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El arte de Martín Trigueros
Elia Espinosa*
eliaespinosa@yahoo.com.mx
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El trabajo del artista visual Martín Trigueros proviene
de la observación penetrante, lentamente apasionada
de la naturaleza y de un sentido constructivo-minimalista
ligado a su gran capacidad de ver profundizando el mirar.
Enfoco
este escrito a partir de las obras pictóricas y escultóricas
expuestas en la muestra que tuviera lugar en el Instituto
Mexicano del Seguro Social, Territorios conquistados,
entre abril y julio pasados, aunque no la abordaré por
el momento como exposición. Parto, además,
de nítidos recuerdos –¡imágenes!– de
una visita a su taller, afirmando, ya, que los resultados
de largos años de trabajo del pintor-escultor se traducen
en una síntesis de naturalismo y abstracción
que, finalmente, se manifiesta, como discuto aquí,
en figuraciones complejas. Dicha síntesis existe,
por un lado, en la auscultación estructural, textural
y de diseño, para este caso, del pelaje de mamíferos
de la Sabana o de la Tundra, los plumajes de diversas aves
y, por otro lado, la construcción de ligeras esculturas
también de animales.
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Al
ver los lienzos en tondo (1) al
acrílico y al óleo, cualquiera
diría que se trata de “copias
fieles” de tales seres vivos. Pero
no es así. Martín ha observado
los animales vivos a corta distancia, directamente,
cual si fuese un hambriento visual. Tomó las
esencias de diseño y ritmo específico
de cada una de las formas distintivas que
diferencian esos pelajes (franjas negras
sobre blanco de la cebra; listas asimétricas
negras sobre el ocre del tigre o aros oscuros,
irregulares –“manchas”– del
leopardo o, aun, de América, el ocelote;
puntos blancos sobre sepia del antílope).
Lleva la multiplicidad de elementos a sus
composiciones pictóricas en una síntesis
selectiva de formas, sentidos, minucias
visuales –breves zonas de remolinos
de pelaje y pelos aislados– que capturaran
su atención al descubrirlas.
Los tondos construidos
por Martín, casi todos grandes, son
de gruesa lona montada en bastidores circulares
o elípticos, de esos que fueron utilizados
durante siglos para bordar blusas, faldas,
camisas de hombres, sábanas, colchas,
trapos de cocina, etcétera, labor
de añosa e intimista tradición
ligada a lo confesional, al secreto femenino
o masculino. (2)
Martín
re-significa el uso y finalidad del bastidor, desplazándolo
como aro y como bastidor-lienzo pictórico a un juego de
simulación, en el sentido de ilusión, de naturalidad
aliada a su afán artístico. Porque es verdad: si
el espectador no está informado cree, al ver a cierta distancia
los lienzos redondos, que Martín cortó grandes pedazos
de piel-pelaje y los montó simple y directamente en los
aros. Y no es así. Esa ilusión visual (un tipo de
confusión enriquecedora), que inmediatamente se diluye al
acercar nuestra mirada a sus trabajos, implica, en sesgo,
un aspecto importante del arte contemporáneo: elaborar un
mundo en la dimensión del “como si” que, en
el caso del pintor jalisciense, no es un fin sino parte de un proceso
perceptivo-sensible-conceptual y técnico. Prueba de esto
es que a él le divierte
escuchar el “¡ah!, están pintados; no son pieles
reales; yo creía que las había recortado, montado
y ya”.
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Esa “sorpresa” de
que no son “reales” los pelajes, me apoya
en la alusión del vasto problema de la zona cero perceptivo-estética en
la cual la verdad naturalista (la presencia de una totalidad dependiente
del esplendor del detalle-fragmento que la forma y determina) sustituye
a una verdad visual resultante de la observación, la libre reconstitución
pictórica de los pelajes y sus diseños subrayando, al
mismo tiempo, que el resultado final es una especie de abstracción,
aun reconociendo pelajes de osos, de felinos o cérvidos con sus
franjas o manchas.
De esa simulación
que también es semejanza aproximativa, que proviene de una síntesis
de elementos elegidos, surge el absoluto artístico y plástico
en las obras ya numerosas del artista de quien nos ocupamos.
Una de las aportaciones
contundentes del naturalismo, sea el renacentista o el contemporáneo,
es el haber logrado una veracidad del todo desbordando, al mismo tiempo,
su propia totalidad en-la-obra y en lo diminuto de sus detalles. Y el
oficio luminoso y muy construido de Martín contribuye a acrecentar
tal efecto; cada pelo y figura distintiva del pelaje (remolinos, diferentes
densidades de materia) fueron realizados con sumo conocimiento pictórico
y minucia.
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Otra
zona de tondos es la de las zonas plumarias que Martín
pintó pluma por pluma, previa selección elaborada y traducida,
al igual que los pelajes, en un orden subjetivo-mental que, sin embargo,
sigue conteniendo la esencia de la pluma y la esencia estructural que
sugiere el ala de un pájaro y el ave misma (de nuevo una abstracción).
Es decir, el artista separó elementos de la naturaleza gracias
a un vehemente, amoroso análisis del orden del plumaje per
se; rapto de síntesis abstrayente parecida en su diseño
final a la disposición de las tejas que cubren, sobrepuestas,
los techos de casas de campo y urbanas impidiendo, así, el paso
de la humedad, el calor o el frío excesivos a la estructura arquitectónica
propiamente dicha.
En la misma
línea de los animales, el artista también construye esculturas
de bastidores de aros de bordar circulares o elípticos de madera
de diverso tamaño. Hay un lagarto, una cebra y otros animales
de aros, formas de vacío y de materia mínima. Son esculturas
diseñísticas, cuya levedad extrema permite que las levantemos
con el dedo índice, sin esfuerzo, lo cual contrasta con su total
apogeo de “criaturas vivientes” a gran escala, en las que
el minimalismo en los recursos (aros, tornillos, tuercas y
varillas planas de aluminio que los unen y conforman) y el
conceptualismo de raigambre naturalista, en el sentido que lo hemos
manejado hasta el momento, logran una totalidad veraz, principalmente
en la postura y una especie de primeridad (3) de
sentido.
Y a todo esto, ¿en
dónde está Martín Trigueros como artista en un
contexto global y mexicano?
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Nuestro mundo globalizado, la sobrevivencia-autotransfiguradora
de la modernidad que se ha ido metamorfoseando, al compás de
esfuerzos teóricos y vivenciales en “posmodernidad”, “poscontemporaneidad”, “tardomodernidad” y
otras desesperadas nominaciones con las que aludimos a nuestro deteriorado
momento de vida en el planeta, nos lleva a replantear incesantemente
la postura moral, ética y vivencial como historiadores, poetas,
críticos de arte, curadores y otros personajes que tenemos en
el hoy por hoy. Más que nunca, existen, como un hormiguero infinito,
todo tipo de tendencias en las formas de hacer arte y en las formas
de ofrecerlo a los perceptores-consumidores. Considerando ese panorama
desde un enfoque social justamente abierto e incluyente, a lo cual nos
conducen los medios tecnológicos, la experiencia vivencial propia
y lo estético-artístico, el arte mismo y su más
estricta historiografía analítica, nos abre el espectro
de obras a 360 grados. Es decir, igual tenemos a Teresa Margolles y
a Gabriel Orozco en el mainstream y el más caro mercado
pero, en el otro extremo, seguimos contando, por ejemplo, con las “obras
de camellón” o las del Jardín del Arte o las del
Bazar del sábado, los artistas plásticos de caballete
o taller para escultura o gráfica, involucrados o no, en el mercado
fuerte y manipulador exponiendo en galerías conocidas y no tan
conocidas, museos.
Contamos con las artes no-objetuales como el performance, la instalación, las obras de los artistas cartógrafos, el cine y otras artes escénicas, etcétera, verdadero tumulto de gran semiosis e intersemiosis pluralísima que mueve, más que nunca, el pensamiento histórico-crítico del arte. No obstante, al final de este breve ensayo, afirmo que el contexto mexicano tan ruidoso mundialmente, con sus artistas-prendedor-en la solapa, tan rico en propuestas desde dispositivos tradicionales o actuales, técnica y tecnológicamente hablando, cuenta, en la felicidad y a la luz del trabajo artístico cotidiano, con un artista de gran dignidad estética, estupendo oficio: Martín Trigueros. Él se sitúa en la línea de trabajo de una plena actualización del esplendor naturalista-conceptualista enfocado y conducido, a la vez, a una síntesis abstrayente selectiva que labora amorosa, persistentemente, por un lado, hacia lo infinitesimal y, por el otro, en lo que los ojos y los sentidos alcanzan-a-maravillosamente-ver y descubrir en los ofrecimientos vastísimos de la naturaleza.
Hace muchos años, Frederick Jameson, en su Teoría de
la posmodernidad (de 1991 en inglés, de 1996 en español),
casi nos sentenció a una vida gris al sugerir, para explicárnoslo,
que para comprender esa nueva etapa moderna era necesario imaginar un mundo
en el que la naturaleza ya se fue, o ya no está; afirmación
apocalíptica... Pero el arte de Martín Trigueros nos lleva,
como un pintor-escultor figurativo-conceptual-minimalista apasionado de
la naturaleza naturante, a revalorarla, a redescubrirla y regocijarnos
en su infinita complejidad viendo, como sostengo en el primer párrafo
de este ensayo, hacia profundizar el mirar de que somos capaces
y cerciorarnos de que, sin ella, sin la naturaleza naturante,
no hay desarrollo humano espiritual, artístico y teórico
posible.
Inserción en Imágenes: 12.11.09.
Foto de portal: obra de Martín Trigueros.
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