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dialogos

Retorno a un final de partida

Entrevistas con Claudio Obregón y Abraham Oceransky sobre la puesta en escena de Endgame de Samuel Beckett

Enrique Saavedra*
ensazu_teatro@yahoo.com.mx


Endgame es una de las obras cumbre de Beckett (la otra es Esperando a Godot). Las dificultades de la puesta en escena en su estreno (en 1957) se situaban en la necesidad de volver a desnudar el teatro de los aditamentos románticos y poner a consideración del público un lenguaje seco, llano, directamente accesible; los espectadores deberían concentrarse en percibir las metáforas que encubría un diálogo aparentemente trivial.

En 1963, con apenas cinco años de haberse iniciado en el arte dramático, Claudio Obregón tuvo su primer encuentro con Samuel Beckett, gracias a la puesta en escena que el entonces novel director José El Perro Estrada realizó del primero de los dos textos capitales del autor dublinés, Esperando a Godot.
            Allí, Obregón encarnó a Vladimiro. El histrión recuerda que aquel montaje representó un gran reto, pues si bien reconoce que “fue hecho todavía con un conjunto de actores un tanto amateur, pero bien seleccionados”, significó “enfrentarme a Beckett y entrar en ese mundo sin solución, de espera infinita, lo cual me pareció atemorizante y, al mismo tiempo, muy gratificante”.
            Casi cinco décadas después, Claudio Obregón, tras haberse sumergido en los silencios de Pinter, en la locura de Strindberg, en el delirio histórico de Ors y en los personajes profundamente humanos de Shakespeare, vuelve, ahora en su calidad de primer actor del teatro mexicano, a Beckett. Ya no para vivir la espera, sino para presenciar el acabose, el Final de partida, el Endgame.
            Actor de número de la ahora bien cimentada Compañía Nacional de Teatro (CNT), Claudio Obregón propuso escenificar el segundo texto capital del también novelista y poeta. Para realizar la puesta en escena, se convocó a Abraham Oceransky, creador que en este montaje conjuga la experimentación que es inherente a su inquietud de artista y la experiencia propia de sus años en el teatro.
            Radicado en Xalapa, en donde, además de continuar con su Teatro Studio T, recién ha levantado un nuevo espacio teatral que pretende beneficiar “a la gente que experimenta y que busca nuevas oportunidades”, Oceransky estuvo en la Ciudad de México para montar una personalísima visión del texto beckettiano traducido por el propio Obregón.
            “Mi acercamiento con Beckett se dio desde que yo estaba en la Escuela de Teatro. En aquel tiempo, Beckett era un ídolo porque había roto con todas las reglas y propuestas que se habían hecho en un tiempo anterior. Nosotros aspirábamos a hacer esas obras, pero estaban en manos de Jodorowsky o de Gurrola. Ese teatro que veíamos nos gustaba mucho.”
            Desde entonces, Oceransky se dedicó a buscar “ un tipo de teatro que vaya conmigo y con los jóvenes”. Y es que para este apasionado de la juventud, “el de Beckett me parece un teatro joven. Visto desde el lado más viejo, más antiguo, es un teatro joven. Me gustan los artistas, creadores, científicos que tienen un pensamiento así”.
            Empero, la visión que en la etapa estudiantil tuvo Oceransky sobre el universo beckettiano es muy distinta a la que cabe ahora en sus reflexiones: “Yo tenía la sensación de que esta obra estaba hablando del futuro. En los sesenta me tocó la generación donde se rompen los mitos: el de la fidelidad, del sexo, de la paz y la guerra. Se muere el mito de los héroes .
            ”Lo que dejan autores como Beckett es la posibilidad de entender otro mundo, una visión más acuciosa sobre lo que significa el mundo, qué estamos haciendo con él y qué hacemos los humanos con los humanos. De los sesenta a la fecha, ha cambiado muchísimo la reflexión humana. El pensamiento que era superficial, ahora es más subterráneo, más gótico.”


            Oceransky añade que “ el pensamiento gótico de la vida y la muerte es más cercano a Beckett de lo que fue antes”. Además, pese a considerar éste el tiempo preciso para hablar del caos que gobierna el mundo, asegura encontrarse en un momento pleno de su vida artística y personal, pues se considera “un hombre feliz que se siente muy joven”.
            “Tengo todo lo que un hombre interiormente puede tener para ser feliz. Yo creo que el momento en el que estoy es el de la creatividad. Endgame, en este momento, es un juego .” Como tal, el director permitió a sus actores un ejercicio lúdico: “Lo primero que hice con los actores fue preguntarles cómo veían y qué querían decir con la obra.”
            Comenta que mientras unos actores decidieron desde el principio qué hacer con sus personajes, “Claudio me dijo que no sabía, que él iba a jugar hasta que supiera de qué se trataba. Cada uno es un ser humano diferente, una gota de agua diferente a otra gota de agua. Y yo acepto eso”.
            Obregón  afirma que en esta ocasión se permite abordar a Beckett con mayores herramientas y experiencia que las vertidas en el Godot de los años sesenta. “Lo abordo sin ninguna idea preestablecida, sin preguntarme ¿qué voy a hacer con este personaje?, sino que el personaje mismo, a través de los ensayos, va a ir incorporándose, me va a ir dando las respuestas.”
            “Eso es fundamental para mí. Encontrar esto en Beckett es sustancial, pues es un autor que tiene una gran riqueza y una serie de elementos que están allí, ocultos, y que aparecen conforme va uno trabajándolos .” Aclara que este proceso obedece más a sus inquietudes como histrión que a las propuestas de experimentación de Oceransky.

            –¿Cómo ha sido el trabajo con el maestro Oceransky?
            –“Ahí la llevamos…”
            Y el actor suelta una carcajada que, adivinamos, encierra discusiones apasionadas y racionales y, al fin, dos visiones personalísimas sobre un mismo texto dramático conjugadas para lograr un espectáculo que hable de nuestro tiempo, nuestro tiempo histórico y teatral.


            “Es revitalizante reencontrarse con un autor del que hay que abrevar y descubrir que allí está la fuente del teatro contemporáneo, que todos los grandes autores que han surgido vienen de allí. Para no ir más lejos, podríamos citar a Harold Pinter, un autor que utiliza muchos elementos que Beckett en su momento propuso .”
            “Lo vemos en su manejo de los silencios, de las pausas, de los sobreentendidos, de no decir más que lo indispensable, para que allí se deduzca un mundo interno que trasciende el mundo inmediato que estamos viviendo. Así lo hace Pinter, así lo hace Beckett”, comenta entusiasmado Obregón, encargado también de hacer del texto original una versión digna de México.
            Asegura que como traductor de Beckett no tiene “mayor propuesta que el acercarlo más a nuestro público y darle una vigencia mexicana. Utilizo frases tal y como se habla actualmente en nuestro país. Eso puedo aportar ante una traducción” del dramaturgo , además de dar cuenta de que en las traducciones al español existentes hay frases que poco o nada tienen que ver con lo escrito.
            “Beckett dice, por ejemplo: ‘ the light is sunk’ , y la traductora dice: ‘ el fanal está en el canal ’, cuando lo que se está diciendo es ‘ la luz se ha zambullido’ , o ‘ la luz se ha ido’ . ” Y vuelve a reír, tal vez porque sabe que nos ha demostrando que el absurdo no es simplemente una corriente teatral de la vieja vanguardia europea.
            Endgame, título original de la obra, se conserva para la versión mexicana, misma que cuenta con la participación de los actores Gabriela Núñez, Octavio Michel y Luis Lesher, integrantes del elenco estable de la CNT .
            Claudio Obregón crea a Hamm, el amo, el hombre ciego e incapaz de ponerse en pie. Clov es el siervo, el ser dotado de visión e incapacitado para sentarse. Ese personaje será creado por Diego Jáuregui, también actor del elenco estable de la CNT y uno de los protagonistas más constantes de nuestra escena contemporánea.
            “Cada uno de ellos me expuso su visión de la obra. Yo como director tomé todas esas visiones y acomodé el cosmos donde ellos iban a vivir. Fui creando para ellos el entorno, la forma en que iban a relacionarse, acomodé los textos y a cada uno le di su ecología dentro de la historia. Y generé un ambiente visual, con la escenografía, donde pudieran habitar”, resume Oceransky.
            Este proceso, coinciden, fue muy rápido. “Trabajamos cinco semanas para montar una obra tan difícil, pero creo que se consiguió”, afirma el director. Por su parte, el actor considera que, quizá por esa premura, no logró coincidir del todo con el proceso de trabajo propuesto por Oceransky, con quien hace mancuerna por primera vez.


            Sobre el particular, afirma que si bien la obra fue montada a instancias suyas, además de haber realizado la traducción y emprendido una profunda investigación sobre el personaje que interpreta, su visión sobre el universo beckettiano y en particular sobre su personaje no se impuso a la del director de la puesta en escena : “Hicimos un pacto.”
            Y, una vez más, Obregón ríe, quizá porque sabe, como pocos, que así es el juego del teatro: coincidencia de tiempos, coincidencias de visiones. Y Oceransky también lo sabe. Su lectura no es más la de una texto futurista, casi de ciencia ficción, sino de una pieza que “nos habla de hechos, no de algo que está en nuestra imaginación, sino de algo que ahora es perfectamente conocido”.
            El director añade: “Ahora yo puedo ver búnkeres, tiendas departamentales usadas como casas, coches abandonados en las calles que pueden ser habitaciones, lugares donde viven veinte o treinta personas y saber, con eso, que estamos muy cerca del caos. Ya puedo imaginarme un mundo caótico donde cabe la guerra, aunque no haya habido aquí invasión militar de algún país poderoso.
           ”El mundo ha cambiado mucho. Yo veo ahora a Beckett más cercano de lo que lo veía antes. La obra me está hablando de algo que conozco muy bien y sobre lo que tengo que profundizar, más que descifrar. Lo que hice para este montaje fue ir a los elementos más sencillos del texto, que es donde creo que están los mensajes más claros.”
            Si en 1961 Final de partida estuvo en manos de Alejandro Jodorowsky, en el primer montaje con su grupo Teatro de Vanguardia, en 2010 Endgame está en manos de Abraham Oceransky. Y si para éste el mundo ha cambiado, el público teatral, por ende, también. Por eso el director apela al lenguaje universal de la obra para que el espectador quede, sencillamente, encantado.
            Porque hoy Endgame es un clásico del teatro universal contemporáneo. Y, como dice el creador escénico, “el teatro o es universal o no es buen teatro”.
            Atrás han quedado las reacciones de desconcierto y abierto rechazo que el público de los años sesenta mostró a la propuesta de Jodorowsky, a su montaje “asistían ocho personas por función, de las cuales se salían dos o tres regularmente en cuanto emergían de los botes de basura los padres que tenían las piernas cortadas”, según llegó a declarar el controvertido creador.


            Emerjan o no de un bote de basura los padres del protagonista, Endgame lanza, en sus diálogos, un grito desde el mundo de los muertos hacia el abandono, la desesperanza y el apocalipsis. Quizá en las butacas haya individuos vivos y dispuestos a escuchar ese grito, a liberarse de sus yugos e ir hacia fuera, hacia la compresión clara del mundo, hacia la libertad. Quizá entonces todo haya acabado.

* Enrique Saavedra es pasante de la licenciatura en Ciencias de la Comunicación, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM.

Inserción en Imágenes: 27.08.10
Imagen de portal: Claudio Obregón en Endgame, Compañía Nacional de Teatro.
Foto: CNT/Sergio Carreón Ireta.
Fotos:
1 y 4. CNT/Sergio Carreón Ireta.
2. Instituto Veracruzano de la Cultura, vínculo
3 y 5. Alberto Dallal.

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