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Nostalgia del espacio

Alberto Dallal*
dallal@servidor.unam.mx

Con una estupenda escenografía realizada por Alejandro Correa, el coreógrafo Vicente Silva Sanjinés (n. en la Ciudad de México, 1962) ha estrenado en la renovada Sala Miguel Covarrubias de la Ciudad Universitaria Four 4 Rooms, montaje en el que desenvuelve la danza de los cuerpos de cuatro bien estructuradas y competentes bailarinas.


           Silva Sanjinés ha explotado certeramente y al máximo el “hilo” de su narración: las mujeres, en la actualidad, independientes, talentosas, bellas en múltiples sentidos, padecen “la paradoja de, a mayor tecnología informática, menor comunicación humana” y, por tanto, las bailarinas, encerradas en su “personaje-habitación”, descubren, (nos) muestran y revelan la enorme paradoja de hoy en día para muchos personajes de la vida contemporánea y citadina: arranques y situaciones de soledad-comunicación-fiesta-orgía-reflexión. Todo ello, dentro de una escenografía funcional (que, por cierto, no tiene ninguna imagen de “frialdad”, aunque sí mucho de la buscada estrechez en cada una de las “habitaciones” de las bellas bailarinas-modelos-personajes), dividida en bien escogidos “parajes” o espacios en los que sucesivamente se vierte la “narración”.


           Uno de los mejores aciertos de Silva Sanjinés es haber descubierto, mediante el trabajo directo con las bailarinas (incluyendo, según afirmó en vivo, los ejercicios de la técnica de la improvisación), el catálogo de acciones que logra combinar y destacar las características físicas y la realización dancística de cada una de ellas: amplitud de movimientos en un espacio reducido, juego con enseres o muebles, manos y dedos, braceo, soltura, saltos, capacidad de imitación, ritmo y habilidades en el baile de conjunto, etcétera.


           Probablemente Silva Sanjinés tomó en cuenta, desde la selección de las protagonistas, los requerimientos de sus intenciones coreográficas, para obsequiarnos, en el escenario, con las presencias de Sheila Rojas (egresada de la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea), Perla Jazmín (egresada de la Escuela de Artes de la Universidad de Sonora), Tzitzi Benavides (también de la Escuela de Danza Clásica y Contemporánea) y Alejandra Barreto (proveniente de las huestes de Víctor y Lucy Arce, en Guadalajara). Cada una de ellas interviene, aisladamente y en conjunto, con objeto de dibujar y echar a andar ese cúmulo de sensaciones de la mujer contemporánea de clase media: combinaciones de finura y femineidad, puesta en práctica rigurosa de “recetas” urbanas para vivir, realizarse profesionalmente, aplicación de horarios, etapas de trabajo, reflexión y lasitud, tratamientos y disciplinas del cuerpo, etcétera.


           Tal y como deben desempeñarse los “papeles” en una obra coreográfica, la simultánea atención a las expresividades del propio cuerpo, las características del personaje y la combinación de esfuerzos y armonías con sus compañeras permiten que cada una de las cuatro bailarinas “resuelva” aislada y conjuntamente sus personajes: emita con su bien capacitado cuerpo tristeza, aislamiento, regocijo, caída, recuperación, encono, búsqueda de placeres… Por momentos, por secuencias, las cuatro actúan como verdaderas modelos y, como tales, se mueven en el escenario, estrechando, concentrando la vista del espectador en la acción de subir y bajar por una escalera que, como espina dorsal, estructura a la vez el conjunto de los movimientos, sus imágenes y las variadas secuencias, la mayor parte de ellas repartidas, enfocadas y a veces depositadas en cada una de las cuatro “habitaciones”, simétricas y notables en el conjunto de la escenografía y de la trama.


       Se antojaría que Silva Sanjinés hubiera tal vez dejado a las bailarinas desenvolverse un poco más en esos estrechos espacios con más armas de la inventiva, de la simplicidad o de la improvisación (movimientos domésticos), para que por momentos no hubieran creado en el espectador esa sensación de que se trataba de bailarinas neoyorkinas haciendo sus ejercicios en un cuarto de hotel, dentro de un rascacielos de la urbe. Quizá hubieran incorporado especialmente ejercicios (simplificados o exagerados) propios de las bellas, impasibles, elegantes, inquietantes modelos que abundan en las pasarelas de Estados Unidos, Europa y, ahora, en los espacios “chic” de América Latina: desparpajadas y a la vez rigurosas madonnas, silenciosas representantes de la vida urbana actual. (Éstos son meros juegos de imágenes, posibilidades, suposiciones y fantasías desatadas por tan bien cimentadas y eficientes bailarinas en el coreógrafo que todos traemos dentro.)


           Las claves de la “historia” y de la producción se revelan en cuatro monólogos o diálogos lanzados a la nada que, sentadas en las escaleras, recitan nuestras heroínas: amor, odio, transcurrir de las vidas y del tiempo, expresión y desarrollo de sensibilidades y aventuras. Mucho se ha discutido qué tan efectivas resultan las voces de los bailarines en el escenario, sobre todo cuando sobran las “narraciones habladas” si ya se nos ha dicho todo con imágenes, movimientos y cuerpos. Sin embargo, en el montaje de Silva Sanjinés las hábiles y talentosas bailarinas, gracias a su seguridad, a su sobriedad, hacen transitar los “parlamentos” a un susurro cadencioso y hasta cachondo que las salva de algún efecto telenovelesco y que les permite “descubrirse” como grupo.
           Cada uno de los solos se estructuró por separado y su realización en conjunto manifiesta seguridad y conocimiento de la relación causa-efecto en todo acto escénico o dramático. Resulta una secuencia culminante el episodio en el que una de las bailarinas alcanza el desnudo total mediante un jogging natural y a la vez intenso, registrando en el rostro el esfuerzo del ejercicio y simultáneamente el dejo de una angustiosa búsqueda emocional.


           En la danza contemporánea pueden introducirse y traducirse los movimientos cotidianos más sencillos y usuales. (Recordemos cómo Guillermina Bravo construyó El llamado con el ritmo inacabable de la carrera de los bailarines por el escenario como si estuviesen precisamente realizando un intrascendente paseo matutino.) Silva Sanjinés, con el apoyo de un espacio escénico bien cuidado, cabalmente construido, nos ha metido de lleno en cuatro cuartos, rooms que encierran el secreto de los movimientos solitarios de cuatro mujeres que se derraman en la orgía de sus propios cuerpos. Que las cuatro bellas protagonistas tal vez hubieran preferido y buscado el énfasis erótico desde el principio, motu proprio, es asunto de otra narración coreográfica, de otra danza.


           Por lo pronto, bien realizadas secuencias y una esmerada producción han expresado con creces esa “nostalgia de espacio” que sufren algunas mujeres contemporáneas, nostalgia a la que se refiere Israel Cortés en las extensas notas del programa de mano.

* Alberto Dallal es investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM y coordinador de esta revista electrónica.

Inserción en Imágenes:14.05.10
Fotos: Manuel Mendoza.

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