Cabeza Bolet’n Informativo IMçGENES IIE boton-dearchivo
boton-dearchivo
boton-dearchivo
boton-dearchivo
boton-dearchivo
boton-dearchivo
boton-dearchivo
boton-dearchivo
boton-inicio boton-directorio menu-boletin boton-archivo boton-regresar boton-instituto boton-unam boton-contacto
 
de archivos


Carlos García Estrada (1934-2009)

Alberto Dallal*
dallal@servidor.unam.mx

Apenas iniciado 2009, el 4 de enero falleció en la Ciudad de México, a causa de un padecimiento diabético, el grabador Carlos García Estrada, enorme artista creador, maestro, erudito en sus disciplinas y técnicas, virtuoso en la conjugación impecable y armónica de expresión, búsqueda y logros en la forma y en los procedimientos. Profesional del grabado, estudió en la Escuela de Artes Gráficas y en “La Esmeralda” entre 1953-1969. Entre 1969 y 1977 fue profesor titular en la propia Esmeralda. En 1969-1970 viajó becado a Francia para estudiar grabado en color en el Atelier 17 de M. Hayter. Dirigió numerosas instituciones y talleres de enseñanza del grabado, las artes plásticas y gráficas, participó en muchas exposiciones nacionales e internacionales y obtuvo múltiples premios por una obra única, minuciosa, gozosa, consistente, compacta e irrepetible. Fue meticuloso y constante en sus búsquedas y en sus logros (sus experiencias más recientes resultaron de infinidad de finas incisiones lineales y zigzagueantes que advinieron dibujos-grabados de formato grande que en el detalle nos hacen recordar, por similitud en el ofrecimiento y el dominio del “discurso”, a los grabados de Piranesi).

          Siempre persiguió el espacio y el movimiento; alcanzó la plenitud, la maestría en un arte que se independizó en el siglo XVI con los afanes de la reproducción en serie. En las obras de García Estrada la persecución y el apresamiento de la forma iba paralela a la aplicación de la idea. Renacentista en sus grabados más abstractos; orgánico en sus acosos e incisiones en el duro metal; humanas invocaciones y descripciones mediante “líneas” (acciones) lo condujeron al ejercicio del dibujo, mas no al de la pintura: en sus dibujos el contemplador se sumerge en suaves esfumados, manchas finas, seductoras rutas que nos llevan a ningún lado para percatarnos, ya solos, aislados, en plena contemplación, de que se trataba de un mundo que existía airoso, mucho antes, en la estampa lograda, presentada, ofrecida desde el fondo del origen: sus razonamientos sobre la forma y los temas. O al revés: se puso a hacer dibujos para hacer volar sus afanes de persecución creativa y desorganizada en la pasta o en el metal. Lucha con y contra las formas. Sus “etapas” de trabajo siempre produjeron excepcionales exposiciones.

          Hay un alto en el camino de García Estrada que nos revela rasgos de plumas y de grietas. Piedra y carne. García Estrada parecía en estas obras mirar hacia atrás, respirar profundamente, sonreír y olvidarse de los privilegios que adquieren los artistas experimentados, consagrados. Siempre en búsqueda de “algo” que después se definía en sus manos. Creía en las obras, no en los artistas “experimentados” ni en los Padres de la Iglesia, no obstante que admiró y descubrió sus secretos en las obras de los muralistas y los grabadores mexicanos.
           Entre la audacia de volverse constantemente en contra de las formas logradas y comenzar a concebir una nueva serie aparece, radiante, ese auténtico estado de gracia que García Estrada nos ofrecía sonriente en muchas de sus obras y de sus exposiciones. La sabiduría del creador siempre joven. Siempre cada vez más sabio. Creaba, construía, concebía, realizaba grabados como si fuese posible dejar de ser uno mismo en ese intento particular y, sin embargo, jamás temió que apareciera peligrosamente el prurito de la extinción. Sabía, entonces, lo que buscaba. Las nuevas adquisiciones de la forma –así, a secas, y en singular: García Estrada; los números en cada impresión– acarreaban sólo un peligro: la lucha por la verosimilitud. La lucha de los grabadores-grabadores, ocupados siempre en la tarea de lograr las incisiones, mirarlo todo al revés, como si los sueños y las fantasías visuales fueran la parte del mundo que les corresponde construir, cuando la realidad es, en rigor, todo lo contrario: el grabador va buscando con tiento, la mirada y la mano fijas, en las naturalezas (¿los orígenes?) que le ofrecen, aun vírgenes, la piedra y la pasta, el cartón y los metales. La labor de García Estrada fue siempre silenciosa, terca, siempre edificante y suscitadora pero a la vez discreta y firme. “El tiempo de mi soledad lo llena todo”, afirmó García Estrada en una entrevista de 1993.

          Mi primer acercamiento a la obra y la persona de Carlos García Estrada ocurrió en casa de Beatriz Zamora entrados los años setenta. Después de observar los recientes, enormes y espléndidos cuadros negros de Zamora y mientras saboreábamos los suculentos moles que ya la habían hecho famosa, en plena conversación con los invitados me llamó la atención un grabado de tamaño doble carta, de proporción vertical que, enmarcado, colgaba en la pared, como parte del panorama que cubría mi vista desde la mesa. Me levanté a mirar (admirar) la contundente silueta de lo que podría ser un pedazo de tronco de árbol diseccionado, a la manera de una radiografía de madera, en blanco y negro, con los límites claros y elocuentes del objeto logrados por rayas negras, fuertes, contenedoras del espacio más tenue, estriado, también achurado verticalmente que sólo se rompía a la altura de la primera de tres partes simulando o exponiendo un nudo vegetal, también arbóreo. La contundencia de la composición, expuesta sin más, como una presencia encerrada, en vidrio, enmarcada en delgadas varillas, llenaba todo el ambiente, comenzando por darle un valor inexplicable a la pared completa. Era Perfiles, 1970.

           Pedí que se me revelara la procedencia y los términos de la factura de dicha obra y Zamora señaló la personalidad amable de Carlos, quien, callado y sonriente, se hallaba con nosotros en la reunión. Allí mismo nos hicimos amigos para toda la vida, narrándome él mismo sus peripecias de aprendizaje y productividad artística en París, cuando fue becario de corta estancia del gobierno francés y trabajó nuevas técnicas a color y apuntaló las ya domeñadas, que sumaban un número considerable. El grabado en cuestión fue realizado en aquella misma época, de la cual Carlos guardó un recuerdo amable aun cuando él, ya en México, experimentó y alcanzó otras muchas vías de realización en la manufactura de estampados y grabados pues a su regreso de París, ese mismo año, es nombrado maestro titular de grabado en la Escuela Nacional de Pintura “La Esmeralda”.
          Sus numerosos alumnos pueden dar fe de que las más profundas amistades que lograba García Estrada estuvieron siempre ligadas a y cifradas en su obra, en su enorme, profundo talento y alrededor de la gran actividad que fue su vida en torno y sobre, completo, todo el arte del grabado, el estampado, las artes de la gráfica. Durante varias décadas obtuvo los primeros premios en bienales internacionales y en concursos de grabado nacionales. Además participó en múltiples exposiciones individuales y colectivas, sin abandonar jamás sus desvelos por la enseñanza por los talleres de todo el país ni la ininterrumpida creatividad y el análisis que requerían sus especialidades técnicas.

          García Estrada se centró desde niño en la observación de la línea, el espacio, el color y los juegos malabares que estos elementos realizan siempre, en todo momento, en los cuerpos, la Tierra y los ámbitos internos del ser humano. Muy joven trabajó con un artista de títeres, completando las maniobras en movimiento de esos muñecos que hablan, se mueven, adquieren vida propia precisamente a la vista de espectadores alelados con el juego de sombras, emociones, gritos, palabras y expresiones que pueden ser, a su tiempo, en su momento, helados, manchas en la conciencia del ser humano, imágenes para las huestes populares. Al centrar sus observaciones y sus estudios en el grabado, llevó consigo una mente en disposición, llevó a la plancha y a las incisiones sus enormes conocimientos en torno a los seres humanos y sus vicisitudes. Allí concentró su vitalidad: “… Carlos García Estrada se ha hecho, como artista, en la práctica del grabado: todo el camino que ha andado ha sido sobre la plancha de madera, la piedra litográfica o la lámina. Uno de los discípulos más cercanos de Mariano Paredes, de él y de otros maestros recogió la vieja tradición del estampado; haciendo camino ha recuperado viejos modos artesanales, y ha experimentado posibilidades nuevas en la técnica pero siempre manteniendo un inalterable respeto a los fundamentos de ese antiguo arte…” (Jorge Alberto Manrique, 1981).

          Ya Justino Fernández había descubierto desde 1972 el inusual talento de García Estrada. “Sus obras de sus dos últimos años son resultado de un insistente esfuerzo por alcanzar el máximo de perfección técnica y de expresividad, y así ha logrado ambas finalidades en una serie de grabados en mezzotinta, a veces con toques de punta seca, que son de primerísima calidad. La técnica de mezzotinta es poco empleada por los grabadores, ya que requiere tiempo, empeño y habilidad; García Estrada la ha revivido logrando con ella efectos y calidades sorprendentes, tanto más que en algunos grabados introduce el color…” Dos inusuales destrezas de García Estrada se proclaman en estas líneas: su capacidad para producir lo nuevo yendo primero, para apuntalarse, a la tradición; conducir y soltar a su mano por los caminos de lo que en aquel momento parecía inalcanzable en el arte del grabado: los espacios del semifigurativismo y de la total abstracción. Esta última colección de sensaciones que logra García Estrada ofrece al observador-espectador, veedor-lector una inapreciable oportunidad para centrarse, frente a formas disipadas o en proceso de disipación, en los avatares del procedimiento novel, profundísima oportunidad para una época de dominio tecnológico. Nos describe Fernández: “De extraordinario atractivo son los grabados a color en los que las composiciones geométricas permiten el lucimiento de las texturas; así, en Quietud, con tres rectángulos, sabiamente combinando el gris y el negro con el azul y el rosa… Pero la simplificación es aún mayor en Desierto, compuesto con una línea horizontal muy baja para dejar libre el gran rectángulo rojo, de exquisita textura y un vigoroso efecto decorativo…” Juego de luces internas en lo concreto; sentimiento y forma “como si un éxtasis fuera su cima”. Sabias maniobras de un ser que debe trabajar con planos y líneas, intersticios en fuga, reunir elementos opacos para desenrollar ¡espacios!

          En uno de estos grabados de la misma época, Amantes (1966), García Estrada convierte en misteriosa masa de oscuro color guinda-rojizo el encuentro entre dos amantes: la mujer, en beatífico movimiento de su cabeza hacia atrás, convierte sus sensaciones en aureola (rayones en círculo, en blanco) y aparentemente llena con su presencia todo el “cuadro”, a la vista de lo que, en el extremo derecho, parece ser una iluminación tenue y estática. Sin embargo, hay dentro del grabado un ser que observa (¿y toca?) sus pechos, personaje cuya silueta sólo puede descubrirse, apreciarse mediante el esfuerzo de la vista, en el seguimiento de una opacidad buscada y lograda en tan difíciles circunstancias técnicas. Todo: la escena establecida con conocimiento de causa y efecto. Dramatismo. Conciencia de arte, de artista.
García Estrada le reveló a Macario Matus en una entrevista: “El espejo es luz. Hay que entrar en la obra como en el cuerpo de uno: conocer esa radiografía y ese espejo. ¿Cómo te ves por dentro, qué eres, cómo te sientes, qué serás?” Luz por dentro y en viaje hacia las manos que en movimiento de los dedos sobre materiales opacos nuevamente dinamiza luz. Berta Taracena escribe en 1979: “Distinta es la concepción del movimiento que aparece en el arte óptico y distinta también la que se advierte hoy en los grabados de García Estrada, resultando esta última energía pura, no representada sino incorporada en las formas y en el espacio. Uno de sus caminos es la luz y esta energía lumínica es precisamente la materia que utiliza el artista para alcanzar sus mayores logros estéticos…”

          Carlos García Estrada se “perdía” ensimismado en sus menesteres de grabador, a solas, porque su casa era su colección de enseres e instrumentos de trabajo. Aun cuando jamás abandonó la enseñanza y la coordinación de talleres ni jamás dejó de ver a sus amigos, su obra tuvo un ritmo ininterrumpido, drástico en sus búsquedas, sus hallazgos y sus cambios. Durante muchos años lo más productivo, inquieto, fértil, entusiasmado y a la vez técnica y artísticamente serio del grabado mexicano se reunió en el Centro de Investigación y Experimentación Plástica del INBA que él llegó a coordinar. Cuando se cerró este Centro (por una de esas decisiones nefastas de las autoridades y funcionarios de la cultura que algún día serán señaladas y sopesadas en una auténtica historia de la cultura institucional en México), García Estrada organizó y fue llamado a dirigir otro en el Bosque de Chapultepec, mismo que le permitió seguir impregnando a tirios y troyanos, jóvenes, maduros y viejos, de su creatividad perenne y reveladora.
          Toda esta línea ininterrumpida, consciente, espléndida, intachable que fue la vida humana y profesional de Carlos García Estrada se halla diseminada en sus grabados y en la mente de todos los que lo conocimos, tratamos y fuimos sus amigos. Algún día habrá de reunirse su obra para mostrar, exponer los alcances de esos grabados que callada, imperturbablemente forjó García Estrada; habrá, también, de escribirse y publicarse esa noticia y esa verdadera historia de sus singulares fenómenos, enseñanzas y obras. Para su exposición Flores de luz elucubré y fantaseé que, en sus grabados, “cuando en el plano se inserta la línea, se insemina el metal. Choque de fuertes materiales que dan a luz flores ensimismadas, alguna terrible, quebrantada otra expresando la lozanía interrumpida por el crepitar del frío a que se ve sometida la arena por el fuego del sol. Intenciones, incisiones. Las líneas no se hacen: comienzan su viaje de la mano del grabador y se disparan en direcciones compactas. Surgen pequeñas imágenes que, aisladas, bien podrían aterrar, atemorizar, increpar a las amables figuras vegetales que aún hoy existen sobre la faz de la Tierra. Pequeñas imágenes que penetran en el grabado y son penetradas por el grabador produciendo un polen seco, oscuro, semejante a los polvos de arroz, los polvos de aquellos tiempos, los polvos de la Madre Celestina…

           “En el siglo XXI el artista creador se apodera del lugar de los dioses porque será el único ser reconocido para inventar formas y darles un nombre. Al fin los seres humanos estaremos en capacidad para mirar, sentir, entrar en re-conocimiento de nuevos reinos, alas, superficies. Se unirá lo antiguo y hasta lo ancestral con el futuro. Aquellos notables, persistentes artistas que desde hace siglos pululan por la humanidad calladamente, metidos en el quebranto y la glorificación de sus obras (sumidos en el detalle preciso, en el imprescindible regodeo de las figuras, líneas, terribles incursiones y batallas con los géneros) habrán de sobrevivir en la concreción de la tela, el muro, los sonidos, el espacio, el tiempo, el cuerpo y los metales. Los auténticos artistas son aquellos que desde hace siglos construyen las trampas de los dioses con las manos; los que anulan la vigencia de la efímera subjetividad de los fantasmas; construyen máscaras, dibujos, espátulas, buriles, cartones, miradas y recorridos que desembocan en un objeto único que –dispuesto para la reproducción– le ha puesto otro nombre al espacio y a la forma, ha inventado especies de sombras, bosques, frutos, elementos que inician su existencia imponiéndose a una flora y a una fauna que se desintegran irremediablemente. La realidad ha sido siempre capaz de imitar al arte, de ahí que la vida-vida, la existencia real sea desde el principio un gran invento del arte…”

* Alberto Dallal es investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Entre otras obras, es autor de Estudios sobre el arte coreográfico y Los elementos de la danza, ambos editados por la UNAM. Su más reciente libro es El Ballet Folklórico de la Universidad de Colima.

Inserción en Imágenes: 20.01.09
Foto de portal: Carlos García Estrada desentrampando una placa de mica. Archivo Alberto Dallal. 



   
Instituto de Investigaciones Estéticas
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO