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Composiciones básicas de Manuel Felguérez

María Constantino*
claudialopezluz@gmail.com

Manuel Felguérez, Obra reciente 2009-2012, exposición en la Galería López Quiroga, del 4 de febrero al 10 de marzo de 2012.





Ya en 1968 el crítico y escritor Juan García Ponce escribió: “La obra de Manuel Felguérez cubre ya un vasto espacio en la realidad plástica mexicana.” A principios de 2012 la afirmación no sólo resulta contundente por la enorme área creativa cubierta por el artista plástico zacatecano (nacido en 1928) sino también por la variedad de campos cubiertos desde el principio de su carrera (su primera exposición se ofreció en 1958) mediante un talentoso ejercicio de búsqueda y logros inmediatos, de aventuras visuales y conceptuales, y a través de las sorprendentes vetas de madurez y seguridad que siempre lo han caracterizado: pintura, escultura, escenografía, instalación, muralismo, juguetería, paisaje, arte-objeto, museografía; la Puerta 1808 y la Fuente del Bicentenario, ambas obrasdel artista,se agregaron al conjunto de monumentos que le dan carácter y originalidad a la Ciudad de México. En realidad los talentos de Felguérez no han hallado obstáculos ni límites y el Museo de Arte Abstracto que en la ciudad de Zacatecas lleva su nombre ha acogido, también, al mismo tiempo, las obras de los miembros de la brillante generación, la de Felguérez, que hizo explotar las fronteras que ceñían al arte mexicano mediante un reiterativo mexicanismo y bajo una tutela artificiosa de cierto nacionalismo impuesto por “los grandes”. Felguérez ha sido siempre un ávido perseguidor de las formas y también de las ideas. Y siempre las ha expuesto en sus obras con plena autenticidad.
           Tal vez las circunstancias estéticas e históricas (siempre “puntos de fuga biográficos” para todo gran creador) que le tocó vivir a Felguérez lo llevaron a penetrar deliberada y a veces obsesivamente, siempre por etapas, en variados y múltiples caminos expresivos y en la utilización y manipulación de materiales que lo convirtieron en un artista inquieto, indagador, pero a la vez en creador cauto, prudente, maduro: curioso, ardiente, racional explorador. Ha vivido una época en que sobreviven aquellos “que saben lo que hacen”, una época que nos obliga ahora a hacer coincidir la prolongada, enorme revolución tecnológica con una nueva revolución del conocimiento. Sabemos “manejar” los aparatos, las máquinas, los instrumentos y enseres (detentadores de los “más eficientes” procedimientos) pero no sabemos para qué.

           También en 1968 García Ponce descubría que en su obra Felguérez ya gustaba de romper “equilibrios geométricos” para posteriormente desenvolverse mediante un solo color, digamos un “color exclusivo”, como el blanco, que lo llevaba a dominar planos, superficies y líneas mediante la aplicación de los demás colores y materiales. Esta habilidad pudo comprobarse fehacientemente en sus nítidas, limpias “esculturas geométricas” en que la lisura de los planos se obtenía, se conquistaba mediante una combinación de colores parejamente estudiados y “trabajados”, a la vez expuestos en materiales y espacios. Hábil y cauto inventor de y jugador con formas, Felguérez forjó, combinó a la perfección sus personales geometrías dentro de las variadas combinaciones de sus murales y esculturas: el espectador tiene por obligación, todavía hoy en día, que recorrer las inacabadas jornadas de formas que, sin darse cuenta, él mismo va “ordenando” en su mente, en su “viaje”, en su visualización. En 1979 Fernando Gamboa destacaba acera de las obras de Felguérez: “la muchas veces suave y profunda melodía de los colores… las superficies siempre imaginarias y los espacios que se abren, dando profundidad…, la pintura lisa en partes que alterna en otras con (la) gran riqueza matérica que las hace vibrar…”
           Precursor de la incorporación de la máquina y de la búsqueda racional y calculada de las combinaciones pictóricas creativas (muy buen observador del universo, ese mecanismo…), desde los setenta Felguérez ha dejado un legado sorprendente en sus búsquedas “racionales”, en sus “maquinaciones” y cálculos, en los juegos de sus multiplicadas obras aleatorias, de su racional destape de la libertad. En 1977 Rita Eder hacía notar que “Felguérez no acepta en su totalidad la respuesta de la computadora… el color no estará sujeto a programación… intenta, a través de su intervención en la modificación de los diseños y en la aplicación subjetiva del color, resguardar la importancia del artista sin cuya intervención la máquina no logrará estetizarse…”

           Estos caminos de Felguérez, con etapas de racionalidad casi aséptica y etapas de considerable rompimiento “orgánico”, podemos contemplarlos repetida y alternadamente en todos sus cuadros pero resultan notables en estos definitivos cuadros de su obra reciente. Se hacen presente a la manera de los vericuetos del gran jugador, del apostador en libertad que acaba por convertirse, en el acto creativo, en el confiado manipulador. Se manifiestan como si al establecimiento de reglas precisas para aplicar colores y formas, planos y líneas, círculos, estrías y sombras, pequeños o grandes artefactos de la racionalidad, le siguieran siempre la intervención expedita y voluntaria de hilos e insectos, desligamientos, sutiles simulaciones de cordilleras o lagos, anillos de papel y minúsculas montañas rugosas, trastornos y protuberancias de miembros y de alas; osamentas y monumentos atravesados por un río; ritmos de una explosión; viajes de elementos a la intemperie que caen en cada cuadro y que, sin embargo, se han dejado en libertad para equilibrar los detalles: síntesis de maniobras de la mano y de los ojos del pintor que al fin alcanzan esas dimensiones cambiantes, esos paisajes ¿ideales? (Felguérez manipula espacios con el color, rugosidades con sólo el color), esas destrezas del gran artista que desembocan siempre, se significan siempre en un auténtico equilibrio que es, a la larga, la grandeza, la trascendencia y la perennidad misma de la pintura abstracta.
           Los veinte óleos que ahora ofrece Felguérez en esta exposición en la Galería López Quiroga  (todos, excepto uno, nombrados Sin título) conducen al espectador a un mundo firme, regulado por una (realidad) creatividad que (se) va mostrando dentro de cada cuadro no por la mera intervención de los movimientos de la mano y tras de las “incrustaciones” de miradas y seguimientos, brochazos, corrimientos líquidos dentro de él sino porque en cada uno domina una vasta, sólida, atrayente composición básica, imaginada y, sin embargo, aun no “medida” de antemano sino realizada como una propuesta interior que da pie a los fogonazos, a las minúsculas bifurcaciones entre planos y líneas que el contexto de la tela convierte siempre en “líneas de acción”, formas siempre móviles y sugerentes. Sólo en algunos cuadros Felguérez impone ciertos “márgenes”, muros de contención o “parámetros” que van indicándonos esa imagen “primitiva”, ese orden interior que conduce, desde la mente del pintor, al desenvolvimiento de un mundo que pugna siempre por no permanecer oculto ni críptico sino que produce escudos, vaporizaciones, encuentros y entremezclas de dos o más colores del mismo “tono” o familia. Los colores y sus untadas y “querellas” se conducen con tanto, digamos, ritmo y buena conducta que van apareciendo máscaras, simbólicas aves petrificadas, muros, paisajes, lava, volúmenes pertrechados de (en) líneas, hilos que se unen (jamás se fugan), minúsculos pedruscos, manchas que aun en sus combinaciones, contrastes y minúsculas luchas intestinas se mantienen fieles a esa imaginada composición básica, soñada o forjada en la mente del pintor; de antemano, paisajes, tal vez observados durante las jornadas de Felguérez, tal vez imaginados antes de nacer, el pintor ante la tela, antes de comenzar la faena, mente en blanco, o sus singulares querellas y amoríos a lo largo de más de cincuenta años, con las sucesivas formas de todas sus creaciones.


           Tal vez es esta meditada intranquilidad la que atrae más en estos cuadros que Felguérez ha pintado durante estos últimos años. Se revela en la mesura de los colores, y en la variedad de los formatos y en la incursión de cada elemento, punto, raya, mancha, nubosidad, margen o frontera dentro de cada cuadro. Felguérez atrae y domina al “espectador” porque sabe que (la) toda pintura abstracta, por la que apostó (o la que lo apostó) desde su juventud, se enfrenta al espectador mientras que la figurativa es buscada y hasta perseguida por la mirada del tranquilo observador que la alcanza a mirar, familiar o pariente, casi, de la imagen. La pintura abstracta sigue siendo aquella que se interpone en la tranquilidad de los caminos visuales, tan “maniatados” o dominados hoy en día por las facilidades que otorgan las imágenes en movimiento: “lógico” ofrecimiento ordenado de secuencias, compatibilidad y hasta complicidad con el movimiento y el ritmo (visual y pensante). Un solo cuadro abstracto va en la línea y en la actitud contrarias: enfréntate, sumérgete, viaja y descubre (hazlo tuyo), sufre, desgañítate en silencio, contempla, serénate, saca conclusiones (que es siempre una forma, una vía de ordenamiento y por tanto de conocimiento).



           En 1973, ante El espacio múltiple de Felguérez (“conjunción de pintura, escultura y arquitectura”) Octavio Paz descubría y revelaba esa “geometría secreta” que subyacía ya en la obra del zacatecano y que se combinaba desde los inicios de su carrera con la “energía latente”, “rompimiento del equilibrio” que revelaba García Ponce en la obra de Felguérez desde los años sesenta. El pintor mantuvo intacta esta base des-uniforme y secreta aún en las series que pintara, con evidente nitidez, en sus combinaciones geométricas o, más bien, geometrizantes de los setenta. En estos cuadros recientes Felguérez no deja de forjar esa inquieta (rse), inquieta (rnos) ruta de viaje antes de pintar la tela: se halla presente su fidelidad al misterio, a la “presencia secreta”, original, ¿qué será?, ¿qué hacer?, aunque en su mente, viejo lobo de mar, ya se hallen conformados los trazos fundamentales, el “esquema de la ruta”, esa “geometría secreta” que en la tela se llena de aun sobrios, expuestos, claros o disfrazados vericuetos, rutas y planos en ocres, cafés, tierras, procesos, equilibrios y desequilibrios que hacen viajar de nueva cuenta, con sorpresa, inesperadamente a los observadores, los espectadores que gustan de llevar (gozar) la aventura de la pintura abstracta hasta sus últimas consecuencias. Dentro de algunos cuadros surgen planos superpuestos colocados, construidos en serie que, como precisamente ocurre con toda la vasta obra de Felguérez, adquieren profundidad obligando al espectador-lector-veedor-contemplador-viajero a convertirse en ente universal.



Inserción en Imágenes: 10.02.12.

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