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Una mirada hacia el ritual de la transmisión en el vodú

Claude-Marie Constant Marcelin*
constant@servidor.unam.mx

-Honeur...
-Respect...
Saludo campesino.

El houmfor

El hougan ha muerto. Acontecimiento sin par en la vida del houmfor, el mal llamado templo vodú, cuya etimología se remonta al lenguaje fon y significa la casa de los espíritus. El houmfor, más que la casa de los muertos, es un lugar lleno de vida. Es a la vez centro ceremonial, hospital, escuela, lugar de reunión social, solaz para los afligidos, donde cualquiera puede encontrar un consejo sabio o un alivio para sus penas. Dividido en tres partes: el peristil, el bagui y el djevo, el houmfor es apenas diferente de una casa ordinaria. Lo puede dirigir un hombre: el hougan, o una mujer: la mambo.
           En el perisitil se llevan a cabo las ceremonias públicas. Es una construcción generalmente de forma circular desprovista de paredes. El suelo es de tierra apisonada  exclusiva para los pies descalzos. En su centro se alza el poto-mitan o palo central, que va del piso al techo. Está circundado en su base por un zoclo de unos cuarenta y cinco centímetros de alto, y de diámetro variado. Simboliza la vida en la representación de uno y otro sexos: eje del mundo, línea que separa y que a la vez une. Es el Debir del Hikal, árbol de la vida cuyos extremos tocan el cielo y la tierra bajo el cual el profeta Ezequiel tuvo su más extraordinario sueño…

El badji o bagui es una pequeña pieza contigua al peristil. Es el lugar del kpé o altar, que en lenguaje fon significa “piedra”. Sobre el kpé se colocan los objetos rituales: el ason, los collares vevés, los pot-têtes en donde se guardan los lwas protectores, los govis por boca de los cuales hablan los espíritus de los muertos. La indumentaria del ritual cuelgade las paredes. El sable de Ogun, plantado en el suelo, simboliza el poder militar. No hay que olvidar que la gesta de la independencia haitiana se inició con la ceremonia vodú del Bois-Caiman. El badji sirve también de cuarto de recuperación a los desmayados bajo el efecto de la crisis de posesión, el cabalgamiento.
           Por último, el djevo, el cuarto secreto. Ahí se encierran en completa oscuridad a los iniciados, los ougnos, o nuevos nacidos. Claude Planson, un francés iniciado, casado con la mambo Mathilde Beauvoir, refiere que en la oscuridad del djevo se tiene, aun despiertos, sueños fantásticos que son luego interpretados por la mamá-ougno y que son reveladores de los lwas patrocinadores del futuro iniciado, sus maîtres-têtes.

El servicio

Boss Diévèy, el célebre hougan, respetado por toda la comarca, padecía desde hace meses de una enfermedad incurable. En esta ocasión los lwas no podían hacer nada para desviar el destino de su curso. Sus envidiosos colegas, los facultativos de la ciudad, ya lo habían desahuciado. En el houmfor todos esperaban el fatal desenlace. Los hounsi, servidores del houmfor, hombres y mujeres iniciados (hounsi-kanzo) o no (hounsi-bossal), todos vestidos de blanco, se apresuran con los últimos preparativos para el servicio religioso de la tarde. No se escatima en gastos para que la ceremonia exhiba la suntuosidad que exige la ocasión. Las plañideras, cansadas a causa de la velada anterior, son reconfortadas con sendas tazas de té acompañado de pain-frotté, pan rústico frotado en harina, recién horneado. Los familiares y los más allegados hacen sugerencias para completar los preparativos, evocando ya un guiso, ya un cántico o cualquier detalle que en vida agradaba al ilustre difunto. Se sacrificó un becerro, tres cerdos, cuatro borregos, siete cabritos y más de una decena de gallinas para el gran festín que debe seguir a los rituales de las exequias, y que se prolongará hasta la madrugada, aunque muchos de los asistentes regresarán a sus hogares una vez que se hayan cumplido todos los rituales.

La degradación

Al día siguiente se lleva a cabo la ceremonia de la degradación. Jean Baptiste Cinéas en su novela L’héritage sacré afirma que “ni siquiera los más avisados estudiosos del vodú habían descifrado el origen de este ritual que con diferentes nombres se halla presente en todos los ritos practicados en las distintas regiones del país”. Para entender la degradación en el vodú vale aclarar que es un concepto totalmente distinto de su equivalente en el ámbito militar. La degradación, lejos de ser una humillación, es un honor que, a diferencia de la ceremonia de desounin, sólo se concede a los que en vida fueron reconocidos por sus grandes cualidades morales y por su sabiduría, a la vez que es un homenaje que conlleva un sentimiento de reverencia, de liberación, de igualdad y de nivelación. “Todos los hombres son iguales ante la muerte.” Es justo, entonces, que alguien que haya sido investido con una jerarquía o un grado sea “nivelado”, esto es, separado de su rango o grado, degradado. Por medio de la degradación se despoja al célebre difunto de todos los dones que le fueron otorgados en vida para que éstos, en vez de quedarse en la sepultura junto con aquello que pronto será alimento para los gusanos, puedan ser transferidos a quien habrá de recibir la herencia sagrada en la ceremonia de la transmisión.

La transmisión

Desde muy temprano se observa mucha actividad en el houmfor. Curiosamente se respira un ambiente festivo y de misterio que compite ventajosamente con la atmósfera de luto de los recientes acontecimientos. ¿Quienes serán los que presidirán la ceremonia de la noche? ¿Quién será designado sucesor de Boss Diévèy, el legendario león-de-mil-garras? En el gran patio los hontoguis, ejecutores de los tambores rituales en número de tres, ensayan algunos ritmos, acompañados de la hongenikon, infalible chantresa quien se sabe de memoria infinidad de canciones, el orden y el momento en cual se cantan, además de improvisar en caso necesario. Más vale estar prevenidos.
           La transmisión sucede naturalmente a la degradación. Es el segundo y último acto de una misma obra. Permite que el espíritu liberado encuentre cabida en otro cuerpo para seguir su misión. Los rituales de tranmisión son comunes a muchas sociedades religiosas, particularmente las iniciáticas. De hecho todo ritual de iniciación conlleva una transmisión.

La ceremonia corre a cargo de Frè Dorélus, un viejo asistente de Boss Diévèy, reputado por sus dones de oficiante. Él ocupó casi todos los puestos dentro del houmfor. Se prometió a sí mismo superar en magnificencia la ceremonia de transmisión anterior. De pronto los tambores callan por unos breves instantes.  Sus ritmos de fantasía ahora se tornan en unos toques largos, lentos, graves, solemnes. Es la entrada en procesión de los oficiales encabezados por el Laplace, sable en mano, dirigiendo el movimiento de los abanderados. Luego viene la hongenikon y la sèvant-dlo, la sirviente del agua, virgen vestal encargada de mantener el fuego y el agua, elementos que nunca deben faltar en el houmfor. Todos toman sus lugares y se hace un silencio interminable en la espera de la entrada triunfante de Frè Dorélus ataviado con sus adornos ceremoniales. Después de hacer las salutaciones a los cuatro puntos, se coloca en medio del peristil, junto al poto-mitan en actitud de meditación, y se prepara para el trazado del vèvè, símbolo unívoco representativo de cada lwa, cuya belleza y complejidad han inspirado a más de un artista, sobre todo los de la escuela de la herrería artística haitiana. El vèvè se dibuja en el piso del houmfor con harina de maíz, en posición inclinada, de cuclillas o en posición sedente, yendo siempre hacia atrás, de un sólo trazo y sin correcciones. Se complementa con otros elementos como agua, fuego, huevos, etcétera, según lo requiere el lwa a quien representa.

Un prolongado ¡Oooh! de los asistentes demuestra su aprobación y admiración por el magnífico dibujo que combina los vèvès de Legba, Kalfu, Dossou y Ogun-Féray. Entonces Frè Dorélus se hinca y, acompañándose sólo con el ason, instrumento ritual en forma de una maraca alargada rodeado de collares unidos a una pequeña campana, empieza a cantar la oración Djor, un texto de regular extensión en lenguaje fon ininteligible para casi todos.

           Los hontogis retoman sus ritmos frenéticos. Acompañan a la hongenikon, más inspirada que nunca. Entona e improvisa una sucesión de cantos que, a coro, repiten los asistentes y los servidores mientras bailan. Algunos entran en trance. De pronto, como surgido de las entrañas de la tierra, se escucha un grito estremecedor, al mismo tiempo que alguien cae muerto al suelo. Era Acédius, el ahijado de Boss Diévèy, único sobreviviente de un parto de trillizos y que desde niño se había convertido en el pitit-kay, el niño favorito del houmfor. Los hounsis se apresuran a llevarlo al badji seguidos de Frè Dorélus. Después de las maniobras rituales de reanimación proporcionadas hábilmente por Frè Dorélus, Acédius reaparece en el peristil para ser vestido con los atuendos ceremoniales que con anterioridad se habían colocado sobre el sillón forrado de rojo que sirve de trono.

Entonces Frè Dorélus da inicio a la ceremonia de transmisión en sentido estricto. Armado del ason en una mano y de un ramillete de hierbas aromáticas en la otra, empieza a hacer los “pases” al mismo tiempo que recita con voz monótona una interminable letanía. De nuevo Acédius entra en otro trance que sacude todo su cuerpo, mientras pronuncia sin parar una serie de frases incomprensibles. Hablaba langaj, signo indudable de su designación por los mismos lwas para seguir al frente del houmfor.
Frè Dorélus, atento, identificó con gran sabiduría a cada uno de los lwas mèt-tèt, quienes a partir de ese momento van a patrocinar y a orientar el sentido del resto de la ceremonia. Enfundado en una túnica roja, con tiara y cayado en mano, hace el examen minucioso de los objetos que le son presentados y que constituyen el capital sagrado del houmfor: libros sagrados, vasos, jarras, cuentas de colores y formas, barajas, vasijas, collares, pañuelos bordados, etcétera. Inspeccionó con satisfacción los frascos y botellas que contienen los ungüentos y las pociones para las curas y limpias. Luego pidió ser llevado en procesión a los lugares sagrados del houmfor. Visitó el manantial sagrado, el gran mapou y, en el cementerio, se detuvo frente a un montículo donde yace su predecesor y padrino para meditar y rezar.

 El regreso al houmfor fue un apoteosis. Una especie de psicosis colectiva se apoderó de los concurrentes. Al ritmo de los tambores, los bailes se suceden, llevando al olvido la tristeza y el luto causados por la muerte de Boss Diévèy. El hougan ha muerto; sin embargo, el houmfor sigue vivo. ¿Cuándo será la primera tarea, en donde Acédius deberá probar sus dones de tirador de harina de maíz?

 

Inserción en Imágenes: 15.06.06.

* Claude-Marie Constant es miembro del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.


   
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