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posisciones

Wilson Pico. 40 años en escena

Alberto Dallal*
dallal@servidor.unam.mx

Con el cuerpo bailamos. Con los ojos leemos el mundo. El seguimiento esporádico o constante de las obras de un artista de la danza nos permite captar sus intenciones, registrar sus logros, percibir sus alcances, definir sus estrategias y tácticas. Sus conceptos. La danza es la acción artística y creativa más real y elocuente porque se realiza mediante la experiencia del cuerpo, en la inmediatez de lo existencial y lo cercano. La danza no puede ser transferida porque el acto dancístico es, pertenece a los bailarines. Toda coreografía es un montaje para bailarines. No puede ser sólo un proyecto porque su realización es la danza misma: coreografía pensada, “montada” o echada a andar en el instante en que los cuerpos se mueven. Todos los espectadores no sólo leen los movimientos (o no movimientos) del o los cuerpos en el aquí y ahora mismo del acaecimiento dancístico: también bailan en (con) sus sensaciones orgánicas, en un acto de identificación que se prende de la piel del bailarín.
            Recordamos la sorpresa ante la lectura de aquel Wilson Pico que vino a México en los setentas: movimientos instantáneos, intensos, penetrantes en ese cuerpo definitivamente delgado, pre-parado mediante ejercicios de las técnicas socorridas en la época y en el país pero sobre todo pertrechado de concentración mental, en un acto de identificación y de búsqueda dentro de él mismo para manifestar su, sus danzas. Pico reconocía en su cuerpo los posibles elementos de la técnica clásica, de la graham, en un ir y venir dentro de su mente-cuerpo para evocar sensaciones vividas en cada movimiento de los hombros, piernas abiertas, ojos clavados en el suelo, en el cielo, en el personaje, desfiguros aparentes, sencillez en las propuestas: Mujer, Beata, Soldado, Papa, Torero.


            En otras partes comenzaban ya las incursiones en la danza-teatro pero Wilson era ya el adelantado del momento: tomaba de las técnicas lo que necesitaba y ocupaba el escenario para dramatizarlo y decirnos lo que quería decir mediante movimientos-actitudes-inversiones-provocaciones-imágenes-sensaciones. Se parapetaba en lo inmediato, en los tenues desplazamientos. Se andaba y sudaba él solo en el escenario y corría como gemir, vestido de lavandera, y de pronto lo veíamos cambiar de personalidad y entregarnos ese antecedente de la franca liberación de los diseños que más tarde trajo consigo la danza contemporánea en América Latina. Era la de Wilson una especie de danza “pobre” que hablaba de sentimientos, de personajes descarnados, de actitudes “ingenuas” que conducían a una metafísica del espacio, tal y como lo hacían esos indígenas trashumantes en las fiestas de pueblos y parajes mexicanos: solistas escarnecidos hasta la fecha porque se hallan solos en el universo.

La de Wilson era, en realidad, una “danza de lo contrario”: la negación de las grandes maniobras de las grandes compañías y de los excelsos coreógrafos: él y sus seguidores en Ecuador y en México y en Colombia habrían de afirmar con sus cuerpos y ejercicios escénicos la inmediatez real de la danza, la interioridad de los cuerpos latinoamericanos, los sentimientos trágicos del movimiento pero sin aspavientos ni alardes: en la elocuente sencillez de la concentración sobre el cuerpo, la cultura, la música, el mestizaje mismo. Por ello Wilson fue reparando paulatinamente, en presentaciones por todo el mundo (reconocimientos por todo el mundo), que sus personajes se posesionaban de su cuerpo y, en el escenario, de su conciencia, de lo que quería decir y hacer. Suscitaba un travestismo militante del alma, desde lo profundo del personaje: mera piel que bailaba.
            Nadie en América Latina soñaba a principios de  los setentas con adaptar paulatina y sincréticamente las lentitudes del butoh ni hacerse, apoderarse de las intensidades del expresionismo Wigman o del efecto Lamentation de la Graham. Wilson fue construyendo todo esto poco a poco: economía de medios, desnudez de propuestas, presencia ineludible ante un público que parece no haber visto en qué consiste la pobreza de percepciones cuando va mirando y caminando por la calle. Danza latinoamericana en expansión: lección. Hacinamiento de sensaciones. A veces una frase gutural o un movimiento deforme con la pierna hace de Wilson un acusador. Si se le veía de una obra a otra, de un año a otro, de un escenario a otro, se percibía cómo Wilson había ido prescindiendo paulatinamente de toda literatura, de manera trashumante, para penetrar en ese medio inhóspito en que las intensidades del cuerpo, los movimientos desgarrados (sin extensiones superficiales), las danzas-estados-de-ánimo y la ausencia de pretensiones escénicas iban creando “escuela”.
            Sus obras no especifican, sugieren. Y así imponen. Su economía de muestras corporales también, aunque aquí sí se precisan intensidades. Wilson aprendió pronto a bailar con dedos y manos. En Venezuela (¿cuándo?) descubrí que su vestuario era liso pero suficientemente expresivo, que en La beata Pico personificaba con un cuerpo que emitía sombras entremezcladas con sus movimientos. En La mujer sobrevenían escenas cotidianas, ocurría una violación y el personaje terminaba colgado, como trapo. En El Koshko era el recluta conscripto y se hallaba acompañado por las voces de Julio Pico y Patricia Mantilla; los decorados eran banderas, un águila, el altar de la patria. Lo que impresionaba era su acto desmitificador y que aquel cuerpo delgado, a punto de sucumbir de flaco, llevara consigo nueve años de formación clásica, clases de Grotowsky, Pascal Monod, expresión corporal al rojo vivo, como una evidencia de los alcances (ya entonces) de los gestos, tenues gesticulaciones, economía de medios y expresiones, singularidad de los actos latinoamericanos, experiencia de des-emblematizar nuestra tendencia al sometimiento y a nuestra naturaleza callada, “honradora” pero perdedora a medias. Puna suerte, suerte del indio, poca suerte, grupo de “cargadores”, fondo musical con base en ruidos, intilimán (chileno) y algún instrumento boliviano. Con el tiempo habría de influir en otros coreógrafos porque abría puertas, sendas: Kléver Viera, Arturo Garrido, Mariana Guerrero, Paulina Peñaherrera, entre otros. Posteriormente sería recibido y admirado en Europa, principalmente en Alemania, en donde no obstante sobreviven las influencias de la danza expresionista y de Mary Wigman.

            ¿Cuáles fueron sus antecedentes, los “fogonazos” que habrían de llevarlo a su terca, persistente creatividad de hacer danza con economía sublimada de medios? En 1968 Noralma Vera (su maestra) estrena en Quito Afirmación, “coreografía de corte moderno con música del mexicano Carlos Chávez”. La obra tenía base técnica del ballet clásico pero su solución básica era audaz, se alejaba de los estereotipos balletísticos e impactaba, inquietaba en su lenguaje. “El resultado fue importante ya que, por primera vez en nuestro medio empezaba a nacer un diferente modo de bailar que no era ni baile folklórico ni ballet clásico.” Por aquellos mismos días Patricia Aulestia presentaba en su repertorio folklórico “su Acuarela cero, también con tema moderno”, explica el propio Wilson. En 1971 “la misma Noralma Vera introduce la técnica Graham en Ecuador después de recibir clases en Nueva York… comprendimos intuitivamente que esta técnica estaba más de acuerdo con nuestra realidad, con nuestro modo de ser, con nuestros cuerpos…” Ecuador recibe también la visita del chileno Germán Silva en ese mismo año.
            Presentándose desde 1972, en abril de 1975 bailó Wilson Pico por primera vez como solista y anuncia su presentación como “ballet contemporáneo”. Ese año estrena Mujer y dirige un grupo que baila por todas partes, incluyendo los escenarios, dueños de la seguridad técnica de sus cuerpos, empachados ya, literalmente, de pueblo y ciudad, personajes y avatares latinoamericanos. Dando muestras y abriendo brechas.


            Nacido en 1949, Wilson Pico recibió recientemente, con justicia y plena satisfacción, un homenaje nacional con la publicación del libro Wilson Pico. Cuarenta años en escena, investigación y compilación de su compañera Natasha Salguero, en donde se percibe la trayectoria implacable e impecable de este coreógrafo ecuatoriano.
            En el texto de presentación del programa de mano que escribí en 1976 (al bailar en el Teatro de Arquitectura de la Ciudad Universitaria, en México), escribí:
            “Wilson Pico ha descubierto el sentido de un camino que resulta cabalmente revolucionario: hacer un arte cuyos múltiples aspectos manifiesten intensamente la realidad (y el cambio) que experimentamos (y necesitamos) nosotros y la sociedad.
            “Por lo pronto, este singular creador ha logrado:
            1.    Prescindir de la complicada producción del espectáculo tradicional.
            2.    Ser a la vez creador e intérprete (ancestral anhelo de los artistas en escena).
            3.    Poseer un conjunto de procedimientos, o sea una técnica personal y operativa para expresarse.
            4.    Haber ido hacia la raíz del hombre (el hombre mismo) para mostrarla situada en la experiencia de la realidad.
            5.    Haber logrado la combinación de todos estos factores, de todos estos elementos hasta alcanzar una síntesis firme, hábil, impresionante.”


            Actualizo, por lo que la realidad universal nos ha enseñado en todos estos años, el siguiente término: seres humanos, por “hombres”. Lo demás sigue vigente.
La época que le tocó vivir, bailar y representar a Pico resulta interesante desde sus inicios ya que se desprendía el bailarín latinoamericano de las imposiciones técnicas de los “imperios” y se encausaban su creatividad hacia el forjamiento de un lenguaje latinoamericano o local que llamara la atención de los públicos hacia los temas que podían interesarles, alejándolos del estereotipo norteamericano o europeo. Pico es contundente al respecto: “un artista latinoamericano, ante todo, debe cuidar y fortalecer su identidad, punto básico que le va a permitir crecer de un a manera correcta. Cuidar su identidad no significa cerrarse. Uno puede adueñarse de las herramientas técnicas de avanzada, de donde quiera que sean. Eso es patrimonio universal para fortalecer la identidad de cada pueblo…”


            Situado en los linderos de la revolución de los lenguajes que estaba por sobrevenir, Pico estableció sus danzas e inició los recorridos indispensables para permitir arribar, con creatividad, a los principios: “yo trato de decir, de otra manera, lo que la gente ya ha visto antes. La gran tarea del arte es subvertir la visión cotidiana. Para no caer en el realismo, uno debe trastrocar esos materiales de la realidad. Así, el espectador se vuelve un cómplice de esta experiencia que nos llevó a ver los trasfondos de un material cotidiano. Es lo que me propongo cuando bailo o cuando hago una coreografía…”
        Enhorabuena, Wilson Pico.

  Videos

Agradecemos la colaboración del diseñador Homero Heredia en la edición del video para web.

Inserción en Imágenes: 05.03.08.
Video de portal: danza de Wilson Pico en el Teatro Kana de Polonia.



   
Instituto de Investigaciones Estéticas
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO