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La Ciudad de México: el espectáculo más grande del mundo

Alberto Dallal*
dallal@servidor.unam.mx


Desde su fundación, en 1325, por las características y las cualidades de su situación y entorno, la Ciudad de México asumió como destino su fama, entre la realidad y la fantasía, de ser una urbe excepcional. A través de la historia, esa Gran Tenochtitlan (aunque compartía esplendores, a la llegada de los conquistadores, con los destinos de numerosas ciudades en el entorno urbano del valle de México y fuera de él) pasó a ocupar en la historia del urbanismo y del arte universales un lugar destacado, excepcional. En este fenómeno contribuyeron su propia existencia física y cultural, las evidencias de sus logros urbanísticos, su espléndido pasado y las descripciones de Bernal Díaz del Castillo y Hernán Cortés quienes, por participar en su saqueo y destrucción, fueron también verídicos cronistas de una urbe tan ejemplar que movía a la leyenda. Heredaron y aumentaron esos mismos prestigio y gloria la más tarde denominada Muy Noble e Insigne y Muy Leal e Imperial Ciudad de México; la después bautizada a secas, desde la Independencia, como Ciudad de México, y también el ahora su mellizo imprescindible, el Distrito Federal.
            Las narraciones de sus transformaciones violentas o paulatinas, a través del tiempo, llenan páginas innumerables de crónicas, relaciones verídicas, leyendas, acontecimientos fantasiosos y fabulados, catástrofes naturales y artificiales, ocupaciones y guerras, erecciones y destrucciones, elogios y odios desmedidos. Cervantes hace saber al mundo, en la voz del Licenciado Vidriera, que en 1521 “Cortés… conquistó la gran [Ciudad lacustre de] México…, la de América, espanto del mundo nuevo…” No sabía que aún en el siglo XXI la Ciudad de México podría permanecer coincidiendo con esta última atribución.


            En efecto, la Ciudad de México ha sido, a través de los siglos, un auténtico y enorme gran fenómeno social y artístico, creativo e incontrolablemente destructivo, a veces espléndido animal orgánico e inorgánico convertido en espectáculo: sus habitantes y co-dueños, invasores, gobernantes, estudiosos, prisioneros, alelados visitantes, constructores, todos ellos al mismo tiempo víctimas y héroes de sus espacios, no han podido sino acceder al fenómeno y conformarse: vivir dentro de sus límites, ser actores temporales, testigos y protagonistas de cortas, aunque aun importantes, transformaciones, en ocasiones arriesgando o entregando sus propias vidas e inventando y haciendo sucumbir variadas formas de organización. Para el mundo entero, para los especialistas, los gobernantes y líderes y aun para sus inmigrantes, periodistas y observadores, la Ciudad de México resulta ser un espacio incontrolable, diríamos incluso un monstruo enorme (en el tiempo y en el espacio), que se transforma, se disfraza, cambia de piel y crece, y se aleja, inalcanzable e inexplicable, de la intervención y de las acciones de sus mismos, idénticos protagonistas. Viene a ser como un enorme escenario que convierte en espectadores distantes incluso a sus moradores. Ha sido por tanto un gran espectáculo, un espectáculo gigantesco, secular, histórico, el espectáculo más grande del mundo, ante una variada y cambiante multitud de espectadores que sólo por instantes se convierten en participantes. (1)


            La erección de sus construcciones, edificios y casas, así como la división y repartición de sus espacios, terrenos y subsuelos han dado pie a historias y sucedidos, obras y monumentos que se traslapan y entremezclan en el tiempo y en el espacio, otorgándole a la urbe una fama mundial, a veces buena y a veces mala, verídica o inventada, nefasta, operativa o limitadamente funcional. Y, con todo, la Ciudad de México ha perdurado, para bien y para mal, como un modelo para los mexicanos, como el centro político, económico, administrativo, artístico y social, industrial, empresarial, siempre ejemplar, de la nación. (Juárez peregrinó por casi todo el país llevándose en su carroza, simbólicamente, los poderes políticos y sociales acumulados y depositados en la Ciudad. Los fue mostrando simbólicamente por los lugares de su peregrinación. Carranza y otros gobernantes intentaron hacer lo mismo.) Por momentos y tramos históricos, sus habitantes hubieran deseado apartarla de esta situación central, política, geográfica y cultural. (En los años cincuenta del siglo XX surgió el proyecto de trasladar la “capital” al centro geográfico del país, al estado de San Luis Potosí: allí resurgirían las oficinas gubernamentales y los poderes de la Unión.)


            En la actualidad, considerada una de las ciudades más grandes, complicadas, peligrosas, pasionales, desparramadas e intensas del mundo, sus formas de vida resultan invaluables, invalorables; parecen no terminar sus problemas ni sus transformaciones. Pero sigue siendo admirada y criticada como el gran espectáculo que es, sobre todo considerando que, por razones técnicas, urbanísticas, geográficas, físicas, telúricas, sociales y políticas constituye, en sí misma, un país.
            Sus monumentos y construcciones, sus iglesias y edificios, casas y tesoros artísticos se han multiplicado a lo largo de los siglos de la misma manera ineludible e incontrolable que sus afrentas, desmanes gubernamentales, enemigos y destrucciones. Las soluciones particulares y urbanas aplicadas, siempre parciales, no dejan de apreciarse como efímeras, aun con la buena fe de unas sugerencias y re-estructuraciones debidamente planificadas por estudiosos, especialistas, profesionales, artistas, técnicos, funcionarios e incluso apoyadas y pugnadas por sus habitantes. Lo curioso es que en varios de sus barrios y zonas sobrevive un innegable esplendor o surgen organizadas formas de vida y acción modelos. En algunos de sus sectores el pasado y el futuro urbanos aparecen curiosamente de la mano. (Véase la apretada y brillante síntesis histórica del entonces Cronista de la Ciudad de México, Salvador Novo, en un libro ilustrado con fotografías de Rodrigo Moya: México). (2)


            Los cambios, los avances y retrocesos sufridos por la Ciudad de México se hallan estrechamente ligados a las formas autoritarias y a los acosos de los sucesivos gobiernos nacionales y locales desde su fundación. Los cambios han dejado un campo muy estrecho para las organizaciones y las fuerzas ciudadanas en su conjunto, para la acción de sus artistas e investigadores, historiadores y urbanistas. Este fenómeno se encuentra muy ligado a la misma cultura del mexicano, a sus violentas reacciones ante las intolerables o ineludibles situaciones de cambio, a veces violento, y a las intensidades de la propia conformación profunda de la “cultura” mexicana en su conjunto, la cual se ve influida por acontecimientos históricos fundamentales. Por ejemplo, pesa todavía, en ciertos sucesos políticos, telúricos y sociales, en campañas y decisiones apresuradas y autoritarias, “la herencia precortesiana soterrada, el gran trauma de la toma de Tenochtitlan que, como eclipse, oscureció a pedradas la luz del día y ensangrentó las aguas de los canales hasta enrojecerlas, el clamor que rogaba a los dioses, los gritos ensordecedores de la batalla, la lucha perenne con las imposiciones de la colonización y las arbitrariedades de la modernidad. (3)


            En muchos casos, los estrechos márgenes de credibilidad y sabiduría que han dejado las decisiones de sus gobernantes, a través de la historia, se extinguen o auto anulan, se superan en la realidad, transcurrido un lapso indispensable para que la misma dinámica de los sucesos señale errores cada vez más evidentes y excesivos. En ocasiones, decretos apresurados, poco discutidos o estudiados histórica, estética, política o técnicamente, aunados a una equívoca y equivocada noción de “modernidad”, han despedazado, roto, afrentado por completo a la Ciudad de México, convirtiéndola en un espacio propio y exclusivo para la vida ¡de los automóviles! Recuérdese la decisión de Carlos Hank González de triturarla y seccionarla, en un atentado en contra de la conjunción y la cohesión urbanas, con la invención de los “ejes viales”. O, el peor ejemplo, la torpe decisión del presidente Luis Echeverría quien, tras inconsciente decretazo, hizo coincidir los límites geográficos de la Ciudad de México con los del Distrito Federal en enero de 1971, creyendo así salvaguardar el poder político de los presidentes priístas… ¿para siempre? Y consiguiendo que la Ciudad de México, esa inmensa urbe, se convirtiera con el tiempo en el más importante de los bastiones de un partido opositor. (4)


            De un plumazo, ante la ignorancia, la desidia y pereza políticas de diputados y senadores, periodistas y ciudadanos en general, en ese momento se creó ¡por decreto! una de las ciudades más grandes, complicadas e incontrolables del mundo: por sus dimensiones, proporciones, número de habitantes, realidades técnicas; por lo mismo y en sí misma un verdadero país. La decisión mantiene a los habitantes de la Ciudad de México como “ciudadanos de segundo orden”, pues es un área vastísima para que el Presidente de la República y sus gobernantes posean beligerancia completa sobre su vida política, económica, artística... Una promesa de “reforma política” ante este estado de cosas apoyó la campaña de Cuauhtémoc Cárdenas (para el primer partido de oposición al PRI que alcanzaba este poder) para llegar a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad-Distrito Federal en 1997, siguió siendo promesa para el siguiente, Andrés Manuel López Obrador, y tan cercanamente como el 5 de febrero de 2009 el Jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, “convocó a organizaciones sociales y a las fuerzas políticas de esta ciudad a dar la batalla para dotarla de su propia carta magna, como la tienen otras entidades…”(5)


            Las reacciones y acciones activas de los habitantes de la Ciudad de México se han hecho patentes en los momentos más difíciles de la urbe: ante el acoso militar de sus invasores, ante la actividad destructiva de los elementos de la Naturaleza (terremoto del 85), ante enfermedades y epidemias. Los chilangos respondemos adecuada, creativamente cuando se nos permite intervenir técnica, artística, socialmente para transformar el ámbito en que “nos toca vivir”. El sentido trágico de las acciones de los habitantes de la Ciudad de México se manifiesta en que, por una parte, deben actuar para salvaguardar su urbe, un espacio que por resultar ejemplar para el país debe siempre limitar su re-estructuración; por otra parte, su población periódicamente rebasa en número al total de sus pobladores originales, oriundos. La Ciudad de México no podría seguir constituyéndose en “maravilla del mundo” o “la ciudad más grande del mundo” o incluso “el espanto del nuevo mundo” si no poseyera, como lo tenían los protagonistas de las tragedias del Olimpo, “un alma perdurable”, un sino ejemplar, un destino trágico. Es nuestra ciudad un gran espectáculo trans-histórico, lleno de bienes sociales y artísticos, continente de las acciones creativas y las actitudes e investigaciones estéticas de sus moradores y de sus mismos visitantes; un escenario gigantesco que muestra, aun en situaciones de prueba, un “destino” singular y permite razonamientos, proposiciones, revisiones, exámenes y aun propuestas y acciones que comprobarían la necesidad de organizar a sus mismos habitantes como actores de la indispensable transformación de la gran, poderosa, ejemplar urbe transhistórica.


            Ya sea a causa de una gran dinámica espontánea o por causas que se localizan en el incontrolable crecimiento y el natural instinto de belleza y de supervivencia que a sus habitantes (nuevos y viejos) pertrecha, la Ciudad de México no sólo es una la de las más gigantescas del mundo, sino tal vez una de las más interesantes, intensas, importantes y seductoras del planeta. Nos hallamos justo en el momento histórico de establecer las reglas de una revisión social de su reivindicación urbana. Pero también en la situación excepcional de la salvaguarda de sus antiguos, modernos y contemporáneos esplendores.


Inserción en Imágenes: 21.05.09
Foto de portal: escudo de la Ciudad de México.

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


   
Instituto de Investigaciones Estéticas
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO