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el arte: entrevista a Elisa Vargaslugo*
Cecilia Gutiérrez Arriola
ceciga@servidor.unam.mx
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¿Qué sería
del arte, de sus variadas manifestaciones, sin la capacidad
de reproducirlo a través de la fotografía?
En los casos más extremos, nos permite conocer obras
ya desaparecidas o que en su momento fueron efímeras.
En otros, posibilita estudiarlas, socializarlas, preservarlas
o simplemente gozarlas. De cualquier manera, fotografiar
la obra artística constituye una especialidad. Elisa
Vargaslugo (Premio Nacional de Ciencias y Artes 2005) la
ha ejercido desde los primeros años de su vida académica
como investigadora e historiadora del arte. Sus tomas y las
de muchos otros fotógrafos -unos más, otros
menos especializados- nutren el acervo del Archivo Fotográfico "Manuel
Toussaint" del Instituto de Investigaciones Estéticas
(IIE) de la UNAM, el más importante de América
Latina, que ella inició. La entrevista que ofrecemos
a continuación aborda esa experiencia -estética
y a la vez técnica- que consiste en capturar aquello
que a su vez el arte contiene , entraña,
muestra, revela.
Los primeros pasos
¿Cómo se inició usted en la historia
del arte?
Desde que estaba en la prepa, gracias a Francisco de la
Maza. Él daba clases en el Colegio Luis G. León
donde yo estudiaba el bachillerato. También por iniciativa
propia: fuera del programa de estudios, de forma gratuita,
De la Maza nos empezó a dar clases de historia del
arte colonial. Nos dijo: "A ver, quién quiere venir." Entonces
los alumnos regresábamos por la tarde a escuchar a
Paco; claro que entonces lo llamaba "maestro De la Maza".
Nos llevó al centro de la Ciudad de México.
Así es como me inicié en el arte colonial.
Gracias a él -quien ya había entrado al IIE,
era investigador y trabajaba con Manuel Toussaint- empecé a
estudiar historia del arte. Él fue en realidad quien
me despertó la vocación. Era un maestro muy
brillante y para la edad que teníamos los que estudiábamos
el bachillerato supo entusiasmarnos. Nos descubrió el
centro de la ciudad y desde entonces empecé a tomar
fotos.
¿A quiénes considera sus maestros en historia
del arte?
En primer lugar a Francisco de la Maza y a Manuel Toussaint.
Tuve la fortuna, ya en la facultad, de tomar el último
semestre que impartió Toussaint de pintura colonial.
Fue muy buen profesor. También lo considero mi maestro.
¿Cómo se inició en la fotografía?
Desde chamaca tuve cámaras y tomaba muchas fotografías.
En el bachillerato, en las visitas al centro de la ciudad,
empecé a fotografiar edificios.
¿Qué cámaras tenía?
Ya no existe la marca de mi primera cámara, la cual
no recuerdo. Además tenía una Kodak "de cajoncito",
negrita, de negativo grande. Y también una Brownie.
Después tuve la suerte de adquirir una Leica.
¿Cuándo y por qué empezó a
fotografiar?
Cuando ingresé al Instituto, don Manuel Toussaint
me dijo: "Te vas a encargar de arreglar estas cajas de fotos." No
llegaban a diez cajas y, por supuesto, no estaban clasificadas.
Como no conocía todo, pues todavía era estudiante
de la Facultad de Filosofía y Letras, muchas veces
tenía que preguntar a ellos (De la Maza y Toussaint).
Preguntaba cosas como "dónde clasifico la capilla
abierta de Tlalmanalco". Que si un tequitqui, que si un plateresco.
Ellos mismos discutían y no decidían. Luego
empecé a tomar fotos para el Instituto; entonces tenía
unas cámaras muy sensibles, "turísticas". Ya
con el doctor Justino Fernández (como director del
IIE), pedí que se compraran mejores cámaras.
Usted ingresó al IIE en 1953. ¿Por qué fue
contratada para clasificar y organizar el archivo? ¿Quién
se lo propuso?
Don Manuel Toussaint me lo mandó. Ni siquiera me
preguntó. Me dijo: "Tú vas a hacerte cargo
de esto, vas a clasificar las fotos." Pero no sólo
ingresé para ese trabajo. Entonces no estaban tan
bien definidas las labores, así que yo entré como
ayudante de investigador. Los investigadores me ordenaban
hacer muchas cosas: ir al archivo o buscar datos; además
me encargaron la revisión del texto sobre pintura
poblana de Pérez Salazar. Eso fue lo primero que hice.
De
la Maza tomaba fotos para el Instituto y, como yo también
fotografiaba, entonces empecé a tomar fotos. Además,
Salvador Toscano ya había muerto, pero dejó sus
fotos y una cámara.
(Foto
1) No recuerdo si cuando entré al Instituto ya tenía
mi Leica o la adquirí al poco tiempo. Con ella empecé a
tomar mejores fotos y, como era lógico, empezaron
a pedirme que tomara fotos para los artículos de investigación,
por lo que me convertí en la fotógrafa que
los acompañaba a todos lados: a las iglesias de Cholula
con el doctor De la Maza, a diversos monumentos, a veces
a los museos. Así, poco a poco, fui involucrándome
más en la fotografía. Entonces le propuse al
doctor Justino Fernández hacer salidas sistemáticas
para fotografiar. Fue así como empezó a
crecer el archivo. Después llegó al Instituto
Raúl Flores Guerrero y él también tomó muchas
buenas fotos.
Cuando usted entró al IIE, ¿qué encontró como
archivo fotográfico?¿Qué materiales
había, cómo estaban, dónde se hallaban
las colecciones, de quiénes eran los materiales?
Había transparencias de diversos campos del arte:
las de prehispánico que dejó Toscano; las de
colonial, bastante más abundantes porque De la Maza
se preocupaba por sacar muchas; y muy pocas de arte contemporáneo.
Eran cuanto mucho diez cajas grises metálicas, que
estaban guardadas en una vitrina común y corriente;
las tenía a su cargo la señorita Josefina Barrera -quien
también ayudaba en la revista Anales - quien
difícilmente las prestaba. En una ocasión (ella)
acusó a De la Maza con Manuel Toussaint, el director.
Le dijo: "Señor, el doctor De la Maza me mandó al
diablo." A lo que Toussaint respondió: "Pues no vaya." ¡Imagínese
la conversación! Ella al poco tiempo se fue del Instituto;
entonces me encargaron a mí ese archivo y creció la
necesidad de sistematizarlo y adquirir mejor equipo. Se adquirió el
Retrovil portátil -esa columna de fierro con soporte
y dos focos- para tomar fotos de libros. Con ese aparato
tomé cientos de fotos. Hacía la reprografía
en la biblioteca del Instituto, que era el espacio de usos
múltiples, en el sexto piso de la Torre I de Humanidades.
El doctor Fernández apoyó mucho las salidas
a fotografiar, aunque el apoyo era moral porque no había
recursos. A veces prestaban una camioneta chiquita que tenía
el Instituto; se la proporcionaban a De la Maza y salíamos
al centro (de la capital) o a los pueblos. El vehículo
no estaba disponible todo el tiempo, por lo que yo iba a
fotografiar en taxis; en ellos me llevaba las cámaras.
Después solicité un ayudante para cargar el
equipo. Así, años después, me acompañaba
Rafa (Rafael Rivera) que entonces era intendente; entre los
dos llevábamos los tripiés, los cables, las
cámaras. Justino Fernández impulsó todo
eso durante sus doce años como director. Él
también solicitaba tomas fotográficas; yo lo
acompañé, por ejemplo, a fotografiar los murales
de la Escuela Normal de Maestros.
¿Quién más tomaba fotos o salía
a fotografiar?
Nada más yo. Estaba para eso. De la Maza fotografiaba
para él sobre arte virreinal y después donaba
las fotos al archivo. Don Justino no fotografiaba. Tomé muchísimas
fotos para los investigadores y para la revista Anales. Empecé a
ilustrar artículos. Justino Fernández compraba
fotos para sus investigaciones a los fotógrafos Márquez
y Verde. No es que yo lo hiciera todo pero sí hacía
mucho. Además empezamos a hacer viajes por nuestra
cuenta Raúl Flores Guerrero, Francisco de la Maza,
Pedro Rojas y yo. Hicimos muchísimos viajes y sacamos
infinidad de transparencias y fotos que donamos al Instituto. Ése
es un tipo de salida, por puro gusto, en nuestros fines de
semana. En el cochecito Opel de Pedro Rojas llevaba a Tere
Raviela, su esposa; así íbamos los cinco, a
muchísimos viajes, para conocer monumentos como los
de la Vega de Meztitlán, Puebla, y por todo el país.
A veces todos fotografiábamos el mismo monumento.
Así fueron los viajes de fines de semana, por amor
al arte y a la carrera. Las salidas por cuenta del Instituto
eran a museos, como el de Antropología -todavía
en la calle de Moneda- donde saqué muchas fotos; a
Bellas Artes o a los murales contemporáneos, como
los de San Ildefonso.
Comienza a crecer la fototeca
¿En qué condiciones salía a fotografiar?
Precarias. Con las uñas porque muy poco a
poco se fue comprando lo necesario. Con muchas limitaciones
se fue ampliando el equipo: primero las cámaras Rolleiflex
y poco después las Leicas. Instalaron el archivo en
uno de los cubículos del sexto piso, al fondo; fue
hasta entonces cuando la fototeca contó con un pequeño
local propio, un espacio reducido y no una vitrina como la
encontré cuando ingresé al Instituto. En esa época
me ayudaba Josefina Barrera, pero a ella no le interesó la
fotografía. Cuando asumió como directora Clementina
Díaz de Ovando le pedí mejorar todo y le pedí colaboradores,
pues tenía que dedicarme a mis investigaciones y a
mi tesis. Se incorporaron Judith Puente, Guillermina Vázquez
y después Amada Martínez; Rafa era el ayudante.
En la época de la doctora Clementina Díaz y
el rector Soberón hubo dinero para los institutos.
La directora me dijo: "Ve y compra lo que haga falta para
la fototeca." Entonces se adquirió el equipo Retrovit,
las Leicas, otras dos Rolleiflex, tripiés y demás;
con ella se equipó la fototeca. Y le dieron un espacio
más grande en el sexto piso. No había laboratorio,
todo se procesaba afuera.
Con
Jorge Alberto Manrique como director crece todo el Instituto. Él
creó y equipó el laboratorio -aunque era pequeño- que
se instaló en el primer piso de la Torre de Humanidades.
Por primera vez, Rafa reveló allí las fotos
para el Instituto. Él ya había tomado cursos
de fotografía que le pagó el Instituto; así es
como empezó a revelar. Recuerdo que en una de las
sesiones del Colegio de Investigadores se presentó la
primera fotografía tomada, revelada y ampliada en
el Instituto. Yo la llevaba y me la pidió Jorge Alberto
Manrique para presentarla él como director y presumirla
en el colegio. Después Manrique quiso organizar el
archivo y me dijo que nombraría a un coordinador de
la fototeca. Hizo un concurso de pruebas y de identificación
de materiales que ganó Amada Martínez. Él
quería que la nueva coordinadora acordara conmigo
y yo a su vez con Manrique, pero le dije que no: "Hasta aquí llegué yo." Me
dediqué sólo a la investigación. Así es
como en la época de Manrique hubo coordinadora y yo
pedí entregar todo, pasar la estafeta. Ya habían
sido muchos años. La fototeca estuvo a mi cargo desde
que ingresé al IIE -en 1953- hasta que Manrique nombró coordinadora
en 1978.
Con
Amada Martínez entraron becarios a colaborar a la
fototeca: Consuelo Maquívar, Gustavo Curiel, Rogelio
Ruiz Gomar...
"Excursionismo artístico" con cámara al
hombro
Usted, como Toussaint y De la Maza, emprendió con
pasión el "excursionismo artístico" (tomo
esa frase de Francisco de la Maza aplicada a Toussaint). ¿Usted
heredó de ellos, de sus maestros?
Sí. Primero me inicié en esos viajes con De
la Maza, luego con Pedro Rojas y con Raúl Flores.
Luego tuve la enorme suerte de que a Carlos Bosch, mi marido,
también le gustaran los viajes. Carlos es una pieza
muy importante en esto, porque me llevó a todos lados
y él también empezó a sacar fotos. Tuve
la suerte de que le gustara y así seguimos saliendo.
¿Cree usted que le inculcó a alguien esa
pasión por el "excursionismo artístico"?
La pasión no sé; pero desde luego a algunos
alumnos, sí.
Cuando usted deja el archivo, ¿qué balance
le viene a la memoria, en términos de cómo
lo recibió y cómo lo entregó veinte
años después?
La verdad algo más grande: de diez cajitas de transparencias
que había comparadas con la cantidad que fue entonces.
Enseñé a fotografiar. Estoy satisfecha de esa
labor que impulsé, porque siempre me gustó.
Usted ha presenciado los desarrollos técnicos
de la fotografía. En los años cincuenta ya
había óptica de excelencia. ¿Por qué se
definió por adquirir determinado equipo, por qué prefirió la óptica
Leitz, las Leicas?
Porque el equipo Leica era muy bueno y porque era el que
yo conocía y tenía. Entonces no había
tanta variedad en el mercado. El equipo Leica era maravilloso
y mejor cuando dejó de ser de rosca y pasó a
bayoneta; facilitó todo. La Rolleiflex siempre ha
sido una hermosa cámara; óptica alemana para
formato mayor.
Personalmente ha adquirido, a lo largo de su vida, muy
buen equipo, abarcó toda la gama y ha llegado a
la cámara digital. ¿La cámara ha sido
un instrumento fundamental?
Mi equipo básico fue Leica. Después adquirí una
Rolleiflex y luego una Minox chiquita. La digital sí,
ya la tengo. Pero lo que ahora no tengo es tiempo para sacar
fotos, al menos ya no como antes. Actualmente hay suficientes
buenos fotógrafos en el Instituto; así que
ahora ustedes las sacan y yo digo "quiero esto o aquello".
Por supuesto que la fotografía ha sido fundamental
para las investigaciones. Por eso siempre he andado con mi
cámara, fotografiando todo lo que necesito. La cámara
siempre es compañera.
La imagen fotográfica: memoria del objeto
¿Qué importancia se le atribuía
a la imagen cuando ingresó al IIE?
Muchísima, desde entonces era muy importante. Don
Manuel Toussaint proyectaba en sus clases aquellas transparencias
de vidrio, grandotas. Era muy importante. Recuerdo que Carlos
Lazo también daba clases con placas de vidrio. Luego
De la Maza impartió sus clases con las transparencias
de 35 mm, así como Servín Palencia en arte
prehispánico. De esta manera se abandonaron los mamotretos
de proyectores para transparencias de vidrio.
Además,
la imagen tenía ya mucha importancia para los artículos.
Todo mundo quería ilustrarlos con fotos, de lo contrario
no tenían el mismo efecto. Se utilizaba la imagen
para dar clases, impartir conferencias o ilustrar artículos.
Fue fundamental. Por eso yo creo que todos los directores
del IIE se dedicaron a impulsar el archivo y su laboratorio.
¿Qué importancia le concede, como historiadora
del arte, a la fotografía y a la imagen? ¿La
considera también documentos?
Son la materia prima con que trabajamos; sin esa herramienta
estaríamos ciegos, no podríamos hacer nada.
No siempre podemos estar yendo al museo a ver una obra para
resolver un problema. Por ello la fotografía es básica
y fundamental. Claro que sí, también es un
documento histórico. Es una memoria del objeto estudiado.
¿A qué nivel la considera? Primero como
herramienta útil. ¿Y en el nivel estético?
No es lo mismo sacar una foto de registro que sacarla ya
con cuidado, con mejores ángulos y cualidades. Una
es la foto rápida de registro y otra la foto artística. Ésta
requiere tiempo.
¿Qué valor le concede a la fotografía
dentro de sus investigaciones?
Muy grande. Por eso todos, o casi todos mis trabajos tienen
fotos.
¿Cómo aprecia la relación imagen-historiador
del arte, primero cuando usted se inició y ahora?
La importancia y la relación que guardan es la misma.
Ahora hay una ventaja: las enormes facilidades para obtener
imágenes. Hoy es más fácil por los maravillosos
equipos. Antes había muchísimas dificultades.
Además de formadora de estudiantes en arte virreinal, ¿comunicó a
sus alumnos el interés por la fotografía
y les enseñó las técnicas fotográficas?
A algunos de los que se dejaron, sí. Yo siempre les
he dicho a mis alumnos que necesitan sacar sus propias fotos.
A algunos se les facilita, tienen el genio y las sacan bien;
otros no y sufren. A muchos les costó trabajo pero
mejoraron; a otros les salen menos peor. A Rafa lo empujé a
fotografiar, a aprender a revelar -adquirió así un
oficio-; pasó a ser fotógrafo y laboratorista.
Dentro de su rico legado: sus libros y artículos,
la defensa del patrimonio cultural, la formación
de alumnos, ¿está consciente del valor y
la riqueza de su herencia fotográfica?
No mucho. No del todo. Esto más bien lo deben valorar
otros. Eso sí: veo cómo este aspecto de la investigación
se olvida un poco.
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