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de archivos


Ida Rodríguez Prampolini, maestra y promotora cultural*

Francisco Reyes Palma**
franciscoreyespalma@gmail.com

“No entiendo por qué me hacen este reconocimiento, debo tener mucha suerte”, decía Ida Rodríguez Prampolini por teléfono, hace unos días, desde Veracruz. Le respondo ahora con una frase de Ricardo Campos, alumno suyo en Tlayacapan, quien entre las razones para entrevistarla, señalaba: “porque […] es persona de gran espíritu en el trabajo”. (1) Sin duda, quien conozca de cerca a la historiadora Rodríguez Prampolini, dará cuenta de su sorprendente capacidad de trabajo.
        Hace más de treinta y cinco años que en Tlayacapan confluyeron las dos grandes vertientes existenciales de Ida Rodríguez: la educación y la utopía; y no obstante la cadena de tifoideas con que esta utopía rural la hostigaba, en ese pequeño poblado de Morelos alcanzó su momento de mayor serenidad y plenitud. Al menos no recuerdo otro periodo así.
        No creo en la suerte; y todavía me resulta una incógnita saber qué situaciones tuvieron lugar en 1967 para que Ida me eligiera entre la cuarteta de alumnos a los cuales guió por varios museos de arte contemporáneo de Canadá y Estados Unidos. (2) Y pensar que a mi regreso al aula me retraje un tanto, no me cabía en la cabeza que una maestra pudiera quebrar tantas formalidades académicas para volverse de manera llana: una amiga, como si el viaje de estudio, esa escuela viva y privilegiada de arte contemporáneo, continuara todavía.

        Un año más tarde, el movimiento estudiantil de 1968 significó un vuelco total. A partir de entonces, Ida añadió a su fe irreductible en el poder educativo y a su paradigma de un arte social, una especie de activismo político, sin regulaciones doctrinarias ni filiaciones partidistas, precisamente la parte más espontánea del movimiento del 68, y quizá la herencia menos analizada. Y justo por esa desvinculación orgánica es que nuestra maestra pudo esconder en su domicilio a uno de los dirigentes del Comité Nacional de Huelga (CNH), sin que se enterara ninguno de sus alumnos, y menos su esposo, el escultor Mathias Goeritz, quien hubiera sido presa del pánico de la deportación. (3)
        En cambio, estábamos al tanto de sus visitas a Lecumberri donde, por ejemplo, introducía tijeras de uñas para José Revueltas, un instrumento tan necesario como prohibido; o le llevaba unas inocentes gelatinas que tras disolverse permitían al escritor brindar por la vida desde el encierro.
        Fue poco después de la masacre del dos de octubre cuando Ida me pidió enviar por correo una colección completa de la gráfica del 68, lo que me significó uno de los peores momentos de mi vida: esa sensación de estar vigilado y a un paso de la detención. Por fortuna logré actuar con tranquilidad y a las pocas semanas ya circulaba la edición de Mexico ’68. The Students Speak, (4) con una selección de esos carteles y volantes enviados,  acompañados con textos como el llamamiento de Bertrand Russell y Jean-Paul Sartre a boicotear los Juegos Olímpicos de ese año.
        Todavía bajo el clima de silencio posterior al 68, Ida pasó de maestra y amiga a convertirse en verdadera cómplice de un proyecto de exposición que imaginé como un recurso para hacer menos agobiante el silencio universitario. (5) Una muestra centrada en la idea del reciclaje, donde proponía el retiro de los mensajes publicitarios a favor de contenidos culturales y educativos. Apoyados por sus maestros, participaron los estudiantes que cursaban la materia de diseño en la Facultad de Arquitectura, aunque también intervinieron caricaturistas políticos, artistas y, no por casualidad, parte de los cartelistas del 68, sólo que ahora lanzaban sus comunicados gráficos sobre la superficie de costales de cemento.

        Pero no me detengo más en este momento tan entrañable, como luego lo será el par de años transcurridos en Tlayacapan. Los recuerdos se agolpan, pero no quiero dejar de mencionar algo muy personal, lo que para mí, a 45 años de distancia, aún significan las clases de arte contemporáneo de la maestra Ida Rodríguez Prampolini, esa caverna de imágenes en la Facultad de Filosofía y Letras, donde una voz grave y cierta cadencia en el discurso llenaba de “oyentes” las dos primeras filas del salón abarrotado. Ahí, Ida inoculaba sin remedio la pasión por el arte contemporáneo; en ningún otro espacio académico de entonces encontré una reflexión que provocara tantos disturbios en nuestra manera de entender el pasado inmediato y los años recientes, (6) una historia cultural que no disociaba del análisis estético los contenidos políticos y filosóficos, un entramado de relaciones que abandonaba la linealidad de la historia del arte entendida como una progresión ininterrumpida.
        Vistos a la distancia,  los cursos y seminarios de Ida Rodríguez mantenían un relato central de ciclos contradictorios donde una vanguardia devoraba a la siguiente para, a su vez, ser desplazada por otra. Una verdadera carnicería que si bien concluía con la sacralización de ciertos artistas, a Ida parecía no convencerle el resultado. De tal modo que ella sólo rescataba aquellos movimientos que propiciaban la funcionalidad de la obra por encima de subjetividades y esquemas mercantiles.
        Cuando en 2006, en un ensayo dedicado a Marta Palau, anunció que por razones éticas no escribiría más sobre los artistas, no me sorprendió en absoluto: era coherente con su análisis de toda la vida. No obstante, el entusiasmo que yo todavía mantengo por la producción de los jóvenes artistas, es un impulso deudor de esa emoción que Ida transmitía desde hace tanto tiempo en sus clases y seminarios.
        A diferencia de lo que ella piensa ahora, yo no encuentro que la problemática del arte actual resida en la soberbia de los sujetos individuales o en la disfuncionalidad de las obras, sino en la existencia de un complejo dispositivo artístico de larga duración cuyo estatuto de autonomía significa un reducto de libertad frente al estado de excepción política propugnado por el poder, lo que en el llamado mundo global ha permitido arrasar poblaciones enteras sin que nada ni nadie pueda detenerlo.

        Lo que me interesa reivindicar es ese espacio de libertad del artista, el cual, incluso, ha nutrido la reflexión y la crítica al poder de varios filósofos posestructuralistas. Desde esta posición, tengo la certeza de mantenerme fiel a mi primera formación, en la cual fui depositario de un don, de un “dispendio social inútil”, como lo llaman los antropólogos, y que yo traduciría como la generosidad de Ida: un don capaz de generar amistad, esa pequeña comunidad afectiva donde nadie se posee ni se controla, una relación que tampoco es dictada por motivos lógicos, un flujo que opera sin que uno acabe de comprender cómo funciona pero que nos maravilla por lo que nos representa y por su capacidad de permanecer. Quizá las palabras “arte” y “generosidad” sean la definición profunda de la suerte, y eso es lo que Ida Rodríguez Prampolini ha significado siempre para mí. (7)

1.    Mecanograma de la entrevista a Ida Rodríguez Prampolini, como parte de la actividad del Taller de Redacción e Investigación Documental del Colegio de Ciencias y Humanidades de Tlayacapan, Morelos, circa 1973.
2.    Recibí la beca del Museo de Arte Moderno junto con Rita Eder, Luis Alberto de la Garza e Irene Herner, beca que quizá era un artilugio de la Guerra Fría para convencernos de la superioridad del American way of life, pero resultó un dispendio de recursos frente a lo tangible de la protesta pacifista y el jipismo.
3.    Roberto Escudero, quien representaba a la Facultad de Filosofía y Letras ante el CNH.
4.    Publicado por el United States Committee for Justice to Latin American Political Prisioners de Nueva York. En noviembre, México 68. A Study of Domination and Repression, editado por el North American Congress on Latin America de Nueva York, utilizaba parte del material gráfico para ilustrar la denuncia de la barbarie mexicana.
5.    Cultura envoltura/ No desperdicie, eduque. México, Museo Universitario de Ciencias y Artes, UNAM, 1970.
6.    De Tatlin a Lenin, de Marx a dada, de Freud al surrealismo, Groz y el nazismo, el urinario de Duchamp, Warhol y la sociedad de consumo; decenas de situaciones, además del diseño y la ingeniería.
7.    Revisión de estilo Margarita Esther González.

* El presente texto fue leído durante la entrega de la Medalla de Oro Bellas Artes a Ida Rodríguez Prampolini, en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes el 22 de enero de 2009. Agradecemos al autor su autorización para reproducirlo.
** Francisco Reyes Palma es historiador y critico de arte. Es Miembro del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas.


Breve semblanza de Ida Rodríguez Prampolini

Maestra de múltiples generaciones de críticos e historiadores del arte, Ida Rodríguez Prampolini nació en el Puerto de Veracruz en 1925. Es doctora en Letras con especialidad en Historia. En 2007 cumplió cincuenta años de ser miembro (1957) del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Desde 1954 ha impartido clases en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Desde 1988 es Investigadora Emérita de la UNAM. Tres años después recibió el Premio Universidad Nacional. En 2001 también fue galardonada con el Premio Nacional de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía. Por si fuera poco, es Investigadora Emérita del Sistema Nacional de Investigadores y miembro de Número de la Academia Mexicana de la Historia, de la Academia de Artes y de la Unión Académique International de Bruselas, Bélgica. En 2003 la Universidad Veracruzana la distinguió con el doctorado Honoris Causa.
        Ida Rodríguez Prompolini es especialista en muralismo y arte contemporáneo mexicano y europeo. Actualmente prepara un Catálogo razonado del muralismo mexicano 1920-1940, como un estudio completo de esta expresión pictórica de gran formato que incluye las fichas sobre las obras realizadas durante esas décadas. La relevancia de la obra radica en que buena parte de los murales documentados ya no existen o fueron borrados por diferentes circunstancias. La historiadora Rodríguez Prampolini coincide con el crítico de arte guatemalteco Luis Cardoza y Aragón en señalar que el muralismo es la gran aportación de México al arte universal. Por lo tanto, el Catálogo servirá para que gobernantes y público en general conozcan, cuiden y conserven la obra de los muralistas mexicanos.
        Convencida de la educación salvará al pueblo y por lo tanto es necesario alfabetizarlo, Ida Rodríguez critica el turismo de entretenimiento que impera en muchas regiones del país, incluido su estado natal, así como el deterioro de los monumentos y edificios históricos y la destrucción inenarrable de murales por parte de la institución que debiera preservarlos: la Secretaría de Educación Pública.

        En su estado natal ha fundado e inaugurado múltiples instituciones culturales, entre las que se encuentran once museos, dos escuelas de educación artística (música y danza), 57 Casas de Cultura y doce archivos. Actualmente es Directora General del Consejo Veracruzano de Arte Popular. Entre sus libros se pueden mencionar:

•    La Atlántida de Platón en los cronistas del siglo XVI (1947, segunda edición 1992).
•    Amadises de América. La hazaña de Indias como empresa caballeresca
(1948, segunda edición 1977 y tercera edición1991).
•    La crítica de arte en México en el siglo XIX, 1810-1903
(1964, segunda edición 1999).
•    El surrealismo y el arte fantástico de México
(1969, segunda edición 1987).
•    El arte contemporáneo, esplendor y agonía
(1964).
•    Pedro Friedeberg
(1973).
•    Una década de crítica de arte
(1974).
•    Herbert Bayer, un concepto total
(1975).
•    Dada Documentos
(en colaboración con Rita Eder, 1977).
•    Presentación de seis artistas mexicanos: Gunther Gerzso, Kasuya Sakai, Sebastían, Mathias Goeritz, Vicente Rojo, Manuel Felguerez
(1978).
•    Sebastián. Un ensayo sobre arte contemporáneo
(1981).
•    Juan O’Gorman. Arquitecto y pintor
(1982).
•    Ensayo sobre Cuevas
(1988).
•    Variaciones sobre arte
(1992).
•    La memoria recuperada, Julio Galán
(1994).
•    El palacio de Sonambulópolis, de Pedro Friedeberg
(1999).
•    Luis Nishizawa, naturaleza interior, naturaleza exterior
(2000).
•    Francisco Zúñiga y el canon de belleza americana
(2001).

Inserción en Imágenes:10.03.09
Foto de portal: Ida Rodríguez Prampolini.



   
Instituto de Investigaciones Estéticas
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO