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Jesús Helguera: de calendarios
y cine*
Martha Fernández**
marfer@servidor.unam.mx
Elia Espinosa, Jesús Helguera
y su pintura, una reflexión (Estudios de Arte
y Estética: 54), México, 2004, Instituto
de Investigaciones Estéticas, UNAM, 62 ils. (22
c., 40 b/n), 239 pp.
Esta reseña de la doctora Martha Fernández, y las imágenes
que la acompañan, permiten establecer un acertado paralelismo entre la
obra del pintor Jesús Helguera y algunas películas de la época
de oro del cine mexicano.
Elia Espinosa ha aplicado en Jesús
Helguera y su pintura, una reflexión sus dotes
como investigadora acuciosa y poeta, para poner en relieve
la obra de un artista que, como ella misma afirma en la
introducción del libro, "ha sido el ignorado o mal
apreciado 'pintor de calendarios'". La obra de Espinosa
es el resultado de una amplia investigación, pero
también de la aplicación de metodologías
científicas en el análisis de la obra de
arte, en lo cual resulta un ejemplo a seguir. Su lenguaje,
siempre elegante, que denota el conocimiento profundo del
idioma castellano, hace de su lectura un verdadero placer.
La
autora, durante el desarrollo temático del libro,
combina la ideología del nacionalismo con el análisis
del amor, la leyenda y el mito; sin faltar, por supuesto,
un estudio sobre la "naturaleza de lo cursi", la composición
como recurso expresivo y la indisoluble relación forma-contenido.
Una de las mayores aportaciones de Elia Espinosa en este
estudio es la creación del concepto de lo "trágico-ascendente" que
surge "al haber una creencia de la existencia de un centro
entre los centros, en el cual confluyen las fuerzas de la
demolición para salir transformadas por un 'bien poético'".
A partir de ese concepto analiza el sentido de expresión
de la pintura helgueriana; pero también es un concepto
aplicable para explicar la afectación, la teatralidad
y la exageración de muchas obras de arte realizadas
a lo largo de la historia. La propia autora menciona algunos
ejemplos plásticos, pero creo que también es
aplicable a la producción cinematográfica de
la llamada "época de oro del cine nacional":
la fotografía,
siempre triunfalista (aun en el drama) en autores como Gabriel
Figueroa, no deja de recordar obras de Jesús Helguera
como El flechador del cielo y La mujer dormida .
Por ejemplo, La leyenda de los volcanes II , que
ilustra la portada del libro, recuerda inexorablemente a Tizoc cuando
la flecha atraviesa el corazón de la "Niña
María": la composición triangular de la
escena es la misma, como similar es el ambiente en el que
se desarrolla, así como la pose y la expresión
de los protagonistas.
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En cuanto a la iconografía, Elia Espinosa revisa
los diversos temas trabajados por Helguera: el héroe
y el hombre, la mujer, la pareja, la familia, las leyendas
y los mitos que también fueron objeto de cintas cinematográficas
mexicanas en los años cuarenta y cincuenta del siglo
pasado. Lo interesante es que el enfoque de Helguera es el
mismo que se presenta en las películas de aquellos
años. La mujer, por ejemplo, a la cual Elia Espinosa
dedica un importante capítulo, no deja de ser, como
ella misma afirma, "un ser sometido y sumiso, inconsciente
hasta la desesperación". Y agrega: "lucen rostros
inaprehensibles cuya frialdad emerge de una traducción
académica de María Félix, María
Elena Marqués y Dolores del Río, auroleados
a veces por una melancolía a la Gloria Marín
en Historia de un gran amor ". Ciertamente
el ideal de la mujer perfecta en aquellos años era
precisamente la de aquélla sumisa, dispuesta a obedecer,
sin pensamientos propios, ocupada, la mayor parte del tiempo,
en la "caza" de
un marido, pero eso sí, muy "hermosa". En
el cine algunas de las actrices citadas por la autora representaron
los prototipos de esa mujer, a las que se unen otras como
Carmelita González, Queta Lavat, Miroslava, Irasema
Dilian, Charito Granados, Rosita Quintana, Rosita Arenas,
Yolanda Varela, etcétera. Todas ellas proyectaban
la imagen de mujeres esteriotipadas, incluso hasta en su
físico, como las representadas por Helguera en obras
como La Conchita y Michoacana .
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En el cine de aquellos años las mujeres con cierto
carácter fueron muchas veces representadas como "villanas" o
prostitutas, papeles en las que fueron expertas actrices
como fue el caso de Katy Jurado. En aquel entonces, esas
mujeres no eran preferidas para ilustrar calendarios porque
no eran ejemplos "moralizantes". María Félix,
quien abiertamente confesaba no sentirse cómoda con
papeles de "víctima" ni de mujer "buena",
fue de todos modos una excepción al imponer su carácter
en cada interpretación, gracias a la leyenda que de
ella misma fabricó a partir de Doña Bárbara ,
la famosa película de Fernando de Fuentes basada en
la novela de Rómulo Gallegos.
Los paralelismos con el cine mexicano se extienden a otras
obras importantes de la producción helgueriana. ¿Cuántas
serenatas, cantadas principalmente por Jorge Negrete y Pedro
Infante, se representaron en el cine nacional, tal como se
aprecia en Las mañanitas de Jesús
Helguera? En las serenatas se incorporaban los mismos elementos
iconográficos: la novia sentada en el alféizar
de la ventana, el novio vestido de charro, con todo y zarape
al hombro; el caballo, los mariachis, flores por todos lados
y la torre de una iglesia que introduce dos elementos simbólicos:
la religión y el ambiente virreinal, supuestamente "recatado",
del pueblo o la ciudad donde se desarrolla la escena.
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Esa era la imagen oficial de México que las autoridades
trataban de proyectar en la época del más candente
nacionalismo: un país de gente alegre, de hombres
valientes con carácter recio, de mujeres bellas, "decentes",
dulces y sonrientes; una nación muy colorida y, sobre
todo, próspera. Del mismo modo como sucedió en
los Estados Unidos para promover el american way of life ,
a través del cine que se desarrolló principalmente
después de la Segunda Guerra Mundial.
He establecido estas relaciones entre el cine y la obra
de Helguera porque es uno de los factores que explican el éxito
que este pintor tuvo entre las clases media y popular de
nuestro país. A través de sus pinturas, convertidas
en calendarios, la gente podía conservar fija la imagen
efímera que había visto en el cine. Al mismo
tiempo, soñaba con vivir alguna vez la romántica
serenata que Jorge Negrete le había dedicado a Gloria
Marín en Historia de un gran amor ; o
bien, la verbena que propiciaba la convivencia con los patrones
de la hacienda, donde sin remedio eran explotados, tal como
la habían visto en Allá en el rancho grande .
Los jefes de familia, por su parte, tomaban el ejemplo de
Fernando Soler en películas como Azahares para
tu boda y La oveja negra para imponer, siempre
con violencia física y verbal, su voluntad a las esposas
e hijos, sin que en su casa hubiera protestas porque "lo
habían visto en el cine". Pero sobre todo, las personas
se ilusionaban con la prosperidad casi milagrosa de los campesinos,
obreros, artesanos, boxeadores, choferes, etcétera,
que veían en las cintas; o simplemente se conformaban
con su suerte... porque "a Pepe el Toro le sucedía
lo mismo".
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Tanto el cine como la pintura de Jesús Helguera
se convirtieron en modelos a seguir y a perseguir en el México
de aquellos años. La familia, aparentemente unida,
en obras como 10 de Mayo y El bautizo ,
con "la risa constante que acompaña al típico
galán que proviene de la cualidad desarrollismo-felicidad",
como afirma Elia Espinosa; a la que se unen -agrego yo- varios
estereotipos: el de los niños siempre "bonitos", limpios
y bien portados; las niñas peinadas indefectiblemente
con caireles a la Shirley Temple o con trenzas (según
el nivel socio-económico); la señora con rebozo
enredado en el antebrazo o cubriendo su cabeza; y, por supuesto,
la "abuelita ideal": de cabeza blanca, peinada con el infaltable
chongo, de cara redonda (sin arrugas, por cierto, pero con
lentes, como rasgo de su avanzada edad), expresión
amable, cuerpo regordete protegido con un chal y sentada
en un sillón; esto es, parafraseando a Elia Espinosa,
la "traducción académica" de doña Prudencia
Griffel o de Mimí Derba.
Asimismo campesinos aseados, tranquilos y felices que viven,
como comenta la autora, "en un mundo ideal, en el que todo
es bonito y en donde no hay que realizar mayor esfuerzo para
vivir apaciblemente" y, sobre todo, yo agregaría,
sin problemas económicos al estilo de Los tres
García , como se observa en pinturas helguerianas
como el Almuerzo campestre y La bendición
de los animales .
Desde mi punto de vista, Jesús Helguera realizó con
su obra la misma labor propagandística y moralizante
que en el cine llevaron a cabo directores como, por ejemplo,
Ismael Rodríguez con películas como Nosotros
los pobres, Los tres huastecos, Un rincón cerca del
cielo ; y Emilio el Indio Fernández
con filmes como Río Escondido , Pueblerina , Salón
México. Todos juntos contribuyeron a crear el
mito de que "como México no hay dos".
Elia Espinosa demuestra que si Helguera fue capaz de plasmar
de manera tan clara los ideales del nacionalismo mexicano
fue gracias a la sólida formación que adquirió principalmente
en España. Uno de sus maestros, Julio Romero de Torres,
además de cultivar una técnica impecable y
un sentido de la expresión muy claro, fue autor de
muchas obras de carácter costumbrista. No obstante,
la paleta de colores vivos y contrastantes que Helguera utilizó en
sus obras debió adquirirla en México al descubrir
el país que lo había visto nacer, inspirado
no solamente en su rico paisaje natural y la gran variedad
de frutos y flores que produce, sino también en objetos
como las jícaras de Michoacán, los bordados
chiapanecos, los zarapes de Saltillo o los rebozos de Santa
María.
Finalmente, la autora nos presenta a un Helguera
pintor, con una calidad más allá de la simple
ilustración, sobre todo en tres obras de gran importancia: Leda
y el cisne , Ocaso y La carta que
analiza a la luz de su composición y de su calidad expresiva.
Esas obras demuestran, sin duda, que Jesús Helguera
fue más que un simple "pintor de calendarios".
Aunque en realidad a mí me sigue gustando el "pintor
de calendarios" (como
me gustan las películas mexicanas de los años
cuarenta), quizás porque con uno de ellos, La leyenda
de los volcanes I , pegado en el pizarrón de mi
escuela, un maestro me enseñó, cuando era niña,
a amar a los volcanes a través de su leyenda. Ese recuerdo
lo he conservado toda mi vida y por ello me alegró mucho
de que Elia Espinosa dedicara una de sus investigaciones al
estudio del autor de ese calendario, cuya obra me acompaña
siempre que, en días claros, admiro las imponentes figuras
de las dos montañas sagradas que custodian el Valle
de México: el Popocatépetl y el Ixtaccíhuatl.
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