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Manet en el Vittoriano

Olga Sáenz
maolga@servidor.unam.mx

 

En la ciudad de Roma, Italia, en el Complejo del Vittoriano, se presentó del 8 de octubre de 2005 al 5 de febrero de 2006 la muestra titulada “Manet”. El título genérico de la exhibición resultó pretencioso para el conjunto y la selección de obras que ofreció la exposición; sin embargo, el sólo hecho de poder apreciar las pinturas, los dibujos y la obra gráfica expuestas amerita esta reseña.

El artista que abrió brecha y revolucionó la plástica moderna fue sin duda alguna Edouard Manet, al conjugar tradición y cotidianidad en sus polémicas obras como El desayuno sobre la hierba u Olimpia (ambas de 1863), en las cuales el artista rompe con los cánones pictóricos establecidos y, sin embargo, recurre a fuentes iconográficas de la tradición clásica como fue la obra de Tiziano, Rembrandt, Velázquez y el propio Goya.
Aunque las obras antes mencionadas del pintor francés no se encontraban expuestas, sí ofrecía dibujos preparativos o bien obra gráfica que eran un referente valiosísimo de las creaciones más difundidas de Manet, en las que se podía observar las transformaciones iconográficas sufridas a partir del proyecto original. Pero sobre todo, permitía constatar las innovaciones estilísticas que ofrecía Manet de la impresión de lo real-instantáneo.
De esta novedosa concepción de la belleza se ocupa Umberto Eco en su libro Historia de la belleza (Bompini, 2004), donde cita como ejemplo la novela A la sombra de las muchachas en flor de Marcel Proust, quien crea al personaje de Elstir, un pintor inexistente que imita la poética impresionista “al recrear –asegura Eco- las cosas como aparecen en el primer momento (visivo), ese momento en el cual nuestra inteligencia todavía no está alerta para explicarse las cosas como son. (…) Elstir reduce las cosas a las impresiones inmediatas y las sobrepone a una ‘metamorfosis’”. Para mostrar esta transformación que sufre el arte en el concepto de lo bello, Eco transcribe lo que Manet entendió en su revolucionaria visión de lo real: “no existe más que una sola realidad, pintar al primer golpe de vista aquello que se ve (…); y no se pinta un paisaje, o una marina, o una figura, se hace la impresión en un momento del día de un paisaje, de una marina, o bien de una figura”.

La muestra, pues, se instaló siguiendo una estructura temática para señalar las etapas discursivas de una prolífica producción artística de pintor. Las marinas, el retrato y la naturaleza muerta fueron los géneros que marcaron las secciones del espacio expositivo. Se observaron en primer lugar las marinas; de entre ellas sobresalió Paisaje marino con delfines (1864), en el que Manet representó al óleo sobre tela “la impresión” del transcurrir de las barcas de vela y de vapor en un mar tranquilo como testimonio perenne de la revolución industrial, acompañado por un grupo de delfines. Las pinceladas colorísticas verdosas, azules y rosadas de gruesos empastes que conforman el mar, contrastan con los negros y grises de las naves, para acentuar el carácter simbólico que contiene el tema. 

En la sección de retratos destacó la obra titulada El otoño. Retrato de Méry Laurent (1881), obra que posiblemente formó parte de un conjunto que representó de manera metafórica la serie Las cuatro estaciones, proyecto pictórico encargado por Antonin Proust a Manet. La modelo fue una mujer de gran aceptación social en los círculos intelectuales de la época: se le conocía como la musa de Mallarmé. Representada en tres cuartos, la mujer viste un abrigo de piel sobre un fondo decorado con crisantemos de varios colores, que da cuenta de la influencia de la estampa japonesa, en particular la obra del artista Kitagawa Utamaro (1750-1806), tanto en los elementos compositivos como en la ruptura de la perspectiva tradicional. La técnica que utilizó Manet en esta obra fue la recurrente en su quehacer artístico, logrando la textura con capas gruesas de pintura de tonalidades diversas, pequeñas pinceladas colorísticas, y algunos arrepentimientos que se pueden observar en el ángulo superior izquierdo de la propia pintura (Cfr. Juliet Wilson-Bareau et al., Manet en el Prado, Madrid, 2003).

De la última sección, seleccionamos la obra titulada Sombrero español y guitarra (1862-1863), en la que los elementos compositivos que ocupan el primer plano: la cesta, la guitarra y el sombrero están acompañados por un telón de teatro; al conjugarse los elementos representan la tradición de las artes mayores como la dramaturgia caracterizada en el espacio teatral, con elementos representativos del artesanado; además de sobresalir el uso de la paleta con colores puros para marcar las zonas del claroscuro, tan distintivas en la obra del pintor francés (ibidem).

Precisamente la anterior referencia -Sombrero español y guitarra- nos recuerda la espléndida exposición “Manet en el Prado”, montada en 2003. En ella se pudo constatar la influencia decisiva que Velázquez y Goya tuvieron en la obra de Manet. Basta recordar El pífano (1866) donde se advierte que, además de la influencia oriental, quedan como testimonio los retratos velazquianos, como el de Pablo de Valladolid (1633), en el que se observan innovaciones estilísticas y estructurales como fue la solución de la perspectiva, recurso que abre brecha a los pintores por venir.

Puesto que la exposición “Manet” se presentó en Roma, hubiera sido de suma importancia mostrar la influencia que el arte clásico italiano tuvo en la formación del pintor. Se antojaba que, de manera conjunta, se presentaran algunas obras de Tiziano (como La Venus de Urbino, 1538), de Raphael, de Fra Angelico, de Ghirlandaio o de Andrea del Sarto, entre otros; pues desde su primer viaje a Italia en 1853, el pintor francés se ocupó en copiar las obras de maestros de la antigüedad clásica en el Museo de los Uffizi, en Florencia. Esta tarea la continuó en 1857 al copiar los frescos de Andrea del Sarto en el claustro de la Santissima Annunziata.

A pesar de la mencionada ausencia, la muestra “Manet” posibilitó al espectador admirar la trascendental pintura del artista francés en la que, como testimonia Eco en su libro Historia de la belleza, “el simbolismo está dando vida a nuevas técnicas de contacto con la realidad, la búsqueda de la Belleza abandona el cielo y lleva al artista a emergerse en la riqueza de la materia” (Eco, op. cit., p. 359).
 

Inserción en Imágenes: 14.03.06.



   
Instituto de Investigaciones Estéticas
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO