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Fobias y filias en la obra gráfica de Giorgio de Chirico

Olga Sáenz *
maolga@servidor.unam.mx

A partir del 28 de junio, el Museo Nacional de San Carlos abrió sus puertas para inaugurar la exposición Giorgio de Chirico. El pasado perpetuo, con 160 obras gráficas y un ejemplar del libro Calligrames, de Guillaume Apollinaire, ilustrado por el artista italiano, perteneciente a la colección privada de Pier Paolo Cimatti. El evento está auspiciado por la Embajada de Italia en México y el Instituto Italiano de Cultura en el marco del Festival Italiano, conjuntamente con el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y el Instituto Nacional de Bellas Artes.
        Durante la presentación del catálogo la directora del Museo Nacional de San Carlos, María Fernanda Matos Moctezuma, precisó que la colección cubre un arco de tiempo de 1928 a 1975 de la producción total de Giorgio de Chirico (1888-1978). Así, la muestra invita al espectador a reconocer y explorar aquellos temas recurrentes en la obra del pintor italiano, los cuales se originaron durante la primera etapa metafísica, además de identificar nuevos códigos estéticos que signaron su producción terminal.

 Abren la muestra tres autorretratos pertenecientes a diversos periodos artísticos. El primero data de 1969, en el cual el artista se hace acompañar de Mercurio, dios romano identificado con el Hermes griego, venerado como deidad de la palestra y del estadio, de los viajeros, de la elocuencia y de los comerciantes. La representación de seres mitológicos grecorromanos recuerda las primeras vivencias infantiles y juveniles del artista, originario de Volos, Grecia, periodo en el cual aprehendió los códigos estilísticos del arte clásico y los iconos de la mitología griega; estas fuentes lo acompañarán a lo largo de su vida creativa. En el segundo autorretrato, De Chirico luce un rico atavío que rememora la etapa barroca de 1940-1943, momento en el cual manifiesta un especial gusto narcisista por pintarse con trajes correspondientes a épocas históricas precedentes. Se trata de una etapa íntimamente relacionada con el interés del artista por la experimentación de nuevos materiales pictóricos con los cuales representa el vestuario teatral. En su Autorretrato en traje del seiscientos (1953), el artista refleja en su faz una actitud fría y lejana al mostrar un dejo de inconformidad frente a la propia forma de representación. En contraste, la litografía a seis colores expuesta en la muestra titulada Autoritratto in costume (1970), evidencia un rostro satisfecho y benevolente frente a la experiencia litográfica. Por último, el autorretrato elaborado en 1972, en piedra litográfica en blanco y negro, y cuya imagen facial ocupa casi la totalidad del espacio, exacerba el gesto irónico. Para comprender el mensaje gestual, nos remitimos a las palabras de su hermano Alberto Savinio, quien explica el concepto filosófico de la ironía: “En el fondo, no es más que una razón de desnudez (de pudor) y por consecuencia de moralidad.” Con la visión de esta trilogía se prosigue en el recorrido de la exposición.

        En el espacio museístico se exhibe una serie litográfica ilustrada con elementos comunes del repertorio dechiricheano, para acompañar los textos del “único intelectual que [lo] aceptaba en ese periodo con cierta calidez”: Jean Cocteau, de quien ilustró la obra Le mystère laïc, publicada en 1928, después del violento rompimiento de De Chirico con los surrealistas. Durante ese periodo creativo el artista italiano recrea nuevos elementos compositivos: los gladiadores, innovadores diseños de maniquíes, villas y caballos a la orilla del mar y muebles sobre el valle conformarán un novedoso repertorio icónico.


        En 1929 De Chirico elabora la colección litográfica compuesta por seis obras titulada Metamorphosis, donde recrea la estatuaria clásica y conforma los maniquíes con elementos de la arquitectura clásica, como se puede observar en la obra El retorno del hijo prodigo de 1929 y en Los gladiadores concebidos como símbolo de finitud.


        La amistad del pintor italiano con el poeta Guillaume Apollinaire queda patente en el libro de poemas Calligrammes, publicado en 1930, con sesenta y seis ilustraciones elaboradas por De Chirico. De los elementos naturales representados en la serie, el pintor otorga al sol un lugar de privilegio al dominar e invadir los espacios externos e internos, otorgándole con ello una connotación mágica y una presencia permanente. En la serie también hace uso de la espiral representada a imagen y semejanza de su propio proceso creativo: un perpetuo viaje de ida y vuelta interpreta la metáfora del “eterno retorno” nietzcheano, y reutiliza elementos ya consagrados de su primera etapa creativa, como el Calligramme 94: ombre, con el cual rememora el periodo boeckliano en la obra El enigma del oráculo de 1909.

La serie de “Baños misteriosos” fue explicada por el propio De Chirico cuando “se encontraba en una casa con un piso muy pulido y brillante por la cera. Vi a un señor que caminaba delante de mí y cuyas piernas se reflejaban en el piso. Tuve la impresión de que él podía sumergirse en aquel piso como si fuera una piscina, donde se podía mover y nadar. Así, imaginé estas extrañas piscinas con hombres inmersos en esa especie de agua-parquet, que estaba quieta, a veces se movía y otras más se detenía para poder conversar con otros hombres que estaban fuera de la piscina”. Como ejemplo se encuentra El ídolo en los baños misteriosos de 1934, donde se aprecia la escena espectral que refiere De Chirico.

        En la obra litográfica que representa El Apocalipsis de San Juan, el artista italiano hace uso de su destreza magistral para representar los pasajes bíblicos que ilustran las profecías del santo al final de los tiempos; el documento fue publicado en 1941 por Edizione della Chimera, en Milán. Las dotes de gran dibujante del artista italiano se evidencian en la serie apocalíptica por la firmeza de la línea que aprendió a lo largo de su enseñanza académica en Munich, Alemania. Preocupado por la pérdida del rigor pictórico, desde 1920 De Chirico advirtió en un artículo titulado “El retorno al oficio”, publicado en la revista Valori Plastici, que “La mayor parte de los alumnos que inician la complicada ciencia de la pintura, llegan a ella completamente impreparados; no saben dibujar.” Y De Chirico concluyó: “Considérese que el arte del dibujo exige una larga preparación y un aprendizaje fatigoso.”


        Otro grupo temático lo forman las villas y los caballos. Estos últimos emulan los monumentos ecuestres del pasado grecorromano que paulatinamente ceden espacio en periodos sucesivos hasta llegar a la representación de los caballos barrocos, que trotan como si fuesen poseídos por jinetes fantasmales. La escena siempre está acompañada por villas, castillos y elementos arquitectónicos que reviven el pasado remoto. No obstante que en los años cincuenta varió el propósito compositivo de las arcadas monumentales que custodiaban los enigmas del periodo metafísico, éstos elementos compositivos también fueron emisores de presagios enigmáticos.
De la etapa clásica dechiricheana sobresalen sus maniquíes, Las musas inquietantes y El trovador, ambas piezas reelaboradas en piedra litográfica en 1969. La obra pictórica denominada en un principio Las vírgenes inquietantes, representa a las Musas hijas de Zeus y de Mnemosine (memoria), protectoras de todas las actividades artísticas e inspiradoras de los poetas. Según la tradición, las vestales custodiaban la ciudad de Ferrara y representaban seres inquietantes y misteriosos; el pintor las representó como seres luminosos y evocadores, conservando el carácter de musas inspiradoras. De la obra pictórica original, De Chirico resolvió de manera similar el grabado; sin embargo, en este caso liberó el fondo de la construcción alargando la perspectiva hacia el infinito. De esta manera, sólo permaneció el elemento arquitectónico en el extremo derecho con las típicas arcadas custodiando los célebres enigmas dechiricheanos.


        El grabado Muebles en el valle constituye otro tema recurrente en la etapa terminal del pintor, quien evoca con estas representaciones sus experiencias espectrales que emanan de su biografía: unos muebles abandonados en medio de la naturaleza abierta representan la inocencia, la ternura, la dulzura en medio de fuerzas ciegas y destructoras; son los niños, las vírgenes puras en el circo en medio de los famélicos leones. Con la coraza de su inocencia, los muebles están allí, lejanos y solitarios. Así vemos los grandes sillones, los anchos divanes a orillas del mar rugiente o al fondo de los valles encerrados por altas montañas.


        Por último, quisiera recordar la representación particularmente conspicua que tuvo Ariadna dentro de la poética dechiricheana: ella está posando al centro de sus composiciones pictóricas rodeada por las arcadas que resguardan los enigmas, en plazas italianas franqueadas por monumentos centenarios que dejan presentir el misterio cósmico. “La estatua sobre un palacio o un templo, o bien en medio de un jardín o una plaza pública –dice De Chirico–, se nos muestra bajo diferentes aspectos metafísicos; sobre los vestigios de un palacio, contra el cielo meridional, tiene algo homérico, una especie de júbilo severo y lejano, entreverado de melancolía.” El reposo de Ariadna de 1969, posando en un zócalo de baja altura con el fin de comunicar la experiencia mnemónica, atemporal que conjura presagios en el ser humano moderno contra el laberinto y sus enigmas. Hay que recordar que Ariadna, hija de Minos y de Pasífae, guió a Teseo para dar muerte al Minotauro con el famoso hilo que lo salvó del laberinto. La traición que sufrió Ariadna al ser abandonada por el héroe en la isla de Naxos y después rescatada por Dioniso ha sido retomada por literatos y filósofos, como fue el caso de Nietzsche, quien utilizó el pasaje mitológico para formular metáforas en torno a la representación del alma, del cuerpo y del conocimiento intuitivo en el ser humano.

La mayor parte de la colección gráfica exhibida en el Museo Nacional de San Carlos pertenece a los últimos lustros de la producción dechiricheana, periodo que fue señalado por una intensa polémica causada por múltiples factores; entre otros, la repetición maniaca de sus obsesiones pictóricas. Posiblemente el artista jamás se liberó de sus musas fantasmales; pero con ellas pudo crear una poética que dedicó a la inmortal Mnemosime, según expresó el propio Giorgio de Chirico: “a la memoria generadora de nuestros pensamientos y de nuestras esperanzas –de las esperanzas de las cuales está colmado cada pensamiento”.
        La exposición Giorgio de Chirico. El pasado perpetuo. Obra gráfica permanecerá en el Museo Nacional de San Carlos hasta el 8 de octubre de 2007.

* Olga Sáenz es investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Autora de Giorgio de Chirico y la pintura metafísica. Su más reciente libro se titula El símbolo y la acción. Vida y obra de Gerardo Murillo, Dr. Atl.

Inserción en Imágenes: 06.07.07.
Foto de portal: Autorittrato.



   
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