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posisciones

Astronomía y pintura mural

Jesús Galindo Trejo*
galindo@astroscu.unam.mx

 

 

El ser humano es la consecuencia de un instante en la evolución del universo. La sustancia de nuestro cuerpo proviene de aquélla que en un remoto pasado se encontraba en el interior de una estrella masiva, la cual -después de alcanzar una edad avanzada- se colapsó bajo su propio peso, formando y liberando elementos pesados al espacio que, al cabo de miles de millones de años, darían lugar a la vida.

Posiblemente la naturaleza cósmica del ser humano sea una de las razones congénitas por las que siempre ha dirigido su vista al cielo con veneración. Su origen está allá arriba; las poderosas fuerzas que determinaron su existencia son conceptualizadas como deidades conscientes y benevolentes que le brindan toda clase de generosas dádivas. Es necesario, entonces, retribuir persistentemente a los dioses esos favores a través de la penitencia y la ofrenda. El sentimiento de reverencia hacia el firmamento poblado de deidades se ha manifestado en todas las culturas del mundo. Se conservan numerosos objetos arqueológicos que nos hablan del culto a las "cosas del cielo". Se trata, sin duda, de una conducta espontánea y común al ser humano de todas las épocas.

El avance científico y tecnológico en el último siglo ha sido impresionante. Ha modificado en gran medida los hábitos humanos y en apariencia ha creado un ser predominantemente urbano y tecnificado. En la práctica esta situación ha derivado hacia un cierto alejamiento del ser humano respecto de su entorno natural; sin embargo, su esencia profunda no ha cambiado a lo largo de muchos milenios. El hombre moderno que en una noche estrellada levante su vista al firmamento, experimentará la misma emoción y admiración ante el espectáculo celeste, como le ocurrió a sus lejanos antepasados. Frente al mismo estímulo visual y ambiental, el ser humano instintivamente reaccionará de forma similar. Este hecho nos permite recrear y revivir percepciones de nuestros antepasados y probablemente comprender su conducta, no obstante el tiempo transcurrido.

Aunada a la capacidad humana de percibir fenómenos naturales del entorno, el ser humano también desarrolló la habilidad de representarlos y de plantear explicaciones a eso que observaba. Esta posibilidad permitió la creación de arte como una acción interpretativa de la naturaleza; no se trataba, sin embargo, de una mera réplica del registro de sus sentidos sino que a la agudeza en la descripción se añadía la aportación ideológica del ejecutante que transformaba y completaba tal registro por medio de símbolos y convenciones comprensibles al grupo social que concibió el objeto de arte.

Cuando el ser humano actual se encuentra frente a una pintura mural realizada muchos siglos atrás se le plantea un serio reto para comprender el mensaje ideológico que acompaña a la agradable sensación de apreciar el diseño, la proporción, la tonalidad y la aplicación del color. No cabe duda de que es necesario conjuntar a muy diversos especialistas para analizar, desde la perspectiva de diferentes disciplinas, cualquier aspecto que ayude a entender dicho mensaje. Lo anterior hace concurrir a distintas disciplinas provenientes de las humanidades, como la historia del arte, la arqueología, la lingüística, la etnografía, etcétera. Además, como parte de un método innovador, resulta conveniente acudir al análisis cuantitativo de la ciencia que permite contar con información adicional que coadyuve a determinar la intención de quien concibió el mural. De esta manera, el examen del soporte de la pintura, la composición química de sus pigmentos y aglutinantes, la identificación científica de los diversos elementos del mundo natural plasmados en la pintura, la disposición del mural dentro de la estructura arquitectónica que lo alberga, así como su orientación respecto a las direcciones celestes, podría conducir al mejor entendimiento del mensaje procedente de un distante pasado.

Un cercano ejemplo de estudios en los términos explicados anteriormente, lo constituye el desarrollado por el seminario "La pintura mural prehispánica en México", dirigido por la doctora Beatriz de la Fuente. En dicho proyecto se han congregado humanistas y científicos para intercambiar conocimientos y experiencias, para dialogar mediante un lenguaje que con el tiempo se ha convertido en común y familiar a todos los participantes. Gracias al intercambio de ideas y de resultados de todas la disciplinas involucradas, se han realizado grandes avances en la comprensión del mensaje ideológico de una expresión artística que caracteriza a la cultura prehispánica en nuestro país.

Como ya se comentó, la ciencia ha logrado un vertiginoso y notable adelanto en los últimos años. En particular, la astronomía ha alcanzado dramáticos progresos en la tarea de conocer mejor el universo y penetrar cada vez más en sus profundidades. Esto no significa necesariamente que la   astronomía, como una de las ciencias más antiguas que ha acompañado al ser humano a lo largo de su historia, haya perdido su vinculación con el propio ser; al contrario, en muchas manifestaciones de su intelecto ha estado presente y ha dejado su huella en las obras humanas. Este hecho establece el punto de partida de la colaboración de la ciencia astronómica en el esfuerzo común por dilucidar el mensaje codificado dentro de la pintura mural.

Durante más de una década de interacción con los colegas del proyecto hemos discutido sobre el papel de la astronomía en la expresión pictórica en diferentes regiones mesoamericanas. Una conclusión preliminar es que el marco celeste con representaciones de objetos astronómicos que rodea los más diversos ámbitos pictóricos proporciona un escenario de sacralidad adecuado al prestigio que desea atribuirse el creador del diseño, es decir, el soberano como miembro de la élite gobernante, constructor del edificio que contiene a la pintura mural. En ocasiones, la presencia de elementos astronómicos se manifiesta de una manera más sutil: por medio de representaciones pictóricas relacionadas con ciertas propiedades del sistema calendárico mesoamericano. Estamos frente a una expresión más elaborada de la importancia del cielo. Ciertamente el calendario se refiere a un modelo teórico que describe los períodos de observación de algún objeto celeste. El calendario es considerado entonces como una merced divina, pues existen deidades consagradas a él.

  También se presentan casos en los cuales el soberano seleccionó una orientación determinada del edificio para mostrar cómo cierto cuerpo celeste, identificado normalmente con alguna deidad, se alinea a su edificación, confiriendo a la pintura mural un valor ritual de extrema trascendencia. El soberano se presenta, plasmado en el mural, con todo su poder terrenal para exhibir el favor del firmamento hacia él y su obra, lo que testimonia y justifica su autoridad sobre el pueblo. En Mesoamérica el conocimiento astronómico fue utilizado por la clase gobernante como un medio más de control político y a la vez se convirtió en un eficaz instrumento de exaltación religiosa.

Gracias a los estudios realizados durante el transcurso de nuestro proyecto ha sido posible identificar plenamente una práctica que puede considerarse como diagnóstico de lo mesoamericano. Se trata de la alineación de estructuras arquitectónicas hacia determinadas direcciones del paisaje donde suceden salidas y puestas solares en ciertas fechas. Éstas no coinciden con aquéllas otras de eventos astronómicos importantes, como solsticios y equinoccios; más bien, se trata de fechas que dividen al año solar en dos partes expresadas a través de cuentas de días. Tales cuentas coinciden con los números que definen el sistema calendárico mesoamericano: 365, 260, 52, 73, 65. El espacio se organiza de acuerdo con los intervalos de tiempo considerados de la mayor significación en la cultura que ideó esta práctica. A lo largo de varios milenios y abarcando todo el territorio mesoamericano, esta manera calendárico-astronómica de orientar los principales edificios fue un inestimable patrimonio de aquellos seres humanos que reconocían la fundamental relación espacio-tiempo, deducida a partir de la observación minuciosa y paciente del firmamento.

Para ilustrar lo hasta ahora citado, mostraremos algunos ejemplos provenientes de los resultados de nuestro proyecto. Bonampak constituye el más espléndido caso de pintura mural dedicada a la alabanza de un personaje, donde se dramatizan diferentes momentos gloriosos del soberano Chaan Muan II. En los tres cuartos de la llamada Estructura 1 o Edificio de las Pinturas se plasmaron diversas representaciones de cuerpos celestes. A lo largo de la bóveda de cada cuarto aparece el monstruo del cielo, manifestación del poderoso Itzmná, que algunos estudiosos han identificado con la Vía Láctea. En la parte superior del cuarto central se pintaron cuatro cartuchos con clara asociación astronómica. Los cuatro se encuentran sobre una banda celeste, representación en forma de sucesión de cuadretes, dentro de los cuales se tienen glifos del sol, de la luna y de diversos planetas. Para varios investigadores esa banda podría referirse al camino que siguen estos astros en el cielo, es decir, a la Eclíptica. El cartucho del extremo poniente representa una manada de pecaríes entre los cuales se han pintado varios glifos de estrella. En el extremo oriente, el cartucho contiene una tortuga, sobre cuyo caparazón se pintaron tres glifos de estrella alineados. El cartucho central-oriente muestra a un personaje sentado, rodeado por dos glifos de estrella y señalando con una varita a la tortuga contigua. El cartucho central-poniente también representa a un personaje sentado y sostiene en una de sus manos un objeto plano, tal vez un espejo de pirita, igualmente rodeado de glifos de estrella. La posibilidad de aclarar la intención de esas composiciones pictóricas nos remite a localizar el espacio y el tiempo de lo representado allí.

Esto es fundamental ya que el aspecto del cielo varía con el tiempo. La orientación del edificio conteniendo la pintura mural nos señala la dirección requerida en el espacio. El momento de las escenas nos lo han proporcionado amablemente los mismos mayas: en cuenta larga aparece pintada en el interior del cuarto central la fecha 6 de agosto del año 792, que corresponde al día del paso cenital del sol justamente por Bonampak y al día de la conjunción inferior del planeta Venus. Si se analiza el cielo nocturno en esa fecha encontramos algo realmente sorprendente: poco después del anochecer, la ancha banda de tenue brillo formada por millones de estrellas de nuestra galaxia -la Vía Láctea- se colocó en el cielo a lo largo del eje de simetría del Edificio de las Pinturas. Antes del amanecer, el movimiento de la Vía Láctea con la bóveda celeste fue tal que se encuentra precisamente a lo largo de la fachada del edificio. Esta dirección coincide con la de las representaciones del monstruo del cielo o Itzamná en la bóveda de cada cuarto. Las posiciones extremas de la Vía Láctea proporcionan el marco simbólico a las escenas pintadas y, a la vez, localizan el momento del día en el cual se desarrollaron los hechos plasmados en los muros. Por otra parte, en la madrugada de la fecha señalada, del horizonte oriente surge un conjunto de objetos celestes brillantes localizado dentro de una región en forma de cuña limitada por la intersección de la Vía Láctea y la Eclíptica, de manera similar a lo que aparece en la parte alta del cuarto central cerca de los cartuchos descritos con anterioridad.

Tales objetos brillantes pueden ser asociados a las representaciones pictóricas de los cartuchos. El objeto más oriental corresponde a la constelación de Orión que con su cinturón formado de tres estrellas alineadas podría concordar con la tortuga pintada. En el extremo poniente de la región se encuentra el cúmulo estelar de Las Pléyades que ciertamente puede asociarse con la manada de pecaríes. Entre ambos objetos descritos se encuentra la estrella roja de Aldebarán, la más brillante de la constelación del Toro, la cual puede interpretarse como el personaje con la varita. Finalmente, el otro personaje puede vincularse con un objeto que sólo en esa noche se encuentra en el otro cuerno del Toro y que también es rojo: el planeta Marte. Recuérdese que los mayas registraron en el Códice Dresden el período sinódico de ese planeta.

Por todo lo anterior, creemos que el escenario astronómico descrito aquí se corresponde plenamente con lo plasmado en el interior del edificio; el soberano maya ha puesto en armonía su obra terrena con el firmamento para demostrar que su poder deriva directamente de las deidades del cielo.

Otros ejemplos de pintura mural con significación celeste proceden de la región zapoteca. Monte Albán es uno de los centros ceremoniales más importantes de Mesoamérica, donde tempranamente sobrevino la práctica de orientar edificios de acuerdo con los principios del calendario mesoamericano. En esta ciudad sólo se conserva pintura mural en contextos funerarios. Quizás uno de los casos más notables de conjuntos arquitectónicos asociados a tumbas sea el que se encuentra al noreste de la ciudad, precisamente cubriendo la famosa Tumba 105. Localizado sobre una plataforma, el conjunto muestra su importancia al poseer un acceso a través de un vano enmarcado por jambas y dintel monolíticos. Frente al conjunto se encuentra una cancha del juego de pelota, lo que denota claramente su elevada jerarquía. El conjunto consta de un patio central rodeado por cuatro cuartos, distribuidos básicamente en direcciones desviadas apenas por unos 15 grados con respecto a las direcciones cardinales. Debajo del cuarto oriente, a lo largo del eje de simetría del conjunto, se encuentra la Tumba 105 cuyas paredes poseen uno de los ejemplos más hermosos de murales zapotecos. El tema básico es una procesión de nueve parejas, en su mayoría de ancianos, ricamente ataviados y acompañados de numerosos glifos que probablemente proporcionen el nombre y la procedencia de cada individuo. En la pared del fondo de la tumba se plasmó un glifo calendárico de gran tamaño. El hecho de que sean 18 personajes y de que dicho glifo corresponda probablemente a una fecha equinoccial, expresada en el calendario ritual de 260 días, parece sugerir que la pintura, la disposición de la tumba y su conjunto asociado, podrían generar un contexto calendárico capaz de proporcionar un marco ritual de primera importancia al mensaje pictórico. Así, podemos inferir que, en la madrugada de los días 12 de febrero y 29 de octubre, el disco solar surge alineado a todo el conjunto; asimismo, en los ocasos de los días 29 de abril y 13 de agosto, el sol desaparece en el horizonte poniente alineado al conjunto. Nos hallamos ante dos parejas de fechas que son insistentemente indicadas al alinearse estructuras arquitectónicas en numerosos sitios repartidos por toda Mesoamérica.

En las fechas citadas no ocurren eventos astronómicos de particular trascendencia; sin embargo, marcan momentos sumamente importantes en el marco del sistema calendárico mesoamericano: cada pareja de fechas divide al año solar en la relación 104/260 con respecto a la fecha solsticial separada justamente por 52 días de cada una de las fechas. Así, el conjunto arquitectónico asociado a la Tumba 105 se alinea al sol en las mismas fechas que la Pirámide del Sol en Teotihuacan, el Templo Mayor de Tula, la Casa E del Palacio de Palenque, el Edificio de los Cincos Pisos en Edzná, etcétera.

Bajo un esquema lógico de restitución de la altura original que tuvo cada cuarto del conjunto asociado a la Tumba 105, se puede obtener la información adicional de que un observador colocado en el vano del cuarto poniente podía observar el surgimiento del disco solar alineado al centro del techo del cuarto oriente en los días 25 de febrero y 17 de octubre. Según una fuente etnohistórica del siglo XVII, el año nuevo zapoteca daba inicio, precisamente, el 25 de febrero. Otro dato importante proviene del padre Córdova en el siglo XVI cuando establece que los zapotecos dividían el año ritual de 260 días en cuatro partes de 65 días cada una, a las cuales llamaban Cocijos y les rendían un vehemente culto. La alineación anterior sobrevenía justamente en esas fechas las cuales se localizan un Cocijo antes y otro después del día del solsticio de invierno. En esas dos fechas ocurre también la alineación solar del llamado Edificio Enjoyado o Embajada Teotihuacana en la plataforma norte de Monte Albán. Resulta evidente que los zapotecos establecieron direcciones preferenciales en el paisaje a partir de ciertos intervalos de días definidos por medio de una particularidad propia dentro del sistema calendárico.

Otra tumba que aún muestra pintura mural en Monte Albán es la conocida con el número 112. Localizada en la parte noroeste de la ciudad, no ocupa la parte central del conjunto arquitectónico bajo la cual se encuentra; esto se debe tal vez a la antigüedad de la tumba y a que en algún momento se intentó relegar su importancia. El tema pictórico es similar al de la Tumba 105: dos parejas de ancianos ricamente ataviados dirigiéndose hacia el interior de la tumba, frente a sendas columnas de glifos, resaltando especialmente uno de ellos con un diseño del quincunce como indicador de las direcciones del Universo. En la fachada de la tumba se pintó un glifo del planeta Venus, hoy desaparecido. Esta tumba y una porción del edificio superior están alineados a la salida del sol los días 4 de marzo y 9 de octubre. En el ocaso, la Tumba 112 se alinea al sol poniente los días 9 de abril y 2 de septiembre. Como en el caso de la Tumba 105, en las fechas de alineamiento no se tiene ningún evento astronómico importante; sin embargo, desde la perspectiva calendárica mesoamericana ocurre una notable situación: ambas parejas de fechas dividen al año solar de 365 días en la relación 2x73-3x73, respecto al día del solsticio separado de cada fecha justamente por 73 días. Este número es fundamental en el sistema calendárico; corresponde a la cantidad de ciclos de 260 días que deben transcurrir para que la cuenta solar y la ritual coincidan nuevamente e inicie el siguiente periodo de 52 años. Por otra parte, el periodo de 73 días es conmensurable con el periodo sinódico de Venus de 584 días. Es decir, si se acumulan ocho veces 73 estaríamos ante la posibilidad de calibrar este importante parámetro venusino por medio de la observación solar a lo largo de la alineación señalada. Estas parejas de fechas aparecen reiteradamente en otros sitios mesoamericanos al alinearse el sol a importantes estructuras arquitectónicas como el Templo Mayor de Tenochtitlan, la pirámide de Los Nichos en El Tajín, la Gran Pirámide de Xochitecatl, el Gran Mascarón Solar del Patio Hundido en Copán, etcétera. Los sacerdotes-astrónomos zapotecos habrían querido indicar la importancia venusina de esta alineación solar al plasmar en la fachada de la Tumba 112 el glifo del planeta.

De lo expuesto anteriormente podemos resumir que el observador innato de la Naturaleza, como lo fue el hombre mesoamericano, abarcó no únicamente al ámbito terrestre sino también al celeste, en una visión integradora de su entorno. La expresión pictórica mesoamericana incluye imprescindiblemente el tema astronómico y su inherente derivación calendárica, para proveer un marco de prestigio y jerarquía que es utilizado por la clase gobernante para justificar y manifestar el poder que detenta; las deidades celestes parecen respaldar entonces   ese poder.

En la actualidad la ciencia puede hacernos no sólo la vida más segura, cómoda y divertida; también nos puede auxiliar para indagar hechos del pasado. Nos otorga la posibilidad de un acercamiento cuantitativo y cualitativo al ser humano de antaño y especialmente a su arte, a su creación como reflejo directo de sus más íntimos sentimientos.

La fructífera interacción entre colegas en nuestro seminario ha propiciado de manera destacada un creciente avance en los estudios arqueoastronómicos de la cultura mesoamericana. Poseer la capacidad de aproximarse a ese mundo tan maravilloso de una cultura que aún vive parcialmente entre nosotros, a través de una de sus manifestaciones artísticas más sublimes y refinadas como lo es la pintura mural, nos sitúa en una posición especialmente privilegiada para investigar las ideas que sobre el universo poseía el ser humano prehispánico.

La connatural devoción del ser humano hacia el firmamento podría entenderse como una consecuencia de su origen en el proceso evolutivo del universo. Su fin lo hará retornar a su origen cuando nuestra estrella, el sol, en aproximadamente cinco mil millones de años haya transformado la mayor parte del hidrógeno de su núcleo en helio; entonces su volumen aumentará en gran proporción, disminuirá su temperatura superficial y aumentará su luminosidad; se convertirá en una estrella gigante color rojo con un diámetro cercano a la distancia actual al sol. Nuestra amada Tierra se calcinará; regresaremos a ser polvo cósmico, polvo de estrellas.





   
Instituto de Investigaciones Estéticas
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO