La Ciudad de México: el espectáculo
más grande del mundo
Desde su fundación, en 1325, por las características
y las cualidades de su situación y entorno, la Ciudad
de México asumió como destino su fama, entre
la realidad y la fantasía, de ser una urbe excepcional.
A través de la historia, esa Gran Tenochtitlan (aunque
compartía esplendores, a la llegada de los conquistadores,
con los destinos de numerosas ciudades en el entorno urbano
del valle de México y fuera de él) pasó a
ocupar en la historia del urbanismo y del arte universales
un lugar destacado, excepcional. En este fenómeno contribuyeron
su propia existencia física y cultural, las evidencias
de sus logros urbanísticos, su espléndido pasado
y las descripciones de Bernal Díaz del Castillo y Hernán
Cortés quienes, por participar en su saqueo y destrucción,
fueron también verídicos cronistas de una urbe
tan ejemplar que movía a la leyenda. Heredaron y aumentaron
esos mismos prestigio y gloria la más tarde denominada
Muy Noble e Insigne y Muy Leal e Imperial Ciudad de México;
la después bautizada a secas, desde la Independencia,
como Ciudad de México, y también el ahora su
mellizo imprescindible, el Distrito Federal.
Las narraciones de sus transformaciones violentas o paulatinas,
a través del tiempo, llenan páginas innumerables
de crónicas, relaciones verídicas, leyendas,
acontecimientos fantasiosos y fabulados, catástrofes
naturales y artificiales, ocupaciones y guerras, erecciones
y destrucciones, elogios y odios desmedidos. Cervantes hace
saber al mundo, en la voz del Licenciado Vidriera,
que en 1521 “Cortés… conquistó la
gran [Ciudad lacustre de] México…, la de América, espanto
del mundo nuevo…” No sabía que aún
en el siglo XXI la Ciudad de México podría permanecer
coincidiendo con esta última atribución.
En efecto, la Ciudad de México ha sido, a través
de los siglos, un auténtico y enorme gran fenómeno
social y artístico, creativo e incontrolablemente destructivo,
a veces espléndido animal orgánico e inorgánico
convertido en espectáculo: sus habitantes y co-dueños,
invasores, gobernantes, estudiosos, prisioneros, alelados visitantes,
constructores, todos ellos al mismo tiempo víctimas
y héroes de sus espacios, no han podido sino acceder
al fenómeno y conformarse: vivir dentro de sus límites,
ser actores temporales, testigos y protagonistas de cortas,
aunque aun importantes, transformaciones, en ocasiones arriesgando
o entregando sus propias vidas e inventando y haciendo sucumbir
variadas formas de organización. Para el mundo entero,
para los especialistas, los gobernantes y líderes y
aun para sus inmigrantes, periodistas y observadores, la Ciudad
de México resulta ser un espacio incontrolable, diríamos
incluso un monstruo enorme (en el tiempo y en el espacio),
que se transforma, se disfraza, cambia de piel y crece, y se
aleja, inalcanzable e inexplicable, de la intervención
y de las acciones de sus mismos, idénticos protagonistas.
Viene a ser como un enorme escenario que convierte en espectadores
distantes incluso a sus moradores. Ha sido por tanto un gran
espectáculo, un espectáculo gigantesco, secular,
histórico, el espectáculo más grande del
mundo, ante una variada y cambiante multitud de espectadores
que sólo por instantes se convierten en participantes.
(1)
La erección de sus construcciones, edificios y casas,
así como la división y repartición de
sus espacios, terrenos y subsuelos han dado pie a historias
y sucedidos, obras y monumentos que se traslapan y entremezclan
en el tiempo y en el espacio, otorgándole a la urbe
una fama mundial, a veces buena y a veces mala, verídica
o inventada, nefasta, operativa o limitadamente funcional.
Y, con todo, la Ciudad de México ha perdurado, para
bien y para mal, como un modelo para los mexicanos, como el
centro político, económico, administrativo, artístico
y social, industrial, empresarial, siempre ejemplar, de la
nación. (Juárez peregrinó por casi todo
el país llevándose en su carroza, simbólicamente,
los poderes políticos y sociales acumulados y depositados
en la Ciudad. Los fue mostrando simbólicamente por los
lugares de su peregrinación. Carranza y otros gobernantes
intentaron hacer lo mismo.) Por momentos y tramos históricos,
sus habitantes hubieran deseado apartarla de esta situación
central, política, geográfica y cultural. (En
los años cincuenta del siglo XX surgió el proyecto
de trasladar la “capital” al centro geográfico
del país, al estado de San Luis Potosí: allí resurgirían
las oficinas gubernamentales y los poderes de la Unión.)
En la actualidad, considerada una de las ciudades más
grandes, complicadas, peligrosas, pasionales, desparramadas
e intensas del mundo, sus formas de vida resultan invaluables,
invalorables; parecen no terminar sus problemas ni sus transformaciones.
Pero sigue siendo admirada y criticada como el gran espectáculo
que es, sobre todo considerando que, por razones técnicas,
urbanísticas, geográficas, físicas, telúricas,
sociales y políticas constituye, en sí misma,
un país.
Sus monumentos y construcciones, sus iglesias y edificios,
casas y tesoros artísticos se han multiplicado a lo
largo de los siglos de la misma manera ineludible e incontrolable
que sus afrentas, desmanes gubernamentales, enemigos y destrucciones.
Las soluciones particulares y urbanas aplicadas, siempre parciales,
no dejan de apreciarse como efímeras, aun con la buena
fe de unas sugerencias y re-estructuraciones debidamente planificadas
por estudiosos, especialistas, profesionales, artistas, técnicos,
funcionarios e incluso apoyadas y pugnadas por sus habitantes.
Lo curioso es que en varios de sus barrios y zonas sobrevive
un innegable esplendor o surgen organizadas formas de vida
y acción modelos. En algunos de sus sectores el pasado
y el futuro urbanos aparecen curiosamente de la mano. (Véase
la apretada y brillante síntesis histórica del
entonces Cronista de la Ciudad de México, Salvador Novo,
en un libro ilustrado con fotografías de Rodrigo Moya: México).
(2)
Los cambios, los avances y retrocesos sufridos por la Ciudad
de México se hallan estrechamente ligados a las formas
autoritarias y a los acosos de los sucesivos gobiernos nacionales
y locales desde su fundación. Los cambios han dejado
un campo muy estrecho para las organizaciones y las fuerzas
ciudadanas en su conjunto, para la acción de sus artistas
e investigadores, historiadores y urbanistas. Este fenómeno
se encuentra muy ligado a la misma cultura del mexicano, a
sus violentas reacciones ante las intolerables o ineludibles
situaciones de cambio, a veces violento, y a las intensidades
de la propia conformación profunda de la “cultura” mexicana
en su conjunto, la cual se ve influida por acontecimientos
históricos fundamentales. Por ejemplo, pesa todavía,
en ciertos sucesos políticos, telúricos y sociales,
en campañas y decisiones apresuradas y autoritarias, “la
herencia precortesiana soterrada, el gran trauma de la toma
de Tenochtitlan que, como eclipse, oscureció a pedradas
la luz del día y ensangrentó las aguas de los
canales hasta enrojecerlas, el clamor que rogaba a los dioses,
los gritos ensordecedores de la batalla, la lucha perenne con
las imposiciones de la colonización y las arbitrariedades
de la modernidad. (3)
En muchos casos, los estrechos márgenes de credibilidad
y sabiduría que han dejado las decisiones de sus gobernantes,
a través de la historia, se extinguen o auto anulan,
se superan en la realidad, transcurrido un lapso indispensable
para que la misma dinámica de los sucesos señale
errores cada vez más evidentes y excesivos. En ocasiones,
decretos apresurados, poco discutidos o estudiados histórica,
estética, política o técnicamente, aunados
a una equívoca y equivocada noción de “modernidad”,
han despedazado, roto, afrentado por completo a la Ciudad de
México, convirtiéndola en un espacio propio y
exclusivo para la vida ¡de los automóviles! Recuérdese
la decisión de Carlos Hank González de triturarla
y seccionarla, en un atentado en contra de la conjunción
y la cohesión urbanas, con la invención de los “ejes
viales”. O, el peor ejemplo, la torpe decisión
del presidente Luis Echeverría quien, tras inconsciente decretazo,
hizo coincidir los límites geográficos de la
Ciudad de México con los del Distrito Federal en enero
de 1971, creyendo así salvaguardar el poder político
de los presidentes priístas… ¿para siempre?
Y consiguiendo que la Ciudad de México, esa inmensa
urbe, se convirtiera con el tiempo en el más importante
de los bastiones de un partido opositor. (4)
De
un plumazo, ante la ignorancia, la desidia y pereza políticas
de diputados y senadores, periodistas y ciudadanos en general,
en ese momento se creó ¡por decreto! una de las
ciudades más grandes, complicadas e incontrolables del
mundo: por sus dimensiones, proporciones, número de
habitantes, realidades técnicas; por lo mismo y en sí misma
un verdadero país. La decisión mantiene a los
habitantes de la Ciudad de México como “ciudadanos
de segundo orden”, pues es un área vastísima
para que el Presidente de la República y sus gobernantes
posean beligerancia completa sobre su vida política,
económica, artística... Una promesa de “reforma
política” ante este estado de cosas apoyó la
campaña de Cuauhtémoc Cárdenas (para el
primer partido de oposición al PRI que alcanzaba este
poder) para llegar a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad-Distrito
Federal en 1997, siguió siendo promesa para el siguiente,
Andrés Manuel López Obrador, y tan cercanamente
como el 5 de febrero de 2009 el Jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, “convocó a
organizaciones sociales y a las fuerzas políticas de
esta ciudad a dar la batalla para dotarla de su propia carta
magna, como la tienen otras entidades…”(5)
Las reacciones y acciones activas de los habitantes de la Ciudad
de México se han hecho patentes en los momentos más
difíciles de la urbe: ante el acoso militar de sus invasores,
ante la actividad destructiva de los elementos de la Naturaleza
(terremoto del 85), ante enfermedades y epidemias. Los chilangos
respondemos adecuada, creativamente cuando se nos permite intervenir
técnica, artística, socialmente para transformar
el ámbito en que “nos toca vivir”. El sentido
trágico de las acciones de los habitantes de la Ciudad
de México se manifiesta en que, por una parte, deben actuar para
salvaguardar su urbe, un espacio que por resultar ejemplar para
el país debe siempre limitar su re-estructuración;
por otra parte, su población periódicamente rebasa
en número al total de sus pobladores originales, oriundos.
La Ciudad de México no podría seguir constituyéndose
en “maravilla del mundo” o “la ciudad más
grande del mundo” o incluso “el espanto del nuevo
mundo” si no poseyera, como lo tenían los protagonistas
de las tragedias del Olimpo, “un alma perdurable”,
un sino ejemplar, un destino trágico. Es nuestra ciudad
un gran espectáculo trans-histórico, lleno de
bienes sociales y artísticos, continente de las acciones
creativas y las actitudes e investigaciones estéticas
de sus moradores y de sus mismos visitantes; un escenario gigantesco
que muestra, aun en situaciones de prueba, un “destino” singular
y permite razonamientos, proposiciones, revisiones, exámenes
y aun propuestas y acciones que comprobarían la necesidad
de organizar a sus mismos habitantes como actores de la indispensable
transformación de la gran, poderosa, ejemplar urbe transhistórica.
Ya sea a causa de una gran dinámica espontánea
o por causas que se localizan en el incontrolable crecimiento
y el natural instinto de belleza y de supervivencia que a sus
habitantes (nuevos y viejos) pertrecha, la Ciudad de México
no sólo es una la de las más gigantescas del
mundo, sino tal vez una de las más interesantes, intensas,
importantes y seductoras del planeta. Nos hallamos justo en
el momento histórico de establecer las reglas de una
revisión social de su reivindicación
urbana. Pero también en la situación excepcional
de la salvaguarda de sus antiguos, modernos y contemporáneos
esplendores.
Inserción en Imágenes: 21.05.09
Foto de portal: escudo de la Ciudad de México.
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