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Álvaro Matute Aguirre, Premio Nacional

José Rubén Romero Galván*
jgalvan@servidor.unam.mx

Fue durante las vacaciones del pasado fin de año que apareció en los periódicos la lista de los ganadores del Premio Nacional de Ciencias y Artes 2008, que otorga el gobierno del país a destacados científicos, humanistas y artistas mexicanos. Allí apareció el nombre de mi amigo y colega Álvaro Matute Aguirre, a quien se le confirió el correspondiente al área de Historia.
          Es mezcla de gusto y orgullo tanto para el Instituto de Investigaciones Históricas de nuestra Universidad como, particularmente, para quienes nos contamos entre sus amigos y compañeros cercanos de trabajo, que la labor empeñosa y constantemente desarrollada por Álvaro Matute en el campo de la Historia, sea reconocida con este premio.
          Siempre he pensado que el pasado de cada persona influye de manera determinante cuando alguien se encuentra en el momento de escoger la disciplina a la que dedicará sus esfuerzos en este mundo. Vivencias, a veces guardadas en la memoria y no compartidas con nuestros próximos, afloran a la superficie de los recuerdos cuando se trata de explicar los porqués de una decisión de esta naturaleza.
          Comentarios y conversaciones que se distribuyen a lo largo de treinta y ocho años, los que tengo de asistir al Instituto de Investigaciones Históricas, primero como becario y después como investigador, me permiten trazar, en los terrenos resbalosos de las hipótesis, las razones que mi amigo tuvo para adentrarse en los terrenos gobernados por la sabia Clío.

          Álvaro es nieto del general Amado Aguirre, Diputado al Congreso Constituyente de 1917, quien parece ser no era muy dado a relatar sus experiencias de los acontecimientos tan trascendentales que le tocó vivir. Tengo para mí que las parquedades del General produjeron en el entonces niño Matute una profunda inquietud por el conocimiento del pasado. Tantas lagunas de información habrían sido un acicate para la curiosidad infantil del fututo historiador.      
          Hay ocasiones en que, cuando se es niño, conocer otras ciudades genera ciertas dosis de curiosidad. Podría decirse que es esa una de las circunstancias que alimentan los deseos de responder a las preguntas que genera el enfrentarse con las novedades que encierra una ciudad hasta entonces desconocida. He pensado siempre que la curiosidad se cultiva y que el historiador es curioso no sólo por naturaleza, sino porque precisamente ha podido cultivar este rasgo de su carácter. En el caso de Álvaro Matute, Guadalajara y la Ciudad de México son los escenarios en los que se desarrolló su infancia. Quiero pensar que ello influyó para que en su espíritu infantil se desarrollara la curiosidad que le era natural. Álvaro observaría que las dos ciudades de entonces eran si no totalmente comparables, si de algún modo complementarias. México acababa de perder lamentablemente un sabor que Guadalajara aún conservaba. Bien podría decirse que la capital tapatía era un feliz testimonio viviente de lo que la Ciudad de México había sido sólo algunos años atrás. El México de los años cincuenta no olía a baldosas recién regadas, ni los aromas de arrayanes colmaban las tardes calurosas, ni tampoco podía beberse algo comparable al agua de lima. Todo ello, estoy seguro, lo observó y se lo explicó mi amigo cuando era niño.

En la capital del país, cuando cursaba la secundaria, le tocó en suerte tener como maestro de historia a Eduardo Blanquel. No cabe duda de que las clases de este distinguido historiador imprimieron en el espíritu adolescente de Álvaro Matute huellas que después se tornaron en elementos importantes de su ejercicio como historiador profesional.
          También la ciudad de México ofreció a Álvaro la posibilidad de ingresar a la institución en la que cursó la preparatoria, continuó sus estudios profesionales, realizó los de posgrado y se convirtió finalmente en su ámbito laboral. En efecto, la Universidad Nacional Autónoma de México ha sido para Álvaro su casa por más de cuarenta años.
          Fue el plantel número cinco de la Escuela Nacional Preparatoria, el de Coapa, el que recibió a mi colega. Posiblemente no me equivoque si pienso que allí sus inquietudes intelectuales comenzaron a tomar camino hacia dos disciplinas en las que ha incursionado y que, hasta la fecha, Álvaro piensa como muy cercanas: la historia y la literatura. Ello no es extraño si se considera que entre los profesores de quienes fue alumno entonces se cuenta Margo Glanz, reconocida sabia y estudiosa de la literatura. Allí también formó parte del grupo de teatro estudiantil dirigido por Héctor Azar. Ya puede el lector imaginar las hondas huellas que dejaron estos formadores en el espíritu del joven Matute.
          Escogió al fin la disciplina de la Historia. Entró a la Facultad de Filosofía y Letras, de la que no saldría más, pues cursó en ella todos los ciclos de su formación académica y desde los años sesentas ha sido profesor de asignatura. Su entrega a la labor docente es digna de encomio y le ha valido ver como fructifica en no pocos alumnos suyos que, trabajando de manera independiente, son considerados historiadores brillantes y maestros reconocidos.

          Sus capacidades le han valido ser nombrado para puestos de responsabilidad incuestionable en nuestra Universidad. Es así que fue el director fundador del Programa Universitario de Investigación sobre Estados Unidos de América, que con el tiempo se convirtió en Centro de Investigaciones sobre América del Norte y, posteriormente, Director del Centro de Enseñanza para Extranjeros. En ambas instituciones su paso dejó hondas y benéficas huellas. Su conocimiento de la UNAM le ha permitido un desempeño destacado, y por todos reconocido, en el seno de su Junta de Gobierno.



          Más allá de los muros de nuestra Casa de Estudios, las capacidades de Álvaro Matute lo llevaron a formar parte del Servicio Exterior Mexicano desempeñándose como Agregado Cultural en Italia.
          Álvaro es un investigador nato. El campo que ha privilegiado en sus trabajos es el de la Historiografía y la Teoría de la Historia. Su profunda sensibilidad ante el pasado, y en particular ante los temas de su interés, le ha permitido plantear problemas no tratados y abordar cuestiones novedosas para crear explicaciones convincentes que han hecho luz a las cuestiones teóricas e historiográficas. Sin duda sus aportaciones son importantes. Puedo decir que a lo largo de su vida académica, cada uno de los libros que ha publicado, trátese de los escritos íntegramente por él, como fue el caso de Lorenzo Boturini y el pensamiento histórico de Vico, originalmente su tesis de licenciatura, en el que en verdad de manera brillante explora los vínculos intelectuales que supo descubrir entre esos dos italianos, o trátese de libros colectivos coordinados por él y por Evelia Trejo, su esposa y extraordinaria compañera en sus búsquedas intelectuales, en los que ha demostrado más que sobradamente la sensibilidad de un historiador plenamente maduro y de mirada penetrante ante los problemas historiográficos contemporáneos. Leer a Álvaro Matute es entrar en contacto con la reflexión depurada respecto de las líneas de investigación e interpretación de la historia en nuestros días.   

          En la actualidad, el trabajo compartido ha cobrado particular importancia. Álvaro Matute, lector cuidadoso de los signos que su tiempo le ofrece, empeñosamente ha dirigido en el Instituto de Investigaciones Históricas un seminario interinstitucional sobre Teoría de la Historia e Historiografía, del cual soy parte, cuyos frutos, a lo largo de trece años, han aparecido en una nueva serie editorial que lleva el mismo nombre del seminario y que ha publicado ya ocho títulos a los que en breve su sumarán otros dos que se encuentran en proceso de edición. La conducción de este grupo de trabajo nos ha permitido conocer en nuestro colega capacidades en verdad sobresalientes para propiciar el diálogo respetuoso y fructífero entre un grupo de especialistas de muy alto nivel. Prueba de ello lo son, además de las publicaciones citadas, la realización de dos Coloquios de Análisis Historiográfico y de varios seminarios abiertos en los que la presencia de alumnos de los distintos niveles de formación académica les ha resultado altamente benéfica.
          Álvaro Matute Aguirre recibirá en breve, de manos del presidente de la República, el merecido reconocimiento con el que el gobierno premia los logros de hombres y mujeres que en sus áreas han hecho aportaciones valiosas. Ello es orgullo para sus amigos, para sus alumnos y colegas, y por supuesto tanto para el Instituto del que forma parte, como para nuestra casa de estudios que lo ha abrigado durante tantos años. Al felicitarlo, nos felicitamos de contarlo entre los nuestros.   


*José Rubén Romero Galván es doctor en Etnología, Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, París. Profesor de la asignatura “Introducción a la historia” en la Facultad de Filosofía y Letras e investigador del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM. Participa en los proyectos Fray Hernando Ojea, La Crónica mexicana de Hernando Alvarado Tezozómoc, Los procesos de historiografía novohispana y Paleografía y traducción del Libro Cuarto del Códice florentino. Es autor de La historiografía de tradición indígena y Los privilegios perdidos. Hernando Alvarado Tezozómoc, ambas obras editadas por el IIH-UNAM.

Inserción en Imágenes: 05.02.09
Foto de portal: historiador Álvaro Matute. Conaculta.  



   
Instituto de Investigaciones Estéticas
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO