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de archivos


El pabellón de México para la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929.Su rescate y restauración*

Martha Fernández**
mafer@servidor.unam.mx

Para Rafael Loredo de Abreu:
por los treinta años de
amistad que celebramos
frente a las luces ambarinas
de la Giralda.

 

Historia del pabellón

Uno de los edificios más vistosos del Parque María Luisa de Sevilla es lo que en 1929 fue el Pabellón de México en la Exposición Iberoamericana que se organizó aquel año en la capital hispalense. Del enorme predio que comprende el parque, se asignó a México un solar en el extremo sur, en la confluencia de las calles que entonces se llamaban Avenida de las Delicias y Avenida Villa Eugenia.(1)
                       De acuerdo con Mauricio Tenorio, a pesar de la difícil situación política que padecía nuestro país después de la Revolución, en 1926 el gobierno mexicano aceptó la invitación de España para participar en esa feria, pues las exposiciones universales que se habían organizado desde el siglo XIX habían sido un excelente escaparate para mostrar al mundo el “progreso” y, en consecuencia, la “modernidad” de cada nación. En el caso de la Feria de Sevilla, aunque de corte exclusivamente iberoamericano, el gobierno de Plutarco Elías Calles “vio una oportunidad de cambiar la imagen de México como un país violento y caótico”, para “promover los productos y el arte de México” y “ganar prestigio internacional como un país económicamente bien organizado y pacífico”. Pero principalmente se vio en ella una “ocasión para explotar la curiosidad sobre la Revolución Mexicana y fomentar una opinión favorable hacia ella.”(2)
            Así, el gobierno mexicano designó a la Secretaría de Industria, Comercio y Trabajo, encabezada por Luis N. Morones, para que se hiciera cargo de todos los asuntos relacionados con ese evento.(3) Como era costumbre en ese entonces, se convocaron concursos para el diseño del pabellón que representaría a México en Sevilla. Según Manuel Amábilis, dichos concursos fueron tres consecutivos y agrega que “al primero concurrimos veintiséis arquitectos y al último solamente ocho, o sea los que habían obtenido premios o menciones en los dos anteriores”.(4) Sin embargo, Mauricio Tenorio sólo menciona dos concursos: el primero del año de 1926 que ganaron Ignacio Marquina y Agustín García y, el segundo, efectuado a principios de 1927, después de que se había decidido aumentar el presupuesto para los gastos que representaba la participación de México.(5) Como quiera, el ganador del último concurso fue el proyecto llamado Itzá, realizado precisamente por el arquitecto yucateco Manuel María Amábilis.(6) Desde el nombre del proyecto, uno percibe de inmediato que se trata de una obra de corte nacionalista, inscrita en la ideología revolucionaria de México pero también en los nacionalismos que sustentaban la filosofía del momento en el mundo occidental.                        Aunque por lo general los pabellones para las exposiciones internacionales tenían un carácter efímero, en la Iberoamericana de Sevilla la mayor parte de esos edificios fueron pensados como construcciones permanentes (de ahí que muchos de ellos se conservan); de hecho, el pabellón de España es el símbolo distintivo del Parque María Luisa y uno de los más representativos de la ciudad de Sevilla. En el caso del pabellón de México, la primera propuesta del gobierno y en vista del corto presupuesto que inicialmente se había otorgado a la participación del país, se pensó en un pabellón efímero; aún así, la última convocatoria del concurso especificaba que fuera permanente.(7)

Espacio e iconografía

El edificio que finalmente diseñó Amábilis tiene una superficie construida de 1,300 metros cuadrados y el resto del terreno, que alcanza los 5,445 metros cuadrados, está ocupado por jardines en los que se colocó una fuente, de la cual hablaré más adelante. El pabellón se construyó a partir de un patio central cubierto, de planta octogonal, del cual se desprenden cuatro naves de forma rectangular y cuatro cuerpos trapezoidales, más pequeños; uno de estos últimos constituye la portada de ingreso y el vestíbulo. Según Amábilis, este proyecto fue concebido “con sujeción estricta a la arquitectura clásica que ostentan los monumentos antiguos de México”, o sea, los edificios con patios centrales rodeados de habitaciones o galerías que fueron muy característicos en la época prehispánica. Esta distribución, afirma el arquitecto, “resuelve, de una manera perfecta, el problema de la circulación, respondiendo con esta especial cualidad, así como con los demás detalles de su distribución, a las necesidades genuinas de semejante edificio”. Esto es, según el autor, “un verdadero Pabellón de Exposición, tanto por sus plantas, como por sus alzados”.(8)
            El edificio consta de sótano, planta baja, planta alta y cuatro miradores. Una escalera de tres rampas comunica las dos plantas. Originalmente, en el sótano se instalaron las habitaciones del conserje y las bodegas; en la planta baja, se encontraban el vestíbulo o patio central, cuatro salones de exposición, dos oficinas para las distintas comisiones y los lavabos; en la planta alta se abrieron cuatro salones de exposición, una galería y dos terrazas.(9)
            Para el trabajo escultórico en piedra tallada y en yesería, el arquitecto Manuel Amábilis contó con la colaboración de Leopoldo Tommasi López y para la pintura y los vitrales, con la del maestro Víctor M. Reyes. Corría la época del historicismo artístico o quizá sea más correcto llamarla la época del nacionalismo; para manifestarlo se hizo uso de los historicismos artísticos, por lo que en los elementos iconográficos Amábilis trató de sintetizar la historia de la cultura prehispánica, especialmente maya, que era la de sus propios orígenes. De hecho, así lo entiende el propio autor al explicar que “la Arquitectura del exterior de nuestro Pabellón está de completo acuerdo con los trazados regulares arquitectónicos, que durante mis estudios he podido descubrir en los antiguos monumentos de Yucatán y de las márgenes del río Usumacinta, donde estuvieron los principales asientos de una muy avanzada y extensa civilización…”(10)Pero él no está de acuerdo en denominarla “maya”, sino “tolteca”, por lo que afirma que “la Arquitectura que luce el Pabellón de México en Sevilla es genuinamente Tolteca, abarcando, con esta denominación, los distintos matices que al Arte Tolteca pudieron aportar las razas que poblaron el territorio nacional en la decadencia de la ingente Civilización Tolteca”.(11)

           Sus ideas se encontraban muy acordes con las teorías de los arqueólogos de su tiempo, quienes consideraban que las características de monumentos semejantes a los de Chichén Itzá denotaban una marcada influencia de las culturas del centro de Mesoamérica. De hecho, todavía en 1982, Paul Gendrop hablaba de “Chichén Itzá y la arquitectura maya-tolteca”, y explicaba que, en una proporción considerable, los elementos de los edificios más modernos de esa ciudad maya “reflejan una ruptura total con las tradiciones clásicas de la península, así como la repentina imposición de un lenguaje formal de indudable origen mexicano”.(12)

Conforme con sus intenciones, Amábilis nos cuenta que para llevar a cabo las fachadas se inspiró en “el orden arquitectónico de uno de los principales templos toltecas de Yucatán, del grupo denominado Sayil”. De acuerdo con Paul Gendrop, el Palacio de Sayil es producto de varias fases constructivas que van desde el estilo puuc temprano hasta los inicios de la fase floreciente, por lo que una de sus características más importantes es la presencia de los junquillos o columnillas adosadas de su fachada.(13)
            En el primer cuerpo del pabellón mexicano de Sevilla se halla un baquetón que forma una greca “tolteca” -dice el autor- que simboliza “el sentimiento de cohesión nacional que palpita en todos los ámbitos de México”;(14)  en el segundo cuerpo, precisamente junquillos estilo puuc decorados con anillos flanquean las ventanas y, en el tercero, soportes similares, pero sin decoración, sirven de marco al signo maya denominado poop.(15) La combinación de estos dos tipos de soportes es común en edificios mayas, tal  como se aprecia, por ejemplo, en Sayil y Labná.

           Los torreones poseen decoración de “petatillo” o celosías a la manera de las que se encuentran en el Cuadrángulo de las Monjas de Uxmal y grecas escalonadas como las que luce el famoso Arco de Labná, el cual marcaba el ingreso a la ciudad y la unía a otras poblaciones por medio de un sacbé o camino sagrado. Según Amábilis, tales miradores están inspirados “en la cabaña simbólica del origen de nuestra civilización ancestral” y los incluyó como “un recuerdo y una ofrenda a nuestros abuelos”;(16) aunque su modelo formal pudo ser también el citado Cuadrángulo de las Monjas.

En la portada, dos serpientes, copiadas de las del Palacio de los Guerreros de Chichén Itzá, descienden a los lados de la puerta de ingreso para posar sus cabezas en el suelo, tal como lo hacen en la cumbre del edificio que se encuentra en esa ciudad maya. En el centro del segundo cuerpo se encuentra representado el Escudo Nacional en yesería, concebido a manera de chimalli y flanqueado por dos serpientes que ascienden para llevar sus cabezas hasta las plumas simuladas del escudo. En el tercer cuerpo, el nombre de México, también en yesería, ocupa la parte central. El remate consiste en un cuerpo de líneas quebradas en cuyo centro se yerguen cinco figuras de yeso; las tres centrales (dos hombres y una mujer) están desnudas y portan en su cabeza penachos de plumas; en los extremos de la composición se encuentran dos mujeres: una vestida de tehuana y otra, con  huipil yucateco, lleva sobre la cabeza una cesta con frutas; todas las figuras se encuentran enlazadas por medio de un festón de flores. Estos personajes simbolizan, según el arquitecto Amábilis, “la solidaridad de todas las clases sociales para el progreso de la Nación”.(17) Para flanquear el remate, Amábilis escogió dos figuras de Chac-Mool. Al momento de su estreno, la puerta de ingreso tenía vitrales y el lema de la Universidad Nacional: “Por mi raza hablará el espíritu.”

            Amén de ese lema, el pabellón perdió otros elementos escultóricos en las fachadas como, por ejemplo, los relieves que representaban “El Trabajo” y “La Espiritualidad”, así como las ménsulas invertidas que se encontraban en los ángulos de la cornisa superior del edificio, a manera de vírgulas de la palabra que simbolizaban, según Amábilis, “el sonido o la palabra de Dios”.(18)
           En el interior, el octágono central se encuentra muy bien iluminado pero por desgracia también ha desaparecido gran parte de los relieves en yeso, pinturas y vitrales que tuvo al momento de ser estrenado, lo que le ha hecho perder su lectura iconográfica, que no era otra que la de la reafirmación nacionalista, tal como lo manifestaban las “jambas históricas”, como las califica Amábilis: la de “los guerreros”, la de los “constructores”, la de los “sacerdotes” y “la jamba de la fusión de las razas”.

           Desaparecieron también las pinturas y los vitrales coloridos. “Los mineros”, “Los agricultores”, “Las yucatecas”, “Las tehuanas”, “Los alfareros”, “Los tejedores” eran los temas pictóricos. Por su parte, en los vitrales de la planta baja aparecían productos de la tierra: “El plátano”, “La palmera”, “El papayo”, “El maíz”; mientras que en la planta alta fue representado el producto del cerebro humano: “El trabajo”, “La industria y el comercio”, “La aviación” y “Las fuerzas hidráulicas”. De todo ello, sobrevive solamente un vitral que representa “El Escudo Nacional” y algunos vanos con elementos reconocibles de la mexica Piedra del Sol.
           El pabellón tuvo también buenos trabajos de hierro forjado, de los que se conservan el de la puerta principal y el del balcón que rodea el segundo piso del patio central, decorado con incensarios y estrellas de ocho puntas.

A un costado del edificio se encuentra la fuente que proyectó Amábilis y realizó Tommasi, “de purísimo estilo tolteca”. Se encuentra estructurada por un tazón sobre el cual se levanta un basamento que sirve de apoyo a cuatro serpientes, similares a las de la portada, las cuales sostienen con la cola un segundo tazón que, al desbordarse, provocaba que el agua saliera por las fauces de las serpientes, las cuales hacían las veces de surtidores. Al centro del basamento se encuentra un vertedor “en forma de vasija tolteca” y todo el conjunto se encontraba policromado.(19)

Deterioro, rescate y restauración

Al concluir la exposición, México cedió su pabellón al Ayuntamiento de Sevilla que lo convirtió en sede de una maternidad; con ese uso permaneció hasta los años ochenta del siglo XX. En los años setenta ya denotaba un deterioro muy grande, el cual se incrementó cuando el hospital salió de allí; el pabellón quedó abandonado y expuesto a toda clase de inclemencias y vandalismos: perdió entonces todos los vitrales (excepto el que he descrito), las puertas, las ventanas de madera y se deterioraron las rejas y los ornamentos de yesería.(20) A principios de los años noventa, y precisamente a raíz de la celebración del IV Centenario de lo que don Miguel León Portilla denominó el “Encuentro de Dos Mundos”, varias voces se alzaron para tratar de aprovechar la feria que se organizó nuevamente en Sevilla para celebrar ese acontecimiento, en beneficio de aquel antiguo pabellón mexicano y no sólo para promover el nuevo pabellón de México construido por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez.(21)
           Por fortuna, en el año de 1995, el Ayuntamiento cedió el pabellón a la Universidad de Sevilla, que llevó a cabo su rescate y restauración con el objeto de convertirlo en sede del Vicerrectorado del Tercer Ciclo y Enseñanzas Propias. Las obras estuvieron a cargo del arquitecto Juan Manuel Rojo Laguillo quien, como dice un reportaje del periódico ABC Sevilla, “respetó la estructura original del edificio, reparó las yeserías exteriores que pudo rescatar, la reja de hierro forjado de la puerta de ingreso y el balcón que rodea el patio cubierto central; además, “ha intentado recrear a través de los colores, el aspecto que debía tener cuando fue construido en el 29”.(22) Del mismo modo, rehabilitó los jardines que lo rodean, así como la fuente que hoy se encuentra rodeada por una selección de diversas especies de cactus.
           Naturalmente, algunos elementos no pudieron ser rescatados pero sí sustituidos. Es el caso de las ventanas que rodeaban el octágono central: al perderse para siempre los vitrales originales, se emplearon materiales modernos para reestablecer, al menos, los colores vivos originales. El piso fue sustituido por mármoles blancos y rojos. De acuerdo con el reportaje que he citado, “se han conservado las entradas de luz que tenía, no sólo a través de la montera central, sino de las que cubren las aulas situadas en la planta alta, que ahora cuentan con un moderno sistema de persianas automáticas que se pueden regular de manera que, dependiendo de las condiciones climatológicas, el techo es completamente transparente o bien queda cubierto de forma parcial o total”. (23)
           En el sótano se encuentran ahora los archivos; en la planta baja, los servicios de gestión del vicerrectorado con todas sus oficinas, además del salón de actos “que cuenta con todo tipo de medios técnicos: desde traducción simultánea, posibilidad de videoconferencias, de conexión vía ordenador, de proyector LCD para videos y datos y, en general, una dotación que permite todo tipo de sistemas de presentaciones audiovisuales y multimedia”. (24) Finalmente, en la planta alta, se encuentra un salón de usos múltiples “que hace las veces de biblioteca y lugar de reunión y estudio de los alumnos y profesores”, así como seis aulas: dos de ellas grandes, con capacidad para ochenta alumnos y dos pequeñas, con capacidad para treinta y cinco alumnos; todas cuentas con una oficina aislada para los profesores. (25)  El pabellón, ya rescatado y restaurado con todos esos avances tecnológicos, fue inaugurado o, mejor, reinaugurado el 24 de noviembre de 1998. (26)
           Ésta es hasta hoy la historia del pabellón que representó a México en la Exposición Iberoamericana que tuvo lugar en Sevilla el año de 1929; una historia riesgosa para la preservación del edificio pues por momentos se temió que fuera demolido. Con su reciente rescate se hace justicia a una obra importante, representativa de un momento artístico e histórico no sólo de México, sino del mundo occidental, como lo muestran, por ejemplo, el pabellón de Perú (neobarroco) y el de Guatemala (neoindígena), los cuales se levantaron para la misma feria. Es importante que ahora pertenezca a la Universidad de Sevilla pues la institución se encargará de otorgarle siempre usos culturales y educativos y, con ello, su permanencia garantizada en el Parque María Luisa.

 

* Agradezco al maestro Fausto Ramírez, a la maestra Louise Noelle y al doctor Arturo Pascual Soto sus comentarios y sugerencias sobre este artículo, los cuales fueron muy útiles para evitar errores en la interpretación del estilo y de la iconografía prehispánica.
** Martha Fernández es investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Ha publicado numerosos artículos y es autora, entre otros, de los siguientes libros: Ciudad rota. La ciudad de México después del sismo (IIE, 1990), Cristóbal de Medina Vargas y la arquitectura salomónica en la Nueva España durante el siglo XVII (IIE, 2002) y La imagen del Templo de Jerusalén en la Nueva España (UNAM, 2003).

1. En la actualidad, la Avenida de las Delicias se llama Paseo de las Delicias y la Avenida Villa Eugenia tiene el nombre de Avenida Eritaña.
2.
Mauricio Tenorio Trillo: Artilugio de la nación moderna. México en las exposiciones universales, 1880-1930, México, Fondo de Cultura Económica, 1998, p. 300.
3. Ibidem, p. 301.
4. Manuel Amábilis, El pabellón de México en la Exposición Ibero-Americana de Sevilla, México, Talleres Gráficos de la Nación, 1929, p. 13.
5. Mauricio Tenorio Trillo, op. cit., pp. 301-302.
6. Manuel Amábilis, op. cit., p. 13.
7.
Mauricio Tenorio Trillo, op. cit., pp. 301-302. Sobre la historia de este pabellón, véase también: Louise Noelle, “Arquitectura prehispánica en Sevilla: el pabellón de México para la exposición Iberoamericana de 1929” en 1492-1992. V Centenario Arte e Historia, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1993, pp. 93-102.
8. Manuel Amábilis, op. cit., p. 16.
9. Ibidem, p. 14.
10. Ibidem, p. 26.
11. Ibidem.
12. Paul Gendrop, “Arquitectura maya” en Historia del arte mexicano, tomo I, México, Secretaría de Educación Pública, Instituto Nacional de Bellas Artes, Salvat, 1982, p. 169.
13. Ibidem. pp 158-159.
14. Manuel Amábilis:
op. cit., p. 36.
15. Significa “estera”. Esta información la agradezco al doctor Arturo Pascual Soto.

16. Manuel Amábilis: op. cit., p. 37.
17. Ibidem, p. 50.
18. Ibidem, p. 37.
19. Ibidem. pp 41-53.
20.A.F.C., “Recuperado el pabellón de México” en ABC Sevilla, 24 de noviembre de 1998, pp. 53 y 55. Información que debo y agradezco al licenciado Rafael Loredo de Abreu y a don Rafael, su padre (q.e.p.d.), quien como buen historiador, se preocupó por guardar los registros de todo aquello que consideró importante acerca del pasado americano y sevillano.
21.
Entre ellas, yo misma escribí el artículo titulado “El primer Pabellón de México en Sevilla” en Excélsior, Sección “Metropolitana”, 1° de diciembre de 1993.
22.
A. F. C., op. cit., pp. 53 y 55
23. Ibidem.
24. Ibidem.
25. Ibidem.
26. Ibidem.

Inserción en Imágenes: 24.11.06.
Foto de portal: Portal del pabellón de México en Sevilla.
Foto: Martha Fernández.



   
Instituto de Investigaciones Estéticas
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO