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rastros

Un ahuehuete en Madrid
(y la silueta de Hernán Cortés en la sombra)

Carlos Lozano Ascencio*
carlos.lozano@urjc.es


El parque del Retiro

Quien pasea por el parque del Retiro, en Madrid, experimenta placeres que llegan a convertirse en momentos muy especiales. Se trata de uno de los parques urbanos más famosos del mundo que no sólo oxigena el centro de la ciudad, sino que, además, se ha convertido en un símbolo de identidad para los madrileños. Perderse por sus paseos y contemplar, por ejemplo, la estatua del ángel caído, hace pensar por qué la Iglesia, a pesar de organizar multitudinarias jornadas con los jóvenes católicos en torno al papa, aún no ha demonizado esa escultura dedicada al diablo que, paradójicamente, está a 666 metros sobre el nivel del mar.
           En el Retiro también nos podemos topar con el monolito dedicado a Benito Pérez Galdós, autor de los Episodios nacionales, quien, antes de inaugurar (en 1919) su estatua en ceremonia oficial, acudió en persona, casi ciego, y pidió que lo alzaran para acariciar su cara de piedra. Aunque, para muchos madrileños, la mejor postal de su ciudad la compone el estanque del Retiro con sus patos, sus cisnes, sus castaños de Indias y su Palacio de Cristal. Dicho palacio, construido en 1887, es un edificio de metal, recubierto con planchas de vidrio de alta calidad, en el que tuvo lugar, en 1936, el nombramiento de Manuel Azaña como presidente de la República.
           El Parque del Retiro, no obstante, nació noble, al amparo de la monarquía española. Su nombre proviene de un antiguo real sitio (con su palacio y sus jardines palaciegos) que los Habsburgo tenían en Madrid y que lo usaban para retirarse en busca de la paz espiritual lejos de los trajines y las trifulcas del Alcázar (entonces residencia habitual de la casa de los Austrias, que hoy ya no existe). De esta particular circunstancia, es decir, dedicar un espacio al descanso y el recogimiento, surgió el Real Sitio del Buen Retiro, de donde proviene el nombre del actual parque. El Retiro se formó, hacia 1632, cuando el conde duque de Olivares, valido del rey Felipe IV, sugirió "la posibilidad de construir un lugar ameno que sirviese para su entretenimiento a la vez que fuese escenario teatral de la vida cortesana"(1). Para conseguir una sede que se correspondiera con la magnificencia de aquella monarquía imperial, cedió una finca de su patrimonio personal, a la que se unieron unos terrenos que ya pertenecían a la familia real junto al monasterio de los Jerónimos(2). Este famoso ministro, de potestades reales, mandó construir, de manera apresurada, el Palacio del Buen Retiro (hoy inexistente (3)), a las afueras de la villa de Madrid.

El árbol más antiguo de Madrid

           De la época en que se inició la construcción del Palacio del Buen Retiro (1632) data el árbol más antiguo de Madrid, el cual, se supone, fue sembrado por los jardineros del reino en una de las entradas del añejo palacio. Hoy en día, dicho árbol se encuentra en lo que se conoce como el parterre francés del parque del Retiro. Se trata de un enorme ejemplar, de unos treinta metros de altura, que de cerca muestra su particular forma: del suelo surge un único tronco grueso y robusto que, unos tres metros más arriba, se divide en más de una docena de troncos más delgados que suben con vigor hacia lo más alto, formando algo similar a un gran candelabro circular(4).

   


           El espécimen es un Taxodium mucronatum, también conocido como ahuehuete, sabino o ciprés, cuyo principal origen geográfico es México (aunque también se encuentran ejemplares en regiones puntuales de Texas y Guatemala). Ahuehuete es un vocablo náhuatl que significa "árbol viejo de agua". En México esta clase de árboles no sólo es signo de identidad nacional, debido en parte a su esplendor, belleza, longevidad y dimensiones colosales, sino que, además, hay ejemplares muy famosos como, por ejemplo, el Árbol del Tule, en Oaxaca, que se estima tiene cerca de dos mil años de edad y cuyo espectacular tronco (más de catorce metros de diámetro) le concede el récord mundial del árbol más grueso del planeta. También destaca el Árbol de la Noche Triste, en el Distrito Federal, bajo el que Hernán Cortés lloró la derrota de una batalla contra los aztecas y la pérdida de casi la mitad de su ejército. Aunque no haya forma de probarlo, se puede establecer una relación directa entre el ahuehuete en forma de candelabro, que actualmente es el único árbol que está protegido con una valla en el parque del Retiro, y el Árbol de la Noche Triste bajo el que Cortés lloró junto a su caballo Cordobés, quien le ayudó a salvar la vida.

La alegoría que podría relacionar a Hernán Cortés con el ahuehuete del Retiro

           Una posible hipótesis, para establecer la relación entre ambos ahuehuetes, sería que el propio conquistador extremeño traería a España semillas de aquel famoso ejemplar de Popotla en su segundo y último viaje a la península a partir de 1540. No sería difícil suponer que ofreciera dichos granos como uno de los muchos obsequios que le dio a Carlos V para que le ayudase a resolver a su favor los interminables pleitos en curso y, sobre todo, agilizar la asignación del número total de vasallos que le había concedido el rey.

Cortés, el desairado por Carlos V

           Hay que decir que en aquellos años, aunque Cortés no fue declarado persona non grata por los asesores del reino, no se le esperaba, ni tampoco se le quería atender personalmente, a pesar de que era el afamado capitán general de la Nueva España y el reconocido primer marqués del Valle de Oaxaca.
           Cortés siempre se caracterizó por ser un personaje incómodo para la administración del reino, no sólo por haber reinterpretado (desobedecido) los mandatos del gobernador de la isla Fernandina, Diego Velázquez, sino, más todavía, por mantener un enfrentamiento directo con Antonio de Mendoza, el primer virrey de la Nueva España. Cortés se presentó en la villa de Madrid para hablar personalmente con el mismo emperador Carlos V, quien por entonces vivía temporalmente en el Alcázar.


           No está por demás advertir que intentar conseguir una audiencia privada con quien entonces era el emperador itinerante de medio mundo, era sencillamente un gesto arrogante por parte de Cortés. Carlos V movilizaba enormes séquitos entre Bruselas, Aquisgrán, Valladolid, Milán, Santiago de Compostela y Madrid, por mencionar algunas ciudades de su vasto imperio. Se trasladaba con toda su comitiva para convocar a cortes generales, para asumir reinos europeos heredados, para mantener su imagen de emperador de la cristiandad, justo en la época en la que Lutero desencadenó el mayor cisma del mundo católico.
           Cortés, movido siempre por la ambición, hizo el largo viaje a Madrid para persistir en el reconocimiento que nunca le concedió la Corona española. El conquistador, no satisfecho con su agreste marquesado entre Oaxaca y Cuernavaca, quería ser algo parecido a un príncipe de la Europa medieval en la Nueva España. El caápitan extremeño no se veía a sí mismo como lo que realmente era: un emprendedor, un renacentista, un fundador de utopías, un expedicionario de su propia época. De hecho, nunca fue recibido por el emperador, a pesar de haberle escrito y enviado desde ultramar, y a título particular, sendas Cartas de relación en las que pormenorizaba la evangelización, a disparos de arcabuces, de miles de almas, así como la conquista de inabarcables territorios y riquezas para la Corona y la cristiandad.
           Se sabe que en los últimos ocho años que vivió Cortés en España (de 1540 a 1547) protagonizó innumerables y desesperadas antesalas para relacionarse con lo más granado de la nobleza, pero los aristócratas peninsulares nunca lo consideraron como uno de los suyos, por mucho dinero que tuviera, por muchas tierras que hubiese adquirido, por muchos regalos que hiciese al monarca (aparte del quinto real que cumplió siempre, religiosamente (5)). Cortés aburrió a la burocracia de las cortes y la siguió allá, donde fuera(6).



La fidelidad incansable

           Por seguir y perseguir lo que tanto quería, se enroló en 1541 en el ejército que el emperador Carlos V organizó en la fracasada campaña de Argel. Se sumó con sus hijos Luis y Martín (el último, hijo mestizo de él y doña Marina). El emperador, al no convencer al otomano Barbarroja para que fuera el gobernador de los territorios españoles en el norte de África, decidió atacarlo, concentrando para la ocasión un buen número de barcos. La precipitación del plan, lanzado inadecuadamente en noviembre, y los temporales hicieron fracasar el ataque. Hernán Cortés viajó en una galera que, como muchas, naufragó. En el ataque frustrado de Argelia, el conquistador perdió cinco esmeraldas valoradas en cien mil ducados; las llevaba consigo para agenciarse favores y congraciarse con una ventura que le había dado la espalda tiempo atrás. No obstante, consiguió salvar la vida sintiéndose un soldado relegado, desperdiciado después de haber protagonizado hazañas mucho más importantes y difíciles de consumar. Porque Hernán Cortés, como apuntaba Octavio Paz, era un poco de todo:
Militar, político, diplomático, aventurero, ávido de oro y de mujeres, devoto católico. Como si fuera poco, era además explorador osado y laborioso fundador de ciudades. No es fácil amarlo, pero es imposible no admirarlo. Su figura soporta los juicios y prejuicios, comparaciones de diverso tipo, controversias ardorosas. Además es un mito. A diferencia de los personajes históricos complejos y ambiguos como la realidad misma, los mitos son simples y unívocos. De ahí que las pasiones que generan son fervientes y feroces(7).

           A la vuelta de la experiencia argelina, se fue a vivir a Valladolid para seguir estando lo más cerca posible de la corte. Dos años más tarde, el 14 de noviembre de 1543, la familia real tuvo un detalle con el marqués del Valle: le envió una invitación para asistir, en Salamanca, al enlace del entonces príncipe Felipe (futuro Felipe II) y su prima, doña María de Portugal. Cortés no desaprovechó la oportunidad para dejarse ver por la ciudad en la que tiempo atrás inició, sin concluir, sus estudios en leyes. Acompañado de su hijo Martín, Cortés hizo acto de presencia en la fiesta popular y en los torneos que se organizaron para celebrar la boda del heredero del imperio. Al final del festejo, los novios fueron a visitar a la abuela de ambos, Juana la Loca, la auténtica reina de Castilla, quien por entonces estaba recluida en un convento de la cercana Tordesillas.

El último recurso: el don epistolar

           Cortés sabía que poseía una escritura fluida, clara y sentida, por eso retomó la pluma y el papel como única y última vía para atravesar las murallas, las puertas, los guardias y los secretarios que le impedían llegar con su interlocutor. Una de las facetas de Cortés que no mencionó Octavio Paz, en la cita de más arriba, fue su capacidad para saber captar y relatar sus circunstancias. Se sabe que escribió tres misivas en España al emperador Carlos V, la última de ellas la dató en 1544 desde su domicilio en Valladolid:

Pensé que haber trabajado en la juventud me aprovechara para que en la vejez tuviera descanso, y así ha cuarenta años que me he ocupado en no dormir, mal comer y a las veces ni bien ni mal, traer las armas a cuestas, poner la persona en peligros, gastar mi hacienda y edad, todo en servicio de Dios, trayendo ovejas a su corral muy remotas de nuestro imperio, ignotas y no escriptas en nuestras Escrituras, y acercando y dilatando el nombre y patrimonio de mi rey, ganándole y trayéndole a su yugo y real cetro muchos y muy grandes reinos y señoríos de muchas bárbaras naciones y gentes, ganados por mi propia persona y espensas, sin ser ayudado de cosa alguna, antes muy estorbado por nuestros muchos émulos e invidiosos que como sanguijuelas han reventado de hartos de mi sangre (…) Véome viejo y pobre y empeñado en este reino en más de veinte mil ducados, sin más de ciento otros que he ganado de los que traje (…) He sesenta años y anda en cinco que salí de mi casa, y no tengo más de un hijo varón que me suceda, y aunque tengo la mujer moza para poder tener más, mi edad no sufre esperar mucho (…) No tengo ya edad para andar por mesones, sino para recogerme a aclarar mi cuenta con Dios, pues la tengo larga, y poca vida para dar los descargos, y será mejor dejar perder la hacienda que el ánima. (8).

El desaire asumido

           Volvió a instalarse en la villa de Madrid, a principios de 1546, para coincidir con otra estancia larga de Carlos V que se alojó, otra vez, con todo su séquito, en el extinto Alcázar. Cansado de aguardar en recibidores, de esperar sin éxito a que llegara una epístola regia como el último gesto de reconocimiento a sus labores prestadas, desistió y emprendió el camino hacia su muerte en tierras más cálidas. Hernán Cortés habría querido volver a los vastos territorios en los que fue amo y supremo influyente, volver para morir en la tierra que a la postre se convirtió en el virreinato más importante de la América española. En el otoño de 1546, enfermo, empobrecido, incomprendido y desanimado ya no pudo volver al país que instauró y que, solo al cabo de tres siglos, consiguió emanciparse definitivamente de la Corona.

Cuesta trabajo creer que el mito del conquistador invencible se fuese apagando de manera tan humana, con heridas mal curadas en batallas y expediciones estériles, con agobios económicos debido a que sus rentas novohispanas no llegaban de manera fluida, a pesar de seguir siendo una persona inmensamente rica. Estuvo viviendo en Sevilla hasta noviembre de 1547, contemplando las embarcaciones que se acercaban y se alejaban por el Guadalquivir. Sus dolorosos achaques no le dejaron embarcarse hacia ese final que nadie mejor que él sabía que ya se había iniciado.
           Los últimos días de su vida (murió el 2 de diciembre de 1547) Hernán Cortés era consciente de que su final era inminente. Falleció ocho años antes de que Carlos V abdicara la Corona en su hijo Felipe, y once antes de que el emperador muriera recluido en el monasterio de Yuste, perteneciente a la orden de los Jerónimos. Mientras el conquistador terminó sus días humillado por la indiferencia del emperador (a pesar de que Cortés alguna vez se dirigió a él como "Sacra Católica Cesárea Majestad"), Carlos V murió de paludismo, provocado por el piquete de un mosquito.
           Casi al final de sus días, Cortés dejó Sevilla y se fue a casa de un amigo, Juan Rodríguez de Medina, a un pueblecito cercano llamado Castilleja de la Cuesta. Bernal Díaz del Castillo, quien fuera soldado, cronista y amigo de viejas aventuras y con quien se encontró en varias ocasiones durante su última etapa en España, comentó que "Cortés pretendía morir en paz, alejado de muchas personas que le importunaban en negocios"(9).
           A Hernán Cortés se le detuvo el corazón con 62 años en un palacete de Castilleja de la Cuesta que fue adquirido por los Borbones a finales del siglo XIX y que hoy en día está ocupado por el Colegio de las Irlandesas. Todavía existe una lápida, ante la puerta que da acceso a las habitaciones que ocupó Cortés, que dice lo siguiente: "Aquí murió el gran conquistador de Méjico en 1.547". En el jardín de este palacete hay otra lápida de piedra pizarra, cuya inscripción solo tiene una palabra: "Cordobés". El caballo que le salvó la vida en la batalla de la Noche Triste y que lo vio llorar debajo del ahuehuete de Popotla. Cortés lo trajo a España y se reencontró con su caballo zaino en el palacete de Castilleja de la Cuesta, ya jubilado de la silla y las riendas. Parece que desde entonces, como dijera Homero Aridjis, "a través de vivos y de muertos sin mañana y sin noche no dejan de galopar hacia la luz"(10).

El ahuehuete del Retiro, metáfora de Cortés, se quedó vigilante frente a un palacio que hoy ya no existe

           Aunque no haya forma de probar fehacientemente que existe una relación directa entre el ahuehuete que actualmente se yergue en el parterre francés del parque del Retiro madrileño y el ahuehuete de Popotla en el Distrito Federal, sí podemos afirmar que:

   –El ahuehuete del parque del Retiro es, sin duda, el árbol más antiguo de Madrid, plantado en 1632, ochenta y cinco años después de la muerte de Cortés.
   –Hay una vinculación entre los ahuehuetes mexicanos y la monarquía española, debido a que los ejemplares que se conocen fueron plantados en jardines o fincas regias, como fue el caso del Palacio del Buen Retiro o el Palacio de invierno de Aranjuez, donde aún hoy se pueden contemplar varios ejemplares.
   –Durante la invasión napoleónica a Madrid (1808) el ahuehuete del parterre fue el único árbol que no talaron los soldados franceses de los jardines palaciegos; se cuenta que los artilleros colocaron sus cañones en el árbol en forma de candelabro debido a que, su particular tronco, les sirvió para disparar hasta dejar en ruinas el Palacio del Buen Retiro.
   –El ahuehuete podría representar a un Cortés en su tierra que se quedó sembrado, como un vigía, frente a un palacio destinado al sosiego de la monarquía imperial que no supo ni quiso atender a ninguna de sus peticiones; quedarse clavado y erguido precisamente frente a una puerta de un palacio que finalmente desapareció a cañonazos.

Breve conclusión

           No cabe duda, quien pasea por el parque del Retiro, en Madrid, experimenta placeres que llegan a convertirse en evocaciones, momentos muy especiales.

Bibliohemerografía

Bonet Correa, Antonio, "El palacio y los jardines del Buen Retiro" en Militaria. Revista de Cultura Militar, 9. Servicio de Publicaciones, UCM, Madrid, 1997.

Del Corral, José, El Madrid de los Austrias. Madrid, Avapiés. 1983.

Del Corral, José, El Madrid de los Borbones. Madrid, Avapiés. 1985.

Fuentes, Carlos, El Espejo enterrado, México, Fondo de Cultura Económica, 1992.

García Cárcel, Ricardo, ángel Rodríguez Sánchez y Jaime Contreras, Historia de España, núm. 5, La época de Carlos V y Felipe II. La España del siglo XVI, Madrid, Espasa, 1999.

Luján, Néstor, Madrid de los últimos Austrias, Barcelona, Planeta, 1989.

Martínez, José Luis, Hernán Cortes, México, Fondo de Cultura Económica, 1990.

Mira Caballos, Esteban, "Noticias inéditas de los últimos años de vida de Hernán Cortés (1540-1547)" en Ars et Sapientia: Revista de la Asociación de Amigos de la Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes, núm. 30, 2009, pp. 81-104.


Paz, Octavio, "Hernán Cortés: exorcismo o liberación". Consultado en http://premionacionaldeeducacion.blogspot.com/2009/10/hernan-cortes-exorcismo-y-liberacion-x.html

Reynolds, Winston A., Hernán Cortés en la literatura del siglo de oro, Madrid, Centro Americano de Cooperación, Editora Nacional, 1978.

*Profesor de la Facultad de Ciencias de la Comunicación, Universidad Rey Juan Carlos, España.

1. Antonio Bonet Correa, "El palacio y los jardines…".
2. De este conocido convento, hoy en día puede visitarse la iglesia de los Jerónimos, que está a espaldas del Museo del Prado. Su claustro forma parte actualmente de la ampliación del Museo del Prado, diseñada por el arquitecto Rafael Moneo.
3. De aquel Palacio construido en el siglo XVII sólo queda lo que actualmente es el Parque del Retiro (muy mermado con respecto al proyecto original) y dos edificios emblemáticos: el Casón del Buen Retiro, antiguo salón de baile del Palacio, en el que, por cierto, estuvo expuesto entre 1981 y 1992 El Guernica de Picasso, y el Museo del Ejército, antaño Salón de Reinos con sus paredes decoradas con pinturas de Velázquez y Zurbarán y frescos de Lucas Jordán.
4. A Alejandro Aura (poeta y ensayista mexicano), a pesar de haberle sorprendido la muerte en 2008, tuvo tiempo para dejar dicho a sus amigos que parte de sus cenizas las esparcieran al pie de ese árbol.
5.El quinto del rey o quinto real suele hacer referencia a un impuesto del 20% establecido en 1504 por la Corona de Castilla sobre la extracción de metales preciosos, principalmente el oro y la plata, dentro de los territorios de lo que fue la América española.
6.Del Siglo de Oro español se conocen las rimas "Romances del viejo Cortés en la Corte", recopiladas por Winston A. Reynolds en 1978 en las que se dice con toda claridad e ironía: "Aunque más pobre me vea,a nadie mi brazo tuerzo, pues con sólo sangre de él, a los reyes enriquezco. Júntense todos los grandes,en palacio o en consejo, que allí quiero yo que sepan cuánto valgo, aunque soy viejo, el rey me ha de perdonar; sólo a Dios temor lo tengo. ¡Pensarán que yo he venido, los señores consejeros, para que el rey me haga rico!, pues sepan que rico vengo".
7. Octavio Paz, "Hernán Cortés: exorcismo o liberación", artículo publicado en 1985 con motivo del 500 aniversario del natalicio de Cortés.
8. última carta de Hernán Cortes a Carlos V, Valladolid, 3 de febrero de 1544, en Documentos, sección VII. Citado por José Luis Martínez, Hernán Cortés.
9. Citado por Esteban Mira Caballos, "Noticias inéditas de los últimos años…".
10.Fragmento de "Jinetes", poema de Homero Aridjis. Consultado en: http://www.motecuhzoma.de/Aridijis.htm.


Inserción en Imágenes: 28.11.11
Imagen de portal: : El ahuehuete del parque del Retiro, Madrid. Foto: Carlos Lozano Ascencio.
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