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Ricardo Martínez. Medalla de Oro de Bellas Artes*

Louise Noelle**
noelle@servidor.unam.mx

 

El conocido historiador del arte George Kubler, en su libro The Shape of Time, asevera que una biografía es tan solo una forma provisional de investigación, puesto que la verdadera sustancia histórica se encuentra dentro de la relación de la vida del artista con su propia época, así como con la posible conexión con el pasado y el futuro. Por ello, esta breve exposición de la obra del maestro Ricardo Martínez para celebrar la merecida entrega de la Medalla de Bellas Artes, a lo que se agrega su reciente cumpleaños número noventa, tiene tan solo un carácter festivo; dejo a otras publicaciones, algunas ya existen pero otras más deberán de llegar, la tarea impostergable de realizar el estudio detenido de su vida y su quehacer en el marco del devenir histórico de nuestro país, no sólo para analizar su vida, acciones y pensamiento, sino para relacionarlo con el momento que le tocó vivir y hacer con ello un necesario aporte, por mucho tiempo pospuesto, a la historia del arte mexicano del siglo XX.

         En efecto, las primeras biografías de artistas dieron inicio con gran éxito en el Renacimiento con importantes trabajos como “Le vite dei più eccellenti architteti, pittori e scultori italiani”, de Giorgio Vassari, que pusieron las bases de este género al integrar a las notas sobre vida y obra de los personajes, sus conceptos sobre el tema del arte y una serie de comentarios críticos sobre sus realizaciones. Desde entonces, mucha tinta ha corrido en torno a arquitectos, pintores y escultores, pero cada vez queda más claro que no se trata de conjuntar una serie de datos y fechas, sino que es necesario un análisis sobre la obra de estos artistas.

         En esta ocasión, solamente emprenderé un acercamiento al quehacer de Ricardo Martínez, como una modesta contribución en el marco de este homenaje que se le rinde.  

          Ricardo Martínez nació en esta ciudad capital en 1918, por lo que podemos decir, sin temor a equivocarnos, que su obra recorre al siglo XX y se adentra en este nuevo milenio, con la misma fuerza con que irrumpió hace siete décadas. De los inicios de su trayectoria es imperativo señalar su estancia en diversas ciudades de Estados Unidos y su llegada a Nueva York en 1959. Posteriormente, se trasladó a Europa y regresó a México transformado y portador de una forma personal de acercarse al arte. En esos años de aprendizaje y estudio tanto de los maestros clásicos y de las nuevas tendencias, como del pensamiento de artistas, arquitectos y escritores, reafirmó su interés primordial por la cultura mexicana, en particular por el legado del mundo precolombino y la trascendencia del color.

        Lo anterior se hace evidente en lienzos de marcado realismo, donde el paisaje toma un aspecto intemporal a la vez que mexicano, mientras que la figura humana está presente de forma sutil, con la mirada siempre perdida en el horizonte poético del pasado-futuro. Por ese entonces también aparecerán algunas de las poderosas figuras ancestrales que llenarán sus telas a partir de los años setenta, y que han dado un carácter definido y definitorio a su obra; figuras rotundas provenientes de pasados remotos; figuras que se recortan en atmósferas y espacios telúricos, cuya luz nos cobija y nos deslumbra; figuras de colores inexistentes y a la vez sublimes, que contrastan con los tonos audaces y sorpresivos de sus ambientes; figuras que dentro de su poderío de seres omnipotentes son portadoras de los sentimientos más humanos; figuras que transmiten las gamas encontradas de las emociones de un pincel, que van desde la angustia y la meditación hasta la sensualidad y la exaltación.

Cuando repasamos la obra de Ricardo Martínez, comprobamos que la mujer ocupa un sitio preponderante, de pureza esencial a la vez que de profundo erotismo; en sus miradas invariablemente ausentes y sus formas categóricas, se cuela una nostalgia de pasados inmemoriales y presentes siempre nuestros. Lo mismo sucede con sus parejas, siempre las mismas pero siempre diversas, que llenan con la emoción de su entrega todos los intersticios sensibles y las curvas pasionales. Un lenguaje deslumbrante y poético que se consolida desde hace tres décadas para llegar hasta hoy depurado y perpetuamente renovado.

        Otro aspecto fundamental y a la vez inquietante de la obra de Ricardo Martínez se encuentra en el espacio donde moran estas efigies; un espacio que es a la vez telúrico y etéreo, que se transforma en ambientes lumínicos o sombríos; un espacio que sirve de confín, al tiempo que se dilata y logra que la intemporalidad de las figuras se amplifique en un ámbito que deja de existir. Marta Traba lo expresó acertadamente como “un espacio sagrado, inédito” (Pintura de Ricardo Martínez, MAM, 1960), y Fernando Gamboa como “vibraciones que llevan la superficie plástica hacia una cálida y profunda atmósfera que nos envuelva en su ya lograda extraordinaria especialidad” (Ricardo Martínez. Obra reciente, MAM, 1974). En ese sentido, hace unos meses apareció el libro que compiló Miguel Ángel Muñoz con el atinado título de Atmósferas (Siglo XXI, 2008).

Ricardo Martínez no sólo transgrede los límites físicos y las fronteras de lo privado, también rompe con pasado y presente para crear una obra propia y a la vez universal: un diálogo constante entre luz y sombra, color y formas, narración y espacio, en un lenguaje voluptuoso, emotivo, categórico.

        Aunque todavía es mucho lo que se puede agregar sobre la vida y obra de Ricardo Martínez, su trabajo constante y callado, su postura generosa y reservada, su obra deslumbrante y misteriosa, me tomo la libertad de concluir y tomar prestadas las palabras de Luis Cardoza y Aragón que dicen: “Pintura delicada y precisa, sin concesiones. Un equilibrio adusto de reflexión e instinto surgido de la mayor exigencia canta en su realidad transfigurada… Cada cuadro, rigor y matiz, es un juego refinado de valores. La economía de recursos se halla presente en los volúmenes medrosos insinuados, en la paleta parca y sensible” (Ricardo Martínez, Joaquín Mortiz, 1981).

        ¡Felicidades, maestro, por tan merecido reconocimiento!  

19 de noviembre, 2008. 

 

 

Inserción en Imágenes: 10.12.08

Foto de portal: Personaje de Ricardo Martínez.

 



   
Instituto de Investigaciones Estéticas
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO