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Nada es lo que parece. La fotografía como arte

Clarissa Benci
beltmondi@yahoo.com.mx

Laura González Flores, Fotografía y pintura: ¿dos medios diferentes?, Gustavo Gili, España, 2005, 25 imágenes b/n, 319 pp.

 

A simple vista, para cualquier persona, la diferencia entre fotografía y pintura resulta obvia. El soporte, los requerimientos técnicos, el proceso creativo son –parecen– distintos, incluso opuestos o simplemente incomparables. Mientras una foto se obtiene sólo y a través de la mediación tecnológica que posibilita la cámara fotográfica (analógica o digital), la creación pictórica es el resultado directo del artista; aunque requiere lienzo, pincel y pinturas, la obra plástica es el resultado, la expresión –controlada e intencional– del genio creador.


Así, pareciera que no hay más qué decir para distinguir entre una foto y un cuadro. Hasta un niño, en cualquier museo, sabría reconocer la diferencia. La foto se “toma” y la pintura se “hace”, según John Szarkowski. Es a partir de esta obviedad meramente técnica a partir de la cual inicia el recorrido histórico, teórico, estético y filosófico de la historiadora del arte Laura González Flores. Fotografía y pintura: ¿dos medios diferentes? (Gustavo Gili, 2005) es al mismo tiempo un estudio riguroso y una provocación. Como coloquialmente se dice, la autora nos mueve el tapete: a nosotros, a los espectadores quienes, como cualquier individuo, sabemos reconocer una imagen fotográfica de una pictórica; pero también a los especialistas en el arte y la fotografía quienes han abordado la relación entre la imagen fotográfica y la pintura. “La técnica se concibe como un elemento puente, pero no como algo que defina a un género: las razones por las cuales la fotografía se convierte en Fotografía (ahora con F mayúscula) rebasan la mera tecnología.”
             La pregunta que González Flores formula en el título de su libro busca una respuesta en la historia de las ideas estéticas, en el pensamiento filosófico de la modernidad y la posmodernidad y en la cultura occidental. Si separamos el elemento tecnológico de ambos medios y se emprende una revisión de sus posibles lenguajes y aspectos estéticos, sociales y culturales, la investigadora descubre la evidencia de que la Fotografía y la Pintura “son, en el fondo, lo mismo”. Este “presentimiento”, como lo denomina la autora, “se dirige al hecho de que, más allá de sus diferencias superficiales y de su aparente independencia, ambas disciplinas pertenecen a un paradigma mayor, de tipo ideológico-cultural, que no sólo las engloba, sino que determina su parecido”.

La autora nos conmina a ver y a entender la fotografía y la pintura con una mirada distinta. La duda que plantea el título del libro hace referencia a ese conocido axioma de que “nada es lo que parece”, aplicable no sólo a la política o a la naturaleza humana, entre otros fenómenos, sino también al arte. Este acercarse y mirar malicioso que nos propone la especialista resulta complejo. Exige al lector del libro y al observador del arte una actitud desprejuiciada. El estudio de González Flores es en última instancia una defensa del arte fotográfico, de los artistas de la lente… y un ascenso de la Fotografía al mismo nivel que cultural y estéticamente se le ha concedido a la Pintura. “En esta madurez moderna paralela a la modernidad de la Pintura, la Fotografía se bastará a sí misma y no le pedirá cuentas a nadie: comenzará a entenderse como un lenguaje autónomo que, por sí mismo, constituye un verdadero género o paradigma cultural.”
             Como quien está en busca del conocimiento de las cosas, lo primero que realiza González Flores es hojear los diccionarios en busca de definiciones básicas. ¿Qué significa pintura, fotografía, arte, ciencia, máquina? Una definición la conduce irremediablemente a otra para, desde luego, ahondar aún más en la duda que le plantea la imagen como paradigma. Revisa las distintas visiones en torno al arte en occidente; por ejemplo, la “visión objetiva”, naturalista, legado de la mímesis griega que entiende a la imagen como una traducción más o menos exacta de la realidad. Dicho realismo posee su fundamento en la posibilidad de captar lo real-artístico a partir de números, proporciones, leyes lógicas y, como defendía Leonardo, en la destreza en la ejecución de la obra.

El advenimiento de la modernidad y su noción de crítica en autores como Kant hará énfasis ya no en la forma del arte sino en su contenido, en la calidad de la obra y en el genio creativo del artista. La aproximación al arte ya no será exclusivamente racional sino espiritual o emocional. “Los límites del arte han de ser límites humanos, elecciones deliberadas por parte del artista, y no imposiciones de una regla. Éste será el fundamento de la estrategia crítica moderna: la pintura se definirá a sí misma al elegir, el mismo artista, sus propios límites de una manera específica, consciente y subjetiva.”


             Es así como el creador, ya en el Renacimiento, abandona la visión mimética y la destreza en la factura para echarse en brazos de la creatividad, de la experiencia perceptiva y de la imaginación, es decir, la “visión subjetiva” del arte relacionada con lo bello y lo placentero.
             La invención de la fotografía propiciará y acelerará en la pintura una “crisis de identidad” que se expresará en el prolífico arte de las vanguardias. La imagen fotográfica garantizó la reproducción mimética –casi perfecta– de la realidad y, por lo tanto, la búsqueda de nuevas nociones de artisticidad por parte de los pintores. La Pintura, “a partir del Arte moderno, perderá su protagonismo como género dominante y volverá a ser aquella pintura con P minúscula que el hombre o el niño de la calle conocen: algo hecho con pigmentos, una técnica más con la que se puede hacer una obra de Arte. Lo que importará no es que una obra sea Pintura, sino Arte”.

La pintura vanguardista exigirá un público no convencional (perteneciente a la “visión objetiva”) que se enfrente ya no a lo figurativo sino a lo abstracto: no más representaciones de lo real como paisajes, desnudos o naturalezas muertas; más bien ideas, teorías, reflexiones, lenguajes, formas, luces y color como búsquedas artísticas en sí mismas. La ruptura de paradigmas ocurrirá con Duchamp quien “llegará al extremo de proponer el ready-made rompiendo definitivamente con la necesidad de hacer algo: la forma pura es lo esencial a la pintura y no como se ha llegado a ella técnicamente”. Para Duchamp el artista no inventa sino que usa, manipula, desplaza o reformula el arte.
             La cámara fotográfica, si bien capta la realidad al más puro estilo de la “visión objetiva”, no es un objeto neutral. Aún tecnológicamente, responde a un sistema de valores configurados en la sociedad. La imagen fotográfica no es menos inocente. “Las imágenes de la cámara, lejos de integrar una percepción natural del mundo son, en realidad, las manifestaciones axiomáticas de una propuesta de realidad. La sintaxis de las imágenes está ‘pre-determinada’: la foto, más que una huella de la realidad, es la imagen de un concepto”.
             Con estas frases, la autora nos revela el vínculo, la relación, la similitud entre esos paradigmas culturales que son la Fotografía y la Pintura. Fotografía: imagen, memoria colectiva, documento, comunicación visual, concepto. “Desde 1939 la fotografía nos llena de dudas.” La imago fotográfica que es Fotografía, que es artística, que posee las cualidades de la Pintura, es aquella que se sacudió la mímesis y que asume con pleno conocimiento y creatividad su subjetividad. El lenguaje fotográfico que se aleja de la objetividad, contradiciéndose a sí misma, es la fotografía artística.


             Será hasta principios del siglo 20 cuando la fotografía adquiera el rango de arte a través de la crítica especializada. El aura de Walter Benjamin, que él atribuía exclusivamente al arte y a su unicidad y no a la reproducción mecánica de los productos culturales, también sería asumido por la fotografía artística en su afán de “artistificación”, es decir, en su construcción del aura (con las relatividades que ello implica). El aura avanzará ya no como representación de una realidad dada sino de una “realidad  construida”, como El ahogado (1840) de Hippolyte Bayard, quien se retrató fingiéndose muerto para demostrar que la imagen fotográfica “no es lo que parece”.
             Los derroteros de la fotografía, sus acercamientos a la artisticidad –algunos tímidos, otros decididos–, incluso las experimentaciones de artistas de la lente serán definitivos para conferirle a la fotografía el carácter de obra de arte. Factores como la crítica especializada y su institucionalización a través del espacio museístico (aportación, esta última, del fotógrafo y bibliotecario del MoMa, Beaumont Newhall) demuestran que la imago fotográfica se erigió en un producto cultural-ideológico con valor estético propio y autónomo. El museo servirá para colocar, promocionar, difundir  y distribuir a la fotografía artística, aunque más tarde se consideraría al museo como uno más de los “aparatos ideológicos del Estado” althouserianos.

Históricamente, los artistas propiciaron en sus imágenes ciertos procesos –y técnicas– creativos (algunos fueron efectos accidentales como los rasgos de las herramientas de trabajo sobre la obra), acompañados de debates teóricos e ideológicos, como una reflexión conciente de sus propios fines y medios creativos. Movimientos como el pictorialismo, las búsquedas a través del manejo y movimiento controlado de la cámara y sus soluciones técnicas, la hibridación o mezcla de lenguajes artísticos de géneros vanguardistas, el fotomontaje y la fotografía como arte objetual o elemento idóneo para producir los ready-made duchampianos (colocar a la foto en un contexto artístico).

             En fin, la autora concluye con un análisis de la fotografía artística desde la posmodernidad y sus complejos mecanismos. El estudio de Laura González Flores es notable y esclarecedor. Nos habla del poder de la imagen allí donde lo meramente técnico pasa a un segundo plano por detrás de la finalidad de la imago. Bien entendido, el planteamiento de la historiadora del arte podríamos aplicarlo no sólo a la pintura y la fotografía, sino también al cine, al cartel publicitario y, sobre todo, a la televisión.

Índice

Introducción

I Dos medios diferentes

II Las definiciones de la Pintura moderna

La “Visión Objetiva” como definición convencional de la Pintura
La modernidad como crítica y el cambio en la pintura
El abandono de la mímesis y el auge de lo creativo
Ciencia y filosofía en el Arte moderno: espíritu, forma, color y lenguaje

III Las definiciones de la Fotografía

Definir la fotografía
La cámara
La fotografía como imagen
La fotografía como memoria
La fotografía como arte
La realidad construida
Defectos como virtudes: la sintaxis de impresión
La sintaxis de cámara
Una naturaleza híbrida

IV ¿Posmodernidad, pospintura y posfotografía?
C de Crisis
M de Museo
T de Texto
A de Autor
G de Género
P de Posmoderno, Problema, Práctica, Poesía
A modo de resumen
En conclusión

Bibliografía
Índice de nombres
Agradecimientos
Créditos fotográficos

Inserción en Imágenes: 05.03.07.
Foto de portal: portada del libro.



   
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