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Del cuerpo dinámico en la danza: fotografías de Armandina Monroy*

María de las Nieves Rodríguez y Méndez de Lozada**
gentileschies@hotmail.com

 

“La danza es un eterno intento, como escribir en el agua.” Con esta frase, Armandina Monroy logra sintetizar la búsqueda gráfica que conforma su serie de danza. Para ella, la realización de un baile es como la fotografía misma: una sucesión de intentos fugaces que logran registrar los anhelos de retener un pasado que no existe, que ya pasó, pero que se evoca desde la nostalgia de quien lo ha vivido. Su obra se desarrolla alrededor de un eje fundamental que articula el corpus de la misma: un movimiento que implica acción de cuerpos y espacios donde se intenta atrapar en un instante la pluralidad de formas que ofrece. Este “robo” se llevará a cabo por medio de la utilización de las técnicas fotográficas más tradicionales –el papel salado, en esta serie– para representar, a través de la imagen dancística, las acciones de los bailarines en su ejecución. Esta premisa implicará movilidad, poses y secuencias en unas fotografías en las que “fluyen en teorías de movimientos, de vaivenes, de ondulaciones y de gestos, las más cautivantes y múltiples imágenes que se pueden concebir”.(1)

       En el imaginario de Armandina Monroy se perfilan dos iconografías que serán manejadas ampliamente: la bailarina de ballet y la de danza española, ambas tratadas con un tono devoto y romántico. Éstas representan la cara y la cruz del baile; por un lado, el ballet delicado y galante que marca pequeños pasos llenos de gracia y sensibilidad; mientras que por el otro, el español, implica pasión, deseo, la emoción fugaz y fulgurante del zapateado… un ¡olé! que interpreta su fuerza dinámica. Ambas diferentes, ambas iguales en el autorretrato de la fotógrafa… son la reproducción de una sucesión de formas sincronizadas, perfectas y estilizadas que refieren un modo de vida desdoblada, “un sucedáneo”(2) de la realidad. Así, la danza, como memoria corporal, contiene, de modo implícito, una estética rítmica y armónica configurada en un imaginario que cobra fuerza y autonomía en la obra de la artista. La fotografía, entonces, en la militancia mortal de recuperar momentos intransferibles y propios, crea, para su disfrute, un mundo icónicamente imaginado a través de fragmentos que recrean, de modo teatral, las historias de tantas bailarinas que, entre bambalinas, sueñan envueltas en tul y fantasía. Clásico o español, zapatilla de punta o volante y castañuelas…, el universo conformado por Armandina Monroy en su fotografía pertenece a otro mundo y a éste, a un nivel paralelo que legitima a través de la reflexión misma acerca del objeto –materia de acción o “acción de cambio”–(3) que logra dar cuenta de un mensaje dinámico que forma parte de una calología deslumbrante del movimiento. La representación de éste a base de la sucesión de “instantes pregnantes” (intensos y vívidos) da la sensación de un movimiento breve que sólo poseerá cualidades de  cambio en el momento en que el espectador se deleite mentalmente con el mismo. La construcción de sus fotografías se convertirá así en un proceso subjetivo y selecto de aquellas tomas referenciales que re-construye en el laboratorio a base de emulsiones que, a pinceladas, van haciendo visible el cuerpo modelado de forma cuasi-escultórica. Un cuerpo que nos remite a la estética de Barbara Morgan –con la que comparte una herencia estética- donde sus representaciones se muestran como un símbolo de la expresión corporal en la cual desarrolla el concepto de “vitalidad rítmica” en el que fluyen las composiciones dinámicas en una abstracción que se torna fundamental para imprimir el movimiento en la escena.
       El propósito de la obra fotográfica de Armandina es descubrir cuál es la esencia del movimiento y sus propiedades –ritmo, equilibrio, armonía…– para ejercer un parangón con la experimentación y la búsqueda sobre otros soportes (la escultura) que dará, como resultado final, el encuentro transdisciplinario de la expresión corporal en movimiento. La fotografía le ha brindado un “control” total sobre la producción y factura puesto que es ella misma la que desarrolla el proceso: luz, exposición, modelaje, revelado, etcétera. La fotógrafa pretende llevar más allá este proceso: el espectador (al que considera “forma dentro del espacio”) deberá quedar vinculado de tal modo con la obra que ésta lo mantendrá en movimiento en un “incómodo” pero audaz recorrido. Así, lejos del valor documental que supone la reproducción gráfica de la danza de una compañía profesional, a través de su coreografía, encuadrada a su vez en una escenografía, tal  como la muestran las tomas impersonales de Renzo Góstoli, la Armandina Monroy logra insertarse en el taller de la bailarina –¡en su propio taller!– y se “sorprende” en la intimidad del atelier ensayando pasos, ensimismada en el disfrute de la danza per se, ejecutando tempos precisos y perfectos de un modo lento y pausado. A solas, entre un juego de luces y sombras, crea un lenguaje matérico en el que hace participar espacialmente a los cuerpos, un lenguaje en el que todos los elementos están inmersos y que parece remontarse a un tipo de manifestación cultural y social compartida en la expresión visual de la personalidad artística.
       El movimiento y la elocuencia del cuerpo, por lo tanto, implican el fin último del desarrollo individual de la artista, quien resulta capaz de mostrar los sentimientos más puros e instintivos de forma “natural”, bajo un sistema codificado de poses que, secuencialmente, convierten al movimiento articulado en un lenguaje expresivo cargado de gran belleza formal. La acción, por lo tanto, se sucede espontáneamente y coexiste con el modo fotográfico dentro de un proceso de reconocimiento discursivo del medio y mediante una actitud que queda reflejada en las distintas representaciones. Su interpretación logra dar origen a una serie fotográfica que representa gráficamente el movimiento desmitificando, el sentido etéreo que alberga la expresión dancística en su ejecución y que la dirige hacia una contextualización íntima y personal donde “el mismo cuerpo debe ser olvidado”.(4) Lo anterior desemboca en la creación de una retórica del movimiento. El tratamiento fotográfico que Armandina otorga al cuerpo es fundamental para comprender dicha retórica, puesto que, por este medio logra crear una teatralidad espacial y consigue escenificar –de modo mental en los concurrentes– la realización dancística como momentos encadenados que liberan la acción. Surgen atractivas imágenes que nos muestran los cuerpos como un “objeto de deseo”. Es un deseo que, junto a la pulsión escópica, ejercerá el poder vital de retención del espectador frente a la obra fotográfica de la joven artista.

* Agradezco la colaboración de Armandina Monroy en la cesión de fotografías, así como su accesibilidad y su tiempo. También a la Dra. Laura González Flores por su ayuda y los comentarios realizados a este artículo.
**La autora realiza la Maestría en Historia del Arte por la UNAM. Es becaria-investigadora en la Coordinación de Humanidades de la misma Institución.

1. Guillermo Jiménez, 7 ensayos sobre danza, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Estéticas, México, 1950, p. 91.

2. Alberto Dallal, El aura del cuerpo, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Estéticas, México, 1990, p. 28.
3.
Alberto Dallal, La danza contra la muerte, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1993, p. 23.
4.
Isadora Duncan, Mi vida, Diana, Buenos Aires, 1973, p. 147

Inserción en Imágenes: 09.01.07.



   
Instituto de Investigaciones Estéticas
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO