estela Treviño

Agradecimientos

 

 

 

Inserción en Imágenes: 05.01.08.
Foto de portal: Ernesto Peñaloza (fragmento).



   
Instituto de Investigaciones Estéticas
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO