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Arquitectura de la Revolución Mexicana

Cristina López Uribe
cuifi@hotmail.com

Enrique X. de Anda Alanís, La arquitectura de la Revolución Mexicana. Corrientes y estilos en la década de los veinte, UNAM-IIE, segunda edición, 2008, 354 pp.

 


La investigación llevada a cabo a finales de los años ochenta por Enrique X. de Anda sobre este tema constituye una referencia indispensable para cualquier trabajo en torno a la cultura mexicana de la primera mitad del siglo XX. Es indiscutiblemente el trabajo más completo que se ha hecho sobre la historia de la arquitectura de este periodo. Esta segunda edición que reseñamos tiene mejor diseño editorial y ha aumentado la calidad de las imágenes; éstas resultan especialmente necesarias pero tal vez todavía insuficientes en número para entender e ilustrar la gran cantidad de información contenida en el texto.
            Diecisiete años después de aparecida la primera edición, el autor realiza una anotación autocrítica para actualizar el texto. Es inevitable el cambio de enfoque que sobreviene al correr de los años y se hace indispensable la transformación en el alcance y el tono de las interpretaciones emitidas en otro momento de la vida. A Enrique X. de Anda algunas de sus interpretaciones anteriores le parecen cortas o forzadas, otras le siguen pareciendo válidas.


           El libro tiene como objetivo principal el análisis de las distintas tendencias arquitectónicas que convivieron durante los años tumultuosos de la revolución mexicana, alrededor de los años veinte del siglo XX. El título mismo del libro puede dar lugar a equivocaciones; De Anda no pretende expresar en éste que exista una arquitectura que sea sólo producto de la revolución mexicana –ni como podemos inferir obviamente que exista una sola–. En el libro la revolución política y social se toma como pretexto para enmarcar la otra gran revolución, la que se estaba llevando a cabo en la arquitectura. Es particular del caso mexicano que la arquitectura moderna se caracterizara por ser consecuente con la revolución social y formara parte de las acciones de renovación social. Pero el término tampoco indica únicamente “la arquitectura que se produjo en México a partir de 1910”, como el autor aseguraba en la nota preliminar a la primera edición. El uso del término no es del todo inocente.
            Las distintas variaciones estilísticas estudiadas en el libro surgieron o continuaban vigentes de manera simultánea al nacimiento del funcionalismo mexicano, nombre con el que se conoce a la primera arquitectura mexicana moderna en el sentido occidental o europeo del término, y que es, a juicio de Enrique X. de Anda, la única modalidad arquitectónica realmente revolucionaria (pág. 36). Así las cosas, el título del libro parece referirse a la única tendencia que el autor decide no estudiar en el libro (aunque sí se toquen sus márgenes constantemente); la razón que nos expone, además de la extensión del tema, es la tremenda importancia que ha tenido en el medio. Vemos en este intento de evitar el análisis de la tendencia que se considera de mayor trascendencia, la necesidad de descubrir –y observar sin prejuicios– aquello que está escondido detrás de la historia oficial, detrás de aquella historia que está escrita por los vencedores.


        Por carecer de bibliografía especializada, o porque ésta tenía poco que aportar, el tema obligaba en esta ocasión a valerse de materiales no considerados tradicionalmente para este tipo de estudios: periódicos, revistas, publicidad, etcétera. Pero aún cuando existe bibliografía especializada, útil a la investigación, resulta justo ofrecer estas otras fuentes donde se pueden encontrar las claves para lograr nuevas interpretaciones, o bien para elaborar algunas de mayor alcance.
            Éste es uno de los mayores logros del libro. El rastreo de datos en las notas periodísticas de la época tiene el plus de lo que el autor llama “ubicación en el contexto” o “la inclusión de lo cotidiano”, que sobreviene al relacionar los datos dentro de la publicación original con otros acontecimientos de la época. Todos estos datos y medios tienen en común con la arquitectura de la época el constituir sistemas de representación de la sociedad y, por  tanto, documentos valiosos para conocer la cultura. Esta minuciosa investigación hemerográfica logra el objetivo de poner en tela de juicio muchas de las ideas consideradas ciertas en la historiografía de la arquitectura. El historiador no se queda con las verdades “duras como piedras” que se han repetido una y otra vez, ciegamente, en la historia canónica; él recurre a la fuente original, casi siempre la nota inmediata, periodística, y analiza las imágenes, las ideas, corrobora la información en el lugar donde se encuentra la edificación, o bien recurre a las fotografías, en el caso de que ya no exista la construcción. Realiza  todo este trabajo antes de creer en esta información ciegamente; y aun en estas observaciones se muestra crítico.


          De Anda comienza el libro con la obligada tarea de analizar el panorama general de las artes en el periodo estudiado mediante una óptica similar a la anotada. De la misma manera, identificará y analizará en los capítulos posteriores las distintas tendencias en la arquitectura. En el primer capítulo identifica y analiza las variadas tendencias artísticas de los años veinte, siendo su contribución más importante la inclusión de aquéllas menos conocidas por tratarse de las opuestas al nacionalismo triunfante durante los años posteriores. Estas tendencias ocultas estaban más de acuerdo con los dilemas producidos en el ocaso de la modernidad y éstos más relacionados con los cambios que el desarrollo de la técnica producía en la vida cotidiana; por tanto, se hallaban más cercanos al fenómeno de la arquitectura moderna.
            El texto ofrece en un capítulo completo el análisis de la aparición del concreto armado, producto tanto de la revolución tecnológica como de su influencia en las arquitecturas del siglo XX a través de la publicidad utilizada para su promoción. El nuevo material de construcción fue determinante en todas las exploraciones formales de la época. La promoción del uso del concreto, realizada por medio de revistas de arquitectura creadas con esta finalidad, tuvo un alcance mucho mayor que el planeado originalmente, llegando a ser el medio de mayor influencia estilística para muchos arquitectos. El tema se estudia también en relación con su ingerencia en la economía de Estado.


           El debate entre lo nacional y lo extranjero es una preocupación recurrente en la mente del autor. Uno de los capítulos más amplios del libro trata del surgimiento y la naturaleza del nacionalismo en su aplicación a la arquitectura: el estilo Neocolonial. Es en la explicación de este estilo donde se descubre la intención expresa de De Anda de buscar la respuesta a los problemas históricos mexicanos, examinando la historia interna de la cultura del país (pág. 18), es decir, analizando las cosas desde dentro. De Anda plantea la hipótesis de que la arquitectura Neocolonial es el primer ejemplo de arquitectura moderna en México por ser la primera expresión arquitectónica de la Revolución Mexicana, la cual representa el ingreso del país a su propia modernidad (pág. 111). Esta hipótesis, como él mismo menciona, no resistiría un juicio derivado de los análisis de la arquitectura moderna occidental. Ni el nacionalismo ni la modernidad se entienden en el contexto global sino en las particularidades del contexto nacional.
            También se analizan minuciosamente –uno a uno y también dentro de esta postura unilateral– los ejemplos de imágenes de la arquitectura moderna occidental aparecidos en los medios mexicanos, revistas y periódicos, para determinar el grado de influencia –o de interés– por lo que se producía en otras partes del mundo en los arquitectos mexicanos. Estos datos son muy valiosos independientemente de que los arquitectos tenían, en la mayoría de los casos, acceso casi inmediato a las revistas y libros de arquitectura provenientes de otras partes del mundo. Su valor radica en que nos ayudan a entender cómo eran recibidos en el medio arquitectónico, y las lecturas que se hacían de ellos.
            Es destacable en este capítulo la consideración del rascacielos estadounidense en la mentalidad de los arquitectos mexicanos como un tema de estudio.


            Cuando se analizan propiamente las tendencias arquitectónicas, éstas se agrupan y clasifican según sus rasgos formales y se destacan algunos personajes clave que pudieran constituir una tendencia personal, como es el caso de Juan Segura, y otros que se caracterizaron por pasar por distintos lenguajes arquitectónicos a lo largo de su carrera, como Carlos Obregón Santacilia. En el análisis de estos últimos se extraña una mayor conectividad en cuanto al cambio de estilos de un autor al abordar distintos temas. Los personajes destacados de esta manera parecen estar planteados como pioneros de la arquitectura moderna, al modo de la historiografía de la arquitectura occidental. Es en estas clasificaciones –que suponemos inevitables en un estudio de esta naturaleza– donde el discurso no es tan poderoso y se complica con la cronología, siendo la simultaneidad de las tendencias lo más interesante del periodo. Se estudian a fondo y concienzudamente los rasgos formales de todas las edificaciones sobresalientes de esos años.
            Un capítulo especial merece la arquitectura del Decó, tan importante por la gran cantidad de edificios construidos en este estilo y por la reducida atención que se le ha prestado en la historiografía. Una vez más, el historiador no se queda sólo con las hipótesis; en este caso hace un análisis de las formas de la Exposición de Artes Decorativas de Paris en 1925 –fuente consagrada de todo lo relacionado con este estilo– y de la forma en que éstas fueron recibidas en la prensa de la época, relacionándolas con los ejemplos construidos en la Ciudad de México. Llega con este recuento a la importante conclusión de que las formas de esta tendencia –y las conclusiones conceptuales derivadas–, llegaron a tierras mexicanas a través de la lectura estadounidense. Aunque no lo hizo en la primera edición, para la segunda rectifica el haber tenido como verdad absoluta que las formas de esta arquitectura derivaran de la Exposición, reconoce que hubo que forzar los hechos para encajar en este presupuesto (pág. 26) y que los rasgos formales aparecen antes de esa fecha. Concluye incluso que no hay demasiada relación en las formas; se esboza alguna influencia austriaca en su lugar. El historiador sigue intentando salir de los prejuicios históricos, buscando nuevas explicaciones.

Las descripciones formales pueden parecernos en ocasiones demasiado exhaustivas pero son valiosas al referirse a arquitecturas poco estudiadas, y aparentemente condenadas a desaparecer –si no han desaparecido ya– en las constantes mutaciones de la ciudad.
            Esta fuente de referencias nos brinda un contexto histórico completo al mismo tiempo que deja latente lo que significa la pasión por la investigación, y el no conformarse con las explicaciones dadas: el historiador aún sigue pensando que debe quedar por ahí alguna libreta de apuntes que descubrir que arrojará una nueva luz sobre estos temas.


Inserción en Imágenes: 22.03.10.
Foto de portal: 1) Grabado, Ramón Alva de la Canal, c. 1925. Tomada de la revista Artes Plásticas, núms. 1 y 2, México, UNAM, 1985. Foto: Netzahualcóyotl Gómez. 2) Anónimo, viñeta estridentista, c. 1925. Tomada del catálogo de Exposición El Estridentismo, México, UNAM, 1983. Foto: Netzahualcóyotl Gómez. 3) Carlos Tejeda, Veritas. Dibujo a lápiz presentado en 1932 en el Concurso Nacional de Pintura Tolteca. Tomado de la revista Fa, núm. 1, México, UNAM, 1985. Foto: Archivo Fotográfico IIE-UNAM.

 



   
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