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Estudios sobre la cultura

Octavio Ortiz Gómez*
oortizgo@yahoo.com

Gilberto Giménez es uno de los más destacados especialistas en México sobre los temas relativos a la cultura, la teoría y las concepciones acerca de la misma. Su sólida formación académica, su vasta información, notablemente actualizada, y el abanico de sus inquietudes intelectuales ∫en torno a la dimensión simbólica de las prácticas sociales, o sea la cultura en su sentido más amplio, se muestran con evidencias notables en su libro más reciente, Estudios sobre la cultura y las identidades sociales. La obra se compone de quince capítulos, cada uno un estudio muy redondo, con vigor propio, sobre una temática concreta. La estrecha relación que guardan estos textos entre sí se sustenta en dos ejes analíticos: la dupla indisoluble entre la cultura y la identidad como uno de los “grandes pórticos de entrada” al estudio de lo social, y la concepción simbólica de la cultura que, de acuerdo con Giménez y otros investigadores, ocupa hoy en día un lugar central en el conjunto de las disciplinas sociales y humanísticas.

Lo anterior se refleja en dos importantes planteamientos que Gilberto Giménez ha expuesto de modo frecuente en los últimos años como docente, conferenciante e investigador: “No existen actores sin cultura ni cultura sin actores” y “antes que en los objetos y las cosas la cultura está en las personas”.

Explica el autor que los tres primeros capítulos de la obra constituyen el andamiaje teórico que apoya y enmarca al resto de los trabajos que conforman el libro. En este sentido, el primer capítulo, “La concepción simbólica de la cultura”, resulta fundamental para captar no sólo la coherencia de la obra sino los alcances de una perspectiva muy actual sobre el estudio de los fenómenos culturales.

Inicialmente, Giménez traza las distintas etapas históricas en la construcción del concepto de cultura. Comienza con el periodo fundacional de la antropología cultural estadounidense, desde Edward B. Tylor hasta Franz Boas. El inicio de este periodo se relaciona con la publicación de Primitive Culture de Tylor en 1871, donde aparece la ya clásica definición de cultura de este investigador, marcada por las teorías evolucionistas en boga. Con todo, su aportación estriba, entre otras cosas, en que considera a las costumbres como parte de la cultura, algo que en la época era dejado de lado (predominaba una visión elitista de la cultura).

Boas será el responsable de brindar al concepto de cultura una perspectiva histórica que obliga a “enfatizar más bien las diferencia culturales y la multiplicidad de sus imprevisible derroteros” (p. 26). Giménez plantea que con Boas concluye el periodo inicial de la antropología cultural. Lo que vendrá después serán tres fases sucesivas en la construcción del concepto de cultura: la fase concreta, abstracta y simbólica, cada una identificada mediante un concepto clave: costumbres, modelos y significados, respectivamente.

Por lo que toca a la fase más reciente, Giménez sostiene que la cultura puede entenderse como una dimensión de la vida social relacionada con los procesos simbólicos en operación. Así, la cultura constituye ese repertorio de significados compartidos en mayor o menor medida por las personas en contextos históricos específicos y socialmente estructurados (es decir, las diferencias y conflictos de clase, pero también de género, étnicos o generacionales toman parte en los procesos de producción e intercambio de significados).

En “Cultura e identidades”, Giménez revisa un concepto estratégico en las ciencias sociales. Subraya que “la identidad constituye un elemento vital de la vida social”; sin ella “no habría sociedad” (p. 54). Asimismo explica que existe una estrecha liga entre la concepción que se sostenga de cultura y la de identidad. Por lo que hace a la concepción simbólica de la cultura, aclara que no todos los significados pueden considerarse culturales sino sólo aquellos que implican experiencias de vida similares, que conducen a la formación de  marcos de referencia para la acción, en mayor o menor medida compartidos por los sujetos sociales.

El autor centra la atención en el problema de la identidad individual. Aclara que ésta se sustenta en una doble serie de atributos distintivos: los “atributos de pertenencia social que implican la identificación del individuo con diferentes categorías, grupos y colectivos sociales”, y los “atributos particularizantes que determinan la unicidad idiosincrásica del sujeto en cuestión” (p. 62). También explica las principales características de las identidades colectivas y realiza una crítica de la teoría posmoderna de la cultura y la identidad.

El capítulo titulado “La dinámica cultural” trata acerca de la problemática de cómo y por qué cambia la cultura. Como nos recuerda Giménez, “la cultura puede ser vista, por un lado, como herencia, tradición y persistencia; y por otro como desviación, innovación y metamorfosis permanentes” (p. 93). Fiel a su estilo expositor e intelectual, el especialista ofrece una definición del cambio cultural en el sentido de “desplazamiento de significados” (p. 94). Con base en ello, hace referencia a distintas formas de manifestación del cambio cultural: la innovación, la extraversión cultural, la transferencia de significados, la fabricación de autenticidades, la producción de identidades primordiales y la modernización cultural.

De acuerdo con la teoría marxista, sostiene que la dinámica sociocultural se puede explicar a partir de la contradicción y el conflicto. Asimismo, analiza el problema de la cultura de masas en oposición a las culturas particulares. “El resultado global de la ‘aculturación de masa’ es la tendencia a la ‘progresiva integración en un único sistema de todas las realidades socioculturales existentes, sean éstas de carácter macro o micro’ […]. Sin embargo, el efecto homologante que parece seguirse de este proceso de integración no es unívoco y requiere ser matizado. […] Tratándose precisamente de productos culturales globalizados […], la instancia de la recepción es determinante y genera una gran diversidad de actitudes, interpretaciones y modos de empleo que escapan al control del polo productor” (pp. 112-113).

Los capítulo IV, V y VI giran en torno a la relación entre territorio y cultura. El primero de éstos aborda el tema de la región sociocultural y la identidad regional; el segundo presenta una síntesis de los conceptos de la nueva geografía cultural, mismos en los que se basa una exposición del caso del Valle de Atlixco, Puebla; a su vez, el capítulo VI se centra en el problema de las culturas en la frontera norte. En este texto se realiza una crítica al concepto-metáfora de hibridación y se proponen algunas herramientas teórico-conceptuales para el análisis de la cultura en la frontera.

Los dos siguientes capítulos vinculan los territorios de la política a los de la cultura. El primero, “Cultura política e identidad”, resulta tan importante desde el punto de vista teórico-metodológico como los tres trabajos iniciales. Lejos de presentar la política y la cultura como dos esferas autónomas, Giménez plantea una perspectiva en la que la cultura constituye una “dimensión analítica de todas las prácticas políticas” (p. 196). En relación con éstas, la cultura se halla en los discursos, las creencias, los ritos y la teatralización del poder, las instituciones y los aparatos del Estado, las formas de identidades colectivas en conflicto, las ideologías, los programas…

La tesis de la dimensión cultural de la política la desarrolla a partir de tres tópicos: 1) la omnipresencia de la cultura en el campo político, 2) las limitaciones de la lógica del mercado y el rational choice en el análisis político, y 3. las identidades políticas.

Por su parte, en el capítulo VIII revisa el concepto de patrimonio cultural; hace mención de los aspectos tangibles e intangibles del patrimonio y destaca la necesidad de enriquecer el concepto con la consideración de los bienes ambientales y elementos de las llamadas formas interiorizadas de la cultura, lo cual remite a las identidades colectivas como patrimonio intangible de las comunidades y los grupos humanos. También desarrolla el tema de la política cultural y sus implicaciones en el ámbito de la promoción de la cultura.

Los siguientes dos trabajos están dedicados al tema de la globalización y la cultura. En el primero, “Culturas particulares e industrias culturales en tiempos de globalización”, analiza los alcances de los términos mencionados en ese título. Acerca de la globalización resalta su carácter supraterritorial, es decir, la proliferación de “flujos, redes y transacciones disociados de toda lógica territorial” (p. 243). De igual manera aborda los efectos de la globalización sobre la cultura: “Lo global sólo puede manifestarse localmente, y por lo mismo, una teoría de la globalización requiere ser elaborada en contrapunto con una teoría de lo local” (p. 248).

En “Cultura, identidad y metropolitanismo global” Giménez se centra en la problemática de las “ciudades mundiales”, misma que permite entender de mejor manera los fenómenos que se desprenden de la relación cultura-globalización. Señala el investigador que en el orbe se ha conformado una basta red de ciudades mundiales –característica principal de la globalización– que ha dado como resultado “la reorganización general de la cultura en el marco urbano, a expensas de las culturas rurales y provincianas que tienden a colapsarse juntamente con sus respectivas economías” (p. 273).

Explica Giménez que el capítulo XI, “Problemas metodológicos”, hace las veces de prólogo a las investigaciones empíricas presentadas en los tres siguientes capítulos del libro. El trabajo en cuestión se refiere a la metodología para el análisis de las formas objetivadas de la cultura (es decir, no se ocupa, como el autor lo aclara, de las formas interiorizadas o las representaciones sociales). Asienta que como consecuencia de la concepción simbólica de la cultura todo análisis cultural es ante todo interpretativo.

El investigador sostiene que “la interpretación de la cultura no debe entenderse como una operación arbitraria o meramente intuitiva, apoyada quizás en el ingenio o en el sentido común del intérprete, sino que requiere la medición de métodos analíticos objetivantes” (p. 295). Entre ellos existe la semiótica y el análisis de las condiciones histórico-sociales del hecho cultural. Finalmente, pasa revista a las grandes categorías de la cultura popular.

Los capítulos XII, XIII y XIV corresponden a sendos trabajos elaborados en colaboración con Catherine Héau, de acuerdo con Giménez, pionera en la renovación de los estudios sobre la trova popular en México.

En el primero de estos textos se explican algunas características fundamentales del discurso lírico-amoroso y se analiza un conjunto de bolas surianas y corridos con tal tema que se cantaban en el estado de Morelos en la última fase del Porfiriato. Esto con la intención de aproximarse al “núcleo de las representaciones sociales sobre las relaciones hombre-mujer compartido por las clases populares pueblerinas de la época y región consideradas” (p. 310).

En otro capítulo el tema es “La representación de la violencia en la trova popular mexicana: de los corridos de valientes a los narco-corridos”. Este trabajo se ocupa de la cultura popular provinciana y mestiza del Bajío y el norte del país, desde el Porfiriato hasta la actualidad. Los corridos analizados, verdaderas fuentes documentales, se entienden no sólo como parte de una cultura marcada por la violencia sino también como testimonios y reflejos de la misma.

Un concepto resulta clave en este trabajo: sociograma, herramienta teórica desarrollada por la sociocrítica de la literatura. Los autores explican que los sociogramas “se presentan como amalgama de representaciones de contornos y amplitud variable. Se los puede llamar también […] figuras arquetípicas de una cultura particular o, simplemente, mitos” (p. 368). En los corridos analizados se rastrean dos sociogramas muy identificados con la representación de la violencia: el sociograma del honor y el del valiente.

El capítulo XIV constituye un ensayo de análisis sociocrítico sobre el cancionero rebelde mexicano, concretamente los corridos del movimiento zapatista de Chiapas. De acuerdo con Giménez y Héau, el cancionero rebelde mexicano se ha caracterizado por tener en el corrido su forma de composición principal y en las piezas de este género de la época de la Revolución su paradigma de referencia. Estos especialistas detectan el discurso social subyacente del cancionero zapatista y, con base en la sociocrítica de Duchet  –adaptada al análisis de la poesía popular–, estudian la producción de canciones relacionada indirecta e indirectamente con la insurgencia indígena chiapaneca. Es decir, analizan tanto la producción endógena, surgida en el círculo inmediato de los zapatistas, como la exógena, elaborada en la periferia del movimiento zapatista, en los círculos de apoyo y difusión.

Estudios sobre la cultura y las identidades sociales concluye con un capítulo dedicado a “La investigación cultural en México”. Gilberto Giménez aclara que este trabajo revisa un quehacer intelectual que data de la década de 1970. Expresa que el interés por la cultura como objeto específico de estudio nace con la difusión en nuestro país de las obras de Gramsci. Aclara, sin embargo, que ya existían algunos antecedentes, en particular los relacionados con la tradición antropológica indigenista y campesinista.

En su reseña hace mención de, por ejemplo, los estudios sobre las culturas populares (terreno ampliamente frecuentado), las culturas tradicionales (étnicas y campesinas) y la cultura moderna (urbana por definición, muy ligada a la cultura de masas).

Giménez critica la falta de consistencia teórica y metodológica de infinidad de investigaciones sobre cultura en México. Sugiere que la explicación puede encontrarse en la escasa familiaridad de numerosos sociólogos y antropólogos con la problemática del signo y, por consiguiente, con los hechos simbólicos. El autor concluye que “si bien se ha avanzado mucho en pocos años y con pocos recursos, los estudios culturales siguen siendo la cenicienta de las ciencias sociales en México, y manifiestan un bajo nivel de innovación científica” (p. 441). Una salida a este problema se hallaría en la conquista de “un espacio institucional o, por lo menos, un espacio institucionalmente reconocido para el estudio de la cultura dentro del conjunto de las disciplinas sociales institucionalizadas en la universidad” (p. 442).

Libro de consulta obligada y referencia fundamental en los estudios sobre la cultura en y desde México es la obra más reciente de Gilberto Giménez.

* Octavio Ortiz Gómez estudia el doctorado en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.

Inserción en Imágenes:16.10.2008
Foto de portal: portada del libro Estudios sobre la cultura y las identidades sociales de Gilberto Giménez.

Ilustraciones de Soid Pastrana.



   
Instituto de Investigaciones Estéticas
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO