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Inflexiones en el laberinto: religión, moda y erotismo en la obra de Valerio Gámez

Omar García Villegas*
ogv57@yahoo.com


La obra del artista visual Valerio Gámez (Querétaro, 1975) está poblada de parajes de piel que se asoman entre indumentarias de inspiración religiosa; de modelos devenidos santos que deambulan entre una sensualidad herética y un pudor sereno: a veces asumen ese recato y otras lo trastocan para evidenciar una edénica sexualidad prohibida; de camas y pasarelas donde el cuerpo se descubre, total o parcialmente, como si se revelara una confesión indecorosa; de ropa que bebe la iconografía religiosa católica, sólo que las telas, símbolos y accesorios que cubren a clérigos, monjas, santos y vírgenes se evaporan en minifaldas, playeras ajustadas, pantalones brillantes, blusas livianas, accesorios exuberantes, chamarras y túnicas acordes con las tendencias de la moda. Es una obra en despliegue que transgrede, parodia y resignifica


            El quehacer creativo de Valerio explora los dobleces y nexos que surgen de la convergencia entre moda, religión y erotismo. Salvo un proyecto en el que no se ha asomado a referencias eclesiásticas, el queretano ahonda en las míticas y turbulentas aguas de la fe para extraer lecturas contemporáneas que desestabilizan y reconstruyen una imaginería henchida de significados y resonancias ideológicas y emocionales. Pone a transitar los iconos en ciclos elípticos e interdisciplinarios. Video, foto, ropa, publicidad. Variados mecanismos y soportes se engranan e impulsan ese despliegue en dípticos en constante desdoble que ponen a dialogar conceptos dicotómicos como mercado-religión, placer-dolor, santidad-sensualidad, imitación-recreación. Estas dualidades tienen enraizados vasos comunicantes que se vivifican y conectan con la contemporaneidad en la que se entretejen y potencian.
            Los soportes que contienen sus piezas son tres y comunicados: vestuario (ropa, accesorios, calzado), fotografía y cuerpo. Con estos elementos el artista edifica piezas que en su estructura acogen imbricaciones en las que palpitan conceptos que se enigmatizan al abrazar una transgresión latente: un actor porno personificando a Jesús, por ejemplo. La recepción/percepción de la obra es un proceso de reasignación de significados sembrados por el propio artista, los cuales florecen ante la mirada del espectador, una mirada que posiblemente transita entre la perplejidad, la fascinación y el juego. Son piezas, todas, apegadas a la figuración. Son reconocibles porque se apropian de y reconstruyen esos iconos religiosos tatuados en el imaginario colectivo. Por eso pueden provocar un impulso telúrico, porque además se ubican en entornos descontextualizados: una revista, una pasarela/escenario, un antro gay, diarios en internet; o bien por el contrario paganizan iglesias y espacios destinados al culto.
            El proceso creativo de Valerio sigue líneas reiteradas e identificables. Produce la obra o el acontecimiento, lo registra fotográficamente y después esas imágenes son liberadas en los medios de comunicación, otro vehículo y columna de su actividad artística. En los media “culmina” la intervención manual del hacedor, pero las piezas continúan su despliegue: remontan y se extienden en un presente abrazado a un pasado contextual e histórico y a un futuro en construcción. El resultado es un tableau vivant que impulsa el desdoblamiento de la obra en una cascada que fluye, borbotea y refresca los contenidos e imágenes. Sin embargo, tampoco se puede reducir la producción de obra de Valerio sólo a esos tres estadios: en el intermedio se desencadenan otros, vinculados, que se contaminan.

En los proyectos donde se empalman moda y religión se producen vestuarios que integran la iconografía religiosa católica a partir de los parámetros del mercado de la alta costura: el artista, que no es diseñador de modas pero cumple esa función como parte de su proceso creativo, elige las telas, colores, hilos, pedrería y demás materiales necesarios para concretar sus indumentarias; una vez que quedaron listas las presenta, a la usanza de las semanas de la moda, en desfiles-performances-aparadores. Tanto los vestuarios como su exhibición en pasarelas son registrados visualmente, aunque no se trata de la mera aprehensión. Las imágenes se convierten en puestas en escena que adoptan los códigos publicitarios: modelos hermosos, un glamour etéreo, una estética de lo perfecto. Asume críticamente las mecánicas capitalistas del mercado de la moda y sus ecos mediáticos, de belleza y estatus social. Las imágenes de Valerio no se mantienen inmaculadas y se dejan permear por ingredientes kitsch y urbanos al más puro estilo almodovariano: incendios de colores, un mal gusto reconvertido en parodia de una realidad sagrada y trágica, la exuberancia como complemento mas no ocultación de pieles que comienzan a develarse. O si no esta plétora se convierte en el entorno perfecto de un erotismo explícito bajo el que laten prácticas queer, sexualidades en movimiento. En el proyecto que prescinde del tópico religioso la acción es un encuentro sexual cuyo desenlace se registra en esa cama/escenario para después exhibirlo públicamente, aunque sin perder esa estilización compositiva de las imágenes publicitarias.

La estructura de las imágenes fotográficas y fílmicas deambula entre la imitación y la reconstrucción. Es en el entre donde el artista coloca, como frente a un espejo, a los iconos religiosos o él mismo. El reflejo es una incitación perceptual que se activa en el ojo de un público asombrado que busca ubicar las piezas en un entorno en el que ineludiblemente se desencajan. Ése no es el único movimiento desestabilizador: también hay una relocalización de ambientes. Al camaleonizar sus obras con los productos de la cultura consumista hipermoderna las banaliza, engañosamente, porque esa carga enigmática que sacude comienza a operar desde el inicial encuentro pasmódico, y sus ecos se extienden individual y masivamente vía los media. Es lo que ocurre con esas piezas hiperestilizadas y teatrales de David LaChapelle, quien desde el propio mainstream deconstruye y reinserta esas lecturas/reflexiones reconvertidas en la industria del entretenimiento que, por otro lado, en los últimos veinte años ha encontrado en la religión un tema de inspiración y confrontación constante y yuxtapuesto. Madonna y Gaultier hicieron de este tema el eje central de una colaboración que derivó en Blond Ambition Tour y videos como Like a prayer, donde la imagen de Cristo, aquí personificado por un hombre negro que además mantiene un roce erótico con la cantante, ya no era modificada a partir del arte “clásico” sino desde los aparentemente inocuos senderos de la moda, la televisión y la música pop.
            La imaginería cristiana, fundamentalmente barroca, que sustenta la obra de Valerio incluye a Jesús, la Virgen de Guadalupe, escenas bíblicas y símbolos religiosos. La Guadalupana ha sido la imagen más recurrente en sus diez años de trayectoria y con ella ha explorado todos los senderos de la reapropiación: la imita, la reconstruye, la desmonta. Y es este icono, al que se acercó desde una asumida abyección, el que desencadena la actividad creativa de Valerio como se concibe hasta ahora. Fue en 1999 cuando comenzó a observarla e intervenirla. Ese año originó su proyecto de moda y fotografía titulado “Guadalupana”, en la que se aprecian montajes de reinterpretaciones erotizadas, descubiertas o consideradas según el “transgénero” de la Virgen. El propio artista deviene Virgen en piezas como el acontecimiento nombrado “Telón”, donde su rostro y manos sustituyen a los de la Morenita en un panel kitsch como los que se utilizan en las ferias para retratos/personificaciones.

Una recreación más tajante de la imagen de la Virgen es la que realizó en la serie fotográfica “Guadalupano”, donde sustituyó a María por un joven modelo ejercitado e irreverente. Se transmutó el género de la Guadalupana, y no sólo eso, lo atavió con playeras ajustadas con bordados y transparencias, pantalones y túnicas ligeras; le desnudó los pies. En todas las superficies desperdigó la iconografía que revisten las propias prendas de la Virgen. También reprodujo las texturas de las mismas. El aura se utiliza como un trasfondo reconocible y, en esa medida, desestabilizante porque terreniza lo sagrado. Lo desmitifica y desdobla. Tras liberar esta imagen no sólo terminó plasmada en la prensa sino que adorna la pared de un antro gay de la Ciudad de México. Aquí la transfiguración fue radical y de honda raigambre política en cuanto que no sólo descontextualiza sino que lleva a la religión a terrenos que ésta invisibiliza desde el denostamiento. La subversión alcanza tonos encendidos. Como el japonés Yasumasa Morimura, el queretano deviene identidades diferentes y reinterpreta imágenes canónicas de la historia del arte. Para concretar esta reconversión pone en marcha procedimientos ilimitados que integran el aludido travestismo y también una reasignación del sexo.
            Una mezcla entre la imitación y la reapropiación es la que concreta en una sesión fotográfica de 2003, donde se recobra la imagen de La Piedad, que en la historia del arte adquirió como referente icónico la escultura de Miguel Ángel, aunque han surgido diferentes propuestas. En esta pieza Valerio respeta la postura de Jesús apoyado contra las rodillas de María, posición que se ha mantenido desde que se adoptó en el Renacimiento; pero en lugar de tener como fondo el Gólgota se traslada a un entorno urbano, en este caso Tlatelolco en la Ciudad de México. La gestualidad de los protagonistas se neutraliza y la belleza física de los modelos, expuesta casi hasta la desnudez en el caso de él (Jesús), aportan una sensualidad que ofrece la misma frialdad y pulcritud que hoy determina a los anuncios publicitarios. El dolor no adquiere manifestaciones obvias, mucho menos sangrientas. Ahí yace una violencia latente. Un sufrimiento soterrado como en las fotografías de santos de los franceses Pierre y Gilles, quienes producen imágenes hiperestilizadas que erotizan y embellecen los iconos religiosos hasta arrojarlos a sueños que sin lugar a dudas podrían catalogarse como eróticos, aunque Valerio, salvo en las pasarelas, no lleva la desnudez total a las fotografías.


            El año pasado realizó una de sus piezas más polémicas: una fotografía que presentó en la I Bienal de Arte Sacro Contemporáneo: Jesús encarnado por el actor porno Arnol Rico, uno de los protagonistas de Sexxxcuestro, la primera película porno gay mexicana. Valerio continuó desmontando la iconografía religiosa con la maquinaria comercial. Este trabajo ilustra perfectamente esa resignificación teatralizada: de una aparente mímesis se desprende una deconstrucción radical pues el actor porno devenido santo se inserta en un entorno religioso cubierto con prendas y símbolos de una evidente inspiración religiosa desmontados desde los códigos de la moda. Y en el momento es que se descubre la identidad oculta del personaje se desintegra radicalmente el significado de la imagen.
            En 2002 se adentró al proyecto "Juan Diego casting", que coincidía con la coyuntura de la canonización del beato indígena. En esta ocasión su lectura continuaba ese enfrentamiento del lugar común: mientras México se desbordaba de un entusiasmo fugaz él reconoció en la figura de Juan Diego a alguien de "poco raiting" y "gris". Evidenciaba lo efímero de la moda y de los contenidos mediáticos mientras traslapaba los mecanismos de funcionamiento de estas industrias con otros antitéticos: por un lado emuló el reclutamiento de modelos de las grandes firmas, aunque en vez de personajes "perfectos" trabajó con hombres comunes. Esta relación con sus modelos la emparentó con Carvaggio, quien rompió con los estándares de la época y pintó a prostitutas y criminales. Para encontrar al nuevo Juan Diego, Valerio lanzó una convocatoria en medios para un casting al que acudieron dieciocho personas. De esas eligió a un veracruzano a quien sometió a un cambio de look  para convertirlo en una suerte de  "vendedor ambulante". Alguien con quien puedes toparte en la calle.
            En el 2009 el artista abrió una nueva veta en su indagación sobre el cuerpo y el erotismo que se desliga de las referencias religiosas para trasladarse a las fronteras de la cama. Se trata del proyecto fotográfico “Yo en varias camas”. Si bien aquí se alejó de los complejos tableux vivants para indagar en imágenes más “cotidianas”, la espontaneidad de escapar del caos porque siempre se trata de estilizar la imagen, convertirla en el registro bello de un ritual erótico que tiene al propio hacedor como vehículo de un arte, como un teatro anatómico con telón cerrado: sólo se expone la imagen justa tras el final de la función; la acción queda oculta y estimula la imaginación. La mirada aquí se ramifica, se trasviste: la alteridad del encuentro sexual sobreviene entre el espectador y el artista, quien planea el performance aunque no lo asume.


           El registro en la obra de Valerio es una materialización de la memoria. Una invocación del pasado en el presente que permanecerá circulando elípticamente hacia un fin azaroso: puede volver a su creador o perderse. En este caso la conversión del secreto en “pliegue” es compleja porque la sexualidad del artista nunca se manifiesta como proclama, mas tampoco se oculta. Las prácticas eróticas permanecen latentes esperando ese motivo para revelarse y activar un outing pleno de la experiencia sensual cotidiana del artista. Así subvierte la dualidad género/sexo aportando una actitud provocadora, un zangoloteo de la performatividad sexual descrita por Judith Butler.
            La obra de Valerio contiene todo este bagaje y por ello cautiva de entrada, altera la percepción y motiva el cuestionamiento de la tradición religiosa que el propio artista quiere activar. La homogeneización, ritualidad, prejuicios, teatralidad, enigma y belleza que cincelan la religión son reapropiados por un proceso creativo que los transforma y desacraliza mediante un proceso de resignificaciones constante. Despoja de velos a la religión y la muestra al desnudo.


Inserción en Imágenes: 21.06.10
Imagen de portal: Show room, 2008, instalación: prendas de vestir, accesorios, espectaculares, vitrinas y maniquíes, Espacio Cultural Casa Vecina, Ciudad de México.
Fotos: Valerio Gámez.

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